Cuando el rock ataca
Por Pedro Perucca
Este jueves se estrenó 27: El club de los malditos, el último largometraje de Nicanor Loreti, con protagónicos de Diego Capussotto y Sofía Gala. Una investigación aparentemente de rutina sobre el presunto suicidio de una estrella del punk vernáculo desemboca en una trama que acabará metiéndose con uno de los mitos clásicos del rock mundial: El club de los 27, integrado por los músicos que murieron a esa edad.
La historia arranca cuando Paula, una Sofía Gala tan solvente como en todos sus últimos papeles, graba casualmente con su celular a su ídolo punk (Leandro De La Torre, interpretado por El Polaco /Ezequiel Cwirkaluk, en uno de los tantos guiños a la cultura popular que encontraremos) cuando es arrojado por una ventana hacia su muerte. Allí arranca una trama policial que en la primera versión del guión que hizo Loreti hace diez años iba a seguir transcurriendo por esa vía noir pero que ahora resulta sólo el punto de partida para un producto genéricamente inclasificable, que pasa por el policial, la comedia, la ciencia ficción, la parodia, el falso documental, el fantástico y hasta tangencialmente por el terror.
El policía racinguista que encarna Diego Capussotto, un ex combatiente de Malvinas hoy convertido en un lumpen autodestructivo capaz de ir a los bares a hacerse cagar a trompadas por hinchas de Independiente o de tomar en su oficina alcohol fino con jugo Tang (lo que dicen que fue el último trago de Ricky Espinoza), hace rápidamente dupla con Paula y en cinco minutos acaban resolviendo uno de los grandes misterios del rock gracias a los aportes astrológicos de ella (parlamentos delirantes dichos casi en un tono monocorde de personaje rejtmaniano). No busquen verosimilitud, esto es así y no hace falta explicar nada científicamente. Sólo entregarse y creer. Como con el horóscopo o los sanadores filipinos.
Capussotto cumple con todo lo que se espera de él, Araoz sobreactúa lo que le exige su villano y se apoya con seguridad en la gran secuaz que es Paula Manzone (¡ah, qué gran obra que fue Impalpable!). El científico loco de Yayo Guridi acaba siendo una nota algo discordante, pero la estrella rockera que vuelve del pasado para salvar el día resulta un personaje muy aprovechado por el gran actor español Guillermo «Willy» Toledo (a quien queríamos ya por Crimen ferpecto y luego adoramos con su impiadoso sosegate a Miguel Bosé cuando salió torpemente a bancar a Leopoldo López y criticar a Nicolás Maduro).
Previsiblemente para esta película de trama conspiranoica, los muertos del club de los 27 no son puro azar, como diremos a riesgo de spoilear, sino apenas objetivos de una conspiración asesina a lo largo de décadas, basada en el resentimiento y en el despecho. “El resentimiento puede durar mucho tiempo”, dice Paula. Como para dejar más claro que estamos ante un juego, Loreti se toma libertades tales como incluir en el club de Brian Jones, Jimmy Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin y Amy Winehouse (nunca se menciona a Kurt Cobain) a Sid Vicious y a Joe Strumer. Precisamente, el de la muerte de éste último es uno de los flasbacks más divertidos por su recreación de la muerte de un gentlemen inglés, episodio tan logrado como el de Syd. Según Loreti, fue sobre todo en la arquitectura de estos flasbacks donde se apoyó en la colaboración de Alex Cox, a quien conoció en la presentación de Kryptonita en el Festival de Mar del Plata, no casualmente director de Syd y Nancy y de Repo Man, con cuyo protagonista el policía de Capussotto tiene explícitas deudas.
Rezándole a Doctor Strange
Pero es raro lo de Loreti. Su Diablo de 2011 fue un saludable ventarrón de hiperviolencia, gore y delirio al servicio de una historia bien contada y filmada, con un Juan Palomino impecable en su papel border de boxeador lumpen peruano judío y peronista que no para de meterse en quilombos. Gracias a esta poderosa opera prima (en cuanto a largos de ficción ya que previamente había dirigido el documental de culto, La H, sobre Hermética) logró acceder a algunos proyectos más “por encargo”, tan comerciales y discutibles como las dos Socios por accidente (codirigidas con Fabián Forte y con protagónicos de Peter Alfonso y José María Listorti).
Luego vino Kryptonita -basada en esa gran novela de Leo Oyola que propone una versión matancera de La Liga de la Justicia- que, luego de generar el hype más intenso del cine nacional durante 2015, rompió todo. En apenas un mes superó los 100 mil espectadores y se transformó en una de la docena de películas nacionales que lo lograron ese año. Puede que algo haya contribuido para esto el paso de las desventuras de Listorti por el cine mainstream, pero lo cierto es que se trató de una afortunadísima conjunción de planetas ya que el estreno se dio en un momento de boom (cuarta o quinta reedición) de la novela de Oyola, que logró circular bastante más allá de lo que suele alcanzar un texto de literatura contemporánea argentina, que puede considerarse afortunado vende mil ejemplares.
Y Kryptonita está muy bien. Impecable técnica y estéticamente, con una translación redondísima de los personajes de la novela y un casting perfecto para un amalgamar un elenco insólito que la rompe toda (incluyendo a un Diego Capussotto que volvió al cine para encarnar una versión reventadísima del Guasón). Pero a la que tal vez le faltó ser un poco menos fiel al texto para animarse a ser lo que hubiera podido: el desembarco exitoso en el circuito mainstream de un orgulloso representante del cine de género, un embajador de los festivales de cine clase B, un digno heredero de las locuras geniales de Farsa Producciones… Pero algo falla en el ritmo de la película para lograr que no despegue del todo y que una de las mejores ideas del año quede un poco a media agua. La posterior versión serie de TV, Nafta Súper, también en complicidad con Oyola, se zarpa más en pop y bizarra y funciona mejor.
Algo parecido pasa con ésta 27. Está todo bien (bueno, tal vez exceptuando algo de la música y algunos excesos de cámara lenta y de preciosismo que no hacen más que entorpecer la dinámica y romper los climas), pero no termina de funcionar globalmente. Capussotto te hacer reír más de una vez, hay un humor sutil que no apuesta por la parodia torpe que en muchos momentos funciona, el elenco cumple sin discordancias. Claro que todavía falta para lograr grandes escenas de tiroteos y explosiones que sean creíbles en el cine nacional (sobre todo porque son caras) y que hay baches en la trama y altibajos dramáticos no siempre bien resueltos. Pero hay que tener en cuenta que mucho de lo que puede llegar a ser desconcertante o incluso molesto para un espectador tradicional de cine nacional, será decodificado de otra manera por un habitué del festival Buenos Aires Rojo Sangre -más entregado al juego sin exigir demasiada verosimilitud- y todo fluirá más libre y anárquicamente. Así, la película funciona, cumple, pero no explota. Otra vez falta algo.
Tal vez algunos estemos haciendo como ciertos analistas lacanianos que no terminan de criticar las divulgaciones de Gabriel Rolón, aunque se agarran la cabeza cuando lleva al teatro Historias de diván. No lo matan no sólo porque si bien es divulgación tampoco está diciendo pavadas, sino porque finalmente su discurso está ampliando el mercado, creando un campo de receptores del discurso psicoanalítico que viene muy bien para la práctica profesional. Así, los ñoños del país no podemos tener más que gratitud por Loreti, porque sin dudas sus películas más personales acercaron al mundillo a un montón espectadores que nunca habían escuchado hablar del BARS y que ahora se han asomado al maravilloso mundo de los géneros remixados, del fantástico a la criolla, de la historieta conurbanera, del nerdismo explícito, es decir, a un espacio con vasos comunicantes directos con todo ese cine clase B que se viene produciendo desde hace años irrespetuosa y prepotentemente en Argentina.
Así y todo, siempre queremos más, insaciables. Nos encantaría que Loreti finalmente sea nuestro Tarantino más nerd, nuestro Robert Rodríguez más desaforado. Soñamos con que se transforme en el héroe que Gotham necesita y finalmente nos dé la posibilidad de ir llorando a festejar un campeonato al Obelisco, cosplayeados y rabiosos, con Capussoto en andas. A lo mejor el proyecto de terror que vienen desarrollando bajo siete llaves con Leo Oyola sea esa película. Ojalá, porque creemos que puede.