Allen Ginsberg: «Renuncio a la histeria pasiva poética»
En julio de 1945, Jack Kerouac se va de Nueva York en busca de un trabajo y Allen Ginsberg se mete en la marina mercante. Desde ahí se escribe esta carta, doce años antes de que la beat generation fuera un movimiento y de que su libro fundacional –On The Road– fuera publicado.
Cher Jacques:
Lamento que no pudiéramos rescatar una última reunión antes de nuestra partida. El buen Dr. Luria [médico de la marina mercante] me dijo que habías llamado y te envié otra postal a toda prisa. Te escribo por última vez con la esperanza de alcanzarte antes de que emprendas el viaje. A moi: mañana por la mañana, tras ahorrarme todos los preliminares, me enrolaré en la marina mercante. Incipit vita nuova! El lunes partiré hacia Sheepshead Bay, donde espero instruirme en todas las extrañas realidades que aprendí en la temporada de purificación.
Tu carta llegó cuando ya había vuelto de un inútil viaje a Nueva York para recuperar el esplendor de otros tiempos y llegó casi como una carta del pasado que me hizo recordar todas las emociones que había estado buscando días antes.
Pero Jack tené por seguro que volveré a Columbia. Bill (Burroughs) nunca me aconsejó que me alejara del manantial de la educación superior. Pero debería volver para terminar la carrera aunque fuera solo un peregrinaje de aceptación de tiempo anterior.
De tarde en tarde he tenido noticias de Celine (Young): la vi hace dos semanas. Probablemente la veré antes de que me marche. Hal (Chase) volvió a Denver para pasar el verano (hace unas semanas). Nada de Joan (Adams), ni de John (Kingsland). Aún veo a (Lionel) Trilling, de vez en cuando me ha invitado a ir a su casa (sí, recibí la investigación, lo admito, con el placer que siento normalmente por esas cosas). Espero que me escriban desde París; en cualquier caso, por favor, escribí cuando vuelvas a EEUU. Y antes de que te vayas a California.
Entiendo y me conmovió que te dieras perfecta cuenta de que ya no éramos los mismos, comme amis. Lo he visto y he respetado este cambio, en cierto modo. Pero quizá debería explicarme, porque me siento muy responsable de lo ocurrido. Somos personas diferentes, como solés decir, y actualmente lo reconozco con más sinceridad que antes, porque antes tenía miedo de esta diferencia, quizá me avergonzaba de ella. Jean, vos sos estadounidense de un modo más completo que yo, más plenamente hijo de la naturaleza y todo eso es gracias a la tierra. Vos sabés (permitime la digresión) que eso es lo que más he admirado en él, en nuestro animal salvaje Lucien. Era el heredero de la naturaleza; la tierra lo había dotado con todas las bondades de su forma, física y espirituales. Su alma y su cuerpo estaban en armonía y se reflejaban. En muchos aspectos sos su hermano. Por clasificar de acuerdo con tus propios términos, aunque mezclados, ustedes son románticos visionarios, y esa es mi debilidad y quizá mi fuerza; en cualquier caso se trata de una diferencia. En el sentido menos romántico y menos visionario, yo soy judío (con capacidad introspectiva y un eclecticismo inherente, quizá). Pero soy ajeno a la gracia natural de ustedes, al espíritu que saben propio de un participante en Estados Unidos. Lucien y vos se parecen mucho a Tadyis; yo no soy tan romántico ni tan imperfecto, como para considerarme Aschenbach; aunque solitario, no soy un exiliado cósmico como [Thomas] Wolfe (o vos mismo), pues también soy un exiliado de mí mismo. Respondo a mi patria, a mi sociedad como vos, con hastío y lasitud. Gritás: “oh, estar en una ciudad lejana y sentir el sofocante dolor del yo no reconocido”. (¿Te acordás? En otro tiempo fuimos yoes fundamentales.) Pero yo no deseo huir hacia mí mismo, deseo huir de mí mismo. Deseo borrar mi conciencia, el conocimiento de mi existencia independiente, mis culpas, mi secretismo, lo que vos (quizá con crueldad) llamarías mi “hipocresía”. No soy ningún hijo de la naturaleza. Soy feo y defectuoso ante mí mismo, y no puedo ni con la poesía ni con visiones románticas exaltarme en gloria simbólica. Para que no me malinterpretes, no veo, o no veo todavía, esta diferencia como una inferioridad. He presentido que dudabas de mi… ¿podemos llamarla fuerza artística? Jean, hace mucho que he dejado de dudar de mi capacidad como creador o iniciador artístico. De esto estoy seguro. Pero aunque dudara, a diferencia de vos, no puedo verlo como resplandor definitivo, o como gloria salvífica, o genio redentor. El arte ha sido para mí, cuando no me engañaba a mí mismo, una flaca compensación por lo que deseo. Me aburren esas ansias frenéticas, estoy harto de ellas y por lo tanto de mí mismo, y desprecio, aunque con tolerancia, toda mi vasta capacidad para la autocompasión y la infelicidad autoexpresiva. ¿Qué soy? ¿Qué busco? El engrandecimiento, como vos lo describís, es una descripción superficial de mis razones y mis objetivos. Si quiero hacer demasiado por amor es porque lo ansío mucho y lo he conocido poco. El amor es quizá un narcótico; pero sé que también es creativo. Más como un engrandecimiento que trasciende la autoanulación a que aspiro y niega la capacidad de engrandecerse. No sé si entendés lo que estoy diciendo. Renuncio al dolor del “yo frustrado”, renuncio a la histeria pasiva poética; he conocido ambos demasiado, y estoy agotado y débil por haberlos buscado con demasiado éxito. ¡Estoy harto de esta maldita vida!
Bueno, estos últimos años han sido los que más se han acercado al cumplimiento de mis deseos y he de darte mis más sinceras gracias por el regalo. Hiciste bien, imagino, en guardar las distancias. Yo estaba demasiado en esa satisfacción y me conducía de un modo más bien grosero, con todas mis payasadas y mi consciente manipulación de tu lástima. Ponía a prueba mi paciencia y mi fortaleza incluso más quizá que las tuyas. Vos te comportabas como un caballero; aunque creo que me tomaste demasiado en serio, atribuiste demasiado valor simbólico a mis movimientos y fricciones. Había mucho en mí y en mis actividades que no era meramente irónico, sino también gratuito e insensato. No puedo olvidar las sonrisas tolerantes de Burroughs mientras le explicaba entre bromas y veras todos los tortuosos caminos de mi inteligencia. Sin embargo, Jack, yo era consiente de todo lo que hacía, e interiormente sincero en todo momento, y esto siempre lo he sido. Me pregunto si percibís los significados que no puedo explicar. Bueno, aunque en poesía mienta inocentemente y eleve estas frustraciones al rango de “heridas”, tengo iluminaciones penetrantes y sé lo que me digo. En cualquier caso, si sos capaz de entenderme, te pido que seas tolerante; si no, te pido perdón. Cuando volvamos a vernos te prometo que habrán transcurrido siete meses provechosos, que volveremos a encontrarnos como hermanos de comedia, lo que vos quieras, pero hermanos.
Lo que nos espera no lo sé; una despedida es nuestra herencia; la estación muere temporalmente y hasta que resucite también nosotros debemos morir. A todos los que perecen, a todos los que pierden, adiós; al desconocido, al viajero, al desterrado les digo adiós; a los arrepentidos y jueces, adiós; a la juventud pensativa y estruendosa, adiós; a los niños amables y a los hijos de la ira, a los que tienen flores en los ojos, de tristeza o de enfermedad, un tierno adiós.
Allen
Traducción de Antonio-Prometeo Moya