Beto Pianelli: «El sindicalismo sin batalla cultural te puede llevar a lugares peligrosos»

Entrevista: Juan Mattio, Pedro Perucca / Fotos: Malena Q

Conversación sonámbula con Beto Pianelli, secretario general del Sindicato del subte, para pensar la articulación del campo cultural con la actividad política y la disputa del tiempo libre. Así inicia una serie de entrevistas con referentes políticos de distintas tradiciones para pensar cómo interfieren sus intereses en la música, el cine y la literatura en su militancia.

-¿Cómo se articula la cultura con la actividad política y sindical?

-Yo venía de la militancia política y entré a trabajar en el subte en la década del 90. Entonces empezó mi actividad sindical, aunque entonces nadie sabía que eso que estábamos haciendo era una actividad sindical. Mientras tanto yo me fui replanteando mi militancia política y entonces me llega un texto que, en algún sentido, me genera una crisis. Era un capítulo del libro de Hernán Camarero A la conquista de la clase obrera. ¿Qué es lo que me impacta? El capítulo que me llega contaba cómo el Partido Comunista a principio de siglo tenía políticas fundamentalmente hacia la vida social de los trabajadores. Es decir, en un momento en todo local -sea comunista, anarquista o socialista- tenían un coro coral, una biblioteca, un grupo de teatro, se daban política hacia los niños y, también, se hacían fiestas. Por ejemplo, cuando la iglesia crea Boy Scout, el PC arma los Pioneros. Otro ejemplo: cuando sale Billiken, el PC lanza la revista El Compañerito, que si bien era una estalineada tremenda habla de una idea de cómo hacer política. ¿Qué conclusión saca el autor de eso? Que se estaba peleando por ganar el tiempo libre, por entrar en la vida social de los sectores populares. Y si bien Camarero concluye que no se alcanzó a formar una cultura comunista porque no tuvo ese alcance, a mí me hizo entender que si las prácticas sindicales no estaban impregnadas de una batalla cultural, te puede llevar a lugares muy peligrosos.

-¿Y cómo se traslada esa idea al sindicato del subte?

-Bueno, esa es nuestra mirada colectiva desde antes de ser sindicato, cuando éramos todavía cuerpo de delegados. Entonces, en cuanto pudimos, hicimos una editorial que publicó texto de compañeros que escribían, libros de ficción y de historia, también le pedimos a distintos historiadores que trabajaran en textos de divulgación para nuestra editorial. En alguna época también editamos documentales: La crisis causó dos nuevas muertes, las de Raymundo Gleyzer, Sicko de Michael Moore, y cuando fue el conflicto por la 125 editamos documentales sobre la soja para dar esa batalla cultural y construir formación ideológica. El sindicato también tiene una radio que se llama Subte Radio y una revista de cultura que la organiza el Tano Jorge Pisani. Y la última experiencia es nuestra participación en Radar de los Trabajadores, que es el ámbito cultural que está organizando María Seoane  y otros compañeros.

Es decir, nosotros le damos una importancia fundamental. Cuando decimos que queremos hacer un sindicalismo distinto, es esto. Porque uno está siempre tentado de hacer un sindicalismo tradicional, porque es más fácil y más cómodo, pero intentamos ir a contramano. Porque el sindicalismo tradicional no sólo es el economicismo, sino también la bastardización de las cuestiones culturales. Y nosotros hacemos todo al revés, porque hay sindicatos que contratan a alguien para estos temas, pero nosotros creemos que tenemos que ser sujetos de estas iniciativas, por eso yo hice en su momento el programa de radio que se llamaba Dos horas menos y ahora la radio la llevan adelante compañeros y otros hacen la revista de cultura sin una sola nota de afuera.

-¿Y por qué el nombre Dos horas menos?

-Porque el programa trataba sobre el tiempo libre de los trabajadores y cuando ganamos la reducción de jornada, empezamos a ver que había muchos compañeros que usaban ese tiempo para estudiar, para hacer deporte, para estudiar algún instrumento. Por ejemplo, un compañero va al programa un día y cuenta que cuando su hija cumple 15 años le compra un arpa. Ella no lo tocó nunca pero empezó a tocar él. De hecho, cuando vino Lugo a la Argentina lo llevaron para tocar. Y su laburo es bajar los chasis de los trenes, un trabajo de fuerza, pero ahora lo ves y tiene los dedos vendados porque sale del trabajo y se va a tocar el arpa. Entonces, eso que ya existe en la vida de los compañeros, se empezó a socializar con las experiencias culturales del sindicato. Y en la medida de nuestras posibilidades, también nos interesa incentivar a que los compañeros hagan cosas.

 

 

La cultura del rock

-¿Cuál es tu relación con el tiempo libre? ¿Te interesa la música, el cine, la literatura?

-En la prehistoria de mi vida, por ejemplo, tuve una sala de ensayo. Yo tenía 15 o 16 años, eran los tiempos de la dictadura, y mi adolescencia pasó por el mundo del rock. En una época donde ir a ver rock era terrible, de hecho yo conozco todas las comisarías viejas por ir a recitales. Me tenía que a ir a buscar mi viejo y muchas veces me rescató porque yo tenía el pelo largo y la policía me quería cortar el pelo. Y en el año 80 nosotros vivíamos en un PH que alquilaban mis viejos y queda vacía la casa de adelante. Entonces le pido a la dueña, que era como parte de mi familia, si me la presta para que unos amigos míos puedan ensayar ahí. La banda se llamaba Mr. Magoo y que fue bastante conocida en el under de ese momento. Y la cosa se fue poniendo turbia porque entraba a la casa gente con pelo largo, que iban y venían, y cada tanto algún vecino llamaba a la policía. Una vez mi viejo vio entrar tres tipos con pistolas desenfundadas entrando a la casa, él estaba durmiendo y sale y pregunta: ¿Qué pasa? Y ellos que le responden: Nos avisaron que acá hay gente rara. Y así todo el tiempo.

-¿Y qué bandas escuchabas?

-En ese momento escuchaba Led Zeppelin y Deep Purple. Pero como en este país siempre todo es un Boca-River, se convirtió en un clásico y a mí me gustaba más Zeppelin. Siempre fui para el lado más rockero y no tanto del metal. Y acá, en Argentina, iba a ver a todo el mundo. Por ejemplo, el famoso concierto de Pan Caliente de Los Redondos, donde salieron unas chicas con mallas transparentes, y terminaron todos presos: yo estuve ahí y también terminé preso. Nos  subieron a todos a unos colectivos de la línea 65 y no sé cuántas comisarías llenaron con nosotros esa noche. Igual, lo que a mí me parecía mucha gente en ese momento debían ser unas 500 personas. Siempre en lugares muy chicos como Jazz y Pop en San Telmo o el Auditorio Buenos Aires en Florida. En esa sala vi a Miguel Abuelo y alguna vez nos sacó la policía con el Negro Rada y todos los músicos, presos, en fila india, hasta la comisaria 1era. En la dictadura era así: ibas al concierto y no sabías dónde pasabas la noche.

-¿Hay algo de esa cultura del rock que te hayas llevado después a la militancia?

-Era un ambiente transgresor que, después de la guerra de Malvinas, se convierte en contracultura. Porque esa música empieza a escucharse en todos lados, los grandes sellos empiezan a comprar derechos para grabar discos y muchos músicos se transforman en estrellas de rock y salen del under porteño. Porque si bien ya estaba Charly que es, con sus cosas buenas y sus cosas malas, uno de los grandes músicos de este país; pero de pronto cualquiera se podía transformar en una estrella de rock. Sumo, por ejemplo, que después de la muerte de Luca se transformó en un mito, era más careta que el Topo Gigio. Pero yo viví el under anterior a la democracia que era otra cosa. Lo que vino después también fue interesante, desde el Parakultural hasta Cemento, pero en ese momento yo ya estaba militando. Y el rock parecía más careta mientras nosotros estábamos con The Clash y Sex Pistols.

-¿Cómo llegaste al punk?

-Llego de una manera increíble. Un día estábamos con el bajista de Mr Magoo volanteando un recital dónde iban a tocar. Y compartían fecha con una banda que se llamaba Rosanrol Band que lideraba un tipo que le decía Rose y que estaba completamente loco. Esta banda había circulado unos cinco o seis años antes, hacían rock cuadrado, pero lo hacían mal. Y eran contemporáneos a la moda del sinfónico: Génesis, Yes, todas bandas con las que ahora me duermo. Y en ese momento el único que hacía rock y bien era Pappo. Ese día se anuncia: Vuelve Rosanrol Band, como si fuera un acontecimiento pero los conocíamos solamente nosotros. Y tocan con tres bandas: Mr Magoo, Trixy y los Maniáticos y Los violadores. Y yo pregunto: ¿quiénes son estos? Alguien me dice: son punks. Y yo, otra vez, ¿y qué carajo es el punk? Y veo unos 20 o 30 nenes con los pelos en cresta que tiraban cosas para todos lados. Y al lado, el público de Rose que eran todos pelilargos que los miraban raro. Y arranca Trixy a cantar, sobre una cosa monocorde y horrible: no tenés tiempo para hacer el amor y te la pasás mirando la televisón. Y yo me agarraba la cabeza y decía: ¿qué es esto? Después suben Los violadores que sonaban un poquito, no mucho, un poquito mejor. Y tocan, como último tema, Represión que era su hit me enteré ese día y ahí los pibes se pudrieron, uno agarró una silla y la tiró al escenario. Y desde el escenario le devuelven, contentos. Se arma una batalla campal. Nosotros salimos por los techos de una casa lateral y el resto terminó todos presos. Así que mi primer contacto fue que me llamó la atención pero para mal, mal, mal. Pero un tiempo después me llega, a través de un amigo, London Calling y ahí me enamoré: era el mejor disco de la década del 70 pero grabado en la década del 80.

 

-Una vez le preguntaste a Acho Stol de La Chicana por qué no escribía desde la clase obrera. ¿Qué es escribir desde la clase obrera?

-En primer lugar, Acho me parece uno de los mejores letristas que escuché en mi vida. Y una noche estábamos en Los Chisperos y le pregunté porque los personajes de sus letras eran siempre marginales pero no trabajadores. Y la explicación que me dio él fue que lo que podemos llamar el realismo socialista no le interesa. Y yo le dije que a mi menos pero que una historia desde la clase obrera no tiene por qué ser un lamento sobre la represión o la explotación. Me parece que, por ejemplo, el Tata Cedrón hizo algunas canciones desde ese lugar. Porque creo que ese aspecto de la vida cultural de los trabajadores o no se expresa o se expresa desde la denuncia o el lamento. Silvio Rodriguez, por ejemplo, creo que también hizo cosas desde ese lugar pero a mí no me gusta. Reconozco que es un prejuicio que empieza cuando en la apertura democrática el PC impone a Silvio, a Violeta Parra y a Quilapayun. Pero reconozco que su poesía no es realismo socialista, al contrario, tiene cosas muy buenas. Pero bueno, en la época más trosca había que escuchar esas cosas y por otro lado había prejuicios con otras.

-¿Pasa lo mismo con la literatura?

-En cuanto a la literatura, hace mucho tiempo que no puedo leer. No me da el tiempo, no puedo leer por toda la locura. No bajo leyendo. Hay gente que baja, pero yo no. Tengo que empezar catorce veces porque mi cabeza sigue funcionando. Siempre hago el chiste de que voy a leer todo cuando vaya preso. Materialismo y empiriocriticismo de Lenin y El capital los voy a leer cuando vaya en cana.

-¿El partido te dio un gusto, unos autores que estaban bien vistos, cosas que estaba bien leer o escuchar?

-En la militancia nuestra, en la corriente en la que yo me formé, en el MAS, había toda una historia que tiene que ver con lo que había dicho Trotsky, con el Manifiesto surrealista, con Rivera, Bretón, todo eso… Con la vanguardia. Me encanta, sobre todo en pintura y cine, pero era eso y nada más. Todo lo demás se descalificaba. Todas las sectas hacen eso. Lo que me contiene está bien y lo que no, lo descalifico. Después vas creciendo y ves que jamás a nadie se le ocurrió decir esa estupidez. En todo caso eran críticas pero en el marco del reconocimiento de lo otro.

En ese marco uno hacía cosas porque había que hacerlas. He visto cine que no lo entendía. Ahora no me banco nada de eso. ¿El otro día qué fui a ver que me pareció una porquería absoluta? Era una cosa que venía con unas críticas maravillosas… ¡Zama! A mi compañera le dije: ¿De qué se trata? No sé, parece que es muy buena. Bueno, vamos. Pero yo quería ir a ver Superman. Y cuando estaba viendo Zama dije: ¿Qué estoy haciendo? ¿La vieron ustedes? Una fotografía hermosa, eso sí. Maravillosa. Pero basta.

-Hablando de cine ¿fue importante en tu formación?

-Yo era abonado al Cosmos cuando ahí pasaban todo el cine raro del mundo. Tarkovsky ahora lo compré en Blue Ray para tenerlo en casa y que algún día quizás mi hijo pueda verlo, si no sale un nuevo formato. Solaris. Con Solaris tengo una anécdota… Estaba en un acto por Chile el Luna Park, era el año 85, 86… Se hace un acto contra Pinochet, era todo el PC, obviamente, y nosotros estábamos en un costadito. Y viene una chica del MAS, bellísima, que se acerca y me dice: ¿Viste Solaris? Y yo la miro y le digo: No sé si está por ahí abajo. No, Solaris, la película rusa. ¿Querés que vayamos mañana a verla? Claro, obviamente. ¿Dónde la dan? En el Cosmos. Bueno, con tanta mala leche que cuando tenía que ir estaba engripadísimo, pero fui igual y me fumé las tres horas de Solaris en ese estado. Bueno, una cosa terrible, fueron catorce horas para mí. Una de ciencia ficción sin efectos especiales… Fue lo único que pude decir: ¡Qué loco, una película de ciencia ficción sin efectos especiales! Y me tuve que ir a casa.

Bueno, después hubo un año en que estuve en Córdoba. Eso ya fue voluntario, nadie me incitó, fui voluntario. Estaba en una pensión haciendo unas tareas políticas medio clandestinas. Vivía en una pensión. Sólo. No sabés el frío que hacía en esa pensión. Para bañarme era un tema. Y como no podía tener relación con nadie me iba a una cinemateca que había ahí cerca y entonces me fumé todo el ciclo de Fasbinder, Wenders…  Me gustaba. Pero no lo vería de vuelta. El estado de las cosas, de Wenders, es muy buena pero no lo vería de vuelta. Una vez está bien. Ya Las alas del deseo, que es mucho más dinámica, más comercial, hoy no la veo de nuevo. La tengo en casa pero cuando alguien me dice que la veamos le digo: No, te la presto, llevátela a tu casa.

Ahí en Las alas del deseo aparece este australiano tocando en el sótano… Nick Cave, de joven. Yo fui fanático. Pero ahora está mal, se mató el hijo. Una cosa fea. Y tiene problemas en la voz.