El silencio es un pichón hambriento
Daniela Camozzi y Malu Kruk proponen dos lecturas sobre el primer libro de Karina Ardizzone (La forma más autónoma del cuerpo, editado hace algunos meses por Agua viva), que comparten el adjetivo «fulgurante». Después de las reseñas, cuatro poemas de la autora.
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Respuesta de Karina Ardizzone
Por Daniela Camozzi
La forma más autónoma del cuerpo, el primer, fulgurante, libro de poemas de Karina Ardizzone, es para mí una respuesta poética completa, como dice Rukeyser en su ensayo La vida de la poesía, cuando habla de la poesía como conmoción, como interpelación total.
Por eso, estas palabras llevan por título Respuesta de Karina Ardizzone. Este título podría haber sido más largo, Respuesta de Karina Ardizzone a la pregunta que ataca, en diálogo con el epígrafe que abre el libro.
La escritura es lo que impide el ataque a la vida, nos dice de entrada la autora, con Hélène Cixous. Eso que ataca a la vida, para Cixous, es una pregunta: la pregunta por el sentido. “En cuanto llama la pregunta por el sentido, todo tiembla”. ¡No te preguntes!, nos pide en La llegada a la escritura. Pero, como bien sabemos, toda negación contiene su afirmación, en este caso un llamado a formular el interrogante en relámpago de pregunta elidida y respuesta que se enciende: “escribir, soñar, parirse, ser yo misma mi hija de cada día”, responde Cixous en un único enunciado que es todo un programa ético y estético y político.
La escritura, entonces, como programa y como respuesta. Como propuesta de construcción de sentido, de un yo en tensión y composición con el mundo, que se hace en la escritura. Este libro se construye alrededor de esa premisa. Así sucede, por ejemplo, en el poema “Hambre”, cuando afirma: “un tembladeral recién nacido / ocupa mi cuerpo”. Es un temblor-cuerpo que no se configura como fragilidad, sino como primera respuesta vibrátil, que desde allí seguirá resonando y articulándose. Como en el poema “Madre”: “me acuesto ahí me canto una nana […] / Al otro día me alimento con mis pechos y juego”. Ser yo misma mi hija, como quería Cixous.
Cada texto de esta obra es una respuesta, un auto-nacimiento, una traducción-transmutación propia. Para lograrlo, ante todo había que anunciar un “Quiebre”, como hace el poema de ese nombre, uno de los primeros. Un quiebre que es repliegue apenas, para dar paso a un breve silencio, este poema sin título de un solo verso:
El silencio es un pichón hambriento.
Una parada que la voz crea para tomar impulso. Y, desde ahí, salta. Se ve claramente aquí, en este movimiento, lo que Diana Bellessi en La pequeña voz del mundo llama “la gracia de la comprensión”, la experiencia compartida del poema. La invitación y el “lugar de encuentro” que para Muriel Rukeyser es la poesía. Porque ese silencio de la voz poética es nuestro silencio también. Y produce hambre de respuesta. El deseo de seguir formulando-leyendo. El impulso producirá más tembladeral, borbotón ya imparable, composición fluida, asertiva, con títulos que rezan: “Autobiografía”, partes que hay que componer, con una rítmica insistente, para luego poder juntarlas. Que se reunirán más adelante en el trabajo poético de formulación-creación de la Respuesta que es este libro.
Y hay traducciones y sus respuestas puntuales, esfuerzos de diálogo, de escucha y de habla, abrazo compartido al mundo, palabras que ya son conceptos políticos que confluirán en el agua suave del final.
Todo avanza, en lo que Anahí Mallol en “La escritura en los bordes” denomina “el trabajo en contra del lenguaje que busca subvertir un orden opresivo”. Ese orden de la lengua, del mundo social establecido, que estos textos vienen a dar vuelta. Como en el poema “Amapolas en enero”: donde no debería ser posible que crezca nada, porque el tejido cicatrizado no es más que marca, “una amapola nace”. Y no solo eso, es una amapola que “está viva y resplandece”.
El flujo vital insiste, encendido, y arma su círculo propio, otra dicción, esa nueva política del amor. Se enuncia explícitamente en el poema “Mensaje de agradecimiento”. La amistad es un concepto político, diálogo literario incesante, con palabras que llegan desde el pasado, que se escriben en las paredes de hoy. Palabras que son fuerza desde la cual la voz poética se levanta y dice.
Este es el movimiento que se preanunciaba en el silencio hambriento del principio: porque levantar el cuerpo es levantar la voz, hablar una lengua distinta, para crear un río calmo tras la tempestad. Un recorrido nuevo, de una novedad tal que transmuta las cosas del mundo. Así pasa en el poema de ese nombre, “Río calmo”: el diálogo, esta nueva política, es tan abarcador que es al río al que la voz poética le habla, a quien le propone “veamos el sol ponerse”.
Antes, para poder transmutarlo todo en concierto amoroso-político del mundo, hubo que negar lo que ese orden opresivo quería imponer: “No nací para el dolor”, “Esto no es euforia”, en el poema “Caballo”. “No soy un perro atado”, en “Autobiografía parte III”.
Negado lo que debe quedar afuera de la respuesta, establecida una plataforma amorosa con todas las cosas, el cuerpo-voz puede seguir hablando, y lo hará “sin premura”. Puede, como en el último poema, enunciar que la obra está concluida. Pero no en una idea compacta de la conclusión, sino con una técnica que no disimula: las fisuras no se esconden, la pintura destaca lo que son: las señales del armado de un cuerpo exquisito, este libro, donde cada parte brilla con el brillo de oro de esta respuesta de Karina Ardizzone. Es un cuerpo que se lleva a sí mismo en las manos, casi como ese gorrión inicial, que ya puede descansar un poco, dejar que el pegamento haga lo suyo. Una voz que mira lo que recorrió y da cuenta de su trabajo resistente y creador. De su escritura-tembladeral, de su ser-yo-misma y plena.
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Más allá de la forma anterior
Por Malu Kruk
“Escribir me atrapaba, me agarraba cerca del diafragma, entre el vientre y el pecho, un soplo dilataba mis pulmones y dejaba de respirar. El ataque era imperioso ¡Escribe!”. Hélène Cixous
Veintiocho poemas constituyen este primer libro de la autora que pueden leerse como una constelación: fulgurante y única. Un mapa, pero no cualquier mapa: el mapa de un cuerpo que brilla a pesar de la noche o, quizás, en contraste con ella. Forja una forma de decir en el mundo, de fortalecerse, de continuar.
La forma más autónoma del cuerpo son fragmentos, decisiones, piezas valiosas de algo más grande que una confesión de dolor. El yo poético es una voz que no teme nombrar su pasado y que maduró lo suficiente para dar lugar a la metamorfosis, para romper la crisálida con el lenguaje. Lo que demuestra la autora es su poder frente a la experiencia adversa, frente a la soledad y frente al crecimiento, evidenciando que ninguna sombra pudo derribarla. Sin embargo, para que esto suceda, es preciso hacerse cargo de esa oscuridad, tocarla, revisarla. El poemario es un recorrido nítido que no esconde nada: un pecho abierto para las caricias y las balas.
El libro comienza con el epígrafe “A todas mis madres” y ese reconocimiento podrá leerse entre líneas en cada poema que amasa la autora, con la paciencia y la tenacidad de quien puede ver los acontecimientos, finalmente, desde un ángulo inédito. El yo poético le dará a la madre un rol protagónico, fundante, estructural y al padre, también, pero… ¿Qué dilucida cada figura? ¿Qué sugiere? Los poemas de Ardizzone no escatiman en detalles sombríos, pero son estas pistas las que encriptan la luz, la salida posible.
El poemario será pregunta y respuesta, conllevará la réplica para (auto) reafirmarse. Tal este espejo que nos mostrará sus musas (Plath, Rukeyser), sus madres, sus golpes. Aquí la herida se desplaza de verso en verso, de página en página y esa mancha será también la guía que acerca las partes y espera. Nada será como antes, pero esta inflexión es también una nueva arquitectura.
La escritura como redención, como ablución. La experiencia como capullo, la palabra como liberación ¿Cuál es la forma en que sana un corazón? Una pista será la escritura (a partir de la frase inaugural de Cixous), otra pista será el hallazgo que cada lectorx encuentre entre los versos. Lejos de reflexionar sobre estos poemas como piezas oscuras, es más factible pensarlos como faros luminosos, heridas presentadas como aprendizajes, porque esas fisuras también son el cuerpo. Lo cual no justifica la pústula, no. Sino que la poeta es capaz de verla, reconocerla, distinguirla. El ataque de la escritura que nos permitirá la reconciliación histórica con nuestras vivencias.
Una voz madura que emerge para pronunciarse, donde los recuerdos constituirán el corte del que nacerán las mariposas.
Represa
El río avanza
la represa estalla,
estalla mi cuerpo
sin bordes.
Mensaje de agradecimiento
A mis amigas y a mis hermanas
Tengo amigas muertas
me hablan desde atrás
dicen: el color es reflejo de luz
sobre una superficie,
acá no hay superficies.
Pensábamos en matarnos,
algunas no lo hicimos
nos quedamos esperando la enfermedad
un derrame o cáncer de cerebro.
Tengo amigas vivas
escriben palabras en las paredes
dicen: te amamos
aunque te hayas expulsado
del mundo a vos misma
te amamos.
Yo las miro desde el hueco
este, mi círculo, me levanto y les digo:
amiga es un concepto político del amor.
Madre
Tiendo sobre el pasto mi delantal de cocina
con perfume a galletas recién horneadas,
me acuesto ahí me canto una nana,
me digo que el monstruo que se come
las patas de cachorros indefensos
esta noche no me atacará.
Al otro día me alimento con mis pechos y juego
en un patio verde y florido.
Amapolas en enero
Una amapola nace
desde las cicatrices
de mi muñeca.
Es roja como mi sangre
está viva y resplandece
como yo.
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Ilustración de tapa: Romina Lardiés
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