David Bowie 1992/2001: Una zambullida interminable en el mar más vasto y maravilloso del mundo (I)
Por Marcelo Simonetti
Marcelo Simonetti analiza para Sonámbula el Box Set Brilliant adventure, de David Bowie, una bestialidad de reciente edición que trae 18 vinilos y un libro de 128 páginas con todas las grabaciones oficiales del Duque Blanco entre 1992 y 2001, ordenadas cronológicamente, incluyendo material desconocido, versiones alternativas y todo lo que se les pueda ocurrir. Hoy, la primera parte del análisis, que concluirá la próxima semana.
.
Cuando era un adolescente no me gustaba Bowie. O mejor dicho no sabía quién era Bowie. Pensaba que era el de Laberinto y nada más. El de las hombreras que se juntaba con sus amigos que me parecían lo más ordinario y predecible de los ochenta. O el de la propaganda de Pepsi. Hortera, le dicen los españoles y me parece la expresión más adecuada. Me había hipnotizado cuando era un nene y cantaba todas las canciones que pasaban todo el día en la radio y en la tele pero ese tiempo había pasado.
Leía muchas revistas de música, y todos mis artistas favoritos hablaban de Bowie y yo no entendía por qué.
Pero en 1995 vi el clip en algún lado de «Hearth’s Filthy Lesson». Y desde ahí me zambullí en el mar más vasto y maravilloso del mundo. Y lo recorrí hacia atrás y hacia adelante miles de veces y aún sigo.
Escribo ésto como intro de la reseña del hermoso box de David Bowie que contiene todos sus trabajos en estudio entre 1992 y 2001, al que se agregan el show completo para la BBC del 2000 que antes había sido editado a medias, el inédito Toy del 2001 y un sinnúmero de extras. En total, son dieciocho los vinilos que componen la caja y que vengo escuchando sin parar en éstos días.
El que abre el box es Black Tie White Noise. No es en absoluto una obra brillante. Pero teniendo en cuenta el lugar de donde venía Bowie no está nada mal. Es el disco que abre una nueva década (sin contar los dos pasos previos que fueron Tin Machine I y II en 1989 y 1991) y data de 1993. En una constante que se mantuvo siempre hasta ahí, la carrera del oriundo de Brixton se puede dividir perfectamente en décadas. Como si cada diez años naciera de nuevo, fuera otro.
Aunque parezca mentira hoy, en los ochenta el londinense había gastado todo su prestigio ganado en los setenta y cualquiera con pretensiones artísticas arriba o abajo de un escenario solía reírse de él. A esos años ochenta, Bowie los definió como “mis años Phil Collins” y siempre se encargó de aclarar que era una época de la que no se enorgullecía en absoluto.
El disco arranca con “The Wedding”, que parece una hibrido entre la base de “Young Americans” y el saxo de “Sound & Vision” y se desenvuelve (o se enreda) en los territorios del acid jazz y el house. El corte de difusión fue “Jump They Say”, que también abreva en un house progresivo.
Cuando un artista humano está en la búsqueda, visita nuevos territorios en busca de lo que nunca hizo. Cuando un artista extraterrestre como es el caso de David está en la búsqueda, revuelve en su pasado. Quizás por eso el disco por momentos parezca todavía parte de la época de Let’s Dance y haya ido a buscar a Nile Rodgers para reencontrarse consigo mismo, a pesar de los esfuerzos modernos en las bases y cierto aroma jazzero.
Black Tie White Noise pasó sin pena ni gloria en su momento y todavía cuando lo escucho empiezo a hacer cosas y se convierte en música de fondo. Pero, así y todo, hay un tema que es una declaración de principios o, mejor dicho, un reacomodamiento de cara al futuro. Es un cover del ahora funado Morrissey. ¿Y por qué digo ésto? Porque Moz también pisó fuerte en el mapa musical de los 80, pero en el extremo opuesto a los figurines con los que el Duque se codeó en esa misma década. “Mi lugar es acá y no allá”, parecía aclarar con ese cover.
De todas maneras, BTWN fue un disco transicional y de reacomodamiento que tuvo un pronto sucesor, a priori de relleno pero que resultó mucho más interesante. Se trata de The Buddha Of Suburbia, banda de sonido de la película homónima que fue grabada inmediatamente después que BTWN y que pasó inadvertido salvo para los estudiosos del Duque.
Algunas de las canciones del disco resaltan con un brillo de artesano que hacía rato no aparecía. Si bien se puede adivinar a Bowie escuchando a Kraftwerk, Neu, T Rex y otras cosas de los setenta con el transcurrir del disco, también en él David vuelve a ganar en libertad y experimentación. Toca el saxo en la fresca “Buddha Of Suburbia”, sigue profundizando en las bases electrónicas y nos deja gemas como la canción ya mencionada, «Strangers When We Meet» y la glacial “Dead Against It”. Con los años, más precisamente en 2003, nuestro marciano favorito declararía que TBOS era el mejor disco de todos los que hizo. Si nunca le prestaste atención, dale una escuchada.
Es promediando la última década del siglo pasado que Bowie decide pegar otro salto mortal. Mientras el britpop y el “live forever” eran la llave que abría las puertas de la masividad, se despachó con un disco conceptual que narra la historia de un detective que investiga el asesinato de una niña de 14 años y que oscila entre el art-rock, el metal gótico industrial, la electrónica ambiental, el trip-hop y el jazz más melancólico. Es quizás la jugada más arriesgada de toda su carrera. Se trata del extenso 1. Outside.
Para llevar a cabo su plan no estuvo solo. Fue a buscar al socio de su coronada trilogía berlinesa, a quien Bowie solía ubicar en el podio de los personajes más influyentes e importantes de la música del siglo XX: Brian Eno. Aparte de ser el coproductor, Eno se ocupa de los sintetizadores que inundan la placa. Lo más llamativo del disco es que es ecléctico y a la vez cuando terminás de escucharlo te da una sensación de una redondez conceptual que es siempre difícil de lograr.
La perla que se destaca es “Hearths Filthy Lesson”, pieza de gothic metal industrial que parece ser la obra de un profesor que le muestra a las nuevas generaciones como se hacen las cosas. La canción contrasta con la bellísima y crepuscular “The Motel”, que también es digna de mención. Otro hito a remarcar del disco es la angustiante “I’m Deranged”, de base hipnótica sobre la cual David canta alargando las notas como un desesperado que pide ayuda entre balbuceos. La letra está escrita desde la perspectiva de alguien que tiene la esperanza de enloquecer y está inspirada en el viaje que hizo Bowie junto a Brian Eno a una clínica psiquiátrica en Austria en 1994 donde se entrevistaron con un internado que creía estar poseído por un ángel desde 1948. La voz en el comienzo del tema es sombría pero en el segundo verso la melodía se desfigura y David pronuncia las palabras como si no recordara cómo se pronuncian, enredándose en cada sílaba y extendiéndolas en cada repetición para crear un ambiente insano y opresivo.
Según el propio Eno, la idea de ambos en el disco fue la de mordisquear la periferia del mainstream más que de sumergirse en él. Intercambiaron manifiestos sobre lo que estaba haciendo falta en la música y lo que habría que hacer. Una de las técnicas que utilizaron fue la de escribir algunos bocetos teatrales para que de ahí saliera el material. Eno escribió algunas escenas y se las repartió a los músicos para que se inspiren y hagan música según las mismas. Por ejemplo: “Es el año 2005. Sos el músico de una banda de soul árabe que toca en un club de sexo en el norte de África. Los clientes son ricos, sofisticados. Ésto es al mundo árabe lo que para New York fue para América en los 80. Tocás un funk atonal repetitivo con arreglos ambiciosos ocasionales para impresionar a tu futuro suegro, el ministro de redes tecnológicas de Siliconia, que está entre el público”.
Más arriba dije que éste disco fue un nuevo salto mortal porque para público y crítica era visto como un artista que ya había dado lo mejor de sí. Tan arriesgada fue su jugada que la completó saliendo de gira con Nine Inch Nails en Estados Unidos, banda insigne del metal industrial y con un público hasta ese momento ajeno al presente y también a la historia del creador de Ziggy Stardust. Los yanquis estaban en pleno ascenso y el show fue diseñado de manera entrelazada, con ambos siendo parte de los temas del otro en un único setlist. Bowie arrancó apenas intercalando algunas de sus canciones entre las de la banda americana para ir ganando en protagonismo con el correr de la gira hasta terminar siendo el centro de atención de audiencia y crítica.
Hay un tema del disco que creo que funciona como pista de lo que viene, o quizás como la llave que abrió la siguiente puerta, que es “Hallo Spaceboy”, un rock industrial de base drum’n’bass que se vería acentuada en la versión de 1996 junto a Pet Shop Boys.
En 1997 Bowie ya tenía otra vez la atención de la intelligensia cultural del mundo entero sobre él. Y la enfrentó con un disco, el autoproducido Earthling de Drum’N’Bass, techno, guitarras rabiosas y Jungle ensamblado a su característica composición melódica. El mismo fue concebido durante la gira de 1.Outside y grabado ni bien terminó la misma. ¿La idea? Lo que David tuviera ganas. Destacan “Little Wonder”, “I’m Afraid Of Americans” y la más calma “Seven Years In Tibet” (una especie de jazz-funk relajado y siniestro) como lo más logrado, y el resto es más terrenal. David pasa de la claustrofobia y la opresión urbana de su disco anterior a sus ya clásicos viajes futuristas al espacio en algo más de un año justo para celebrar sus cincuenta años.
Tan radical fue el golpe de timón en ésta década, que organizó una enorme fiesta cumpleañera en el Madison Square Garden y la enorme legión de músicos invitados fueron en el noventa por ciento de los casos las grandes figuras contraculturales y alternativas de los últimos treinta años que fueron influidas por él y que acudieron a reverenciarlo. Y el otro diez, contemporáneos que también fueron usina inspiradora. Desfilaron Robert Smith, Billy Corgan, Sonic Youth, integrantes de Pixies, Lou Reed y otros. Sin rastros de Jaggers y Turners.
Si bien el registro de éste show no está incluido en el box (se consiguen hermosos bootlegs en cd y vinilo) es un hito importante teniendo en cuenta que Bowie ingresaba a la década siendo un abuelito rockero ordinario y que estaba terminándola siendo un ícono cultural con destino a la apoteótica presentación en Glastonbury. Éstos discos, coronados por ésta actuación rodeado de luminarias son los que lo hicieron posible.
El mismo Bowie dijo al promocionar en 1977 su disco Heroes, de la trilogía alemana, que anticipaba lo que llegaría en la música en las décadas siguientes: “El futuro pertenece a quien pueda oírlo llegar”. Quizás por eso es el artista más influyente de la historia de la música popular moderna, en una enorme cantidad de estilos.
(Continúa en una próxima nota)