David Bowie 1992/2001: Una zambullida interminable en el mar más vasto y maravilloso del mundo (II)

Por Marcelo Simonetti

Marcelo Simonetti analiza para Sonámbula el Box Set Brilliant adventure, de David Bowie, una bestialidad de reciente edición que trae 18 vinilos y un libro de 128 páginas con todas las grabaciones oficiales del Duque Blanco entre 1992 y 2001, ordenadas cronológicamente, incluyendo material desconocido, versiones alternativas y todo lo que se les pueda ocurrir. Segunda parte del análisis que comenzamos a publicar la semana pasada aquí.

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Es famoso el segmento de Bowie en la entrega de los premios Grammy de 1975 cuando se refiere a la audiencia como: “damas, caballeros y otros”, por dar un ejemplo de su visión de futuro. Una situación que resultó graciosa hace 45 años y que ahora resultaría de lo más normal.

Es en el marco de una entrevista por la promoción de lo que sería su siguiente disco, Hours… donde se refiere a Internet. Vale recordar que en ese momento era apenas una herramienta novedosa y a la que no era tan fácil acceder. Apenas existía Napster y la mayoría de las páginas webs eran emprendimientos rudimentarios que tenían más que ver con un esfuerzo de fans de expresiones artísticas que con potenciales nichos de difusión o posibilidades de negocios. Pero Bowie declara: “No creo que hayamos visto ni la punta del iceberg. El potencial de lo que Internet va a hacerle a la sociedad, tanto para bien como para mal, es inimaginable.  Creo que estamos en la cúspide de algo tan estimulante cómo aterrador”.

Bowie, después de haberse tomado una temporada de vacaciones en la tierra inmerso en el jet set y las mieles del mainstream, en los noventa volvió a hacer música a miles de años luz del resto de los artistas. Con un ademán, reclamó su lugar y lo tomó al instante.

En el año 1999 vio la luz el ya mencionado Hours…, que además fue el primero disco de la historia que pudo bajarse de manera legal en la web. Las condiciones en las que fue grabado fueron otra vez totalmente distintas a las de placas anteriores. Armado en conjunto con quien se había vuelto su mano derecha por tocar con él hacía diez años, Reeves Gabrels, usaron cuatro estudios a lo largo de casi un año, con dos ingenieros de mezcla distintos y tres bateristas (uno de ellos Jason Cooper, de The Cure, cuyas versiones nunca vieron la luz).

El motivo de las vueltas es que el disco tenía un sonido 100% de los 70 en la mejor época de David. Entonces, con el disco terminado, lo regrabaron con un sonido más contemporáneo. Reeves dejó de lado el sonido rockero de la grabación del bajo y llamó a Mark Plati para que tocara el bajo eléctrico. La batería fue regrabada. El resultado es que a la salida del disco los temas estaban terminados dos veces, había dos discos distintos con las mismas canciones grabadas. Solo la versión última fue editada. En la tapa, un Bowie reposado y pelilargo de traje blanco espacial sostiene al Bowie de su reencarnación anterior que yace exhausto, quizás muerto. Y no solo de un nuevo giro en su música se trataba, sino que también fue el símbolo de cómo lo había dejado el colosal esfuerzo por recuperar el lugar perdido.

El disco no fue recibido con la misma emoción que sus anteriores trabajos. Desde la industria ya no esperaban ningún diamante al que exprimir con la fórmula “Aspen”, y los entusiasmados con su magistral giro hacia los ritmos más modernos y futuristas lo ignoraron. No tuvo malas críticas, pero se subrayó que el disco recordaba mucho a su primeros trabajos y que eso podía ser un síntoma de agotamiento.

Y acá es donde voy a romper lanzas por éste disco. Es una colección de temas tan desnuda y emotiva como las mejores de su carrera, o aún mas. Es la declaración más descarnada e íntima que David haya hecho, mostrándose más interesado en exhibir las heridas que en repartir enseñanzas. La letra de “The Pretty Things Are Going To Hell” no podía ser cantada por nadie más que por él, y es muy probable que estuviera hablando de sí mismo de la tragedia y lo efímero de la vida y los buenos momentos. Es el primer disco que el Duque sacó con más de 50 años de edad y ya desde la tapa parece decirnos que ya no iría corriendo en busca del futuro. Que ya había llegado y estaba ahí. Y que ahí no había nada.

Después del frenesí de 1.Outside y Earthling, Bowie nos entrega un disco lleno de guitarras de 12 cuerdas que suena mucho al mejor álbum de su carrera: Hunky Dory. Los oídos más entrenados van a poder escuchar reminiscencias a Ziggy, Aladdin Sane, Low y otros. A la distancia, veo a Hours… como un álbum que funciona como un balance necesario de la vida en el quincuagésimo aniversario del ícono y como testamento de quien que ha llegado a la cima y desde ahí mira al mundo con madurez y una alta cuota de resistencia.

Bowie llegó no solo para innovar, sino para  transformar al rock moderno en un idioma donde la literatura, el arte, el estilo, la exploración sexual y los comentarios sociales pueden agruparse en una sola cosa. El disco está repleto de arabescos desbordantes de angustia, canciones de cuna que nos cuentan sobre la vida después de la muerte y proclamas en tono confesional que llegan a su clímax en las bellas «Survive», «Seven» y «Thursday’s Child». Las melodías del disco son tan espaciales como siempre, pero como nunca se te meten bajo la piel y escarban en el corazón acompañadas de la voz de David que suena más cargada y oscura que en el resto de sus discos. Todo el trabajo es compartido entre el londinense y Reeves Gabrels, que llena el disco de atmósferas que remiten al pasado y al espacio exterior al mismo tiempo.

Hours… es un grower que mejora con cada escucha. Me gusta pensar que sus anteriores trabajos fueron la jugada estratégica para acaparar la atención y que cuando lo logró les lanzó ésta bomba que estalló en los oídos alegres de los desprevenidos.

En junio del 2000 el Duque dio quizás su concierto de masas más memorable en el Glastonbury Festival. Ahí, se reencontró con temas que en 1990 había dejado atrás y que retomó, reestructurados para que encajen en el sonido de la propuesta. El timbre de su voz ganó en profundidad y versatilidad con los años y, al igual que en sus últimos discos, en los shows de la época se presentó con la que quizás fue su mejor banda. Su concierto del Glastonbury no se encuentra en el box, pero está editado en tres vinilos y dvd.

Lo que sí está en el box es un show que hizo dos días después del festival en el “BBC Radio Theatre” de Londres, grabado por la misma BBC en un espacio reducido en comparación con las doscientas cincuenta mil personas que enfrentó dos días antes. Son versiones relajadas de una selección de temas de toda su carrera donde su voz se luce como nunca. Una versión acotada de quince temas de éste show había visto la luz en un box limitado de tres CDs de grabaciones de la BBC, aunque esa edición se encontraba agotada. Ahora el show de veinte temas se encuentra completo en la caja en tres vinilos.

Siguiendo con el recorrido cronológico nos encontramos con el disco Toy que Bowie grabó en vivo en estudios entre el 2000 y el 2001, con canciones propias del principio de su carrera reversionadas. Él siempre consideró que su primer disco fue Space Oddity y nunca se hizo cargo de sus anteriores grabaciones. Quizás por eso regrabó esos temas y también quizás por eso Virgin decidió que nunca viera la luz antes como disco (sólo algunos de los temas como Lados B).

Todas las reversiones ganan en producción, brillo y ejecución respecto de las originales, pero son las que fueron reestructuradas las que se destacan del resto, como “Conversation Piece”, un lado B de 1970 que suma gravedad en una sombría versión con el duelo entre las cuerdas de Tony Visconti y la voz más vieja y asentada de David, y «Shadow Man», un outtake de Ziggy Stardust que se convierte en una balada elegante y melancólica que opaca a la versión original. “Can’t Help Thinking About Me” es una canción que grabó cuando tenía diecisiete años que acá suena más naive que nunca debido a la inocencia de la letra original cantada por una persona que tuvo mil vidas en algo más de cincuenta años. Era un momento de jolgorio en los conciertos de principios de éste siglo y suena con mayor cuerpo gracias a la guitarra de doce cuerdas.

El colosal box se completa con cuatro vinilos que reúnen temas para bandas de sonido, remixes, lados B y todo lo que Bowie haya grabado en el período por fuera de los discos. Destacan los temas que acompañaron en su momento a los singles de Hours…, especialmente “We All Go Through”, que trata de una pareja de enamorados que se ven tan bien juntos que al salir a la calle son atacados con violencia por quienes los cruzan. Si pensamos en éstas canciones como parte del mismo proceso de grabación que el disco de 1999 y en el hecho de que hay una versión del mismo que nunca vio la luz, podemos imaginarnos quizás un disco mucho más sustancioso y con un tono aún más oscuro y deudor de los setentas que el que podemos escuchar, que disimula éstos aires con arreglos más contemporáneos.

Y así cierra el quinto box. Un valor agregado es que muchos de éstos discos no habían sido originalmente editados en vinilo, ya que en ese tiempo el CD hegemonizaba el mercado. A priori es el período que menos atención podría generar. Pero al revisitar su obra resulta más vigente suena, poniéndose mejor con el paso de los años.

Desde ahí Bowie siguió girando y sacando discos hasta que su salud lo obligó a retirarse de los escenarios hasta que, antes de su muerte, alcanzó a regalarnos dos discos más.

Aún hoy, David sigue siendo la primera referencia de infinidad de músicos y artistas de todas las edades a lo largo y a lo ancho del planeta y las ediciones de éstas lujosas cajas nos ayudan a extrañar menos la figura del que quizás fue el ícono máximo de la cultura popular mundial del siglo XX.

David Bowie 1992/2001: Una zambullida interminable en el mar más vasto y maravilloso del mundo (I)