Colectivo Fin de un mundo: Cinco años de intervención política desde el arte

Por Francisco Gianattasio

En octubre se cumplen cinco años de la aparición del colectivo Fin de un Mundo (FUNO) y eso es motivo de celebración. El colectivo reúne personas de distintas ideologías que se convocan alrededor de la poesía y la danza. Cinco años después, el colectivo sigue haciendo apariciones fugaces y demoledoras.

Desde su fundación, a partir de la intervención Proyecto 10/52, el colectivo siempre se mantuvo en los espacios públicos, desplegando para deleite o irritación de los conciudadanos un abanico ecléctico de intervenciones. Aquel día, una combi convertida en carabela de actores que representaban una alegoría del sufrimiento y la hipocresía se desplazaba por las calles de CABA ante las miradas perplejas de los transeúntes. Desde entonces el colectivo FUNO no hizo más que desplegar sus alas y crecer a razón de varias intervenciones por año.

Siempre en clave disruptiva, los espacios públicos de la ciudad fueron desbordados. Este compendio de sensaciones contradictorias constituye un fenómeno para tener en cuenta: desde la admiración hasta la indignación, -quizá la carta más recurrente de la “ciudadanía de bien”-, pasando por todas las reacciones imaginables. No es para menos, ¿acaso alguien pensó qué pasaría si una horda de PROmbies, seres con globos y cartelitos amarillos clavados en la cabeza, abordaran un subte en el que hubiera una familia yendo al cine o a ver a Violetta? Mucho peor sería la suerte de quienes estuvieran de compras en un shopping, ya que las posibilidades de encontrarse con un espejo hiperbólico aumentarían: podría estar atestado de PROmbies y/o mujeres encadenadas y paseadas por sus hombres. Impensable cómo podría explicar un padre a su hija, mujer del futuro, la intervención PERRAS en cualquiera de sus variantes. En este patriarcado, en el que una gran porción de la sociedad continúa ignorando la realidad, esta intervención genera un profundo rechazo.

El colectivo también se hizo presente durante las marchas que interpelaron a un amplio espectro de la sociedad, que ensayó en conjunto nuevas formas de manifestarse. Durante los últimos 24 de marzo, el colectivo llevó RADIO FUNO, una caravana festiva que este último año contó con más de doscientas personas bailando al ritmo de la música y la poesía entre las columnas de las agrupaciones más heterogéneas del país. El colectivo también se hizo presente en la vigilia del puente Pueyrredón, a la que acude desde el 2014, con su intervención Puentes, acaso la menos performática debido a su formato teatral. Puentes cuenta con dos particularidades: tiene en escena a Vicente Zito Lema, que escribió los textos, y tiene música en vivo compuesta por integrantes del propio colectivo.

De esta forma, FUNO continúa creciendo no sólo en términos cualitativos, propios de la experiencia colectiva, sino cuantitativos, reapareciendo cada vez con un número mayor de colaboradores: desde el inicio el colectivo realiza sus ensayos a puertas abiertas, haciendo las convocatorias por redes sociales, atrayendo no sólo a personas del mismo ambiente sino también a gente que se sintió imantada por la potencia catártica que se experimenta en cada aparición. La intensidad que se experimenta al presenciar a doscientas personas bailando un 24 de marzo es tan potencial que se vuelve inenarrable.

Para que el colectivo funcione es imprescindible una organización eficaz. Consecuente con su identidad, FUNO está organizado de forma horizontal en círculos de trabajo según áreas, en los que al momento de pasar a la acción la cantidad de gente fluctúa según las exigencias de la intervención. Para sostener la infraestructura descomunal que requieren tantas personas en escena pasan una gorra durante los ensayos. La premisa fundamental del accionar del colectivo pareciera ser el movimiento, sin importar qué ni dónde: siempre en movimiento. Enmarcando las intervenciones en marchas multitudinarias o por fuera de ellas, FUNO se apropia del espacio público y lo determina como escenario.

Hay una sintonía incómoda entre la praxis del colectivo y el caballito de batalla del PRO: mucha gente en movimiento. Desde el metrobus hasta la posibilidad de viajar con un caniche en el subte, pareciera que al gobierno comandado por la propuesta republicana una de las cosas que más le interesa es la movilidad en todo su esplendor. Y para ello, es menester un espacio público pulcro, que se adecue a su política de circulación y eventual esparcimiento, englobando todo en términos utilitarios. Y es lógico que así sea.

¿Lo es? A medias, porque el tema es qué hay más allá, qué es lo que se entiende por espacio público. Y ese qué es, esa idea, es lo que Fin de un Mundo sale a disputar en cada aparición, como una consecuencia natural de su accionar. El gobierno de la ciudad dice que el espacio público es un espacio de tránsito, o de ocio, un espacio de todos, y de esta forma otorga una función y un valor que se posiciona en los antípodas del colectivo, que baila: el espacio público es un lugar de encuentro, de construcción y de disputa, de resignificación, de desarticulación de la simbología que sostiene y ordena a la sociedad, y de rearme de sentido a partir de la poesía y el montaje, la danza: desde la acción. Fin de un mundo declama: el espacio público es nuestro.