A lxs pobres, naturalismo

Por Mercedes Alonso

Mercedes Alonso propone una reflexión sobre las formas de representación de una clase social por otra, desde la criticadísima propuesta de Pol-Ka en la reciente serie La 1-5/18, donde las representaciones cargadas de prejuicios de lxs villerxs por lxs chetxs es evidente, hasta las películas de César González, pasando por irrupción de no-actores en el llamado Nuevo Cine Argentino en los 90 y otras apuestas, como las del cine de José Celestino Campusano, que se corre del «pobrismo» que esperan lxs espectadorxs.

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Dos afirmaciones de cierta polémica del último tiempo componen una disonancia. En una entrevista de Miguel Savransky y Valentín Huarte para Jacobin América Latina, Lucrecia Martel dice: “Espero una película villera sobre la clase media argentina”. Lo dice al pasar, agrega que necesita saber “cómo nos ven”, pero es el título de la nota con el que discuten todxs lxs que discuten. En paralelo, aparece la crítica a la ficción de Pol-ka La 1-5/18 porque lxs chetxs hacen de villerxs que ahora leo puesta en boca de Silvia Olivera, habitante del Barrio 31, en una nota de Pagina 12 tan bienpensante que combina el reclamo a la ficción con la condena del desalojo que arrasó las “casitas” de la villa de no-ficción (las comillas indican que la responsabilidad por la palabreja es ajena): “La novela muestra lo que la clase media mira y piensa sobre nuestras villas, obviamente bastante alejada de la realidad”.

La primera pregunta es qué es lo que permite que las dos afirmaciones circulen en los mismos espacios y entre las mismas personas sin producir contradicción. Por supuesto que quienes las sostienen no son necesariamente las mismas personas, pero en esa otra aplanadora que son las ideas en las redes sociales se registran las dos cosas y no parece llamar la atención. Por si no es evidente, la contradicción sería esta: estaría bien que lxs villerxs hicieran una película sobre la clase media con la que tienen tanta distancia como la que existe en la otra dirección entre lxs chetxs de Pol-ka y los personajes que encarnan, que pretenderían representar a lxs villerxs.

La segunda, por qué ahora aparece una incomodidad que no existió nunca antes frente a todas las ficciones que hicieron lo mismo, sea en televisión (El marginal, Apache, etc.). La segunda pregunta no tiene respuesta. Puede ser que a Pol-ka y la televisión abierta se le pidan cosas que no se le piden a Netflix: un problema de públicos y de expectativas que es enorme y voy a dejar de lado para ensayar algo sobre la primera, que se puede descomponer en dos problemas:

La villa desde el cielo, en La 1-5/18 y el cielo desde la villa, en Lluvia de jaulas.

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El derecho a la representación o la falacia de la experiencia

La polémica sobre chetxs villeros parece desconocer el concepto de ficción, a la que le pide ser un reflejo de la realidad. De la misma manera, supone que la experiencia directa es el único material con el que pueden trabajar lxs actores y actrices. En ese conjunto de supuestos está la misma idea que critican estas voces. Mientras dicen que en la televisión lxs villerxs solo pueden salir en los noticieros, le reclaman a la ficción que se parezca más a ellos en todo menos en la violencia y el delito. La ficción debería ser como el noticiero pero con otros temas: el mismo grado de realidad que se le atribuye a esta forma de representación televisiva (muy dudoso, por supuesto) y en la implicación de lxs actores. En resumen, para lxs villerxs, naturalismo.

La cuestión ya fue parte del cine. En la década del 90, el Nuevo Cine Argentino, al que se atribuyó -en el momento y sobre todo a posteriori- la función de renovar un panorama cinematográfico supuestamente estancado, instaló como práctica habitual el uso de no-actores o actores no profesionales. Como no se trata de un movimiento sino de un conjunto armado desde afuera, esto no aplica a todo lo que recibe ese nombre, pero aparece en una de las películas que se consideran representativas: Pizza, birra, faso (1998). Si frente a cámara estaban esos sujetos desconocidos para las pantallas en los que se deposita, ahora, la credibilidad de la ficción, detrás de la película, en la dirección, estaban Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, que siguen poniendo en circulación ficciones sobre gente que no se aparece a ellxs pero que nadie cuestiona. Ya nombré El marginal y Apache, en las que participó el primero; el segundo es el director de Un gallo para Esculapio y de Okupas, que también se están viendo en Netflix sin que nadie se haga demasiadas preguntas.

Solo lxs pobres hacen de pobres, solo lxs villerxs hacen villas. En el marco del Nuevo Cine Argentino, pero también en discusión con él, Federico León y Marcos Martínez (que tampoco tienen nada de villeros) filmaron Estrellas. La película hacía la misma pregunta que lxs chetxs y lxs villerxs que reclaman por la representación de los segundos a cargo de los primeros: “¿Por qué contratar actores para que hagan de pobres cuando se puede contratar a pobres verdaderos?”. Pero quien la hace en la película es Julio Arrieta, que organiza una agencia de casting en la Villa 21, donde vivía. Los reclamos ahí son dos y más que protestas bienpensantes son oportunidades bien vistas: si van a mostrar pobres, que al menos nos usen a nosotrxs y si van a usarnos, que podamos controlarlo. Lo que dice Arrieta en Estrellas, que es en definitiva lo que dice la película, no es que solo ellxs pueden hacer de sí mismos, sino que hay que discutir quiénes tienen el derecho y el poder de representar a quiénes.

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El derecho de representación o quién controla los medios de producción

Eclipsados por el título ganchero, los comentarios sobre la entrevista a Lucrecia Martel dejan de lado lo que de verdad es importante. Por un lado, su decisión de mantener la distancia entre los sujetos de la acción y el narrador que lxs desconoce porque no es legítimo ocultarla. Por otro lado, esto: “Por lo que sí debemos preocuparnos es por el acceso de más sectores a la producción narrativa de sí mismos”. Eso es lo que discuten Arrieta, León y Martínez. Eso es lo que nadie reclama cuando ve la serie de Pol-ka. No es tiempo de pantalla ni distancia entre la ficción y la realidad; no es lo que se ve sino cómo se hace.

La película villera sobre la clase media que quiere ver Martel no es una en que lxs villerxs de Arrieta encarnen chetxs (para volver a los términos reduccionistas de la polémica), sino una en que lxs representen como ocurre a la inversa. Estrellas también cuenta la filmación de El nexo, una película de ciencia ficción rodada en la villa; con sus actores, que ya no son solo actores sino que intervienen en la realización, y sin el enfoque que indica la demanda naturalista. Los extraterrestres invaden la villa; la “problemática social”, en todo caso, es uno de esos materiales que la ficción manipula y reorganiza, no lo único de lo que se puede hablar para hablar de la villa. Sin embargo, ni Diego Antico, que dirige, ni los guionistas, Diego y Daniel Rosso, ni la FUC pasaron en la villa más que el tiempo de rodaje. Si acaso.

Entonces hacen falta otras vueltas. No es que lxs villerxs actúen, ni de sí mismos ni de chetxs. No es que participen de una representación corrida de los estereotipos y los lugares comunes, eso que Jacques Ranciére llama reparto de lo sensible: qué experiencias (acciones, sentimientos, pensamientos) se hacen visibles según los rasgos de clase de los personajes y sus mundos. Lo que dice la frase de Martel que estoy tomando como contrapunto del reclamo naturalista es que lxs villerxs tienen que estar del otro lado de la cámara, pero quizás también sea momento de abandonar ese término porque no se trata solo de una inscripción territorial, sino de las condiciones materiales que ubican de un lado y otro de la cámara o fuera de campo, en las películas y en la vida en general.

César González se define como “cineasta plebeyo”. El término importa porque define una perspectiva y una forma de hacer antes que una marca de origen. No importa dónde vive González, sino desde dónde y con quiénes hace sus películas, cómo se financia, cómo circula. Las condiciones materiales con que se inscribe en todo el circuito, no solo las que definen la identidad de algunxs de sus participantes. Importa también que amplíe su universo de representación. Hay películas como Exomologesis (2019) y Castillo y sol (2020) que ocurren puertas adentro y no se tratan para nada de la villa; hay otras, como Lluvia de jaulas, que muestran la salida y que podrían ser las películas que quiere ver Martel, pero no solo eso.

En otro lado, que ya no es la villa, pero que resulta igual de ajeno para lxs chetxs que reclaman, José Celestino Campusano trabaja hace más de una década en una forma comunitaria de producción que tiene dos formas concretas: la productora Cinebruto y el Cluster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires. Las películas se hacen sobre y con el tercer cordón del conurbano. La inscripción territorial está definida en una de sus primeras películas, el mediometraje Bosques, de 2005. Hasta ahí se trata de “autorrepresentación” (la categoría también es de ellxs), pero en 2015 se estrena Placer y martirio, protagonizada por un grupo de mujeres que a esta altura de la banalización terminológica puede definirse como chetas. La película tiene una aceptación mucho menor que las anteriores, que ostentaban espacios, caras e historias del conurbano que se corrían del estereotipo pero resultaban, a su manera desviada, idiosincráticas.

Las expectativas defraudadas frente a la película del conurbano sobre Puerto Madero muestra, desde el otro lado, el mismo problema que el descontento por la tira de Pol-ka. Lo que molestaba de Placer y martirio era, en parte, que defraudaba el voyeurismo morboso por la otredad radical. Con eso no hay mucho que hacer. Lo otro que molestaba era la falta de naturalismo: lxs chetxs no resultaban creíbles y eso se atribuía a un problema del guion o la dirección que lxs desconocía como Suar a lxs villerxs. De nuevo, el naturalismo. Sin embargo, lo que en el diálogo se percibe como forzado es lo que estaba bien en las películas anteriores que eran el punto de comparación. De Fango (2012) a El Perro Molina (2014), la gente habla de un modo que no le corresponde -que suponemos que no le corresponde. Campusano desnaturaliza el habla de lxs pobres con diálogos que no son el pobrismo que esperamos (porque la confrontación nunca es con lo real, sino con la verosimilitud, eso que esperamos o estamos dispuestxs a creerle a la ficción).

La pregunta es quién filma a quién, el derecho de chetxs, villerxs o plebeyxs a representarse a sí mismxs y a lxs otrxs; quién tiene o dispone de las herramientas para hacerlo, pero también qué es el cine y qué le pedimos que haga con ellxs.