Edgardo Scott: “Hoy el mercado segmenta la música y así niega el estilo”

Por Esteban Galarza

Esteban Garlarza entrevistó a Edgardo Scott por su libro «Porqué escuchar a Stevie Wonder», recientemente editado por Gourmet musical, un intento de recuperar al músico en una versión que supere la división maniquea entre sus hits radiales y los discos funkies setentistas de culto.

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“Ocurre que el infinito de la pasividad se funda en la audición humana. Es lo que resumo en la fórmula: las orejas no tienen párpados”
Pascal Quignard, El odio a la música

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Brian Eno, en los días en los que estaba elaborando los conceptos que fundarían el género Ambient sintió una invasión sonora delicada que en los 90 definió como perfume para los oídos. En 1993 de hecho armó una instalación en Hamburgo que se llamó The Future Will Be Like Perfume. La idea de que la música funcione como perfume da cuenta de que nuestro espacio sonoro está lleno de música sin que podamos saber con certeza cuándo comienza una melodía y termina un ruido (o al menos esa era la intención de Eno).

Pero hay aún un espacio sonoro que Eno aún no exploró y que tranquilamente puede ocupar en la memoria emotiva conceptos similares al Ambient: el de las canciones populares (pop songs). La radio pasa incansablemente estos temas que se inmiscuyen en las programaciones más inverosímiles, que muchas veces nada tienen que ver con el espíritu del tema, o la época. Piensen si no en cuántas veces escucharon «Let’s get it on» de Marvin Gaye o «Say it (over and over again)» de John Coltrane, por poner dos casos paradigmáticos, cada vez que se busque un clímax rápido y (penosamente) muchas veces gracioso.

La canción pop dura un lapso de tiempo breve, no se expande como el track Ambient, pero… ¿hace cuánto tiempo suenan esos temas pop en nuestras cabezas sin que nos demos cuenta? Hagan la prueba: solo les diré «(I can’t get no) Satisfaction» de Rolling Stones, «Strawberry Fields Forever» de The Beatles, «Billie Jean» de Michael Jackson, «Blitzkrieg bop» de Ramones, «Material Girl» de Madonna. Y estos son solo una muestra de los “buenos temas”. Hay un océano de temas horrendos y artistas peores que con solo tararear estaríamos completando un estribillo de dudoso gusto sobre el amor, la desdicha, la fiesta, la noche, los días, etc.

En el imaginario emotivo musical de Edgardo Scott, Stevie Wonder ocupó un lugar muy importante. Con la publicación y posterior lectura de su último libro, ¿Por qué escuchamos Stevie Wonder? (Gourmet Musical Ediciones, 2020), uno cae en la cuenta de que Stevie Wonder es una factoría de estas pop songs y podría pensarse que su catálogo solo alcanzaría para llenar una jornada de programación radial sin repetirse y sin caer en lugares desconocidos. Se puede conocer más o menos un pasaje sonoro, pero pareciera que Stevie Wonder estuvo ahí desde siempre, desde el inicio del pop. Y de eso da cuenta Scott cuando ubica su itinerario con Fingertips en el temprano 1963, cuando The Beatles y The Beach Boys eran unos chicos que hacían aullar a jóvenes que serían nuestras abuelas y The Kinks aún era un proyecto de meses de antigüedad.

Ahora bien, ¿quién es Stevie Wonder? Es una pregunta de difícil respuesta cuando se pide a quien responda que salte los parámetros de Wikipedia y diga algo más profundo. Lo que si se puede responder (medianamente) es, entonces, ¿quién es Stevie Wonder para Edgardo Scott?

-Es probable que la pregunta que más se te formule sea si el origen del libro fue tu idea o si fue una propuesta de Leandro Donozo (editor de Gourmet Musical).

-Leandro estaba empezando esa colección y me ofreció escribir. Y yo me sentí como un chico en una juguetería. Aún con las restricciones que la colección imponía, era amplísima la cantidad de músicos que se me venían a la cabeza. Sin embargo, fue tan natural que escribiera sobre Wonder que ya no recuerdo cómo lo decidí. Solo se que en cuanto lo decidí apareció la infancia, y sobre todo el poder escribir sin una suerte de defensa o exaltación, justamente, ciega.

-Hay un recorrido emotivo muy patente que se engarza con tu libro Caminantes. Si bien no hay una narración ficcional, veo que construís un “yo poético” que se para con un dejo de nostalgia a repasar su versión de Stevie Wonder ¿Cómo reconstruiste tu visión del músico?

-Es cierto eso que decís del “yo poético” (más que una poética del yo, que sería otra cosa). La voz como un personaje, y el personaje como un alter-ego. Creo que esa voz en Caminantes es un poco más reposada, mientras que en Stevie hay un poco más de velocidad (el hi-hat de “Part-Time Lover”). No estoy tan seguro de que la posición sea nostálgica, o al menos no fue mi emoción en la escritura. Había algo de postular -al ir encontrándolo- un ideario estético a partir de la música. Y además yo ya estaba con el libro que estoy escribiendo ahora, que es un ensayo más duro y, digamos, polémico sobre los últimos veinte años de literatura argentina. Entonces creo que en Stevie se juntaba ese aire crítico y, por supuesto, la música de Stevie misma, tan original, tan emotiva, cálida e inspirada.

¿Cuánto influyó Stevie Wonder en tu educación sentimental?

-Bueno, en principio, hay un sentimiento ligado a la duración, porque en verdad no es tan común que algo que escuchaste a los ocho años y te gustó, te siga gustando casi treinta y cinco años después. Sobre todo cuando no es lo único que te gusta y cuando hasta hubo cosas que no me gustan en absoluto de Stevie (Characters, por ejemplo, así como tantos temas sueltos). Entonces supongo que la educación sentimental engancha ahí, en eso que trasciende a las opiniones del “yo” (el yo es una infatigable -Georgie dixit–serie de opiniones).

Tu Stevie Wonder es muy personal (creo que hay tantos Stevie Wonders como gente quiera escucharlo), pero ¿crees que pueda compartirse tu visión a más oyentes y/o lectores?

-Yo creo que sí, claro, y que siempre la escritura busca esa comunicación. Me acuerdo que algo de esto lo sentí cuando hablábamos de Stevie con Martín Lojo, un lector y periodista finísimo y un gran bajista de funk, además. Estábamos muy en sintonía en relación con Wonder. Con Chitarroni también. O sea, lectores y oyentes que conocen “los primeros Wonders” y que a su vez pueden ver la obra en conjunto, sin lealtades sindicales. Y después con un montón de músicos amigos, sé que Stevie les parece un crack más allá de cualquier derrape.

-¿Cómo trazaste el mapa de canciones seleccionadas?

-Bueno, ahí es el random que prevalece en la escritura. Quiero decir, ciertas canciones me llevaban a ciertas ideas y después ciertas ideas me llevaban a ciertas canciones. De hecho, en un momento -lo cuento en el libro- pongo «Living» en el buscador de Spotify, para reproducir «Living for the city» y me aparece Living Colour, y dije, uuuuuhhh. Esa casualidad me trajo a Living Colour, que fue un aporte clave. Cuando escribo ensayos la asociación es clave, y en este caso, la música, las canciones eran como herramientas en el taller.

En un capítulo aludís a Spotify y el desvío que la plataforma de streaming musical hizo en vos. ¿Considerás escribir otro libro similar de otro artista?

-No, pero no por Spotify (a menos que me pague mucho por publicitarlo, jaja). No me gusta mucho repetirme o, al menos, no conscientemente. Sí tengo ganas de hacer otras cosas con Gourmet, con Leandro y Oscar Finkelstein que fueron lectores muy sagaces y amables. Ya veremos.

Hay una suerte de literatura que va teniendo cada vez más peso, que es el libro musical, el texto que se escapa de la interpretación clásica biográfica (cómo se grabó tal disco, qué le pasó a tal artista este año específico) y se centra en “reversionar” al artista bajo una lupa distinta desde aspectos filosóficos, literarios. Pienso en Geoff Dyer y su Pero Hermoso: un libro de jazz, en el que narra literariamente momentos de la biografía de músicos de jazz; o inclusive el rara avis de Donald Fagen (ex cantante de Steely Dan) escribiendo también sobre jazz en Hipsters eminentes. Vos de seguro recordarás más. Sin ir más lejos, esta colección de Gourmet Musical busca su lugar en esta tradición. ¿Considerás estos textos como reversiones o covers de temas? ¿Te considerás en cierto modo un reversionador de Stevie Wonder?

-Ojalá. No sé si reversionar, pero al menos terminar con esa díada que sólo toma de Stevie o los hits radiales y los grandes éxitos, o la cosa de culto, los discos funkies de los setenta (Music of my mind, Talking book, Innervisions). Eso es lo que hace hoy el mercado: segmenta. Así se niega el estilo, que es lo más interesante y complicado para escuchar, entender y disfrutar a un artista. Siguiendo con lo que decías, tuve muy cerca el libro de Jonathan Lethem sobre Talking Heads, que ojalá pueda traducir algún día.

¿Te quedaron temas que hubieses agregado a tu libro?

-No, porque de todos modos los temas (tracks) corren a la par de los temas (la temática) en sentido argumental. Y de todos modos supongo que hay un resto que queda en un registro privado, personal.

No se me había ocurrido leerlo de esa forma. ¿Estructuraste los temas elegidos como un argumento, una trama?

-Hay algo de eso. No es del todo consciente, pero tampoco del todo inconsciente. Es una trama en sí, en el sentido textil más que textual.