Byung Chul Han y la muchedumbre de usuarios narcisistas
Sonámbula conversó con Agustina Fiorillo para pensar la filosofía de Byung Chul Han y sus reflexiones sobre cultura digital y política contemporánea. Un régimen dominado por la estética de la transparencia, la verdad de los datos y el mundo virtual como espejo.
¿De dónde viene Byung Chul Han? ¿Cuáles son sus influencias?
Han es un filósofo contemporáneo: habla de Twitter, de Facebook, de las selfies. Piensa su época. Y como actividad filosófica que piensa su época, produce pastiches donde toma pensadores de distintos momentos históricos y los hace hablar, a través suyo, de temas muy actuales. Por ejemplo, para hablar de lo bello digital, Han toma a Kant. Entonces, en ese recorrido, hace un collage de ideas de distintos momentos mientras intenta conectarlos con lo contemporáneo. También encuentra conceptos en el psicoanálisis porque Han habla de narcisismo, de angustia, del síndrome de Burn-out, la mente que se quema como si fuera un artefacto.
Y, al mismo tiempo, hace una actualización de la filosofía posestructuralista de autores como Foucault o Derrida, y así nacen conceptos originales como “sociedad de rendimiento” o “sociedad de la transparencia”. Pero en el centro de la filosofía de Han está Heidegger. Por eso yo diría que su enfoque es pensar desde la filosofía, fenómenos sociales. Sus preocupaciones políticas son constantes. Han habla del Poder y reformula una serie de ideas de Foucault. Por ejemplo, la idea de la sociedad de control en Foucault, donde aparece un cuerpo obediente y dócil que se adapta a las exigencias del poder. Para Han, hemos llegado a un nuevo estadio donde ese control está introyectado y ese amo externo aparece ahora internalizado y es la misma persona la que se exige y se demanda. Eso, claro, trae consecuencias psíquicas graves. La primera es el cansancio, el agotamiento de cuando llegamos a casa y no damos más. Pero en el otro polo está la motivación, que para Han es más efectiva para la producción capitalista que el látigo o las herramientas del control. Y en ese camino del “tú puedes” se cae en una exposición donde todo parece que tiene que mostrarse, todo tiene que ser transparente, hay un régimen de datos que fluyen constantemente y donde todo está a la vista.
¿Por qué pensás que se está leyendo tanto a Han en la actualidad?
El decidió, muy astutamente, poner a circular textos breves, que se leen en dos horas, con títulos de impacto poético como El aroma del tiempo o La salvación de lo bello. Y al mismo tiempo, nos interpela, porque dice: tu ansiedad o tu depresión es social, tiene que ver con el mundo en el que vivís.
Por otro lado, se trata de que la filosofía salga de la academia y de los circuitos cerrados e invite a pensar. La filosofía está donde alguien se pregunta el porqué de un hecho, de una acción, de una repetición. Esa función de deconstrucción es esencial en la propuesta de Han. La filosofía como lugar de incertidumbre.
En su libro En el enjambre, Han dice que tanto las clases sociales como la lucha de clases son conceptos superados históricamente. E incluso afirma que la democracia representativa está en peligro por la falta de mediación, como un efecto del régimen de lo inmediato. ¿Es un pensador de izquierda o un liberal?
Yo creo que Han opaca adrede su postura política. Tiene una postura muy crítica sobre el ejercicio del poder y sobre el neoliberalismo. Piensa que hay opresión y creo que en su sistema de ideas es difícil asociar democracia y libertad. Pero no sé si tiene una posición positiva en política. Han se pone en un lugar de negatividad -en toda su obra hace una reivindicación de lo negativo- y entiende que el neoliberalismo toma una posición positiva en el “tú puedes”, en la idea de transparencia y piensa la verdad como verdad estadística. Pero estas ideas de Han también aparecen en su teoría estética. Cuando piensa la obra de Jeff Koons, por ejemplo, que hace esculturas bastante grandes de superficies totalmente tersas, pulidas y brillantes, y convocan al espectador más a tocarlas que a mirarlas perdiendo la distancia reflexiva. Esa distancia, que es constitutiva del arte, se diluye en la estética de lo pulido. Esta es una estética bien positiva que aplana los objetos y la mirada.
Para Han la sociedad cambia nuestros cuerpos. Puede parecer que un hombre del Medioevo y un hombre contemporáneo tienen la misma anatomía, pero hay una consciencia de cuerpo o una fragmentación del cuerpo que va variando de acuerdo con el contexto social. Desde esa premisa, piensa que hoy el gusto y el tacto son los sentidos que nos acercan a la realidad. Aparecen entonces los celulares completamente planos, por ejemplo, o la depilación brasileña que le permite pensar la sexualidad desde cierto higienismo positivo. Para Han la estética es una manifestación del poder que iguala nuestra forma de percibir. A eso lo llama “dictadura de lo igual” donde lo distinto es expulsado. Se trata de pensar cómo hace el poder para expulsar, en lo que él llama sociedad inmunológica, a todo lo que es distinto, diferente, negativo. Y a la vez, congregar lo positivo, lo transparente, lo pulido. La conclusión de Han es que el régimen de lo igual anula el pensamiento. Y la filosofía sería una forma de ruptura.
Han propone que las redes sociales construyen una forma de interacción donde se pierde distancia. Y retoma un concepto, que es llamativo porque no parece del ámbito de la filosofía contemporánea, que es la idea de respeto. ¿Cuál sería la tensión entre lo que él llama sociedad del espectáculo y su noción de respeto?
La pérdida de distancia, la pérdida de la esfera privada y la pérdida de la soledad, suponen una exposición constante. En las redes sociales se conocen usuarios y se habla con perfiles. Sólo en la medida en que aparece el cuerpo, aparece la persona. Una de las resistencias posibles a la época es poner el cuerpo. Han habla de cierto incremento del narcisismo en contraposición con el amor propio, donde uno aumenta para que el otro disminuya. El narcisismo supone que todos las cosas del mundo, incluida la pantalla del celular, son un espejo, la continuidad de un Yo vaciado que se busca y refleja en los objetos: ya sea un posteo de Facebook o en una selfie en Instagram. Y eso es en detrimento del amor propio que es la posibilidad de poner un límite al otro y definir un Yo más firme. El narcisismo no contempla al otro más que como extensión del Yo. El narcisismo supone una gran carga de angustia: llegar a tu casa y estar solo, sin espejos. Se trata de pensar patologías actuales, de nuestra vida cotidiana.
Por momentos parece que Han practica cierto primitivismo, como si hubiera un orden esencial en las cosas que estuviera siendo modificado y hubiera que volver a un momento social anterior. Por eso me llamaba la atención la idea de respeto.
La filosofía de Han es más bien descriptiva, no sé si es prescriptiva. Hay que hacer una diferencia entre respeto y, por ejemplo, tolerancia que es un concepto más moderno. En la tolerancia está el discurso del “diálogo”, de encontrar coincidencias en las diferencias, y está muy alineado con lo que charlábamos sobre el lugar de lo positivo en el neoliberalismo. El respeto implica, en cambio, tener contacto con algo que tiene que ver con el origen, con lo otro, lo distinto. Tal vez habría que asociarlo al concepto de Oscar del Barco cuando habla de intemperie. Se trata de entender que estamos involucrados en un espacio social que es una forma de intemperie, y donde el pensamiento puede ponerte en un lugar de misterio con preguntas muy simples: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Heidegger dice: serenidad ante las cosas y apertura al misterio. La pregunta puede llevarnos a un lugar de liberación para el que no nos preparan.
Han habla de las “sociedades de opinión” donde no existen jerarquías. En la radio, en la televisión, todavía había un mediador y, por lo tanto, había una jerarquía. En las redes sociales eso desaparece y vamos a un régimen de igualdad en las opiniones. Cuando lo leí, me hizo pensar en los debates alrededor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo donde, por momentos, parecía no haber jerarquías y todas las opiniones valían lo mismo. Esa sensación que se sintetizó en la expresión: no, no está bien, está mal.
Las redes sociales son nudos y vínculos entre nudos. Todos los usuarios tienen las mismas opciones para gestionar sus cuentas. Como usuarios, somos todos iguales. Y en el debate nos dimos cuenta de que nos gobiernan opiniones paleolíticas, pero además, el sistema político acepta que la opinión personal pueda pesar en una decisión que nos involucra a todos. ¿De dónde sale esa idea? En el senado se escucharon biografías, historias personales y hasta anécdotas. Un formato muy similar al de las redes sociales.
De todas formas, creo que en esa gran igualación están apareciendo voces nuevas y nuevas representaciones que van a terminar siendo expresadas en el sistema político. Y traen consigo la voz de una historia. El feminismo pone, como decía Walter Benjamin, la historia a contrapelo. Y muestra que en la historia de los manuales con los que nos hemos educado, hay un sujeto que está excluido y es la mujer. Y no como una alternativa biológica o genital, sino la idea de lo femenino. Creo que es un momento para transitar, movilizarse y poner el cuerpo.
Han diferencia entre enjambre y masa, y dice que el enjambre no tiene posibilidad de construir un “nosotros”. Creo que el movimiento de mujeres, con la presencia en las calles como decís vos, logró construir ese nosotrxs.
Y con compartir una historia en común de opresión que es lo que logra hacer lazo y comunidad. En el enjambre hay una muchedumbre de usuarios donde hay homogeneidad en lo que hacemos para participar de esos entornos, pero al mismo tiempo desde un lugar narcisista e individual con poca posibilidad para hacer vínculo. Nuestras listas de contactos en las redes son muy parecidos a nosotros mismos porque es una relación especular. El enjambre no tiene conciencia de sí mismo, es la sumatoria de individualidades.
¿Hay una propuesta implícita en Han de abandonar las redes sociales?
Tal vez. Él no tiene redes. Pero yo creo que se pueden habitar si se tiene conciencia del dispositivo. Han habla mucho de los likes, por ejemplo, como una forma de reconocimiento que da sentido a la vida del usuario. Es difícil estar puesto en ese sistema y no ser afectado por su dinámica.
Han habla del “síndrome de París” que sería esa sensación de visitar un lugar que conocés por múltiples representaciones y hay una angustia al encontrarte con la ciudad real que es París. Sería la distancia entre la representación y la experiencia directa.
Hay una sobrepoblación de representaciones y un vacío de presentaciones o de presencias. Hay un alimentar imaginarios y resulta difícil, después, lidiar con el principio de realidad que se nos impone. Porque ahí está nuestro propio cuerpo y desde la distancia imaginaria, es difícil amigarse con ese real. Vivir en un mundo de imágenes y representaciones, supone sujetos con poca capacidad para estar presentes. Pasa también en el arte, uno puede conocer el contexto de, por ejemplo, Los chacareros de Berni, pero estar frente a la presencia de la obra es otra cosa. La experiencia directa siempre agrega un punctum, algo ligado al cuerpo y al instante. Eso no se puede contar o representar. No hay transmisión posible en esa dimensión.
Agustina Fiorillo nació en 1985 en Buenos Aires. Estudió Letras en la UBA. Desde el 2012, coordina actividades gratuitas de Extensión Cultural en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, Actualmente estudia Psicología (UBA) y se especializa en Psicoanálisis y Psicología social.