“Día de los muertos”, un poema de Enrique Lihn
En este Día de muertos, desde Sonámbula rescatamos un poema de Enrique Lihn con ese nombre, que hace parte de su Diario de muerte, una de las más lúcidas reflexiones sobre el final de la vida humana que se hayan intentado. El texto que hoy compartimos fue escrito por uno de los más grandes poetas de Chile apenas un mes antes de su fallecimiento.
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Enrique Lihnh, indiscutiblemente considerado como uno de los poetas más grandes de Chile, murió el 10 de julio de 1988 en su casa santiaguina de calle Passy, a los 59 años, mientras seguía trabajando sobre sus últimos textos. Lihn, que también fue pintor, ensayista y autor de novelas, obras de teatro e historietas, es recordado sobre todo por su poesía, con claros vínculos con la antipoesía de Nicanor Parra. Pese a su inmediato alineamiento con la revolución cubana (el poeta vivió incluso dos años en La Habana a mediados de los sesenta, trabajó en Casa de las Américas y escribió en el Granma), terminó desilusionado del proceso cubano, con muchos intelectuales, luego del caso Heberto Padilla, de quien era amigo y a quien defendió públicamente.
Esta posición crítica, sumado a su decisión de no abandonar Chile después del golpe pinochetista, lo hicieron un autor “incómodo” para buena parte de la izquierda stalinista. Más allá de las acusaciones de ex compañeros y de la necesidad de esquivar la censura, su obra es una de las que más profundamente da cuenta del proceso. En una entrevista Linh recuerda: “Muy temprano empecé a pensar en las relaciones que podría haber entre mi escritura y la dictadura y si yo podría resolver ese conflicto. Es decir, postular una determinada oposición a la realidad reinante en Chile. (…) Se trataba para mí de considerar las maneras de burlar la censura o de incorporarla al propio texto. Porque no te puedes oponer a ella resueltamente, como lo haría un escritor político, o como lo han hecho los escritores que han trabajado desde fuera. Me parece que en eso han perdido pie literario, en su afán de politizar la literatura, de panfletizar o de atacar desde situaciones que, sólo en ese sentido, son privilegiadas… Los mecanismos de permisibilidad, que de alguna manera se inventan para dar cuenta de la realidad dictatorial son los que he tratado de realizar en el texto, especialmente en la narrativa, y todavía más en el teatro. En todo este tiempo he acusado en el cuerpo de mi escritura el fenómeno de la dictadura, no hablando directamente de ella, sino produciendo ciertos textos que podrían tener una relación de homología con la sociedad chilena de estos años: textos asfixiantes, textos que se refieren al poder y a la locura del poder. Es decir, la novela de la dictadura, con la que me alineé también al escribir El arte de la palabra y La orquesta de cristal. Son textos que se refieren a la dictadura imaginaria, puro reflejo de la dictadura real. O el humor que asume las palabras del poder y las revienta al exagerarlas, las exorciza bufonescamente. Y, por ejemplo, se imita al rey y se lo pone en evidencia al exagerar o acentuar ciertos rasgos delirantes del discurso dictatorial”.
“Día de muertos”, el poema que rescatamos hoy desde Sonámbula, fue publicado originalmente en el número 10 del Diario de Poesía, en la edición correspondiente a la primavera de 1988, junto con una entrevista que le había realizado a Lihn algunas semanas antes el poeta Hernán Miranda, a quien le cedió ese poema, entonces inédito. La entrevista fue titulada “Pinochet es kitsch” y puede encontrarse en las redes.
Luego el poema, fechado en junio de 1988, fue integrado a toda la serie que Linh fue trabajando en sus meses postreros, publicadas en Diario de Muerte, una lúcida y valiente reflexión sobre los distintos abordajes culturales de la muerte y un balance de la propia vida en una colección de poemas, reunidos y transcritos por Pedro Lastra y Adriana Valdés, publicado por Editorial Universitaria al año siguiente, en junio de 1989. Tomamos la versión de este libro, que tiene algunas pequeñas modificaciones respecto de la publicada en Diario de Poesía.
Día de los muertos
Día de los muertos que no tiene ni principio ni fin
hilado con el uso de todos los días
En el inconcebible mundo de un solo habitante
se desharía la unión de vivos y muertos
paralizándose el inmenso trabajo
La obra que no tiene origen
no debe perder la continuidad de su origen
sólo de los cabos sueltos que ellos dejaron
brota el tejido sin fin obra de nuestras manos y de las suyas
La extensión de la obra conspira contra quienes quieren hacerla suya
Contra su mismo sentido
Basta aceptar que otros pusieron sus fundamentos hace millones de años
La pregunta por el sentido no tenía en ese tiempo sentido
Estos fundamentos fueron cráneos y huesos (a)morosamente acariciados
con angustia, inhumados junto al fuego
No hay otros fundamentos más sofisticados que éstos
Todo ser que acaricia a otro está ritualizando
la primera postura de esos cráneos, de esos huesos
La imposibilidad de acariciar a nuestros muertos
la ausencia de urnas funerarias entre los fríos regalos de matrimonio.
el ridículo celo fronterizo de que hace gala el mundo -pequeño país- ante el gran imperio de los muertos
nuestro diario e ineuctable invasor
hacen que la obra olvide sus huesos y sus cráneos
y se deje engañar por la soberbia de los obreros providenciales.
Deseo abandonar lo que la obra haga de mi con otras manos
que la magia -razón de los desesperados-
me lleve a un lugar equidistante entre los vivos y los muertos
desde donde se divisen, quizá juntos,
el fundamento y el sentido
(si lo tiene) de la obra
No el que le imponen los nombres providenciales
sino el que los borra