Diálogos de un encierro caleidoscópico

Por Natalia Amendolaro y Ezequiel Wolf
Ella y Él vuelcan en documento compartido online sus impresiones sobre la vida en cuarentena desde dos hemisferios y dos continentes distintos. El invierno al mismo tiempo llega y se va, entonces, pero el encierro permanece. ¿Qué se puede hacer salvo escribir?
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A Él, la cuarentena lo agarró en Hungría, en un departamento donde convive en ausencia del idioma materno, en plena cursada universitaria, terminando el segundo invierno consecutivo, tras haber cambiado de continente. A Ella, en un pueblo de montaña al sur de Argentina, acotada a un espacio que va desde la punta de sus dedos al teclado de la computadora, frente a un ventanal que reproduce afueras indecibles.
Un domingo de lluvia empezaron a ponerle texto a sus charla, imaginando un modelo de intercambio epistolar facilitado por la inmediatez de los ‘documentos compartidos’. Lo que aquí se reproduce es un fragmento, deliberadamente organizado, para que el lector se pasee en libertad. Siempre, bajo su propia responsabilidad…
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…como pequeñas plumas de hielo
que caen del cielo
la nieve desde el encierro
no toca siquiera el suelo.
Escribo esto y febo asoma,
los blancos vuelos desaparecen
tímidos y de la clase virtual de civilización latinoamericana
que empezó a las 10. Son las 11 y 11
y los auriculares agigantan todo a Gigatones.
A los 5 horizontes las paredes tosen.
Me pregunto cuántos en cuarentena cogen.
El sol ya me acaricia el codo y el blanco vuelo
de nuevo gotea fresco, último aleteo del invierno.
Desde la ruta viene caminando una mujer.
No pienso no mirarla, estoy guarecido.
Ella detiene su marcha y levanta la vista.
Mi ventana en línea recta con su cara seria.
Me resbalo del borde del borde de la silla.
Me reincorporo, me acomodo, levanto la vista y no está.
Miro al cielo. Todo negro.
Tu nieve no llega a tocar el suelo en el que vos estás, tan lejos, mientras acá los que levitamos parecemos ser nosotros, en una ficción que se volvió realidad sin incluirnos, sin consultarnos. Tu noche es mi media tarde. Te escribo entre tazas de café a medio tomar, heladas, como mis dedos azules que sostienen la birome azul (¿la tuya era negra?). Son las 20 y de fondo Johnny Cash, con su voz que lastima, masticando dolores que suenan comunes aunque la música no es lo mío, ya lo sabés, es toda tuya.
Desde mi ventana en el encierro no veo rutas, ni mujeres, ni hombres que crucen la horizontalidad de mi mirada. La única imagen que invade este adentro es la de un patio interno en donde los libres son los gatos y los pájaros, todos felices disfrutando nuestra ausencia. ¿Será que la Tierra, por salvarse ella, nos encerró en el calabozo de nuestras inseguridades, para enseñarnos la lección? ¿Cuánto de todo esto no es la construcción que cada uno hace de su propio encierro? Pienso en Sartre, a puerta cerrada. Mi encierro es mucho más que este departamento, es el dolor de no tener al otro, gracias al cual, sé, ser, siendo, yo. A mí el otro me construye.
La mañana se desplaza por tu cama, todavía dormís. Las legañas se saben ya lágrimas libradas del sueño, resecas en tus ojos, descosen tu deseo quieto y seco. Acordes nuevos de los Hosen no salvarían el café horrendo y liviano que tomás porque alguien hoy, más temprano primereó tu vibrar matinal, ese placer de moler, de ser vos y moler los granos. En el departamento de al lado alguien tose y pensás si por las dudas no será mejor lavarte las manos. Despacio. De espacio. De eso hablamos. Del espacio y el tiempo, de la cabeza en la almohada. De su sonrisa marmolada. De piezas de rompecabezas como voces que te nombran cuando estás descalza.
Mayo se muere y vos en la cama otra vez, como ayer. Es momento de cambiar las sábanas, pensás. Asomás la cabeza para espiar detrás de la ventana. El viento, afuera, dobla una rama y de rebote, unas hojas recién nacidas han sido arrancadas y chocan contra el mosquitero. Se agitan las cortinas. Dudas de si no es domingo como el día previo a antes, de antes del ayer. Esas palabras… Se cuela el sol. ¿Hará frío? ¿Se habrá anidado la revolución entre las sábanas de mayo?
Hoy es jueves 28 de mayo y pensás en La Plaza y en Las Madres de Plaza. En que la ronda, esta vez, será virtual. Murmurás virtual y te enredás en la etimología de la palabra, la fuerza o la voluntad. En cuán relativo es el mantra de que la mañana siempre yace… Despacio. Del espacio y el tiempo en la almohada, de la sonrisa marmolada en el sueño de alguien que hace malabares por encima del viento, kamikaze.
Me llamaste analítica, te contesté sobre-pensante, me dijiste anotalo y acá está: en setenta días he visto a mi familia una sola vez y decidí, mientras me iba pateando gusto a nada, ojos rojos, ciclotimia atragantada, no volver a hacerlo. Duele más la vuelta que la ida. Somos sangre caliente, abrazo y beso, no sabemos quedarnos quietos, no sabemos dejar las manos a los costados, no sabemos no tocar, no tocarnos, no entendemos estar del otro lado de un vidrio.
Pienso en el nombre de esta revista y en lo mucho que nos cuesta dormir. A vos los sueños te persiguen, a mi me alcanzan. Prefiero soñar despierta que soñar dormida. Los sueños dormidos desajustan-aflojan-sueltan, me pierden. ¿Cómo se traduce este encierro en dialecto de universidad europea? ¿Cómo explicas en húngaro que necesitas hundirte en un otro, habitarlo, sentarte en una mesa populosa, que todos griten, pasar un mate, compartir una cerveza, tomar del pico, existir en el aire del otro?
Son abulias, que se hicieron texto empuñado en tinta negra sobre páginas en blanco. Levantaron vuelo haciendo sombra sobre el cuaderno una tarde de viernes. El sol atravesaba la ventana. Habíamos recibido un mail en el que nos avisaban que cerrarían las estufas centralizadas de la residencia por la inminente llegada del calor. Eso explicaba los primeros panaderos deshaciéndose contra el vidrio, las mariposas grandes y coloridas cabalgando el viento. La primavera estaba al caer.
Decidido a recibirla fui por un café. Puse la Macchinetta Volturno, a fuego lento y mientras esperaba apoyado en la mesa de la cocina haciendo garabatos sobre mi cuaderno, se posó sobre mi mano derecha una polilla. La miré tratando de no moverme y conté hasta diez. Durante esos segundos ni respiré. Ella hizo lo propio, no se movió, ni voló. El café estuvo listo unos segundos después.
Taza en mano volví a mi habitación con el pulso del aleteo blanco, marrón y negro trazado en mi cuaderno. Al otro lado del vidrio, una mariposa se detuvo contra el viento y se posó en la ventana. Abrí el cuaderno en la hoja señalada con el dedo y algo salió. La polilla voló hasta la ventana y se detuvo frente a la mariposa, en espejo del lado de adentro. Se miraron, se volaron y se esperaron lo que duró mi café. Ya con tinta y sobre papel escribí: Son abulias. De pronto, del lado de allá la mariposa voló y del lado de acá la polilla desapareció.
Separé la letra ”a” de la palabra con una barra “/” y busqué en internet la palabra bulia. Un diccionario etimológico decía: “voz de origen griego, bulia (boylia), significa «cualidad (-ia) de voluntad (boyle) para empezar algo nuevo». Remarqué la B en mayúscula y busqué otra vez. Ahí encontré que “Bulia es un género de lepidópteros que pertenece a la familia de las erebidae”. Investigué un poco más hasta saber que Lepidóteros es el nombre de lo que nosotros conocemos como mariposas y que Bulias es un tipo de polillas también perteneciente al orden de las mariposas.
Así las cosas, influido por la cuarentena, y porque después de casi dos años transitaba una primavera, imaginé a los insectos distanciados por algo invisible para ellos, tratando de tocarse, necesitándose. Así nació Zona Bulias, un conjunto de relatos que, despacio, hace de la abulia del espacio en el encierro, un espacio-tiempo de juego donde el deseo es el cuerpo del viento ideal para volar afuera y volar adentro.
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Él: Ezequiel Wolf (Buenos Aires) Locutor. Militante del café con leche. Escritor. Publicó “Mientras Tanto” (Editorial Indómita Luz, 2019). Actualmente se encuentra becado en la Universidad de Szeged, estudiando Filología española y Lenguas Romances, mientras trabaja en sus próximos dos libros: Textuales2020 y Sobre20canciones21ajenas.
Ella: Natalia Amendolaro (Buenos Aires). Periodista. Comunicadora. Escritora de servilletas. Vive en San Martín de los Andes, provincia de Neuquén, con su gata Olivia, 632 libros y 14 plantas de interior. Algún día le gustaría escribir una novela, mientras tanto sigue practicando.