El Tata Cedrón, un legado de la cultura porteña para todxs

Por Marcelo Simonetti

Marcelo Simonetti fue a escuchar al Cuarteto Cedrón y comparte en esta crónica su conmoción ante un tanguero que rompe todos los preconceptos, que sabe atar arte y recuerdos de luchas populares como nadie, que es un sobreviviente milagroso y natural de nuestra historia.

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El Tata Cedrón te hace preguntas. O mejor dicho él tira y las preguntas se las hace uno. Hace mucho que veo al Tata, a veces esporádicamente y otras más seguido. Desde que volvió a vivir al país, hace 15 años, ha buscado la forma de comunicar su historia y su arte sin interrupciones. A veces en las condiciones más absurdas, como cuando tocaba periódicamente en una verdulería con choripanes para los presentes debido a la falta de espacios luego de la masacre de Cromagnón y el cierre de los lugares acostumbrados. Ha salido solo, o en compañía de uno, dos, tres, cuatro músicos. En éste último tiempo está acompañado por Josefina García en cello, Julio Coviello en bandoneón y Daniel Frascoli en guitarrón y acordeón dando forma a la última formación del cuarteto que se hizo presente en el Café Vinilo.

Ver al Tata es un reto. Porque siendo él tanto tango y habiendo yo caminado tanto under rockero, siendo él tan devoto del General y su descendencia y yo tan trosko intrínseco, pareciera haber más barreras que puentes. Sin embargo, al sentarme al amparo de un vino, las melodías se disparan como ametralladoras de otoño. Y su voz, señora de la melancolía, asalta a los presentes con una autoridad y galantería que no tienen par.

El repertorio es asombroso. En algo más de una hora y media tienen estas cuatro estampas que son una, la habilidad de concentrar a las plumas más encumbradas del último siglo de la cultura de Buenos Aires. El truco es que en vez de sentirnos nosotros como visitando tierras sagradas, nos sentimos como en casa gracias las historias que nos cuenta el Tata cuando saca a pasear a Tuñón, Discépolo , Manzi o Piazzolla.

El Tata te cuenta la historia de las baldosas que vos pisás, de los pordioseros que te antecedieron y los poetas que conspiraron y que se dieron abrigo mutuo, como un testigo que es juez y parte, como un sobreviviente milagroso y natural de nuestra historia.

Arranca con “En un corralón de Barracas”. La canta con ese estilo tan particular, entonando gravemente, pero con la simpleza y la calidez del que canta entre amigos. Entre tema y tema se toma su tiempo, saca a relucir su historia de militancia y sus “vacaciones” obligadas en París, el peso de los años. Desfilan las perlas más encumbradas de la poesía porteña. Se apoya en Josefina García, como siempre: “Ésta es en SI?”, le pregunta. Josefina hace un trabajo sobrio y elegante. Transmite el equilibrio justo entre fragilidad y seguridad cuando acompaña y cuando tiene que dar el paso se agiganta. Lo mismo Frascali. Y Coviello le saca chispas al bandoneón con una actitud rockera y sentimiento de arrabal que conmueven. Pasan “Palabras Sin Importancia” de Manzi y el Tata, algunos instrumentales logradísimos como “A Lola Mora” o el dedicado a Gonzalez Tuñón. Se hacen presentes algunas obras del último disco del Cuarteto, basado en textos de Blomberg, como “Las Dos Irlandesas”; una adaptación fenomenal de “Las Mil Y Una Noches” y la entrañable “Mano Blanca”. En un rato sentado frente a esa enciclopedia viviente de la música sabés que las barreras no son tales: “En los sesenta nos juntábamos con Dino Saluzzi. Ni de la barra del tango ni de la del jazz. Mezclábamos. Hacíamos las dos cosas”. Y al rato: “Ésta iba a ser una milonga pero la empujamos un poquito y ahora es una cumbia”. Y arranca con “La australiana”, de Blomberg y él mismo. Siguieron “La Rubia Cerveza del Pescador”, con texto de Gonzalez Tuñón; “Canción de Myriam Grey” y “El Faralá”, de Olivari.

La acústica y el sonido del Café Vinilo es inmejorable y el lugar está repleto. La “charla” del Tata no para de hacerme preguntas. Hace unos años un cantante inglés me decía algo así como: “Ellos tienen las instituciones, los medios, la tecnología, la educación, hasta tu huella digital. Lo que no pueden resolver es el arte. Cuando es genuino, aunque lo ignoren o lo silencien, con el correr del tiempo se hace un lugar en el tejido social, se transmite por tubos subterráneos invisibles, y es imparable. Ese sentimiento que transmite el arte, esa luz que se les escapa, no la han podido resolver, no la han podido derrotar”. El Tata es parte de ese “milagro” humano y está vivo contando la historia de nuestro pueblo cada vez que se sube al escenario, con tres jóvenes sensibles y brillantes que lo acompañan y que se lucen junto a él.

Y el Tata me enseña también, a través de sus canciones y sus historias, cómo se crearon lazos entre los militantes de las distintas corrientes populares, marxistas y anarquistas de nuestro país frente a los embates más violentos del capital en la trágica y gloriosa historia de nuestro pueblo, con anécdotas que involucran a personajes de distintas vertientes hermanados a lo largo de gran parte del siglo pasado.

Todo lo anclado en preconceptos que uno puede imaginarse a un tanguero que hace música hace 60 años, queda hecho añicos. Cedrón me los tira encima como una bolsa de basura de la que me tengo que deshacer para siempre. Las anécdotas del viejo barrio de Boedo de los poetas y malandras más famosos le rebalsan de los bolsillos mientras pasea por su vasta discografía con una voz que conjura desgarro, melancolía y bronca como si fuera un puño o un pecho abierto.

Se seca la cara con su pañuelo, sonríe y anuncia que va a cerrar cantando un tango con letra de Bertold Brecht: “El día de San Jamás”. Sí, le puso música de tango a un texto del gran dramaturgo marxista alemán.

Se prenden las luces y la sonrisa bonachona del Tata se replica en todo el lugar.

Nos vamos felices, emocionados, como si nos hubieran contado un secreto que nadie sabe, pero que deberían saber todos.

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El recital fue este domingo 28 de abril en el Café Vinilo.