Charly: esa máquina de hacer pájaros, alegorías y leyendas

Por Lean Alba

Lean Alba también celebra el cumpleaños 70 de Charly García, con un emotivo texto que recoge algunas de las leyendas sobre el músico que, más que ningún otro, supo reinventarse constantemente a lo largo de las décadas. 

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Cuenta la leyenda que en una tertulia familiar alguien desenfundó una guitarra y se puso a rasguear acompañado por el piano que tocaba la dueña de la casa. Carlitos, el hijo de la mujer, de mirada insolente y una sonrisa en el mismo tono, en un momento, salió de su mundo, ese que visitaba con frecuencia y donde se perdía.  Con las formas que sus cuatro o cinco años le permitían dijo: “Está desafinada”. En medio del silencio que siguió a la escena, el niño señaló la cuerda disfónica.

Carlos Aberto García Moreno nació el 23 de octubre de 1951. Charly, tal vez, lo hizo ese día en que la condena de su oído absoluto dejó en evidencia su verdadera identidad: era una sensible máquina artesanal de agotar formas. Y crear otras.

Habría que buscar una palabra que lo defina. Si existiera, seguramente está escrito en el idioma de un país del cual solo nos llegan las canciones.

Su norte fue uno solo: repetir la fórmula del cambio constante.

A los veintitantos, clausuraba la experiencia Sui Géneris. El 5 de septiembre de 1975 junto a Nito Mestre hicieron dos conciertos.

También cuenta la leyenda que, ese día, Charly llegó volando. La expresión nada tiene que ver con la disposición de la escenografía o la manera de entrar al escenario.

“Dimos varias vueltas en el Citröen de un amigo. Fuimos temprano para ver a la gente. No sé si fueron 27, pueden ser 26, pueden ser 28; más de 20 seguro. Y pegaba, en esa época…”, contó Charly en relación a la cantidad de porros que se fumó antes del concierto. O, tal vez, lo inventaron los periodistas desde la fábricas de materiales prefabricados de verdades a medidas.

Y cuenta otra leyenda que, a los treinta años, cuando le acercaron las velas para soplar, cerró los ojos y pidió una sola cosa. Si lo logró o no deberá responderlo la historia. Y la audiencia.

Ah.

El deseo:

reinventarse.

En ese tren desenfrenado hacia adelante que fue y es su obra hay algo que sobresale: la preocupación por lo popular. “Eso” tan difícil de ver, convocar y describir. Ese espacio con el que él dialogó siempre.

Consiguió armarse con distintas partes. Se construyó tanto en los escenarios como en sus declaraciones. El reviente y las letras no buscaban ser laberínticas si no que eran parte de la señalética de una ciudad desconocida y también familiar.

Puentes.

Puentes hacia un espejo que hay que atravesar.

Que muestra pero, por sobre todo, revela.

Charly hizo puentes de alegorías.

Y todo eso, mientras entraba y salía del living de Susana. Fueron muchos los discos que presentó el sillón de la Su. Ese fue un espacio político  durante el neoliberalismo explícito y sin protección al menor. Desde luego, Charly y sus perfos supieron cómo usarlo de la mejor manera.

Logró confundirse en su obra.

Carlos Alberto García Moreno, sin lugar a dudas, no fue Charly.

La identidad se funda sobre la alegoría del rockstar. Ese pequeño que tuvo un don y que apuntó con una irreverencia tierna. En el medio, el gesto poético: el ruido que le duele.

Pudo acariciar el piano para ser la música de fondo de la “alta cultura”. Pero él se propuso puente.

Uno que baja y sube.

Que sube y baja.

A toda velocidad.

Desde un noveno piso.

Y en la caída, en los bolsillos, trayendo sonidos que todavía no se habían escuchado.

Él, como signo, opera sobre su sentido.

La perfo se comió al artista.

Carlos por un lado.

¿Quién lo conoce?

Charly por el otro.

¿Quién lo podrá olvidar?

No hay modo.

De hecho, Charly recuerda en sus canciones que es el ingeniero de las rutas musicales que recorre el inconsciente colectivo.

Hay una leyenda al respecto. Y cuenta que ya había terminado “La hija de la lágrima” cuando desde Sony le pidieron un tema que pudiera sonar en todas las radios. En minutos hizo un tema al que bautizó “La canción sin fin”, esa que dice: “Esta canción durará por siempre, por eso mismo yo la hice así. Una canción sin amor, sin dolor. La canción sin fin”.

Luego borró el título.

Finalmente, la rebautizó: “Chipi chipi”.

Además de dictar hits, compuso como lo hace un visionario que no solo adivina el porvenir musical sino que mira otros ámbitos.

Mara Favoretto, en el libro “Charly en el país de las alegorías”, sostiene que en la producción de su máquina sensible artesanal existe también un “rock experiencial” asociado a la política y la censura. Y, por último, hay un pilar crítico.

“Las estrategias retóricas y poéticas han logrado una alianza afectiva con varias generaciones que, interpreten o no sus mensajes, son atraídas por el placer y la emoción que les provoca su arte”, relata Favoretto en el libro editado en 2014 por Gourmet Musical. Justamente, ese mundo que ofrece, que muestra, que el artista ve, además, se trata de una foto de un futuro inminente y tiene sus pilares en las alegorías.

Cuenta otra leyenda que todos los días, cerca de las seis de la mañana, el hijo de Charly se levantaba para ir al colegio.  Mientras, su papá  sostenía un libro de Homero.

Charly leía, tocaba y escribía, dice.

Todo.

En medio del caos.

Again.

Charly leía, tocaba y escribía.

En medio de la paz.

Haciendo pájaros.

Alegorías.

Escribiendo con su cuerpo.

Leyendas.

En medio de una odisea.