Tribulaciones de un chino en el espacio

Por Pedro Perucca

Puede que algún fan de la ciencia ficción haya oído hablar del chino Liu Cixin. Lo promocionan con insistencia como el primer escritor en lengua no inglesa en ganar un premio Hugo con El problema de los tres cuerpos. Pero ¿qué es un Hugo y qué significar ganarlo hoy? ¿Qué le aporta China a la ciencia ficción moderna, si es que aporta algo? ¿Detrás del éxito de Cixin hay algo más que una mera movida editorial? Responder las preguntas nos llevará un rato, pero un resumen brutal podría ser: Si aún no lo leyeron, no se perdieron de nada.

 

La invención del Hugo

Primero aclaremos, el Hugo al que se hace referencia cuando se habla de ciencia ficción no es el Premio Hugo que se entrega en nuestro país a las obras de teatro musical, bautizado así por el dramaturgo Hugo Midón. El Hugo gringo es un premio que homenajea a Hugo Gernsback, mítico director de la revista Amazing Stories e inventor de la problemática definición de “ciencia ficción” para el nuevo género que estaba naciendo allá por los años 20. El premio en cuestión, un estilizado cohete basado en el que ostentaba en el capot el famoso Oldsmobille 88, comenzó a entregarse en la Convención Mundial de Ciencia Ficción (WorldCon) de 1953. El evento organizado por la Sociedad Mundial de Ciencia Ficción (WSFS por sus siglas en inglés) se remonta a 1939 pero recién en ese año se institucionalizó la entrega de premios, que consisten solamente en el trofeo, sin ningún tipo de retribución monetaria. Los candidatos al galardón son propuestos en múltiples categorías (novela, novela corta, relato, historia gráfica, fanzine, presentación dramática, editor, escritor amateur, etc.) y votados anualmente por los miembros de la WSFS (es decir, un premio de los fans de la ciencia ficción, a diferencia del Nébula, votado por escritores del género). Hoy en día la membresía que permite votar en todas las categorías tiene un valor de unos 40 dólares.

Con El problema de los tres cuerpos, primera novela de su trilogía, Cixin se hizo con su cohete en 2015, coincidiendo con uno de los mayores escándalos en la entrega de los Hugo, ya que ese fue el año de la irrupción violenta de los Sad Puppies y de los Rabid Puppies (cachorros tristes y cachorros rabiosos), grupos organizados de fans que hicieron lobby para premiar a sus propias listas de candidatos. Si los Sad Puppies pueden ser definidos como una derecha moderada, conservadora, los Rabid Puppies son Alt-right o fachos, para decirlo sin vueltas. Ambos grupos coincidían en la impugnación de lo que consideran una tendencia de los últimos años a postular y premiar obras con una mirada de diversidad sexual y política y una complejidad conceptual y formal que no consideran acorde con el género. Ellos apostaban por el regreso de las space operas, las gestas heroicas, los tiroteos con pistolas de rayos y los BEM (big eyed monsters). Por supuesto, también su reacción incluyó críticas al creciente protagonismo de mujeres y de minorías “raciales” y sexuales. Su latiguillo favorito era que los premios estaban dominados por Social Justice Warriors (SJW, guerreros por la justicia social, una forma despectiva que tienen los trolls angloparlantes para referirse a cualquiera que manifieste un compromiso político o una sensibilidad social). El adalid de los rabiosos es Theodore Beale, alias Vox Day, escritor gringo que tiene una pequeña editorial en Finlandia -por la que se autocandidateaba como editor- y es amigote del nefasto Milo Yiannopoulos (googléenlo si no lo conocen y quieren indignarse).

Al fin el lobby ultraconservador de los cachorros fue contrarrestado y apenas lograron imponer sus candidatos en algunas categorías menores. Pero el escándalo hizo correr ríos de bits (George R. R. Martin se cansó de postear contra ellos, caracterizándolos como “neonazis”), llevó a que Connie Willis se retirara como presentadora para no avalar “premios obtenidos mediante el bullyng y la extorsión” y que uno de los finalistas a mejor novela, Marko Kloos, renunciara a su candidatura para no convalidar las manipulaciones de los cachorros, que lo habían postulado. Liu Cixin, que ni siquiera había llegado a la final, ocupó su lugar y se terminó llevando el premio.

El problema de los tres libros

Está bien, Cixin no tiene la culpa del incidente canino (y no fue parte de sus listas porque, aunque anticomunista, sigue siendo chino) pero lo cierto es que el gran mérito con el que se lo promociona en todo el mundo -“el primer ganador de un Hugo que no escribe en inglés”- fue medio de carambola. Más allá de eso, podría ser que su obra fuera genial. Pero no, lamentablemente no. Además de una prosa pobre (traducción directa del chino hecha por el español Javier Altayó), sus ideas fundamentales son trilladísimas, los ejes dramáticos burdos, los motivaciones de los personajes increíbles y las premisas científicas -que supuestamente deberían ser uno de sus fuertes en tanto obra autoadscripta a la ciencia ficción dura- ridículas.

Y a partir de aquí, spoilers. Estamos dispuestos a recurrir a los recursos más bajos contra este chino estafador. La base de la novela es que hay una especie, la de los trisolarianos, que vive en un planeta lejano que orbita alrededor de no uno ni dos, sino de tres soles de una lejana galaxia que les están jodiendo la vida y tienen que evacuar. No se sabe cómo, pero llegaron a un grado de organización social incluso superior a la terrestre sólo gracias al recurso de “deshidratarse” y quedar en estado de suspensión vital cuando el planeta sufre algunas de las tan imprevisibles como violentas variaciones de temperatura que diezman la vida sobre la superficie. Esta cuestión central del argumento, que por supuesto es cualquiera científicamente hablando, ya había sido abordada casi 60 años atrás y de forma infinitamente más sutil por el maestro Stanislaw Lem, quien se inventó una teoría para dar cuenta de la imposibilidad de que se desarrollen formas de vida complejas en un planeta que orbita alrededor de un sistema solar binario (y Cixin mete ¡tres! soles, sólo para jugar con el problema matemático de los tres cuerpos): “El planeta gravita alrededor de dos soles, un sol rojo y un sol azul. En los cuarenta años que siguieron al descubrimiento, ninguna nave se acercó a Solaris. En aquél tiempo la teoría de Gamow-Shapley -la vida era imposible en planetas satélites de dos cuerpos solares- no se discutía. La órbita en torno de los dos soles es modificada constantemente por las variaciones de la gravitación. A causa de estas fluctuaciones de la gravedad, la órbita se aplana o se distiende, y los organismos, si aparecen, son destruidos irremediablemente, ya sea por una intensa radiación de calor, ya por una caída extrema de la temperatura”.

Más allá de esta torpeza basal de Cixin, sería largo enumerar la cantidad de pifias científicas o históricas que hay en el libro, desde una concepción absolutamente equivocada del funcionamiento de la gravedad hasta errores tan burdos como citar unos presuntos documentos secretos de la inteligencia china que dan cuenta del proyecto Voyager años antes de que siquiera hubiera sido soñado o de que las sondas fueran bautizadas de esa forma por la NASA (casi hasta último momento las Voyager fueron Mariner). Eso ya es paja o desprecio por el lector, porque bastaba con ir a Wikipedia.

Pero bueno, pongámosle que por un milagro en este planeta la vida logró evolucionar hasta el punto de una civilización tecnológica avanzada. Tan avanzada que pueden manipular once (11) dimensiones de la materia y realizar viajes interestelares, pero resulta que aparentemente son incapaces de descubrir exoplanetas habitables en otras estrellas (cosa que con nuestro limitado nivel tecnológico terrestre estamos al borde de lograr) y deben esperar a que alguna civilización de otro mundo envíe una señal para localizarlos, ir y sarparles el planeta. ¿Por qué buscar un mundo habitado y no uno meramente habitable? No se sabe. De jodidos, nomás, parece. Pero bueno, llega una señal desde la Tierra y para allá arrancan los trisolarianos. En 400 años los tenemos por acá y ahí sí: agarrate, Catalina (eso, por lo que se sabe, sucederá en el tomo III, aún no traducido al castellano).

Filosofía barata y zapatos espaciales de goma

La confirmación de la ubicación terrestre que posibilita estos planes de conquista espacial es responsabilidad de una científica china que, resentida porque la Revolución Cultural liquidó malamente a su padre y a su hermana, decide que cualquier cosa es mejor que el comunismo, incluyendo una invasión alienígena. Claro, es que los maoístas son casi tan crueles como imbéciles, además de descuidados con el medio ambiente (la protagonista encuentra  la iluminación leyendo un libro “prohibido” de Rachel Carson, una estadounidense que en los 60 alertó sobre el peligro de los pesticidas). El anticomunismo de Cixin es absolutamente ramplón (tal vez por su misma torpeza, jamás tuvo problemas con la censura), gracias a lo que, por supuesto, ha sido acogido con los brazos abiertos en Occidente. Entre los que recomendaron con fervor El problema de los tres cuerpos se cuentan Barack Obama y Mark Zuckerberg, por si hicieran falta más datos. Y no es que Cixin se resista mucho a esta utilización, más bien lo contrario, incluyendo gestos tan vergonzosos como citar lugares comunes de Hemingway o a Conan Doyle. “Guiño, guiño, si les sobra algún premio por ahí, acá yo soy re fan de ustedes los occidentales”.

Además, estamos hablando de esa China tan milenaria como misteriosa para la literatura occidental y lo que uno espera al abordar la lectura de un autor de CF de esas latitudes es, a priori, algo distinto, una concepción política y filosófica diferente, algo sorprendente. Pero no. Si bien aparecen por ahí un emperador de alguna dinastía histórica y uno que otro clásico taoísta, lo cierto es que las referencias culturales son tan banales y los toques de exotismo tan escolares que queda la imagen de un texto pensado desde el vamos para el mercado gringo o europeo, tanto que bien podría haber sido escrito por cualquier persona del mundo con acceso a Internet y la capacidad de tipear “China” en Google. Son infinitamente más chinos, temática y formalmente, los relatos geniales de Cordwainer Smith que estas torpezas de “chino profesional” de Cixin (parafraseando la malvada definición de Borges sobre Rabindranath Tagore).

De hecho, Cixin reconoce que su amor por la ciencia ficción nació en la infancia gracias al encuentro con un texto de Julio Verne (también prohibido por los comunistas malvados) y que uno de sus referentes en el género es Robert Heinlein, abanderado del individualismo y militarismo yankees en el género. Pero, más allá de la referencia y el homenaje, la temática y los tópicos que trabaja (al menos en esta saga y en dos cuentos más que leí, incluyendo uno horroroso de un feto que habla con su madre desde la panza) parecen haber quedado anclados para siempre en la ciencia ficción de la Edad de Oro. Ahí están para probarlo el ilimitado amor a la tecnología y el trazo burdamente antropomórfico de las civilizaciones extraterrestres (los trisolarianos, más allá de su insólita capacidad para deshidratarse, no se diferencian en nada de los terrícolas: tiene emperador, clases sociales, problemas de pareja o de laburo y hasta televisión). Así, los planteos de nuestro chino están a años luz de la nueva ola que renovó a la CF en los 60 incorporando psicoanálisis, lingüística, ambigüedades morales y sexuales y una ambición formal propia de la literatura de vanguardia de la posguerra. Y filosóficamente ni hablemos. El eje central de la trilogía podría resumirse en: ¿La humanidad merece ser salvada o no? ¿El ser humano es bueno o malo? ¿Querés más a tu mamá o a tu papá? Dale, chino, media pila atómica.

Según parece, el furor de la ciencia ficción en China -que logró que algunos títulos vendan la friolera de cuatro millones de copias- llegó apenas a principios de los 80. Siguiendo la evolución clásica del género, ahora estarían en plena edad de oro, por lo que es posible que en cualquier momento aparezca un Ballard oriental y rompa todo. Así que seamos pacientes, como recomienda Lao Tsé: “Ten paciencia. Espera a que el barro se asiente y el agua se aclare”.