ciudadCiudadCIUDAD: Utopía y distopía en la Generación Beat
Por Matías Carnevale
De Kenneth Rexroth a Jack Kerouac, pasando por la Universidad de Naropa y Gregory Corso, Matías Carnevale propone un recorrido por las tensiones utópicas o distópicas que alimentaron la producción ensayística o poética de algunos de los mayores referentes de la generación Beat.
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De un grupo de estudiantes universitarios, poetas ignotos y personajes marginales neoyorkinos de la posguerra a un movimiento contracultural celebrado internacionalmente, la generación beat no se desentendió de las distintas tradiciones utópicas que conformaron la identidad cultural norteamericana y tampoco omitió dedicar páginas a la caída del mentado Sueño Americano.
Es posible hallar los anhelos utópicos de los poetas Beat en el experimento educativo ecuménico que representan la Universidad Naropa y su Jack Kerouac School of Disembodied Poetics, co-fundada por Allen Ginsberg, y en los escritos de Kenneth Rexroth y sus aspiraciones al cambio social compilados en The Alternative Society: Essays from the Other World (1970). Por otro lado, las visiones apocalípticas y distópicas pueden hallarse en dos poemas de Gregory Corso, “Bomb” (1958) y “The American Way” (1960), y en “cityCityCITY”, un raro relato de ciencia ficción de Jack Kerouac, todavía inédito en español.
Utopías y distopías en la historia estadounidense
Cabe preguntarse qué es lo que define a una utopía, en base a ejemplos literarios y experimentos sociales. Considerando un puñado de ellos, desde las falanges fourieristas hasta las comunidades mormonas, pasando por la influencia concreta de El año 2000 (1888), de Edward Bellamy, algunos rasgos generales son:
- Espacios verdes comunes. Huertas, granjas.
- Monumentos en ocasiones abundantes, que dan cuenta de glorias pasadas o futuras.
- Paz y contentamiento.
- Unidad de propósito.
- En ocasiones la vestimenta es uniforme, elidiendo las distinciones entre las clases sociales. Se espera modestia y decencia al vestir.
- Alimentación saludable, se promueve la abstención de alcohol y estupefacientes. El vegetarianismo es visto como ideal, en ocasiones edénico.
- Acceso universal a la salud.
- Bienestar social general como programa político. La “felicidad” del conjunto se vuelve deseable.
- Transporte público eficiente, veloz, no contaminante y económico: trenes, naves.
- Economía centralizada/estatizada. Abolición de la especulación financiera e inmobiliaria. Bienes en común.
- Igualdad de los sexos.
- Sexualidad libre. Es usual que se practique el poliamor, la poligamia y la poliandria.
- Relacionado con el punto anterior, es posible que se ejerza el control de la natalidad, que la población sea estable y el crecimiento demográfico parejo.
- Arquitectura extraordinaria: funcional, espaciosa, con sentido del orden y de la estética. Torres infinitas, vidrio, concreto, metal.
- Rutas y caminos en excelentes condiciones para el tránsito.
- A nivel político-filosófico, han preponderado el racionalismo y el cientificismo.
Curiosamente, cada uno de estos aspectos también puede dar lugar a una anti-utopía: la utopía de uno puede ser veneno para otros.
Rexroth y la sociedad alternativa
En 1964, Kenneth Rexroth, padrino y sponsor de los Beats en la costa oeste de los Estados Unidos, escribió que “el hombre crea su propio entorno”[1], pero lo hace de forma vertiginosa. Teniendo en mente la explosión demográfica propia de los años sesenta, en particular el caso de la India, Rexroth reporta que el foco de preocupación estaba en factores económicos: la provisión de alimentos y el posible agotamiento de recursos naturales. Pero, según Rexroth, existía “un peligro aún más grave”, el estético. “Puede ser frívolo para algunos”, comenta, “pero no lo es. De la respuesta orgánica, fisiológica, neurológica y emocional del hombre a su entorno depende su salud como especie”.
Rexroth vaticina algunas posibles adaptaciones que podían tener lugar en un futuro de cambios drásticos: en un mundo de cinco mil millones de habitantes (o más), “será posible alimentar a todos con tanques de algas en las ciudades […] la sintetización de alimentos provenientes de minerales, y el cultivo de vastas montañas de carne viviente”, algo hoy ensayado a partir de células madre. Para Rexroth, no obstante, algo pasaría en la especie humana si esas innovaciones llegaran. El precio a pagar es el fin de la tradición humanista occidental.
Rexroth también habla del cambio climático y de la acidificación de los mares. Emplea un esquema sencillo para demostrar la catástrofe ecológica venidera: “La naturaleza hace al hombre. El hombre hace a la cultura. La cultura hace al hombre. El hombre destruye la naturaleza”. Es un ciclo vicioso literalmente antinatural, que se ha intensificado en las últimas cinco décadas, con islas de plástico flotando en el océano, chatarra espacial y desechos nucleares escondidos en el fondo del mar.
El remedio, según el poeta y ensayista, se halla en manos de los arquitectos y planificadores urbanos. “La reconstrucción creativa de nuestra ecología”, un tipo elevado de “evolución creativa” para el que ya existían “el conocimiento y las técnicas”.
En otro ensayo de 1964, “Urbanism”, Rexroth menciona a El año 2000, utopía canónica en la literatura norteamericana alrededor de la cual se fundaron clubes populares dedicados a la concreción de la ciudad del futuro descrita en la novela. Rexroth observa que esa ciudad ya llegó, “y se ve igual de hermosa que en las páginas de Vanity Fair”, aunque vivir allí sea, de hecho, una cuestión diferente. Las condiciones de vida para los afroamericanos de Chicago, por ejemplo, no guardaban relación con las esplendorosas tapas de la revista Time, que celebraban la renovación urbana como un “éxito espectacular”.
Rexroth no escatima críticas frente al automóvil, símbolo esencial de la modernidad, y objeto de deseo de la sociedad de consumo. El autor lo considera obsoleto, y sostiene que “está destruyendo las ciudades del mundo”. Cita como ejemplo a Los Ángeles, cuyos “focos potenciales de comunidad […] han sido devorados por estacionamientos, y su población se muere de anomia bajo un manto kilométrico de materiales cancerígenos”.
El problema real, según el diagnóstico de Rexroth, no se halla en las estadísticas o en las tablas, sino en las estructuras de poder ocultas, guiadas por la estupidez, la ignorancia y el egoísmo -políticos corruptos, la clase media, pequeños empresarios- “ese tipo de gente con zapatos bien lustrados cuyas actividades componen lo que el resto del mundo llama el estilo de vida norteamericano” (The American Way of Life).
En un giro más explícito hacia la ciencia ficción, Rexroth concluye su ensayo prediciendo (y lamentando) que para condiciones infrahumanas de vida una nueva raza podría surgir, monstruosa para los ojos del “humano humanista” (sic), una suerte de sociedad mutante que sobreviviera a la catástrofe nuclear. Rexroth también imagina a un arqueólogo del año 5.000 que, de no mediar una pronta solución, encontrará una Chicago posiblemente sumida en la miseria absoluta.
Para finalizar con Rexroth y sus pronósticos y diagnósticos, consideraré un último ensayo, “Facing Extinction”, escrito entre 1968 y 1969. Allí, el poeta consideraba que la extinción de la humanidad, a menos que la sociedad alternativa -su visión idealista de la contracultura norteamericana del período- tomara cartas en el asunto, sería el resultado probable de las catástrofes ecológicas y demográficas que previó. Según Rexroth, “cerca de un billón de personas” es la población mundial ideal para alcanzar una sustentabilidad ambiental satisfactoria. El ensayista cita estudios de científicos “cuerdos”, pero anónimos, quienes predijeron que a mediados de los años setenta comenzaría una serie de hambrunas que causarían la muerte de cientos de millones de personas.
Según el juicio de Rexroth, no es sólo la civilización lo que se estaba deteriorando; la extinción involucraba a la especie humana en su totalidad. El hombre, en su carrera mortífera, no desaparecerá sin dejar rastros en su nicho ecológico, se llevará consigo a otras especies. El descubrimiento del aspecto ecológico en el activismo juvenil de los sesenta fue para Rexroth más importante que la llegada a la luna. La juventud en rebelión no sólo se alzaba contra sus padres por Vietnam, también lo hacía por el veneno que recibían en el desayuno diario, y por el desayuno que faltaba en otras partes del mundo. Rexroth apunta a que la sociedad alternativa se vuelva una comunidad de “boddhisattvas ecológicos”, que se desenvuelvan en la ayuda mutua, el respeto por la vida y la conciencia plena del lugar propio dentro de la comunidad de criaturas: éstos son los cimientos para fundar una sociedad nueva, un nuevo orden moral, como ya había planteado Robert Owen un siglo antes.
Los culpables de la destrucción planetaria tenían nombre y apellido, y Rexroth los identifica: la casa real holandesa y su Shell (una de las cuatro mayores empresas petrolíferas del mundo), los DuPont y los Rockefeller, quienes arruinan al mundo y sus criaturas con venenos. En una crítica al sistema extractivista predominante en los últimos doscientos años, basado en la codicia irrestricta, Rexroth recuerda que un diez por ciento de la población estadounidense era “redundante”. Los jóvenes, los afroamericanos, los viejos y los blancos pobres de los estados sureños permanecían fuera del sueño americano. Además, fuera de las metrópolis, un tercio de la población mundial se hallaba en guerra, enferma o en condiciones de pobreza y, para completar un panorama ya desolador, “el viejo régimen cierra filas en un estado policial”, orwelliano.
Pese a su amargo diagnóstico, Rexroth vislumbra algunas posibles salidas:
- Reducir las industrias extractivas a un mínimo indispensable.
- Detener el uso de combustibles fósiles.
- Impedir la construcción de nuevas plantas nucleares, y cerrar las existentes hasta que se descubriera la forma de destruir los residuos.
- Fomentar la investigación de plásticos biodegradables.
- Reemplazar el uso de fertilizantes químicos por materia orgánica.
- Promover que toda la educación conduzca al “ágape”, al que Rexroth define como “respeto y afecto interpersonal y creativo”. Respecto de este punto, el autor incluye algunas demandas que ya circulaban entre alumnos y profesores de la Universidad de California, en Santa Bárbara, a saber: detener la guerra de Vietnam, legalizar la marihuana, detener las experimentaciones militares en los campus, proveer de anticonceptivos a quienes lo solicitaran, transporte público y bicicletas gratis, permitir el nudismo en una serie de situaciones sociales, clases de menos de treinta alumnos y abolir el tratamiento honorífico de “Doctor”. Rexroth bromea al respecto: “si un alumno te llama “doctor”, dile que tome dos aspirinas y un baño caliente y te llame en la mañana”.
Dadas estas condiciones, los poetas podían aspirar a establecer una suerte de “Reino” celestial y humanista, frente a un apocalipsis inminente.
La universidad Naropa, “uno de los lugares más progresistas y hermosos del mundo”
Fundada en 1974 por Trungpa Rimpoche, según el modelo de la universidad Nalanda en la India del siglo XII, Naropa funciona como una casa de estudios centrada en la enseñanza de las artes, la psicología y la religión, cuya premisa básica es la igualdad de oportunidades y la diversidad: en cierta medida responde al desafío planteado por Rexroth en su sociedad alternativa. También, influenciada por el budismo, apunta a la “práctica contemplativa” en todas las áreas de su currículum. La meditación es parte transversal de los cursos, y el objetivo de la universidad, según sintetiza su presidente, Thomas Coburn, es ofrecer “una perspectiva crítica de la vida interior de los estudiantes”. Para esto, intenta combinar la sabiduría tradicional de oriente, más ecuménica que estrictamente budista, con el pensamiento y la erudición occidental, algo que ya habían experimentado los Beats desde los cincuenta.
No obstante, como en otros aspectos de la generación beat, heredera directa de las autoproclamaciones y los distintos modos de publicitarse a sí mismo de Whitman, la universidad Naropa también pareciera tender a lo mítico y a lograr un efecto marketinero. La página Web describe a la universidad, con sede en Boulder, Colorado, como “una comunidad inclusiva de individuos que buscan visión (insight), conocimiento y propósito”, donde los alumnos pueden “descubrir su verdadero ser”. En sus aulas han enseñado Allen Ginsberg, Gary Snyder, Gregory Corso, Diane Di Prima y Philip Whalen, entre otros poetas.
Gregory Corso, la Bomba y el fin del sueño americano
Corso, en “Bomb”, escrito como un caligrama en forma de hongo atómico, presenta un escenario terrorífico pero posible, en forma tragicómica. La bomba nuclear se vuelve una maquinaria mortal, con ribetes cómicos y casi tiernos: es “Freno del tiempo” y “pedazo del cielo” pero también “Juguete del universo”. Sabiendo que la mayoría de la población preferiría morir por otros medios, el poeta lamenta la suerte de la “Pobre Bombita que nunca será/una canción esquimal”, y añade: “te amo/Quiero ponerte un chupetín/en la boca […]/una peluca de Ricitos de Oro en tu cabecita pelada/ y llevarte a saltar conmigo Hansel y Gretel/a lo largo de una pantalla hollywoodense.” Existe un antes y un después de la detonación de Little Boy y Fat Man en Hiroshima y Nagasaki respectivamente; la inocencia en las relaciones internacionales e interpersonales ya no sería posible o aceptable. Corso le da un rostro casi humano, de cuento de hadas, a la Bomba, el monstruo por excelencia.
Haciendo uso de imágenes propias de los films apocalípticos que abundaron en los años cincuenta[2], el poeta describe una explosión en una calle abarrotada de gente, en una metrópolis como es Nueva York. La gente está en medio de sus actividades cotidianas cuando la bomba cae, provocando que tacos altos, sombreros, peines, máquinas de chicles y otros elementos banales de la cultura de consumo se deshagan en un instante, convirtiéndose en cenizas.
El apocalipsis es global y resulta algo ridículo: los pingüinos se estrellan contra la Esfinge en Egipto, la torre Eiffel se dobla en una C, la punta del Empire State acaba clavada en un campo de brócolis en Sicilia. La destrucción de estos íconos de la cultura occidental es algo que el poeta “sólo puede imaginar”, ya que “no sabe cuán horrible es la Muertebomba”.
El poeta finalmente acaba declarando su amor por el arma más monstruosa que la tecnociencia haya imaginado: “Oh Bomba, te amo.” Cabe recordar que por no entender la intención sarcástica de estos versos, un miembro de un grupo antinuclear le arrojó un zapato a Corso durante la lectura del poema en Oxford.
En “The American Way”, corrosivo como en tantos otros poemas, Corso también echa mano a un puñado de imágenes y temas relacionados con lo apocalíptico y la ciencia ficción: “Están frankensteineando a Cristo en Norteamérica/en sus campañas de domingo”. “Están volviendo locas con Cristo a las viejas en Norteamérica”. “Están televisando el don de sanación y el miedo al infierno en Norteamérica”. Aquí Corso actúa como un segundo Lutero, denunciando la simonía y el comercialismo presentes en las campañas de los televangelistas.
Consideremos algunas otras citas al respecto: “Te estoy diciendo que el Camino Norteamericano es un monstruo horrendo/comiéndose a Cristo/Transformándolo en Oreos y Dr. Pepper/el sacramento de su boca impía”. “Te estoy diciendo que el diablo se está haciendo pasar por Cristo en Norteamérica”. “Los educadores & predicadores son los dictadores mentales/de falsa inteligencia / no permitirán que Norteamérica sea lista”. “Los educadores & comunicadores son los lacayos del Camino Norteamericano/Esclavizan las mentes de los jóvenes”. “El deber de estos educadores no es diferente/al de un capataz en una fábrica/Producción de réplicas/hacer que todos los jóvenes piensen igual/ se vistan igual/crean igual/hagan igual”. El catolicismo solapado y problemático de Corso -según Kirby Olson, Corso es un “un interrogador crónico cuyo centro es el catolicismo”- está presente en la iconografía a la que recurre el poema.
Corso insiste con la conspiración, en la cual el pueblo norteamericano es transformado en robots: “Réplicas/No sólo hablan y caminan y piensan igual/¡tienen la misma cara!” “¡Sólo puedo percibir una vasta y delirante conspiración!”
El poeta, continuando con el vocabulario cristianófilo, finalmente explicita las alusiones: “Es una bestia que no podemos ver o siquiera entender […] ¡Dios, cuán cercano a la ciencia ficción parece todo!/Como si un poder de otro planeta/se haya incorporado en las mentes de todos nosotros”.
En una última visión, Corso cierra con un tono victorioso, con un optimismo y un marco de creencias propios de los pioneros norteamericanos, haciendo uso de una imagen que pudo haber sido tomada de pintores clásicos europeos como Rafael, Guido Reni o Luca Giordano: “Veo parada en la piel del Camino / a Norteamérica/tan orgullosa y victoriosa como San/ Miguel Arcángel en el cuello del caído Lucifer”.
Una ciudad electrificada: Kerouac y un relato experimental de ciencia ficción
El texto, en una versión más breve, fue publicado por primera vez con el título de “Electrification” en la revista erótica estadounidense Nuggets, en su número de agosto de 1959. Tuvo una segunda publicación en The Moderns, antología de escritores contemporáneos compilada por Leroi Jones en 1963; es la primera versión la que se publicó en Good Blonde and Others, de 1993, y la que consulté para este artículo.
Según Stuart Cormie, Kerouac tenía pensado escribir una novela con un tema de ciencia ficción. En una carta a Carolyn Cassady de 1954, Kerouac menciona “una novela de ciencia ficción fantástica sobre una súper ciudad del mundo futuro tan inmensa que es inconcebible”. Pese a su anuncio, Kerouac nunca la escribió, pero sí envió un texto a William Burroughs, quien al momento de recibirlo estaba en Tánger. Kerouac habla de un “horror kafkiano” presente en su relato, el cual tiene algunas carencias que dificultan su lectura, pero si consideramos que se trata de un ejemplo de prosa mambeada, con una sintaxis canábica (parafraseando a Kerouac, quien define al relato como “very tea-head writ”, un texto porrero), entenderemos su carácter experimental y más bien provisional, de escritura a futuro, un texto a ser escrito a cuatro manos, como ya lo habían hecho Burroughs y Kerouac en Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Burroughs, con toda su experiencia como escritor de pulps, y con el conocimiento de los trucos y vericuetos de la ciencia ficción y el policial, le recomendó a Kerouac que trabajara un poco más la caracterización y las situaciones en las que los personajes se ven envueltos.
En el centro del relato se halla el amor, o lo que llaman amor pero no ponen en práctica. Al nacer por inseminación artificial, los niños pasan por un proceso de “desactivación”, lo que parece ser un olvido de su naturaleza superior, búdica por así llamarla, provocado. Seres “activados” visitan a este planeta, cumpliendo la función de ángeles -o espíritus guía-, aunque el modus operandi de estos no queda del todo claro.
La descripción que Kerouac esboza de su ciudadCiudadCIUDAD da la impresión de un sitio interminable cubierto por placas de acero -“ciudadCiudadCIUDAD era el mundo”, según el narrador- y puede ser divisada desde Marte. La descripción nos puede recordar a un campo de concentración en el que sus habitantes, agrupados por zonas y manzanas, no saben, excepto por un anuncio momentos antes, cuándo serán asesinados por electrocuciones masivas. No hay héroes, próceres o identidades personales como las entendemos hoy; los personajes son seres casi anónimos.
En ese mundo homicida, los “hermanos desamorados” (Loveless Brothers), quienes ya han dejado de pertenecer a la sociedad, de serle funcionales, son el equivalente a los crotos (hobos) cuya desaparición Kerouac lamentaba en Viajero solitario.
El punto de inflexión llega cuando M-80, el niño protagonista, que no ha sido desactivado, encuentra un charco de agua sobre una de las placas metalizadas que cubren la tierra. El padre de M-80 es funcionario en el Master Center Love, una suerte de ministerio polifuncional que se encarga de la administración política y el suministro de drogas que mantienen controlada a la población. Esa posición de privilegio le permite anticiparse a la electrocución de su zona y tomar medidas para que su hijo se salve.
El final del relato -al menos como aparece publicado en Good Blonde- parece una reescritura de la historia de Superman: un niño excepcional debe escapar de un planeta moribundo (en este caso, por un “totalitarismo superpoblacional”, según Kerouac) en una nave espacial preparada especialmente por su padre.
Tal vez el valor principal del cuento resida en que se trata de una pieza literaria sui generis, perteneciente a un género que Kerouac no volvió a desarrollar. Cormie se pregunta si las dificultades que presenta el texto no se debían a una falta de confianza en la propia creatividad, pero uno creería que pueden ser producto de un desconocimiento de los elementos de la ficción especulativa. Kerouac basó la mayoría de su carrera literaria en personas que conocía o circunstancias que no se desviaban mucho de lo verosímil, de manera que este relato representa una excepción a la norma.
En tiempos tan prosaicos, en los que predominan discursos sobre ganancias, pérdidas y ajustes, expuestos con un barniz new age y falsamente ecologista, y en los que los humanos son más recursos que sujetos de derecho, tal vez sea tiempo de volver a los ideales de una generación literaria norteamericana que soñó con una sociedad más justa y compasiva. En los coqueteos con lo apocalíptico y lo distópico de la Generación Beat también es posible hallar esta otra cara: nuestra relación con la naturaleza debe cambiar drásticamente o no será mucho el tiempo que nos quede como civilización.
[1] Esta y las siguientes son traducciones propias.
[2] Tan comunes fueron que Susan Sontag publicó un ensayo al respecto que sentó las bases para el estudio serio del cine de ciencia ficción y todavía sigue siendo influyente, “The imagination of Disaster”, en 1965. Allí, Sontag considera que existe cierto disfrute más bien adolescente en ser espectador del apocalipsis en una pantalla, con un género que según ella es “una de las formas más perfeccionadas de arte popular, que puede proveer una buena cantidad de placer a los cinéfilos sofisticados”. En dichos films, se exploran “nuevas ansiedades respecto del desastre físico, el prospecto de mutilación, y aun aniquilación, universal”. Corso, como el resto de los poetas beat, es producto de su tiempo, y su poesía refleja estas ansiedades contemporáneas.