El freakshow de Claudia Cortalezzi

Por Néstor Darío Figueiras

Néstor Dario Figueiras leyó la colección de relatos breves Abrirse paso, de Claudia Cortalezzi, editada el año pasado por Editorial Luvina. «Una experiencia de intensidad virulenta que se trasvasa de un cuento al otro, mutando y creciendo desde el slasher o el gore, pasando por el horror psicológico con toques costumbristas, un terror sobrenatural magníficamente esculpido y la ciencia ficción distópica, hasta el new weird más revulsivo».

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En un principio había creído que “Abrirse paso”, era una especie de greatest hits de Claudia Cortalezzi. Pero pensar esta antología de relatos breves solo como una colección de los mejores cuentos de la reconocida autora de horror es minimizar el libro. En principio, si nos ponemos puntillosos, porque incluye uno o dos cuentos inéditos. Pero también –y más importante– porque, terminada la lectura, uno siente que la compilación es más que la suma de sus partes.

Hay una intensidad virulenta que se trasvasa de un cuento al otro, mutando y creciendo desde el slasher o el gore, pasando por el horror psicológico con toques costumbristas, un terror sobrenatural magníficamente esculpido y la ciencia ficción distópica, hasta el new weird más revulsivo. Esa intensidad siempre toma por sorpresa. A veces se traduce en una simple agitación, en una inquietud que tarda horas en desaparecer. Pero otras veces produce verdadero espanto. Y no exagero si digo que la precisión con la que Cortalezzi pinta sus imágenes puede llegar a generar sensaciones físicas.

En todo esto, claro, tiene mucho que ver la habilidad de la escritora. Por algo sus alumnos salen satisfechos de los talleres que ella dicta: no solo posee un gran dominio de las herramientas narrativas y de los recursos propios del género, sino que además sabe impartirlo, lo que la convierte en maestra. Como si esto fuera poco, Cortalezzi también es una gran novelista. Y todo sabemos que la dualidad ‘buen cuentista/buen novelista’ no es habitual. Justamente, en esta destreza doble reside uno de los puntos fuertes de los cuentos cortalezzianos. Se ha dicho más de una vez que el cuento es como asomarse a una ventana y la novela como caminar por el paisaje (Rosa Montero, por ejemplo, lo afirmó; imagino que habrá decenas de variantes de la misma idea). Bueno, Cortalezzi te empuja por un ventanal, aunque el texto en cuestión solo tenga dos o tres carillas. En otras palabras, sus cuentos tienen una densidad mayor, a tal punto que algunos de ellos bien podrían ser embriones de novelas (de novelas cortas, al menos). Y esta densidad no es una profusión redundante que agota, ni sobreexplicación. No. Más bien se trata de lo sugerido, lo insinuado, que es mucho más que lo mostrado. Y quienes escribimos, sabemos que esto es muy difícil de conseguir de forma eficaz y elegante.

Ahí tenemos la cuestión del pasado, por ejemplo, una de las fuerzas gravitantes que moldea la psicología de los personajes, y que, por lo tanto, incide de manera decisiva en la trama. No todos saben condensar el pasado del protagonista, por ejemplo, esbozando apenas una evocación, encriptándolo en diálogos truncos, logrando que asome en medio de situaciones inesperadas y extremas. Cortalezzi lo hace muy bien, logrando la complicidad del lector, quien no podrá resistirse a desplegar esa densidad, a decodificarla y completar lo insinuado con su imaginación. Y si nos pasa todo esto con un cuento, ese cuento es regiamente bueno.

La antología tiene altibajos, por supuesto. Pero sus highlights son tan potentes –para mí, “Adefesio”, “Abrirse paso”, “1, 2, 3”, “La respuesta”, “Ocho minutos”, esa pareja de pequeñas gemas que son “Inseparables” e “Invisibles” y “Entre humanos”–, que aun los textos que me resultaron menos llamativos, igualmente contribuyen a que su lectura sea memorable.

Como sea, Abrirse paso es un libro impactante, un freakshow perturbador donde los vínculos frágiles o enfermos, el miedo al pasado y la nostalgia por futuros que nunca se concretan ponen en jaque a todo su elenco. Varios de sus cuentos se convertirán en textos clásicos del horror y el fantástico contemporáneos, si es que no lo son ya.