Por Marcelo Simonetti
Hace unos pocos días se cumplieron 20 años de la salida del disco Cajas de música difíciles de parar, de Nacho Vegas, al que Marcelo Simonetti considera no sólo como el más importante de su discografía (aunque no necesariamente el mejor) sino incluso como «uno de los más importantes de la música del siglo presente, al menos de aquella no angloparlante».
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En febrero se cumplieron veinte años de la edición del segundo disco de Nacho Vegas, como se recordó en las propias redes del músico. Así que mientras terminaba con la nota aniversario de Push The Sky Away, de Nick Cave, me puse a pensar en eso y me empezó a costar seguir con el otro texto. Así que tuve que sentarme a releer y a reescuchar Cajas de música difíciles de parar.
Si tuviera que elegir un disco de Nacho, no sé si sería éste. No creo que sea el mejor, aunque seguro está entre los dos o tres que más me gustan. También entraría en la competencia de su disco más valiente, junto con Resituación, del 2014. De lo que no hay dudas es de que se trata del disco más importante de su discografía y de uno de los más importantes de la música del siglo presente, al menos de aquella no angloparlante.
El indie es un movimiento musical juvenil con epicentro en Inglaterra, un hijo del post punk que nace en la primera mitad de la década del 80 del siglo pasado. Sus dos bandas abanderadas fueron The Smiths y The Housemartins, ambas de fuerte contenido político y social. Entonces la independencia era una elección importante, debido a que las grandes multinacionales eran muy poderosas y se inmiscuían en las decisiones artísticas de sus contratados. El paisaje desolador de las fábricas que cerraban en las ciudades industriales británicas y las calles inundadas de jóvenes desempleados y sin perspectivas debido a la política neoliberal conservadora de Margaret Thatcher fueron ejes de gran parte de las letras del indie, junto con los conflictos existenciales, sexuales y de género. En la segunda mitad de los ochenta y también en los noventa el Indie fue en gran parte absorbido y domesticado por el mainstream pero aun así los abanderados del nicho siguieron siendo grupos con compromiso mayormente social (y en algunos casos también político).
En el Estado español, al igual que en Argentina, las cosas fueron distintas. El indie de ambos países nació más o menos al mismo tiempo y con las mismas características, tomando cierta estética y algunas las particularidades del sonido del caso inglés, y no mucho más. Tal vez porque en los ochenta tanto Argentina como España salían de dictaduras y transitaban por la esa etapa (en uno llamada “Transición” y en el otro “Primavera”) cargados de ilusiones populares que prometían que si nos subíamos a ese trencito, después de varias estaciones democráticas se llegaría al paraíso socialista.
Como sabemos, eso no sucedió. Y cuando llegó el momento del desencanto lo que sobrevino no fue precisamente la revuelta, sino más bien la apatía y la pasividad. Si no tiene sentido pelear, mejor nos vamos al shopping. O armamos una banda, pero sin hablar ni de política, ni de coger, ni de lo que pasa en las calles, ni siquiera del dolor. “Divirtámonos y seamos diferentes mientras el mundo explota” parecía ser la premisa en ambos países mientras que el PSOE allá y el peronismo acá encaraban el ajuste neoliberal más brutal. Quizás en Argentina el indie fue aún más marginal que en el Estado español, pero el llamado “rock alternativo” de los noventa (en el que el indie quedaba englobado) cumplió aquí el mismo rol.
Nacho estaba tan inmerso en el indie inglés como el resto de sus amigos adolescentes de Gijón. Primero fue guitarrista de Eliminator Jr, joven promesa del Xixón Sound, y luego usó el mismo instrumento en Manta Ray, banda con la que se pasó el resto de los noventa girando y grabando discos. Pero su historia tenía algunas particularidades que lo harían sentirse incómodo ahí. Su padre, con quien tuvo una muy difícil relación, había sido del Partido Comunista durante el franquismo y, como muchos otros estalinistas, había saltado al PSOE cuando llegó al poder. Ocupó un cargo en el gobierno asturiano (algo así como el de ministro de Trabajo para nosotros) y desde allí tuvo que enfrentar una dura lucha obrera en la fábrica de camisas IKEA, debida a la pérdida de los puestos de trabajo. De trabajador siderúrgico, sindicalista y militante marxista, a funcionario de Estado que despide obreros y enfrenta a sus dirigentes. Como tal, fue repudiado socialmente por los trabajadores, al punto de ser asediado en las calles. Luego se separó de su mujer y murió de un ataque al corazón en 1994, después de mucho beber y fumar. “En aquel momento de su vida se encontraba solo y arruinado”, cuenta Nacho en Política de Hechos Consumados, libro de textos que editó en la misma época que el doble disco sobre el que al fin y al cabo versa esta nota.
Un día después del fallecimiento, el adolescente fue al departamento de su padre y en un cajón de su mesa de luz encontró un casete grabado. De un lado estaba su banda, Eliminator Jr., del otro, el artista favorito del difunto, que a él siempre le había aburrido y a quien los indies de su entorno no miraban con buena cara: Leonard Cohen (a quien acabaría estrechándole la mano y cantándole cuando el canadiense recibió el premio “Príncipe De Asturias” a las letras, en 2011).
Estos ingredientes biográficos juveniles contribuyeron a forjar su carácter e hicieron que un día de 1999, siendo guitarrista de Manta Ray, se pusiera a escuchar el Blonde on Blonde de Bob Dylan y decidiera que tenía que salir de donde estaba para emprender un camino distinto, donde pudiera decir lo que quería decir. La urgencia que le transmitieron las canciones e interpretaciones de ese disco lo decidieron a dejar la banda indie en continuo ascenso que integraba de un día para otro.
Actos Inexplicables (2001), su primer disco solista, es una muestra de la capacidad de Nacho como escritor de canciones. El tono confesional y la melancolía inundan el registro. Lo grabó con los músicos que pudo conseguir en el estudio y el recibimiento fue bueno. Siguió componiendo y un año después la cosecha era tal que tenía entre manos nada menos que treinta y dos canciones nuevas. Ese Nacho Vegas en estado de (des)gracia eligió veintiséis de esas canciones, se metió en el estudio y armó un disco doble y dos EPs (editados uno antes y otro después de Cajas de música difíciles de parar).
Una de las diferencias notables entre esta etapa y la de Actos Inexplicables tiene que ver con que el gijonés se propuso armar una banda real, que luego se llamó “Las Esferas Invisibles”, que lo acompañó algunos años. “Nick Cave era una influencia importante. Venía de la tradición de cantautores, pero también del post punk, tenía un universo lírico propio en el que mezclaba la religión, la tradición y las relaciones fatales de esas que te estallan en plena cara, y su banda no se limitaba a acompañarle: los Bad Seeds eran la mejor banda de rock del mundo”, contó Vegas.
El primer EP fue Miedo al zumbido de los mosquitos y “En la sed mortal” su corte de difusión. El tema fue mencionado como una de las canciones del año por algunos medios. Lo primero que se escucha allí es la voz de Nacho, seguida por un aire de taberna de borrachines. Además de los clásicos instrumentos de una banda de rock, en la canción de casi siete minutos también suenan acordeón, piano y violín. Según contó en algún momento, su objetivo era “el sacrificio de la melodía”. Y agrega: “Poner el texto por encima y sentir que la canción no acaba, poner a la canción incluso sobre el intérprete”. Esa es la constante del disco.
¿Pero qué es lo que tiene que contar el narrador? Que va al bar, que se llama “La Sed Mortal”, y que mientras se alcoholiza empieza a pedir perdón. Primero parecen ser cosas de pareja: los seis años de pena que llevaba saliendo con Bea para ese tiempo, los pies siempre fríos, etc. Pero a medida que la canción avanza, termina pidiendo perdón por todo lo que se nos pueda ocurrir, incluso por existir. Un tal Dodó, que emborrachándose a su lado, suma patetismo con sentencias solemnes y pesimistas.
Como Nacho impregna toda su obra con homenajes musicales, fílmicos y literarios, uno sabe que si le da vueltas a lo que escucha va a salir algo. Por ejemplo acá, la idea del tipo que va al bar a emborracharse y le pide perdón a su mujer por todo, hasta el punto del ridículo, empujando el texto hacia el sarcasmo, es un guiño a Nick Cave. La idea general del tema de Vegas está muy cerca de la de “Thirsty Dog”, del disco de Let Love In, que el australiano editó en 1994. “Así empiezan las cosas. Tocas las ideas de otra gente, las deformas y las conviertes en algo propio”, cuenta el asturiano.
Unos meses después del EP salió el disco, en febrero del 2003, con veinte canciones (incluyendo “En La Sed Mortal”). Si hubiera que ir tema por tema, teniendo en cuenta lo extenso de la mayoría de los mismos letrística y musicalmente, esta nota podría ser un libro. Y ya se editó uno que analiza la intimidad y origen de aquella grabación: se llama Cajas de música difíciles de arar, o el desencanto de Nacho Vegas, es de Carlos Prieto y salió con el décimo aniversario del disco. Así que salteraremos algunos tracks para ir a los más suculentos.
Quedamos en que el Indie español fue una subcultura elitista y apática, muy a tono con el apoliticismo en el que el progresismo neoliberal sumergió al país, no muy afecto a expresar miserias, dolores, conflictos sociales o humanos (desde el desempleo hasta las drogas o el sexo), ni nada que indique la existencia de algún tipo de emoción. Pero Cajas de música difíciles de parar, un disco editado por una gran figura del acotado círculo del indie español de ese momento, trata sobre drogas duras (ya desde la tapa del disco nos avisa que la heroína es protagonista con el nombre de la placa escrito en plateado), sexo en las condiciones más turbias e “incorrectas” posibles, el acto mismo de escribir canciones, política, conflictos existenciales y, sobre todo, dolor.
Todas las notas que leí sobre el álbum apuntan a la heroína como la estrella del mismo. Es que, claro, la encontramos en muchas letras. Pero no se la entiende como un fin en sí mismo sino como un medio para hablar de otras cosas. Y lo que da vueltas siempre, antes o después de la heroína o de cualquier otro tema del disco, es el dolor.
Desde allí Nacho se enfrentó al cómodo y cool hábitat del indie español, con canciones capaces de provocar urticarias en los medios de especializados y en el público del ambiente. Tal vez la pata más floja fue que la crítica social y política tuvo más que ver con una justicia poética que con un llamado a la acción, ya que se hacía más desde la tristeza y el ensimismamiento que desde la comunión. Y es lógico. Hacía muchos años que la historia del pueblo asturiano era gris. Una vez el mismo Nacho me planteó que cómo no iba a cambiar su carrera en 2011 y a volverse más combativas y políticas sus letras si todo el pueblo del Estado español había cambiado. Yo soy parte de ese pueblo, razonaba. En 2014 escribió un ensayo para el libro Indies, Hippies y Gafapastas. Crónica de una dominación cultural (editado por Capitán Swing al año siguiente), donde revisa su propia historia. Durante una presentación reconocería que se metió en el indie porque pensaba que era una abreviatura de independencia pero que al final resultó serlo de individualismo.
Con esto de poner el texto por encima de la melodía y las urgencias por sobre la perfección, los veinte temas llevan casi ciento diez minutos, a razón de cinco minutos por canción (que muchas veces además carecen de estribillo). Son historias largas, como cuentos llenos de recursos narrativos, homenajes, pistas y citas acá y allá. El nombre del disco ya es un letrero plateado con una cita de El sonido y la furia, de William Faulkner, a quien Nacho continuará volviendo durante toda su carrera.
Arranca “Noches Árticas” y la sensación es la de hundirse muy despacio en un estanque de barro que sabemos que no nos va a dejar respirar, que nos va a matar, pero que es placentero, y que al menos es mejor que lo que nos rodea. En “N.V. Por la paz mundial” se conjugan los elementos que movieron a la composición del disco. El autor compara allí su gesta con la del Capitán Ahab, el personaje de la novela Moby Dick, de Hernan Melville. No es azarosa la aparición de este personaje, que en la novela lleva adelante la misión autodestructiva de intentar dar caza a la gran ballena blanca. “Otra noche más creyéndome el Capitán Ahab”, canta Vegas. Su gran pez puede encontrarse yendo “más al fondo”, para luego hundirse más y más.
“El mundo en calma” da cuenta de la crisis de pareja que atravesaba con Bea (entonces guitarrista de Nosotrash, otra banda Indie de la época), en una acuarela que va del gris plata al ébano que inunda el disco. “Me muevo de la cama a la cocina y en el camino me vuelvo a perder”, canta acompañando el sentido de ingravidez que se desprende de la canción.
“Solo viento” promedia la primera parte. Huele a Agota Kristof, la novelista húngara que escapó de su país cuando fue derrotada la revolución contra el estalinismo de 1956. También hay una mención a “En la ardiente oscuridad”, obra de teatro de Antonio Buero Vallejo, recursos que ayudan a conjugar una historia que rebosa de tristeza y que discute con la alegría y la expectativa popular ante los valores y las elecciones de vida en la sociedad actual. Incluso se da el lujo de citar a sus amados Smiths: “Sé que puedo encontrar paz y armonía. Pero no será en esta vida”, canta. En “Death Of A Discodancer” Morrisey lo dice con algunas pequeñas diferencias: “Love, peace and harmony? Oh, very nice, but maybe in the next world”.
“En el jardín de la duermevela” trata sobre el estado de adormecimiento en el que te sume, claro, la heroína. La música contrasta con la letra, insuflándole nervio. Ésta, junto a “La canción de la duermevela”, del segundo disco, y “Añada de Ana la Friolera”, del ep previo, tienen la particularidad de introducir el folk asturiano en el cancionero del cantante. Luego profundizará en el género con el proyecto Lucas 15, grabando una placa entera de canciones tradicionales de la región. En “Añada de Ana la Friolera” utiliza la tercera persona hasta el final, donde pasa a primera como hace Dylan en “Simple Twist Of Fate”, en una narración digna del subgénero New Weird. Éste uso de la tercera persona es un rasgo que empezaba a usar para tomar distancia de los textos y acercarse más a “la verdad”, según sus palabras.
Sigue “La plaza de La Soledá”, bellísimo y melancólico homenaje a los lugares de Gijón por donde el autor acostumbra a andar, especialmente la plaza que le da nombre al tema. La melodía simple y redonda hace que sea un mojón del disco antes de sumergirse de nuevo en las profundidades.
“Por culpa de la humedad” es la ficcionalización con aroma a Carson McCullers de un episodio personal que podría funcionar como reverso del noventa y nueve por ciento de las canciones de, por poner el peor ejemplo, los rockeros machos californianos. Pura justicia poética. En una entrevista donde le preguntaron por sus diez libros favoritos eligió Aflicción, la novela de Russell Banks en la que se dice que la humedad es “una especie de dolor que se mete hasta los huesos pero casi no te das cuenta y acabas resignándote a ella aunque no quieras”. No sé si será éste el caso en particular, pero “humedad” es una palabra que Vegas usa bastante y bien podría ser en esa acepción.
“El salitre”, que abre el segundo volumen, es un trabajo desbordante de citas, referencias y tópicos usados para desarrollar sus obsesiones. El Capitán Ahab vuelve a aparecer junto a un montón de alusiones al mar y al “Gran Pez”. Retorna la sombra de Agota Kristoff y se suma Leonard Cohen con la oración que da comienzo a “Beautiful Loosers”: “Y cómo recomenzar cuando hay tanto ayer aquí, en mí”. La asociación de las referencias a Moby Dick y el uso de la heroína y el paralelo desbarranque de su relación amorosa se desparrama en una melodía que evoca a los vaivenes de ese mismo mar donde Ahab se hundió atado a la ballena, aunque en éste caso, según Nacho, lo hundió alojado en sus entrañas (como le pasó a Jonás).
“Gang Bang” es una pintura decadente de un paseo por Amsterdam, donde discute con las ventajas de la supuesta libertad que se puede ejercer en la ciudad, siempre que tengas plata para pagarla. Es sobre el sexo como moneda de cambio en un lugar gris y desalmado donde, pese a sus luces, te internarás en esa oscuridad insoportable. Es quizás la primera crítica político social editada por el gijonés, regada por seis minutos de una melodía que evoca al cabaret de la primera posguerra, más que nada en el acordeón, aunque los vientos y el piano también nos llevan hacia ahí.
“Stanislavski” deja entrever que las máscaras que utiliza al narrar, así como el enganche con el “caballo”, son herramientas para llegar al objetivo que sería la verdad en la canción. La guitarra que resuena por encima es bien indie y, junto al ritmo y la voz por momentos filtrada, le da un aire de procesión sórdida. En “Etcétera” aparece quien era en ese momento un nuevo exponente del pesimismo existencialista. El cantante toma prestado un verso del poema “Renacimiento” de Michel Houellebecq que encaja a la perfección en el viacrucis de frustraciones de la vida diaria. “Ya es de día y se ha instalado aquí el terror”, nos canta entre arreglos de violín, mientras reza por escapar de su propio pellejo.
“Maldición” es otra obra monumental en sí misma. Es un cuento metido adentro de una canción. Una vez le preguntaron a Vegas qué era lo que había hecho Ezequiel, el protagonista de la historia. Eso es lo de menos, respondió. Aunque haya otra vez un aroma a Faulkner en el desarrollo, aquí no podemos evitar pensar en Raymond Carver, quien dice en su poema “En plena noche con niebla y caballos”: “Se redujo a eso. El resto de su vida. Una maldición”. Vegas no sólo toma la frase, sino que a partir de esa idea construye una narración con la “técnica de iceberg” de Hemingway para meterla dentro de una canción llena de angustia y misterio, con un crescendo que intensifica el suspenso. Es una de las pocas piezas del disco que aún toca en vivo, junto con “La plaza de La Soledá” y “Gang Bang”. “Historia de un Perdedor” es una narración de, otra vez, sordidez, fracaso y sexo furtivo con hombres y mujeres, para aprender a los golpes a prostituirse por algo que haga falta. La melodía y la voz dylaniana y arrastrada de Nacho hacen pensar en un viacrucis.
De las canciones que inexplicablemente no llegaron al disco, una es “El Fulgor”. No sé si la canción ya estaba hecha y prepararon el terreno o si Ramón Lluís Bande se instaló con su cámara durante una cantidad incierta de tiempo hasta que su amigo tuviera la canción terminada; lo que sé es que “El Fulgor” es un ejercicio de literatura y composición musical extraordinario y que si el director llegó al azar para filmar la hechura de este tema tuvo muchísima suerte. El tema primero vio la luz en esa película de Bande que trata simplemente sobre la composición de la canción y recién diez años después de la salida de “Cajas de música difíciles de parar” se agregó su versión en estudio como bonus track al álbum. En el film se lo ve a Nacho hablando sobre el método con que aborda un tema, más genéricamente. Luego empieza a tocar un boceto de la canción en cuestión, para después pasar a la sala de ensayo y al estudio. De vuelta en su casa, el asturiano da algunas pistas de las apropiaciones que llevó a cabo para la elaboración. Lo primero que tuvo fue los versos que supieron cantar Johnny Cash y Nick Cave en “Long Black Veil” -“Nobody knows, nobody sees, nobody knows but me”- junto con la melodía de una añada asturiana de la época.
El título y la idea alrededor de la cual gira la canción es lo que Carson McCullers llamó “iluminaciones”, eso que sucede cuando llega una idea en la que se pueda trabajar. Es una canción sobre la composición de canciones. En el desarrollo, el protagonista le pregunta a la gente del pueblo si alguien más vio las iluminaciones. Nick Cave en “Lay me Low” canta: “They will interview my teachers who’ll say I was one god’s sorrier creatures”. El protagonista de “El Fulgor” se lo pregunta al maestro, que le responde que “no hubo en la escuela criatura más malvada que tú”. En “Lay Me Low” del australiano, el día de su muerte van a hacerle entrevistas a todos los que lo conocieron, que hablan pestes. Nick Cave saca esta idea de una novela de Jim Thompson donde un adolescente comete un crimen por el que todos lo condenan sin conocerlo. Nacho la toma de ambos y hace que el crimen sea “el fulgor” del que habla McCullers. ¿Y cómo es que el fulgor se convierte en canción? “Y en la noche negra, y en mi alma enferma, se hizo de pronto una luz, y una inmensa esfera de la que surgió una cruel melodía”. Y otra vez Hernán Melville, a través de Moby Dick, cerrando la historia. Ahí, el escritor había dicho: “Y si bien en muchos de sus aspectos este mundo visible parece hecho en el amor, las esferas invisibles fueron creadas en el terror”. Tal es la dimensión del terror que siente el narrador de la canción. Todo esto cantado con la mayor tensión y dramatismo sobre una balada caveana de más de siete minutos, con un piano deudor de “Where The Wild Roses Grow”.
Y había más. Después del maratónico disco doble, salió otro ep durante el mismo año que tiene al menos tres canciones dignas de mención. La fenomenal y semidesnuda “Canción desde Palacio #7” es una historia descarnada y tierna de resistencia a los embates del capital (y una de mis favoritas, que increíblemente tampoco llegó al disco). La perturbadora “Canción de Isabel” es, para aquellos desencantados con su supuesto “viraje” del 2011 del malditismo pesimista a la lucha de clases, una bomba política de alto voltaje escondida en una narración de drama y horror, desplegada en una cabalgata eléctrica de gran nivel que demuestra que una cosa y la otra siempre estuvieron ahí. Por último, “En la ardiente oscuridad”, que desde el título cita la obra de Buero Vallejo, aunque sólo como homenaje, ya que es una historia turbia de sexo casual en lugares públicos con hombres desconocidos.
En esa época otros cantautores sacaron discos dobles a ambos lados del océano con mayor o menor suerte. Aunque claro, todos con una carrera hecha y pisando sobre terreno firme ante un auditorio mucho más amplio. Visto a la distancia, resulta admirable lo homogéneo y contundente que es “Cajas de música dfíciles de parar”, teniendo en cuenta su extensión y el hecho de que sobraban canciones para un tercer CD.
A partir de la declaración de guerra que fue el álbum, la mayoría del indie del Estado español lo abrazó y comenzó lentamente a incorporar su propuesta, elevando a Vegas a la categoría de artista maldito y empujándolo a romper el cerco del under. Por suerte Nacho Vegas no repitió la receta durante mucho tiempo más, aunque siguió incorporando métodos de composición sin “hundirse más y más”, manteniéndose fiel a sus propias inquietudes e intereses artísticos. El nivel que mantienen sus letras sigue siendo superlativo hasta hoy. ¿Que lugar ocuparía Nacho en “La Torre De La Canción” si cantara en el idioma de Dylan, Cohen y Cave? Con certeza lo hubieran alojado en el altillo, bien alto, desde donde se esforzaría por observar y tomar nota de lo qué pasa en el mundo, para seguir desgranando como nadie historias de dolor, lucha y ternura.