Aníbal Zaldívar: “La poesía sana, porque nos abre a nadar en cada uno”

Por Leo Baldo

Leo Baldo entrevistó para Sonámbula a Aníbal Zaldívar, quien hace años dicta en Villa Gesell el taller «La poesía y el mar», en forma gratuita y ahora accesible por plataformas digitales. La experiencia marítima y poética que está atrás de la hermosa película de Fernando Spiner La Boya.

“Si el nadador tristea,

todo el mar es su lágrima,

todo el ruido del mar

es su tonada,

todo el mar es de vino”

Jorge Boccanera, Fragmento

 

Aníbal Zaldívar nació en la ciudad bonaerense de Banfield. Tiene 63 años. Es poeta, guionista de cine y periodista. A los 12 años, en 1969, se fue a vivir junto a sus padres a la ciudad de Villa Gesell. Luego de pasar por Adrogué, su padre se enferma, pierde su laburo y su vieja, docente, decide poner un colegio en la ciudad costera. Así se instalan cerca del amplio e insondable atlántico que baña las costas de la provincia de Buenos Aires.

Charlamos vía Zoom, como corresponde en esta en esta época. Él lo hace desde el cuarto en el que le entrega la boya a su amigo, el director de cine Fernando Spiner, en su casa, a 16 cuadras del océano. Veo objetos hechos para el mar: cañas, reeles, sombrillas; bártulos amigos de la sal y contempladores de los oleajes. La Boya es la película estrenada en diciembre del 2018 sobre la vida de dos amigos, la poesía y el mar. La cinta empieza en la playa de Villa Gesell y luego se muestra la casa del entrevistado, particularmente esa cocina donde le prepara un bagre de mar a su amigo. Comunión y charla.

En épocas de pandemia, sostiene en forma virtual su taller sobre poesía y mar, que comenzó en el entorno civil hace muchos años. Por eso en parte esta nota, porque hay un antes con ritmos y pausas de diferentes derivas, con métricas y versos que aún procuran, por un momento, transmutar a marejadas que viajen a todo el país desde una cámara y micrófono. Aníbal puede ser una especie de pez grande, conocedor del mar, y las personas que se suman y comparten el viaje hacia lo profundo de “lalengua”, rémoras que lo acompañan.

-¿Estuviste siempre viviendo al lado del mar?

-Hice hasta cuarto año acá, en quinto volví a Adrogué y terminé la secundaria ahí en el 74. Después de haber vivido toda la adolescencia acá, en Gesell, que fue hermosa, me quedé en el Gran Buenos Aires hasta el año 79. Antes estudié periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora, cuando recién iniciaba la carrera. Fue justo en la época de Isabel Perón. Después vino el golpe. Hice unos años de periodismo, luego estudié filosofía y un profesorado de historia. No terminé ninguna de las tres carreras y volví a Gesell a los 22 años.

-Hiciste carreras que tienen que ver con las letras, con el pensamiento y los discursos. ¿Ahí ya escribías poesías?

-En el año 73 escribí mi primer poema, mientras cursaba cuarto año acá, en Gesell. Tenía una relación con la poesía, porque a mi viejo le gustaba mucho. También a mi hermana. En casa circulaba mucha poesía. Incluso con Fernando Spiner, en esa época, leíamos mucha poesía. Teníamos discos de Neruda, de Nicolás Guillén, de algunos poetas españoles republicanos. Recuerdo haber escuchado, en casa de Fernando, discos de Armando Tejada Gómez. La poesía estuvo presente en mí, desde muy chico.

-De profesión, ¿periodista?

-Si, porque cuando me vine a vivir acá, con 22, me casé con mi mujer, que entonces tenía 20. Enseguida tuvimos dos hijos, el más grande ahora tiene 40 y el más chico 38. Tengo una nieta de 21, un nieto de 13 y una nieta de 11, que son los tres que aparecen en la película La Boya. Volviendo: Necesitaba trabajar para mantener a mi familia y comencé a dedicarme al periodismo; siempre me interesó más la poesía, pero el periodismo me permitió generar más ingresos. Primero laburé en un medio gráfico, luego en un canal, en el 85 en el videocable (el de acá fue uno de los primeros que hubo en el país). Durante 6 años hice los noticieros de la TV y también conducía los programas debate. En el año 87 comenzamos, con un compañero de trabajo, nuestro periódico El Fundador, donde publican sus notas los escritores Juan Forn y Guillermo Saccomano. Viví siempre de ese trabajo, dirigiendo un periódico, que era mío y que hace tres años que quedó en manos de mi hijo mayor, ya que ahora estoy medio jubilado. A veces hago algunas notas, pero me desligué bastante.

 

La poesía y el mar

-¿Cuándo nace el taller en donde vinculás las letras y las olas?

-Empieza en el 2008 en el Centro Cultural El Ventanal, pero en el 2011 me traslado a chalet Don Carlos, en el pinar. Ahí, en la casa donde vivió Don Carlos Gesell hay un centro cultural donde hago las charlas de la Poesía y el Mar todos los veranos.

-¿Qué fue lo que te llevó a generar esos encuentros en donde se comparte poesía y mar?

-Me pasó que me sentía demasiado encerrado, demasiado para adentro. Siempre elegí esos poetas que hablan de mar. Ya en el 83 y 84 había hecho una especie de selección de poemas que publicaba en un periódico. En un momento tuve la necesidad imperiosa y fui con la propuesta a ver al encargado del Centro Cultural El Ventanal y me dijo que sí. Y ahí empecé, empecé por la necesidad de no estar guardado y metido para adentro. Ese fue un momento de partida, un estado con una imperiosa necesidad de compartir.

-¿Algunxs autorxs te llevaron hasta tu taller?

-Hay, sí. Desde el principio estaban muy presentes las poesías de Borges sobre mar, una de ellas es leída en La Boya. Después, poemas de Neruda, que tengo siempre a mano, y algunos poemas de Walt Whitman. La posibilidad es infinita, porque casi todo poeta le escribió y escribe al mar. Ahí aparecieron muchos otros: Alfonsina Storni, Rafael Alberti, Viel Témperley, Fernando Pessoa y muchxs otrxs.

-¿Cuántas personas eran al principio?

-Éramos entre 15 y 20. El público fue rotando, pero siempre hubo un interés permanente. En ese momento había comenzado a ir a la Facultad de Mar del Plata, a la carrera de Letras. Tenía como objetivo realizar alguna materia académica, y ahí me metí de lleno con la literatura clásica y con las cátedras de griego y latín. Ahí conocí a personas que ahora participan de las charlas: Marcos Ruvituso, profesor de griego, y Arturo Álvarez, profesor de latín. Junto a ellos hice un recorrido profundo por la literatura clásica que me pareció muy nutritivo. Ahí descubrí el ABC de la literatura, de la cultura. Me metí mucho, estuve durante 10 años viajando a Mar del Plata, haciendo esas materias y sobre todo un recorrido por los autores griegos: mitos griegos, literatura griega. Tanto las obras de Homero, como la Epopeya y toda la tragedia, Eurípides, Esquilo, La Comedía de Aristófanes… Eso lo leí bastante, en profundidad. Luego la poesía de Virgilio, Horacio. Ahí, pienso, están los tópicos que muchos poetas y muchas poetas luego tomaron y retomaron al largo de la historia y de la cultura occidental. Fue un periodo muy nutritivo, porque tanto alumnos como profesores me traían mucha poesía sobre el mar. Y, repito, ahora ellos mismos, se engancharon con las charlas que damos; al punto que todavía los vemos en estas charlas por zoom que hacemos lo sábados.

-¿Los encuentros nacen siendo semanales?

-En principio fueron durante enero y febrero, todos los veranos en el bosque de Gesell, y ahí cada semana aparecían nuevos poemas. Entonces comencé a armar esos tópicos fundamentales entre el mar y la aventura, el mar como espejo del hombre, el mar y el amor, el mar y la muerte. Mientras tanto, yo seguí publicando, pero me sumergía cada vez más en la poesía y el mar. Y de ahí surgió toda la experiencia de La boya porque, como bien cuenta Fernando, entrábamos al mar y charlábamos de poesía. Ese fue el esquema un poco simple de cómo fue surgiendo todo esto.

-Fernando Spiner relata en una nota en el diario La Nación, que tu taller fue el catalizador para la película que hicieron juntos y que hoy está abierta en la plataforma Vimeo.

-Exacto. Los talleres están desde hace mucho y Fernando participó de varios encuentros. Simultáneamente nos metíamos al mar, teníamos la experiencia de ir hasta la boya y en esas nadadas yo le hablaba de los poemas que estaba preparando para las charlas. Conversábamos de la vida, de lo que dos amigos versan habitualmente. Creo que ahí surge la idea de la película. Una de las fuertes inspiraciones que tuvo él, fueron esas charlas que hacíamos.

-¿Creés que para escribir sobre o sentir el mar, hay que vivir cerca de él?

-No sé, es difícil. La experiencia de meterse en el agua y tener una experiencia con el mar seguramente hace una diferencia. Uno de los chicos que participa de una charla, Daniel Rubio, cuanta una anécdota de un poeta que gana un concurso en España dedicándole un poema al mar y Borges, que estaba de jurado, le pregunta: “Bueno, qué interesante este poema que usted escribió sobre el mar, ¿nos podría contar qué va a hacer con el premio?”. Y el tipo le contesta: “Con este dinero voy a aprovechar y viajar a conocer el mar”. No lo conocía y había ganado un concurso con un poema dedicado al mar. Misteriosamente había podido expresar al mar sin haberlo conocido. Hay una novela de Kafka que se llama América. Es extraordinaria. La vez pasada leía que Kafka nunca había viajado a América. Él leyó un libro de alguien que había viajado a América y, tomando eso, más su propia imaginación, escribió esa magnífica novela que hace imposible pensar que él no estuvo ahí.

-Para las personas que nadamos o intentamos escribir hay un momento en el que entramos al mar donde, después de pasar todas esas rompientes, nos entregarnos a esa deriva o marea maravillosa que hace que entendamos algunas cosas sobre la inmensidad. ¿Vos creés que el miedo que sentimos en ese recorrido a puro braceo es comparable con el miedo que se presenta ante una hoja en blanco?

-Si, sin dudas, porque la hoja en blanco es una invitación a ocupar un espacio de aventuras, un espacio que está disponible, vacío, ¿no? Te invita a nadar o a navegar ante lo desconocido, como una poesía que se va a escribir.

-Hace poco diste una charla sobre poesía, magia y psicoanálisis. Y ahí, entres muchxs autorxs, salió Piglia con su «Arte de Nadar», donde dice que “el psicoanálisis es en cierto sentido un arte de la natación, un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está tratando de hundirse”. Interpreto: se busca un nuevo lenguaje.

-Es hermoso lo que dice Piglia. De algún modo La Boya representa esa inmensidad y ese punto de referencia que nos permite mantenernos a flote y, a la vez, es una invitación a soltar la boya. Por eso, yo creo que todo poema es un viaje que puede ser hasta una boya, y después eso termina y vuelve a comenzar cuando te metés de nuevo en el mar o volvés a enfrentarte con la hoja en blanco. Es algo cíclico, algo que está  por hacerse. Por eso, me parece que una de las cosas que permite entender poéticamente la película es que la boya tiene que perderse. Eso es fundamental, en el sentido de esa analogía que vos planteás sobre la entrada al mar y la hoja en blanco.

 

De la proximidad cuerpo a cuerpo al taller virtual

-Debido a la pandemia, ya no se encuentran más cara a cara para reunirse, pero el taller La Poesía y el Mar sigue por Zoom. ¿Cómo se originó eso? Porque gracias a esos encuentros virtuales estás llevando el mar y la poesía incluso a lugares que no tienen mar.

-Acá hubo algo extraordinario, porque habíamos concluido con las charlas en el bosque y Alicia Benítez, una fiel participante de las charlas, que está todos los veranos desde hace seis o siete años, me dice: “¿Por qué no das las charlas a través de internet?” Y me pareció una propuesta muy válida, así que el 18 de abril comenzamos con la primera reunión por Zoom y a partir de ese grupo inicial de 15 personas se fueron sumando un montón. Muchos que vieron la película La Boya llegaron al taller. Mirá, yo tengo una lista de 98 personas interesadas en las charlas, a las cuales yo les mando el ID de Zoom y los informes semanales y, de estas 98, entre 25 y 30 se suman cada sábado.

-¿Te detuviste a pensar en esto que generaste?

-No hay que pensar mucho. Lo entiendo, lo disfruto; me encanta. Lo hago con mucho placer y pasión. No es un esfuerzo hacer los informes. Hay mucha fuerza en esas charlas, porque aparece gente que lee poemas de otros autores, generalmente grandes autores, muy fuertes, poemas tremendos; y otrxs que son poetas y que se entregan con sus escritos y los comparten a corazón abierto. Eso me parece fantástico, porque es una era nueva de las charlas, porque una cosa era ver gente los sábados a la tarde en el chalet (donde hubo encuentros físicos con 90 personas y otros donde la gente se quedaba en la playa no no venía nadie) y otra es etapa de Zoom donde vos que estás en 25 de Mayo, Daniel y Graciela que están en Buenos Aires, mi hermana en Córdoba, Silvia y Fabio que están en Italia, otra persona en Óregon, Estados Unidos… Bueno, gente de La Plata, de Alvear, Hungría. Es una etapa nueva de apertura. Es una explosión magnífica.

 

El taller como espacio de salud mental

-Más allá de que es un encuentro de formación, de producciones y de escucha, ¿no te parece que este espacio, en el marco de la pandemia, funciona como dispositivo de salud mental? Se dice siempre que el arte es salud.

-Seguramente. Sin duda. Con pandemia y sin pandemia es un espacio de salud, un espacio vital. La poesía sana, porque nos abre a nadar en cada uno. Es una experiencia que invita a largar, un espacio de catarsis porque uno libera las energías y libera la palabra. Ponés algo en palabras y creás algo que antes no existía; así como la naturaleza crea a los árboles, a las flores, a las nubes. Así como el mar crea las olas. Todos creamos, y todas esas cosas, fantasmas, tribulaciones, alegrías, toman forma de poema y, al compartirlo con otras personas, hay un efecto de alivio. Algo que a mí me moviliza mucho es cuando las personas traen sus propios poemas. El último sábado Graciela García (una participante poeta, docente y lectora) contó que a raíz de los encuentros fue al cajón, lo abrió y sacó uno de sus poemas y lo leyó. Eso significa que se reencontró con sus propios poemas. Y bueno, eso es fuerte, porque pudo reencontrarse con un ser poético dormido, olvidado, encajonado. Lo mismo pasa con Graciela Vergel, Damián Katz, Susana, Florencia, Jorge, Miguel. Todxs leen y componen. Es un espacio de creación y de salud.

-¿Creés que el mar, con sus olas y corrientes, tiene diferentes ritmos o métricas, como lo tienen los poemas y sus estilos?

-Seguro. Todo el tiempo, la comunión con el mar para mí es permanente. Creo que se trata un poco de escuchar lo que tenemos en común con el mar. Ojalá tengamos la sensibilidad suficiente para escuchar lo que el oleaje nos dice todo el tiempo. Los poetas, en toda la historia, han hecho poesía han escuchado al mar. Los poetas que hemos leído están en esa escucha con el mar, con el ritmo del oleaje y la variedad infinita que tiene la música del agua. Creo que eso se puede trasladar a cualquier cosa que veamos. A una hormiga, un árbol, al viento. Todo tiene su música y su ritmo. Hay que escucharlo.

-¿Somos panteístas?

-Exactamente. En todo está dios, como decían los griegos. Creo profundamente en eso. Lo veo en el yoga (mi mujer es profe de yoga). Todos somos panteístas, todos somos uno. Como lo digo en La boya, luego de pescar el bagre de mar sentí que entre ese pez y yo hay una continuidad, por lo que más que matarlo y comérmelo, hay algo de energías que se retroalimentan. No hay muerte, las cosas siguen viviendo de alguna manera, se reciclan. Por ejemplo, el espíritu de Lito Spiner vuelve a La Boya, porque lo releímos cuando estábamos terminando el guión. Recién ahí redescubrimos la poesía de Lito. Había leído algunos fragmentos y cuajaban perfectamente para la peli. Se los mandé a Fernando, los releyó y fueron. En la peli, están la voz de Fanego, aparecen casi al final. Quiero decir con esto que al proceso de construcción de la película lo vivimos como un milagro.

-¿Creés que el espíritu de Lito, más allá de estar en la película, está todos los sábados en la Poesía y el Mar?

-Yo creo que si. Sin dudas. El espíritu de Lito y de cada uno de los poetas que leémos. Estamos muy sorprendidos con lo que se originó sin haberlo planificado.

-Cuando decís “planificado” se me viene la imagen ir nadando, entregarse a la marea y que me lleve, ¿no?

-Tal cual. Fue eso. Como ver La Boya es meterse al mar. Como la hoja en blanco. Acá hay una cuestión que estamos diciendo: si corremos, el deseo y el ego y dejamos que entren las voces, los otros espíritus pueden expresarse a través nuestro. Ese me parece que es el ejercicio del poeta. Si uno tiene demasiado ego, no anda. Onetti dice que hay dos tipos de escritores, los que quieren escribir y los que quieren ser escritores; entonces lo que hay que hacer es escribir. Si yo quiero ser escritor, ya estoy pensando en una figura y eso no sirve.

-¿Creés que hay que vaciarse del lenguaje para encontrar la poesía?

-Tal cual. Hay que armar espacios de silencio y de escucha. El poema sucede, es un milagro. Depende mucho de nosotrxs y no depende mucho de nosotrxs.

-Una vez que la pandemia termine, ¿qué va a pasar con el taller La Poesía y el Mar por internet?

-Vino para quedarse. Sigue vivo. Va a seguir. El espacio está y sigue porque está ese vacío. Nos encontramos ahí, hay una catarata de poemas, luego se termina, y de vuelta hay que irse al mar para buscar otros. Mientras esté el mar invitándonos, va a seguir. Cada persona tiene un poeta adentro para hacerlo escribir, para hacerlo vivir.

 

En el sitio www.anibalzaldivar.com podés conocer la obra de Aníbal Saldívar y su taller gratuito. El sábado se envía el link para el encuentro y luego las personas comparten escritos, conversan, se escuchan, se contienen, se poeman. Durante la semana Anibal comparte en las redes la producción.