Bruno Petroni: «Me gusta más el movimiento que la reflexión»
Por Leandro Alba
Leandro Alba entrevistó para Sonámbula a Bruno Petroni, docente de literatura, tallerista y autor de dos libros de cuentos. Una charla sobre tradiciones literarias y distopías, sobre el aporte de los medios de comunicación para familiarizar lo monstruoso construir una «especie de atmósfera social, como si fuera el inconsciente colectivo gritando de fondo».
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Si le preguntan sobre una tentativa presentación, Bruno Petroni no ahonda en detalles. Prefiere lo esencial, no mucho más. Que nació en 1984 y que escribió dos libros de cuentos. Habrá que agregar que es docente de literatura y redacción, además de dictar talleres de escritura. También publicó en la revista No retornable y en la Antología de narrativas emergentes en Argentina de la editorial Interzona. Su primer libro de cuentos Los chicos y las guerras (2011) y La revolución de los justos (2015), su segundo título, fueron publicados por la editorial Mil Botellas.
En la contratapa de su primer libro, puede leerse una breve reseña de Elsa Drucaroff: “Sus relatos son historias de jóvenes que asisten a una vida mezclada en la vidriera irrespetuosa que monta la televisión o el Estado; historias con guerras sucias y limpias que los chicos argentinos no eligieron, pero de las que heredaron sus traumas, su locura, sus fantasmas y sus muertos”.
“La escritura de Los chicos y las guerras– desopilante, violenta, cuidadosa, premeditadamente trash, de enorme originalidad- crea mundos delirantes aunque coherentes, tramas extrañas pero horrorosamente verosímiles. Risotadas literarias de una juventud angustiada por intemperie, que aprendió que el mundo legado de los padres es un rifle hirviente, una granda a punto de explotar”, continúa el texto de Drucaroff.
Jorge Consiglio no escatima en elogios al momento de analizar el segundo libro de Petroni en la contratapa: “La escritura de Petroni -cierta y mordaz- reúne, en un solo movimiento, la temperatura límite de la tradición rioplatense y la cadencia sincopada de la modernidad. Es una ficción extrema que traduce un cosmos implacable en el que no hay tempo para la piedad ni para el sosiego”.
“En los relatos de La revolución de los justos -siempre al borde de sí mismos- el foco recae, sobre todo, en todos temas: la violencia como una articulación entre lo social y lo privado, y el constante desencuentro de la gente. Su tiempo es el vértigo. Los héroes de Petroni, montados es su aventura personal, son fieles solamente a su propio extravío. En estos textos no hay zonas seguras”, añade Consiglio.
-Empiezo por una pregunta original, algo que seguramente nadie te habrá preguntado ¿cuándo y cómo empezaste a escribir? Y, si tenés ganas, ¿por qué?
-Decir que empecé a escribir “de chico” queda bien. Demuestra que uno lo tiene en la sangre o algo así. Supongo que la mayoría responde eso. Y seré parte de la mayoría porque es verdad. Empecé de chico, pero no de niño. A los quince, escribía pequeños textos en prosa, con moraleja antisistema. Por supuesto, eran muy malos. Después los tiré todos. Después me arrepentí de haberlos tirado, pero claramente cuando los tiré todavía tenía vergüenza de haber escrito esas cosas. Eran textitos Indio Solari. En fin. No están más.
El porqué tiene un par de motivos: El primero es fácil: quería llamar la atención, destacar de alguna manera particular, ser interesante. El segundo: me divertía, me sentía realmente un chico poderoso diciendo verdades que nadie había dicho.
-Para no caer en la solemnidad de las influencias ¿a qué autora o autor le robaste más?
-A Vargas Llosa. Pero solamente en la forma de mechar diálogo-descripción. Es un robo considerable.
–¿Te atrae, te preocupa, la cuestión de la tradición en la literatura? ¿Te sentís más cerca de alguna zona?
-No. Honestamente, no me interpela. Si las zonas son dos (Borges/Arlt) me siento más cerca de Arlt. El tema es que habría que delimitar bien las zonas.
–¿Cómo es eso?
-Respondo de otra manera: me gusta más el movimiento que la reflexión. Ahora bien, decir que Arlt no reflexiona y Borges sí es una brutalidad. Me quedo con Erdosain en movimiento, me quedo con los cuentos de Borges en los que predomina la narración por sobre la reflexión fenomenológica o filosófica. Y esta última frase también es un tanto imprecisa, y podríamos discutir la predominancia de una cosa o la otra, y así. La imprecisión proviene de la delimitación de las zonas.
–En tus libros Los Chicos y las Guerras y La Revolución de los Justos alternan los cuentos más cercanos a la zona de la de ciencia ficción y otros que están más cerca del realismo. Eso genera un efecto particular en los últimos que, además del tono, podrían encastrar muy bien en un rompecabezas distópico. ¿Qué te interesaba que se recomponga en esa alternancia al momento de recopilarlos?
-No los pensé así. Entiendo que algunos estén más cerca del género “ciencia ficción”, pero no creo que encajen realmente. No hay nada relacionado a la ciencia.
–¿Y en relación a la alternancia?
-En la alternancia entre los cuentos más distópicos y los más realistas lo que intenté sostener es la sensación de riesgo. Puede que sea eso lo que los encastra. Ojalá sea eso.
-En el caso de ‘Cambalache’, el cuento con el que abre tu primer libro, se condensan muchos elementos. Pero hay uno que se mantiene a lo largo de otros textos que es la naturalización de lo extraño. De algún modo, algo tremendo ocurrió. Y en la medida que leemos aceptamos ese pacto. Pero ‘Cambalache’, además, tiene otro nivel de lectura: la letra del tango en sí misma. “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también”, dice. El himno de la distopía. ¿Cómo arranca la producción de ese texto? ¿Una foto? ¿Una preocupación? ¿Una muerte?
-Lo escribí hace bastante, así que mi respuesta va a ser poco fiable. Empezó con una pregunta algo tonta: ¿Qué pasa si vas manejando y encontrás el cadáver de una persona? Y se complicó con la siguiente pregunta: ¿Qué pasa si eso no está fuera de lo normal?
–Otros de los elementos que están presentes en algunos de tus cuentos son los medios de comunicación: un televisor encendido en ‘Japón’, una radio en ‘La Fiesta de San Amor Buenos Aires’, el noticiero en ‘Cambalache’. ¿Es un aspecto que te interesa problematizar? Sobre todo, en ‘Cambalache’ hay algo, volviendo a lo anterior, de naturalización. ¿Te parece que colaboran con la familiarización/naturalización de lo monstruoso/raro?
-En principio me divierte muchísimo. Las narrativas de la televisión son collages naturales. Una foca a la que le ponen nombre + una chica y un chico tomando cerveza en una pileta + tres muertos en una calle de mi barrio. Y eso sin zapping. En la radio pasa algo parecido, con menos velocidad, pero ahí nomás. Esos elementos me sirven para armar una especie de atmósfera social, como si fuera el inconsciente colectivo gritando de fondo.
No sé si lo problematizo. Puede que sí, pero a priori no los pongo en mis cuentos para “problematizarlos” ni para criticarlos ni nada por el estilo. Sí estoy de acuerdo con esto de que familiarizan lo monstruoso, y eso me gusta para mis cuentos.
–En ‘Mamá, Don Armando y Flor’ hay algo de ‘Cambalache’. La mujer víctima. Hay una representación teatral, hay violencia. Las historias de “arriba” (actores, actrices) y “abajo” se funden (alumnos, profesoras). Y la duda. La duda que es crucial para el final ¿Te parece que hay algo de eso que está siempre presente como preocupación? Me refiero: la duda, lavarse las manos, mirar para otro lado, como variables centrales que ocurra lo que al fin ocurre, para la concreción de “eso” que sucede (o sucedió) en tus distopías.
-Mis personajes suelen quedar atrapados en situaciones bastante incómodas para las que no están preparados. Mirar para otro lado y seguir adelante suele ser la actitud más lógica de la persona que no sabe qué hacer. Darles un tinte resolutivo, de repente, me resulta inverosímil.
Creo que en la “vida real” es un poco parecido. Si voy por la calle y veo que dos flacos le están pegando a un flaco que está indefenso ¿qué hago? ¿Me meto a separar y recibo una paliza gratis? ¿O sigo caminando y llamo a la policía y que el mundo se encargue? Supongo que, excepto seas Chuck Norris, hacés lo segundo. Es lógico y es un bajón.
No sé si es una preocupación constante pero esa contradicción entre “debo” y “puedo”, entre riesgo y seguridad, está en mis cuentos.
–¿Te preocupa la cuestión de la forma?
-Y el contenido.
–Si algún lector o alguna lectora te preguntara en qué lugar de la biblioteca te gustaría que acomodara tus libros ¿Cerca de quién y lejos de quién te gustaría estar?
-Cerca de Lorrie Moore, lejos de Marguerite Duras.
–¿Cómo te gustaría que te presentemos o, al menos, qué no querés que falte?
-Me gusta que se diga meramente lo esencial. Nací en 1984. Escribí dos libros de cuentos (y las fechas de publicación).