Cuando arde el papel: Fahrenheit 451 a setenta años de su publicación
Por Matías Carnevale
El 19 de octubre de 1953 Ray Bradbury publicaba la novela que lo situaba entre los grandes escritores de distopías del siglo XX: Fahrenheit 451. A siete décadas del suceso, Matías Carnevale aprovechó la efeméride para charlar con el argentino Martín Castagnet y el Mexicano Alberto Chimal sobre la novela.
El mexicano Alberto Chimal (Toluca, 1970) es escritor, docente, traductor de Poe, Michael Chabon y otros y Magister en literatura comparada por la Universidad Nacional Autónoma de México. De su extensa bibliografía, que incluye cuentos, novelas, ensayos, dramaturgia y guiones para novela gráfica podemos citar La visitante (Planeta, 2022, novela), Manos de lumbre (Páginas de espuma, España, 2018, cuentos) y Cómo escribir tu propia historia (Alfaguara México, en colaboración con Raquel Castro, 2018).
El argentino Martín Felipe Castagnet (La Plata, 1986) es Doctor en literatura por la Universidad Nacional de La Plata, escritor, traductor y docente. Es editor en The Buenos Aires Review y Orsai, y publicó las novelas Los cuerpos del verano (2012) y Los mantras modernos (2017). La revista Granta lo eligió como uno de los 25 mejores escritores jóvenes en español, ranking en el que también aparece otro argentino dedicado a la ciencia ficción y el fantástico, Michel Nieva. Castagnet Acaba de publicar Minotauro: una odisea de Paco Porrúa (Tren en Movimiento), fenomenal reescritura de su tesis doctoral sobre el responsable de que exista el término “ciencia ficción” en estas latitudes.
-Ricardo Piglia decía algo como que había que recordar las circunstancias en que leímos por primera vez un libro ¿Cuándo leíste por primera vez F451? ¿Todavía conservás ese ejemplar?
Alberto Chimal (AC): Leí Fahrenheit 451 cuando estaba en la escuela secundaria. Mi ejemplar era de una edición de 1967 de Plaza y Janés. Entonces no me fijé, pero ahora investigo un poco y encuentro que el traductor era Alfredo Crespo. Para entonces ya había visto la adaptación de François Truffaut (en televisión, además: en la época de la tele “lineal” podía haber sorpresas así), así que tuve la experiencia de leer la novela después de ver la película. Fue raro: se sentía como si el libro de Bradbury fuera la versión posterior y no al revés. Por desgracia ya no tengo el ejemplar: lo presté, se perdió en una mudanza, no sé.
Martín Felipe Castagnet (MFC): La primera vez que leí Fahrenheit 451 sigue siendo inolvidable para mí, porque me cambió la vida. Puedo decir eso de dos libros, ambos en muy poco tiempo: uno fue El Señor de los Anillos; el otro, un poco antes pero el mismo año, fue Fahrenheit 451. Lo analizamos con lujo de detalle con nuestro profesor de Lengua, Enrique Lonné, a quien le debo la parte más valiosa de mi formación. Una de las cosas en las que insistió fue su preferencia por la traducción firmada por Francisco Abelenda. Por eso hoy no me resulta sorprendente que, diez años más tarde, al momento de elegir un tema para realizar mi doctorado, se me haya ocurrido la editorial Minotauro, que publicó ambos libros; nadie la había estudiado y yo me enteraba, por ejemplo, que Abelenda era uno de los tantos pseudónimos del editor, Paco Porrúa, al igual que Luis Domenech, el nombre con el que había firmado su traducción de La comunidad del anillo. Ahora mismo tengo mi ejemplar de Fahrenheit 451 a mi lado, en un lugar privilegiado de mi biblioteca (junto a El hobito, el Borges de Bioy y una edición muy especial de Crónicas marcianas).
-¿Qué podés contar del historial de publicaciones y de recepción de la novela en tu país?
AC: En México, Fahrenheit 451 circuló muy bien casi desde su primera publicación. El libro era realmente famoso, al igual que su autor. Otra edición conocida era la de Minotauro, que trajo también otros títulos de Bradbury como El hombre ilustrado o Las doradas manzanas del sol, y había más. La recepción del libro ha sido siempre elogiosa y el texto sigue viéndose como “necesario”, “pertinente”, “visionario”, etc. La interpretación más habitual en México es la de todas partes: que se trata de un alegato contra la censura. Aquí no se toma mucho en cuenta que el mismo Bradbury pensaba que su historia era contra la televisión, por alejar a la gente de los libros.
MFC: Bradbury fue muy querido de entrada en la Argentina, gracias a la excelente edición que preparó Porrúa, y Fahrenheit 451 no fue la excepción, a juzgar por la reedición que tuvo en 1963 y que siguió teniendo a lo largo de las diferentes épocas gráficas de Minotauro. En 1966 cobró nueva vida con la adaptación al cine de Truffaut, lo que llevó a una tercera edición, en una tapa color rosa y letras onduladas en sintonía con el espíritu psicodélico de la época. Un año después de la película salió una traducción de Plaza & Janés a cargo de Alfredo Crespo López, mucho más castiza que la de Porrúa.
–¿Qué vigencia le podemos atribuir a F451?
AC: Sea que estemos de acuerdo o no con Bradbury, su libro sigue representando una imagen muy poderosa de lo que puede hacer un régimen opresivo a una población dócil e indiferente, y una defensa del valor de la lectura como placer, como alimento del pensamiento crítico y libre, y como contacto con la memoria de la especie. Siempre hace falta insistir en que el texto no es una representación literal de nada, ni una profecía –un error muy común que se comete al leer ficción especulativa–, pero también hay que admitir que la realidad no deja de ofrecer ejemplos escalofriantes de censura similares a los que inspiraron al mismo Bradbury. Hay que ver, por ejemplo, la expulsión de las mujeres de las universidades de Afganistán o las campañas de supresión de libros por parte de la extrema derecha en Estados Unidos.
MFC: Hoy la ciencia ficción es el nuevo realismo, pero incluso así Fahrenheit 451 es hasta costumbrista: auriculares, autopistas kilométricas, televisores que abarcan una pared y mucha depresión. Hasta existe el Sabueso Mecánico: los perros robots de Boston Dynamics, y aunque todavía tengamos que ver qué uso se le da, a nadie le va a sorprender cuando los gobiernos utilicen a los pobres canes como tecnología bélica. Pero los aciertos que mantienen la novela en el presente son tres: 1) que Bradbury la haya situado no en un futuro lejano sino en uno muy cercano, anticipándose al giro que tendrá la ciencia ficción en el nuevo siglo; 2) la autocensura, que es el verdadero eje que guía al al autor (“no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee”); 3) el amor por la materialidad del formato libro, que no hace sino aumentar en tiempos excesivamente digitales.
-¿Algo más que quieras comentar sobre la novela?
AC: Se ha dicho tantas veces que tal o cual libro es “imprescindible” que la palabra ya no significa nada: se ha vuelto un adorno hueco, un lema publicitario sin sentido. Pero yo creo Fahrenheit 451 sí es un libro que hace falta leer al menos una vez en la vida. Como autor me quedo perplejo ante un ser humano que vivió algunos años de los que yo he vivido y logró eso; como lector lo agradezco.
MFC: Recuerdo debatir en clase con nuestro profesor de Lengua sobre el origen del nombre del protagonista. Muchos años después, poco antes de su muerte, Bradbury confesó en un prólogo el origen de los nombres de los personajes: Faber es por la famosa marca de lápices, Faber-Castell, y Montag es por una marca de hojas de papel. Por tanto, Fahrenheit 451 es la historia de una amistad entre el lápiz y la hoja. Ahora el profesor es mi amigo y pude darme el lujo de contárselo. Son pocas las ocasiones en que la respuesta a un misterio es todavía mejor que el misterio mismo.
Bien podríamos cerrar esta nota sobre un aniversario—que suelen ser artículos más bien pasatistas—con una cita del viejo Georgie, bradburiano de la primera hora y afecto al aprendizaje de pasajes enteros de libros, que es lo que termina salvándolos de la hoguera en la novela de Ray: “Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria” (Borges, “El libro”, en Obras completas 4).