Tres fotos a 20 años del 2001: De patinetas, fuegos y poder popular

Por Ignacio Saffarano, Charly Fernández y Pedro Perucca

Terminamos la serie de publicaciones en recuerdo de los 20 años del 19 y 20 de diciembre de 2001 con la publicación de textos de Ignacio Saffarano, de Charly Fernández y de Pedro Perucca, aunque es probable que siempre volvamos a esas jornadas de poder popular y de furia que cambiaron el curso de la historia argentina, más allá de los múltiples y necesarios balances posteriores sobre sus alcances transformadores y sus límites.

 

2001: no va a ser siempre una patineta

Por Nacho Saffarano, abogado y militante de Democracia Socialista

Hay muchas imágenes históricas de las Jornadas del 19 y 20 de diciembre. El 2001 es, entre muchas otras cosas, un archivo fotográfico inacabable. Cientos de volantes, posters, flyers, intervenciones, pinturas, surgieron del material visual que nos dejó la última gran rebelión popular en nuestro suelo. Tal vez la más icónica sea la imagen banksyiana del manifestante arrojando una piedra en pleno Diagonal Norte, capturada por Enrique García Medina. Hace unas semanas Revista Anfibia lanzó una convocatoria para buscar al protagonista de aquella foto. Aún no apareció. Son inabarcables las posibilidades del destino de aquel compañero.

En mi caso, ésta foto es mi favorita. Un pibito que no debe tener más de 18 años, el look clásico del movimiento hardcore de la época – zapatillas Vans, bermudita, skate –, un camión hidrante de la Federal: la representación moderna de David contra Goliat.

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Me alucina pensar en las diferentes alianzas estéticas y generacionales que se desarrollan en la Revuelta. Cómo fue que esa misma Plaza se convirtió en un terreno de combate unificado entre las Madres y las Abuelas; el Sindicato de Motoqueros y un MTD del tercer cordón del conurbano; jubilados y estafados por los bancos; una Asamblea de Villa Crespo y un grupito de amigos que se conocieron yendo a ver a Fun People.

Cuando arranqué a militar, hace diez u once años el 2001, era un proceso demasiado cercano aún. Recuerdo que entre compañerxs, tomando birra después de alguna actividad, había una pregunta que nos recorría seguido “¿En qué momento histórico te hubiese gustado militar?”. Las respuestas eran siempre más o menos las mismas: durante la explosión de la FORA, en el 45, en los 70. Hoy mi respuesta sería indubitada: me hubiese encantado militar todo lo que fue el antes, durante y después del 2001.

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En éstos días, como era esperable, se publicaron una buena cantidad de ensayos y balances sobre los 20 años de aquella Jornada. Muchos muy buenos y necesarios; otros absolutamente cínicos, comprometidos con la ética de la resignación a la que muchos de aquellos participantes de las Jornadas abonan desde hace varios años, cuando cambiaron el paradigma de “Que venga lo que nunca ha sido” por el más escandaloso realismo capitalista.

Al 2001 -a sus métodos, a sus perspectivas emancipatorias- los representantes de la política institucional han querido, y en algún punto lo han logrado, enterrarlo más de una vez. El problema es que la situación estructural por la cual el 2001 fue lo que fue, sigue vigente. Entonces cada tanto, la forma organizativa vuelve a aparecer; los métodos de acción directa vuelven a ser efectivos; las alianzas amplias entre los sectores populares vuelven a ocupar la tapa de los diarios. Lo de éstos días en Chubut, es un buen ejemplo.

Reivindicar ese ethos colectivo, no implica negar todas las limitaciones que tuvo aquella irrupción, que en gran medida son consecuencia de la deriva estratégica que estamos atravesando. Sin embargo, pensar y estudiar el 2001 como hipótesis de creación de posibilidades inadvertidas hasta los instantes previos del estallido, es uno de los legados más importantes que tiene nuestra generación de militantes, para que la Revuelta no sea solo un conjunto de fotos y relatos de museo.

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Cuando el fuego crezca, vas a estar ahí

Por Charly Fernández , dirigente del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL)

El 19 a la noche habíamos estado hasta tarde con varios «socios» que eramos habitué de las asambleas de la frontera entre Paternal y Villa Crespo. Nos volvimos caminando de la plaza a la madrugada corridos por los gases y los hidrantes, experiencia que solo me había tocado conocer en la cancha.

El 20 cuando me desperté era jueves y en mi casa estaba la tele prendida con esta imagen, escuche de golpe la puerta abierta y mi vieja bajando las escaleras gritando ¡hijos de puta con la Madres no! Nunca la vi caminar tan rápido con sus patas cortas y su metro 50. Como pude la seguí. Pasamos por el Cid, que ya estaba lleno de gente, con algunos que agitaban «¡No vayan a la plaza que hay camiones de Seineldín! ¡Se viene un golpe de Estado!» A lo que el padre de un amigo respondió: «Callate, cagón, y vení con nosotros!» Desde ahí, no recuerdo bien fuimos ni cuanto tardamos en llegar al Musimundo de Callao y Corrientes, donde unos pibes estaban «recuperando» algunas cosas. Tratamos de avanzar por Diagonal Norte y no pudimos, la represión era demasiado fuerte. En ese momento enfilamos por 9 de Julio para el lado de Avenida de Mayo y unos compañeros del SIMECA con sus motos nos gritan «¡No vayan para ahí, que están tirando con plomo!» Después nos enteramos de que acababan de asesinar a Gaston Rivas. Fueron varias horas que «yirabamos» por el centro viendo barricadas y combates en todas partes. Y de aíi lo, que ya sabemos todos.

Pasaron 20 años, yo tenía 16 entonces, y ese día mi vieja me parió de vuelta cuando salió corriendo por las escaleras. Sentí miedo y adrenalina, pero sobre todo «ese viento que todo empuja», que viene de abajo para transformarlo todo y que desborda todas las injusticias, ese fervor de un pueblo conciente y dispuesto a todo para cambiar su futuro. Ese fue nuestro 19 y 20. Dignidad y rebeldía para transformarlo todo. Y esta foto fue más fuerte que mil palabras y que mil estados de sitio.

Te quiero y te extraño, gorda. Cuando el fuego crezca, vas a estar ahí.

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Jornadas de furia destructiva y poder creador

Por Pedro Perucca, editor de Sonámbula

Este lunes volví de la gran movilización de organizaciones sociales por los 20 años de las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 y constaté varias cuestiones. Una, que algo de la herencia de aquél impresionante estallido social sigue viva precisamente en esos sectores sociales; dos, que 20 años son algo, contra lo que dice el tango. Durante la caminata me quejé del sol, me molestaron un poco las batucadas y casi que me dieron ganas de criticar a los jóvenes que se movían a su ritmo, indiferentes a la canícula. Antes, en aquellos primeros meses delirantes de 2002, nada me preocupaba cuando marchábamos una vez por semana entre Parque Rivadavia y Plaza de Mayo, incluso bajo la lluvia, cantando “Esta lluvia de mierda no quiere parar, esta lluvia de mierda no quiere parar, es Duhalde, que no para de llorar”. 20 años es un montón.

La tarde del 19 estuve en la pionera asamblea de Corrientes y Ángel Gallardo que, ante la situación de crisis inminente, había decido suspender el escrache que se venía organizando hace semanas. El corralito se había decidido hace algunos días y los ahorristas se agolpaban frente a los bancos como en el final de 9 reinas, aunque eso no nos importaba tanto ya que casi nadie de esa asamblea tenía depósitos retenidos. Jodía bastante más el límite semanal de 250 pesos para sacar guita de la propia cuenta sueldo, la verdad.

Entonces militaba en Socialismo Libertario, SL para lxs amigxs, una pequeña agrupación que habíamos fundado con un grupo de compañerxs al irnos del MAS a fines de 1999 buscando aportar a la construcción de “un nuevo marxismo para el nuevo milenio”. El cambio de milenio traería grandes sorpresas, aunque no las que esperábamos. En cualquier caso, bancábamos fuerte los escraches como brillante creación de HIJOS que no esperaba las decisiones de la Justicia burguesa y apostaba por la acción directa, la memoria barrial y la justicia desde abajo. Y ahí estábamos.

Al fin de la asamblea fui al departamento donde vivía por entonces, en Almagro, para cambiarme y salir hacia mi laburo nocturno. Trabajaba desde las 22 en una oficina de Corrientes y Callao haciendo un clipping de noticias de energía. Era el 2001, se hacía lo que se podía. Después de que el monigote de Fernando De la Rúa declarara el “estado de sitio”, leyendo lo redactado por su hijo Antonio y por el siempre nefasto Darío Lopérfido, empezó a sentirse fuerte el ruido de las cacerolas. Pero entonces no tenía parámetros para decodificarlo. Era como escuchar a las ranas croar en pleno microcentro. No podía ser. Pero era verdad, tal vez una de las cosas más verdaderas que me hayan sucedido jamás.

Apenas bajé a la esquina de Hipólito Yrigoyen y Quintino Bocayuva sólo tuve que dejarme llevar por la gente que avanzaba, imantada, hacia el centro. Derivé por Medrano y al entrar a Corrientes me encontré en medio de la concentración humana más impresionante que vi nunca. La avenida cubierta por una marea de cuerpos de la que no se veía principio ni final. Pasé por la oficina a prender la computadora para fingir que había estado y volví a salir. Cada vez había más gente. Esa noche no hubo banderas partidarias y recién empezaron a aparecer al día siguiente. Está bien, banco las banderas, pero esa relación fue problemática durante toda la rebelión. Me acerqué a Plaza de Mayo a ver la palmera ardiendo, fui hasta el Parlamento semisaqueado. Una multitud por todos lados. Creo que todavía no tenía celular y no pude registrar nada. No importa, esas imágenes no se va  a perder nunca. El entusiasmo y la alegría estaban en el aire. Aún no había muertos, claro. Más tarde me enteraría del hombre baleado esa noche en las escalinatas de Congreso (Jorge Cárdenas, que moriría meses más tarde). Y al día siguiente ya la batalla por la Plaza de Mayo expresaba otras cosas: dolor, heroísmo y furia popular. Pero al principio de esa noche aún todo era algo parecido a la felicidad, tal vez derivada del descubrimiento de un poder que no sabíamos que estaba allí y que nos hermanó a todos y todas en la calle mientras caminábamos y hacíamos ruido con lo que podíamos.

Tras enterarnos de que el rock seguía a la mañana siguiente, un pequeño grupo de militantes de SL decidimos ir a la Plaza. Llegamos a cosa de una cuadra, cerca del mediodía. Ya estaba todo vallado y con gente resistiendo en barricadas improvisadas en todas las calles del microcentro. Estuvimos ahí, acompañando modestamente ese despliegue increíble de valentía, de resistencia, de piedras, de bronca y de cansancio que tan caro nos costó pero que logró cambiar todo en este país, descartando durante casi 15 años la estrategia neoliberal menemista/aliancista y abriendo un nuevo camino para la vida política nacional.

Y a partir de ahí un verano de locura. Meses de actividad constante: asambleas populares (la mía fue la de Parque Rivadavia), cinco presidentes sucesivos, marchas, piquetes y cacerola, interbarriales de Parque Centenario, clubes del trueque, constante producción de volantes y textos para tratar de dar cuenta de lo que pasaba, contarle lo que podíamos entender a lxs amigxs que integraban los contingentes de miles de jóvenes que se habían ido del país en los últimos tiempos, enfervorizados debates en la organización y en la facultad, gente que transitaba a cualquier hora por ese departamento porque había que hacer tiempo hasta la próxima actividad o no se podía volver a provincia porque la asamblea había terminado tardísimo, vecinos que conocía en la Interbarrial después de haber convivido durante años en el mismo edificio… En fin, una ruptura absoluta de la normalidad, de la cotidianeidad, de los límites de lo posible. Todo estaba en debate, la lógica de las reuniones de consorcio, de la pareja, del “partido” o de la organización del Estado. Tal vez lo más parecido a una revolución que vaya a experimentar jamás.

No volví a leer los materiales que escribía y difundía entonces como parte de SL, pero quiero creer que si lo hiciera no me darían tanta vergüenza. Creo que nuestra obsesión de entonces por el antiaparatismo, por la primacía del protagonismo social, por la “autoactividad” de las masas y por la necesidad de identificar las semillas de futuro que permitieran “prefigurar” la sociedad que soñábamos, hicieron que no nos sintiéramos tan extrañados frente a esa irrupción social masiva sin direcciones que dejó a tanta izquierda diciendo pavadas.

Ese inmenso poder social derivado de la masiva irrupción popular para cambiarlo todo dejó marcas hondas en la historia nacional, aunque no haya logrado “que se vayan todos”. Hoy que muchxs han  vuelto, los analistas de turno miran cada coyuntura política buscando la que va a constituirse como el cierre definitivo del ciclo abierto por el 2001. Puede ser que haya sucedido o que esté por suceder en términos de dinámicas políticas, de horizontes de expectativas, de formas de organización, etc. Pero para muchxs de lxs miles que tuvimos la suerte y el orgullo de ser parte de aquellos días delirantes no hay forma de que el 2001 se clausure a nivel íntimo. De algún modo siempre vamos a seguir estando allí, transformadxs a perpetuidad por los futuros que durante algún tiempo pudimos avizorar a través del humo de aquellos ardientes días de furia destructiva y de poder creador.

 

 

Me acuerdo: Voces a 20 años del 19 y 20 de diciembre del 2001

Leti Martínez: «Vayan a su casa, hay estado de sitio»