¿Derecho a la salud mental o justicia psicosocial?: Un fragmento de «Las máquinas psíquicas», de Emiliano Exposto
Por Emiliano Exposto
Compartimos un fragmento del primer capítulo de Las máquinas psíquicas, último libro del investigador y militante Emiliano Exposto en el que problematiza la salud mental a partir de una perspectiva “desde abajo”, cuestionando el psicologismo, la biologización y la privatización de los padecimientos, apostado por el cuidado mutuo y la acción colectiva.
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Este 10 de Octubre se conmemora un nuevo “Día Mundial de la Salud Mental”, instituido en la década del 90 por la Federación Mundial para la Salud Mental y la Organización Mundial de la Salud. Se trata de una jornada destinada a concientizar a la comunidad de los problemas de salud mental, destacando el “derecho a la salud mental” y la necesidad de profundizar en la prevención, promoción, acceso y atención. Sin embargo, desde sus inicios es un día cuestionado por los activismos radicales del campo, como oportunidad para difundir sus reivindicaciones contra la patologización de las diferencias, la profesionalización, la criminalización de los “consumos problemáticos”, la medicalización de las infancias y el cierre de los manicomios, entre otras problemáticas. Desde las luchas de la antipsiquiatría hasta el activismo loco contemporáneo, pasando por el movimiento de usuarios, ex usuarios y sobrevivientes de los sistemas de la salud mental, el día es utilizado para denunciar la violencia psiquiátrica, farmacéutica y terapéutica del modelo hegemónico.
En el marco de esta jornada, realizada en el segundo año de una pandemia que agravó las dificultades emocionales y psíquicas de las grandes mayorías, profundizando las desigualdades en salud mental, aprovechamos para compartir un breve fragmento de Las máquinas psíquicas: crisis, fascismos y revueltas (La Docta Ignorancia, 2021), último libro del investigador y militante Emiliano Exposto. En el primer capítulo, titulado “Politizar los malestares”, Exposto problematiza la salud mental a partir de una perspectiva “desde abajo”, donde cuestiona el psicologismo, la biologización y la privatización de los padecimientos, apostado por el cuidado mutuo y la acción colectiva. El compromiso del autor es con las posiciones críticas por la “justicia psicosocial”, la “diversidad mental”, la “salud mental popular”, el “punto de vista del malestar” o el “derecho a la anomalía”.
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La precarización psíquica de la clase trabajadora es un síntoma estructural de las crisis apocalípticas de la sociedad capitalista. Así como el trabajador encerrado es el personaje de los dispositivos disciplinarios, y el consumidor endeudado la figura de los artefactos de control, las máquinas psíquicas precarizadas caracterizan nuestras subjetividades de la crisis[1].
Las crisis ecológicas, económicas y sanitarias conviven con crisis subjetivas. Crisis de aturdimiento, cansancio, colapsos y nerviosismo. Angustias. Crisis ante la incapacidad del poder de subjetivar los cuerpos, subordinando sin resistencias la reproducción de las vidas a la reproducción del capital. Es posible normalizar las crisis desde arriba para relanzar la acumulación, criminalizando las rebeldías y patologizando los malestares. Y es posible politizar las crisis desde abajo como premisa de nuevas acciones y deseos en conflicto[2].
Las crisis subjetivas son gestionadas por los progresismos, violentadas por los fascismos o mercantilizadas por las industrias farmacéuticas del neoliberalismo. Las luchas populares, al contrario, politizan los malestares amplificando nuestras autonomías y desobediencias.
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La categoría de salud mental es contradictoria. La salud mental desde arriba puede ser entendida como un psicopoder capitalista. Una máquina de opresión y privilegio que sostiene la clasificación de los cuerpos sanos y enfermos, normales y patológicos. Divide las vidas vivibles o invivibles, las muertes que merecen ser evitadas y aquellas que no valen la pena, las mentes valorizadas y desvalorizadas. A pesar de sus disputas internas, tiende hacia la segregación y expulsión de las divergencias y anomalías. Opera por medio de sobremedicación, abusos, encierros, terapias oficiales y violencia psiquiátrica. Desde el punto de vista del capital, es un territorio cruel, y muchas veces vedado, para las disidencias, personas de color y sectores populares. Se trata de un dispositivo que estigmatiza, discrimina y patologiza las diferencias emocionales. Al estar impulsada por el imperativo de la capacidad psíquica obligatoria, esa máquina cuerdista, capacitista, racista y patriarcal subyuga las diversidades afectivas, funcionales, corporales y sexuales, entre otras.
En contraposición, la salud mental desde abajo admite ser comprendida como una psicopolítica popular. Un campo de creación, resistencia y cuidado de nuestra diversidad psíquica. El activismo en salud mental es un movimiento social por la transformación radical. En este escenario se juega la disputa en torno a nuestras dolencias, deseos, fantasías y placeres. Nuestros malestares son un punto de partida contra el realismo capitalista, el signo de un desvío, una disidencia sensible. Nuestra vida anímica lleva la marca de los conflictos sociales, toda vez que el antagonismo se dirime en el plano de nuestra existencia. En los síntomas se encarna una divergencia psíquica de la normalidad capitalista. Desde el punto de vista de las luchas, la salud mental popular es el archivo de una política de los inadecuados y sintomáticos: el frente de acción del precariado psíquico.
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La tarea es crear una política de los sintomáticos. Si la antipsiquiatría, Foucault y el esquizoanálisis han señalado el potencial político de la locura, hoy se trata de explorar la potencia de nuestros síntomas y malestares. Todos estamos desigualmente psiquiatrizados por el poder terapéutico. Debido a la inflación diagnóstica de las industrias biomédicas, cada vez más personas somos etiquetadas mediante alguna categoría de “trastorno”, “patología” o “enfermedad mental”. El reconocimiento de nuestra diversidad puede activar las fuerzas de una psicopolítica popular. Una disputa por los derechos de las disidencias psíquicas.
El precariado psíquico precisa organizarse: el sujeto del cambio en el movimiento social por la salud mental ya no son solo los profesionales y familiares, el sujeto somos los sintomáticos; los usuarios, ex usuarios y supervivientes del modelo terapéutico hegemónico. Al percibir nuestra fragilidad como debilidad, se obtura la posibilidad de liberar las potencias del malestar y el disfrute. Porque no somos enfermos sino personas vulnerables que deseamos justicia psicosocial. Necesitamos nuevas alianzas para cuestionar opresiones y privilegios, superando los límites del realismo capitalista. ¡Las vidas rotas importan!, podría ser la consigna de una lucha de clases ampliada.
[1] La expresión “máquina psíquica” fue formulada por el psicoanalista Juan Pablo Pulleiro en “Sobre los mandatos de productividad en la cuarentena”. A su vez, utilizamos el concepto de “subjetividades de la crisis” de la investigación militante del Colectivo Situaciones.
[2] Retomamos la perspectiva de las crisis de Diego Sztulwark en La ofensiva sensible, Caja Negra, 2019.
También sugerimos ver las notas del autor:
Enajenadxs. Salud mental y revuelta y ¡Las vidas rotas importan!: terapia radical y cambio social