El FBI y la criminal «neutralización» de la camarada Jean Seberg
Por Pedro Perucca
Sin aliento. Cuando aparece en la pantalla esa muchachita con corte de pelo a la garçon y remera del New York Herald Tribune puede suceder que muchxs simplemente nos olvidemos de respirar. Pero Jean Seberg siempre fue muchísimo más que una belleza del séptimo arte.
.
Diana Soren, querido amigo, fue un ser ideal.
Resumió el idealismo de su generación, pero fue incapaz
de vencer a una sociedad corrupta y a un gobierno inmoral.
Es todo. Piensa así en ella.
Carlos Fuentes
Desde que en 1956 Otto Preminger la seleccionara de entre varios miles de aspirantes para el rol de Santa Juana de Arco, la sencilla vida pueblerina de esta nativa de Iowa cambiaría para siempre. El despótico director (acerca de quien Marlon Brando dijo “no trabajaría con ese bastardo ni por 10 millones de dólares”) también la eligió para otro de sus largometrajes, su versión de la exitosa novela Bonjour Tristesse, de la escritora francesa Françoise Sagan.
Si bien estos dos filmes no alcanzaron cumbres de público ni de crítica sí le sirvieron a la jovencísima Jean Seberg para ser conocida en Francia y para que en 1960 un novel director la convocara para el protagónico en su ópera prima. Con un guión supervisado por el mismísimo Truffaut, Godard se aprestaba para revolucionar el cine moderno y dar inicio a lo que luego se conocerá como nouvelle vague con esa joya llamada Sin aliento (À bout de soufflé, no confundir con la bodriesca remake hollywoodense de 1983 con Richard Gere). Jean Seberg, de apenas 22 años, compartirá protagónico con Jean Paul Belmondo, también en uno de sus primeros papeles grandes. Ella interpreta a Patricia Franchini, una joven estudiante norteamericana que se enreda en una historia de amor intensa y sin futuro con el Michel Poiccard de Belmondo, un pequeño delincuente que se ha metido en un gran lío. El rupturismo y la modernidad de la apuesta de Godard, la química con Belmondo y su interpretación fresca y natural convertirán a Jean en ícono de la moda y en fulgurante estrella del séptimo arte, aunque siempre más valorada en Europa que en los EEUU.
Al volver a su país, Jean va a conocer al cónsul francés en Los Angeles, el famoso escritor de origen lituano y héroe de la Residencia Romain Gary, con quien contraerá su segundo matrimonio y tendrá un hijo. Hipersensible y frágil, Jean atravesará diversas crisis psicológicas, condimentadas por alcohol, drogas y romances varios. Luego de varios papeles menores, en 1964 va a compartir cartel con Warren Beaty, en Lilith, la última película de Robert Rossen, y en 1969 protagonizará junto a Lee Marvin y Clint Eastwood el musical western La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint your wagon).
La crítica cinematográfica María Adell, que dedicó su tesis doctoral a Seberg, sostiene que encarnó un “nuevo arquetipo cinematográfico, el de la mujer moderna” pero que lo hizo “demasiado pronto”, porque el cine todavía no estaba preparado para su registro natural y de una fuerte economía de recursos expresivos que hubiera cuadrado mucho mejor en los setenta (en este sentido, la sugiere como una «notable precursora» de actrices como Jane Fonda, Julie Christie o Faye Dunaway). Por eso la define como “una actriz en tránsito”, que quedó “atrapada entre Hollywood y las vanguardias modernas europeas, entre el clasicismo y la modernidad, entre dos maneras distintas de ser actriz y de ser mujer”.
Pero su «inadecuación» no se limitaría al registro cinematográfico sino que también se expresaría en sus elecciones vitales. Siempre solidaria y comprometida con diversas causas de derechos humanos, y a tono con los aires sesentayocheros que conmovían al mundo, a fines de los 60 Seberg efectúa repetidas donaciones para asociaciones de lucha por los derechos civiles de los afroamericanos como NAACP (National Association for the Advancement of Colored People) o el radical partido de los Panteras Negras. Estas contribuciones y sus decididas declaraciones contra el racismo la van a poner rápidamente en la mira del FBI.
En el marco de la iniciativa conocida como COINTELPRO (Counter Intelligence Program) o Programa de Contrainteligencia se fichó a Seberg como un objetivo “a ser neutralizado”. El programa, creado en 1956 por la oficina federal a cargo de J. Edgar Hoover para “incrementar el faccionalismo, causar confusión y conseguir deserciones” en el Partido Comunista norteamericano, luego ampliará su esfera de acción para “exponer, desbaratar, descarriar, desacreditar o de lo contrario neutralizar” también a organizaciones como la trotskista Socialist Workers Party (SWP), los Panteras Negras, el grupo del reverendo Martin Luther King, la Nación del Islam, la Nueva Izquierda, los diversos movimientos pacifistas que se oponían a la guerra de Vietnam y cualquier personalidad considerada disidente o radical. El programa de contrainteligencia preveía acciones de infiltración, espionaje, hostigamiento legal y ataques directos (que iban desde robos, asaltos y golpizas hasta asesinatos selectivos). Esto se complementaba con diversas herramientas de guerra psicológica, que contemplaban calumnias públicas, falsas noticias en los medios periodísticos, publicaciones apócrifas o amenazas e intimidación contra los “blancos” o sus familiares.
En el caso de Seberg, además de ponerla en la “lista negra” y boicotearle posibilidades laborales en los Estados Unidos, el FBI decide lanzar una campaña difamatoria en la prensa por la que se sugiere que el hijo que estaban esperando con Romain Gary en realidad era el vástago de un dirigente de las Panteras Negras. Esta campaña sucia, que de hecho escandalizó a buena parte de la sociedad norteamericana de la época, incapaz de aceptar una relación interracial, la afectó profundamente en pleno embarazo. Cuando su hijita finalmente murió a las pocas horas de nacer, se dice que Seberg le tomó cientos de fotos para desmentir la campaña en su contra.
A partir de allí, la frágil estabilidad emocional de Jean colapsó. Los años siguientes, en los que intentó seguir con algunos trabajos menores en Europa, estuvieron signados por crisis, abusos de drogas y diversos intentos de suicidio. Uno de los pocos refugios en los que podía reposar era en la casa de su amiga, la cantante Nico (conocida sobre todo por sus grabaciones con la Velvet Underground), con quien realizó un pequeño corto experimental.
En 1979 el cuerpo desnudo de Jean fue encontrado dentro de un Renault en un barrio en las afueras de París, presuntamente víctima de una sobredosis de barbitúricos. Después de confirmarse el fallecimiento, Romain Gary (que se suicidaría poco más de un año después) ofrece una rueda de prensa en la que, sin cuestionar directamente la hipótesis del suicidio, como se ha llegado a hacer más adelante, denuncia al FBI como culpable por haber “espiado, intimidado, hostigado y calumniado” a su pareja durante casi una década, causándole “una aguda paranoia y brotes psicóticos”. Tras esta denuncia, la oficina federal estadounidense se vio obligada a desclasificar documentos de la “operación” contra Seberg (el caso se describe en detalle en Neutralized: The FBI vs. Jean Seberg, de Jean Russell Larson y Garry McGee) asegurando que “los tiempos en que la policía federal utilizaba información difamatoria para combatir a los abogados de causas impopulares ya han pasado y que el FBI ha abandonado para siempre este tipo de acciones”. Lamentamos no creerles.
La operación de inteligencia y sus consecuencias también ocupan el centro del largometraje de 2019 Vigilando a Jean Seberg, del director australiano Benedit Andrews, (con Kristen Stewart en el rol de Seberg), otro que quedó sin aliento al ver la película en cuestión. Recuerda Andrews: “La primera vez que vi a Jean Seberg fue a los quince años, en una clase de francés en la escuela, cuando nos proyectaron Sin aliento. Esa fue una actuación que nunca pude olvidar y creo que eso mismo le ocurrió a mucha gente. Algo que no sólo me conmovió sino que, de alguna manera, me cambió. De allí que haya terminado con un afiche de la película en mi cuarto durante mis años de adolescencia. Hay en esa performance tanta libertad, tanta fuerza vital, tanta verdad. Es la clase de participación en una película que nos marca a tal punto que creemos conocer a la persona, algo ligado al poder del cine en nuestra imaginación». Partiendo de esta fascinación inicial, el director construye su segundo largometraje en torno al acoso del FBI sobre la actriz, aunque no la define estrictamente como una biopic sino más bien como «una ficción especulativa», que parte de elementos de su vida real para contar la historia, permitiéndose condensaciones y ficcionalizaciones varias y enfocándose sobre todo en la relación de Seberg con el activista Black Panter Hakim Jamal y la forma en que los espías utilizan el hecho para difamarla.
El escritor mexicano Carlos Fuentes, que tuvo una fugaz e intensa relación de dos meses con ella en 1970, poco antes de que lo dejara por Clint Eastwood, le dedica su novela Diana o la cazadora solitaria, donde Seberg aparece como el personaje de Diana Soren. En un tramo de la novela autobiográfica el personaje del escritor Carlos le dice a Diana, haciendo un paralelismo con su primer aparición en la pantalla grande: “Decidiste ser Santa Juana en la vida”. Y ella le responde: “No. Decidí que Juana estaba loca y merecía morir en la hoguera”. Y frente a la expresión de sorpresa de Carlos, Diana explica: “Sí. Todo el que lucha por la justicia está loco. El cristianismo es una locura, la libertad, el socialismo, el fin del racismo y de la pobreza, todas son locuras. Si defiendes eso, estás loca, eres una bruja y acabarán quemándote.”
Efectivamente, Diana/Jean tuvo la clarividencia propia de esa locura justa que le permitió anticipar un destino de hoguera, que cerraría el círculo fatal con aquella Juana de Arco que personificó siendo una adolescente. Sin embargo, esperamos fervientemente que aún en medio de toda su tristeza solitaria y final haya alcanzado a sospechar que muchos seguiremos amando su nombre cuando los huesos de los sicarios del FBI, de los periodistas a sueldo y de los racistas que se complotaron para hundirla ya hayan sido dispersados por el tiempo.