Entrevista a Juana Bignozzi: “A mí no me gusta la sinceridad en la poesía”

Entrevista de Marina Mariasch y Santiago Llach

Rescatamos esta entrevista a la enorme poeta Juana Bignozzi, realizada por Marina Mariasch y Santiago Llach en septiembre de 1998 y publicada en el suplemento cultural Grandes Líneas (que vino adjunto al diario El Ciudadano & La Región, en Rosario, entre octubre de 1998 y marzo de 2000), del martes 3 de noviembre de 1998. Otro tremendo material al que podemos acceder gracias al inestimable trabajo del Archivo Histótrico de Revistas Argentians (Ahira).

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Juana Bignozzi nació en Buenos Aires en 1937. En los años 60 publicó Los límites, Tierra de nadie y Mujer de cierto orden, todos libros de poemas que daban con la media generacional. Después se fue a España, donde vive todavía, y donde escribió Regreso a la patria, Interior con poeta y Partida de las grandes líneas. Después del silenciamiento y de un evidente ostracismo, Bignozzi parece haber encontrado, en los poetas de los 90 una productiva recepción que ubica su obra en el centro de la escena. Esta entrevista se realizó en Buenos Aires en el mes de septiembre, en un pequeño departamento sobre la Avenida Santa Fe.

-¿Cómo empezaste a escribir?

-Yo empiezo a escribir tarde. No soy como esos poetas que a los cinco años ya estaban escribiendo. Al principio empecé a escribir y pensé que eran cartas, sobre unos amores terriblemente desgraciados. Ya ni me acuerdo por quién era que sufría tanto; me acuerdo del poema pero no del chico.

Después empecé a escribir todo esto que después aprendí que era una mentira. El primer poema que yo publico en Nuestra palabra (el órgano del Partido Comunista) es un poema a la muerte de un líder comunista francés. ¡Por suerte él estaba muerto! Es esta cosa hueca, larga, el poema más largo de mi vida, donde yo decía lo que una chica de barrio, de dieciocho años, creía que era París. París para mi era como un cuadro de Renoir, no tenía nada que ver con la realidad. Atravesé una etapa política en ese sentido: yo estaba en un medio donde era lo que se hacía.

-Alguna vez dijiste que en tu segundo libro, Tierra de nadie, se nota que te faltaban vivencias para escribir. ¿Qué tipo de vivencias tienen que llenar un libro? De tu poesía se desprende que no son las grandes cosas y las grandes batallas las que llenan un poema.

-En mi caso la vivencia es pensamiento sobre ciertas cosas, nada más. Yo no he sido una mujer activa, pero sí he meditado algunas cosas con cierta profundidad. Tierra de nadie es un libro escrito dos años después del primero -que es aquél donde vos resumís toda tu vida, porque en el primer libro contás toda tu vida hasta entonces. Y no has meditado todavía algunas cosas con profundidad. O si has meditado algunas cosas en profundidad, te falta la voz, el lenguaje para decirlo. Y todavía, sobre todo, no tenés una cultura literaria ni te has desprendido de las frases hechas, de tus influencias, de Vallejo en el caso de mi generación. Para eso tiene que pasar un tiempo, tu vos tiene que decantarse. Pero la primera experiencia de un poeta es el pensamiento.

-Ahora bien, ¿esto que decís de meditar con profundidad no se contradice con el título de otro libro tuyo, Interior con poeta, que puede ser pensado como una poética que diría: “no a los poetas con interior”? La figura de la que vos hablaste recién es la de un poeta autorreflexivo, muy metido en su interior.

-Sí, pero muy metido en las experiencias. Interior con poeta es un libro de reconciliación. Es el libro que yo escribo cuando vuelvo aquí, a mi casa, después de dieciséis años. Por eso es un libro tan unitario, es un libro donde yo me doy cuenta de que tengo que asumir que soy una poeta, que la acción queda en palabras, que ya no estoy metida en política, y que tengo esa nostalgia permanente. Ahí hay una falta, ¿no? Me doy cuenta de que no estoy cumpliendo lo que pensaba que iba a cumplir. Interior con poeta es la vida de un poeta que adquiere una lucidez respecto de sí mismo, pero no de un poeta para el interior. Fíjense que cierra con “Los poetas del 60” -más sociológico que eso, imposible. Es un libro de aceptación, de reconciliación. Yo vuelvo, me reciben de una manera que yo no esperaba, y me doy cuenta de que se ha terminado el silencio pavoroso, ese páramo en el que viví aislada. Durante dieciséis años, no escribí ninguna carta ni llamé a nadie. Nunca voy a volver a escribir algo tan sensible -yo no soy muy sensible. Ése es un libro lleno de delicadezas que no suelen ser mías. Tampoco soy tan sincera siempre, a mí no me gusta tanto la sinceridad en la poesía. El poeta de ese libro es uno que lucha contra ese interior. Es una poeta que se ve ahí, que se ve con ese vidrio roto, que está todo lejos, que sabe que en un lado hace calor y en el otro frío, y que asume esa disociación para siempre. En verdad, es algo que todavía no he terminado de asumir. Eso para mí es muy terrible, muy difícil y es como si lo hubiera exorcizado al ponerlo. Los caminos que van y vienen: “mayo, diferente mayo” allá y acá, ¿no?

Y están esos dos poemas finales: en “Los poetas del 60” yo me despido de mi generación. Es como contestarles a todos los jóvenes y cerrar la generación: bueno, ahora no hablemos más de los poetas del 60. Yo me he quedado al margen; todos nos hemos quedado al margen. Lo que pasa es que algunos de mis correligionarios del 60 siguen haciendo un discurso ridículo sobre el 60. Se terminó, ahora somos gente sola, aislada unos de otros. No tenemos ya ninguna justificación generacional.

-¿Pero en Partida de las grandes líneas, el libro que viene después, no hay todavía alusión a los sesenta?

-Ése es un libro para rescatar ciertos escenarios. Ése sí que es un retrato generacional. Aunque no se vea mucho, en cada poema de Partida de las grandes líneas hay una alusión a algo que pensaba o creía en el 60. No lo hago de un a manera explícita o grupal o militante, no; lo hago como una mujer que medita sobre su generación. Es un libro de transición, los temas que aparecen ahí aparecen por última vez.

Uno va cerrando puertas en la vida, va cerrando etapas. No sos eternamente la niña, sola asustada. No sos eternamente la joven con problemas con los hombres y el amor.

-¿Pero no hay ahora una vuelta a la juventud?

-No, yo ahora estoy escribiendo un libro que se llama Los poetas visitan a Andrea del Sarto y estoy escribiendo un poema sobre la identidad. No son de despedida, pero sí de una mirada hacia otra dimensión. Beatriz Sarlo me dijo que eran poemas tristes, pero yo no los veo así. Por el contrario, los veo como poemas lúcidos: es mejor que empieces a mirar hacia ciertas cosas, hacia cierta pérdida y que pienses cómo va a ser tu vida de ahora en adelante. Entonces hay que terminar de hablar de la adolescencia, de la infancia, de mi papá que me llevaba al puerto: ya está. Es como si yo ahora tomara lo que se llama temas trascendentes: el mundo, la muerte, la vida. La anécdota se terminó. Pero le tengo miedo a los grandes temas. Le temo a la solemnidad, a la trascendencia.

-Vos negás rotundamente la existencia de una relación entre la poesía del sesenta y la que hoy producen los jóvenes. Pero en la conversación fueron saliendo rasgos que marcan esa relación, no la niegan totalmente.

-Claro, lo que pasa es que aquí hay un problema gravísimo: ¿qué entendemos por sesenta? Cuando yo hablo del sesenta no tienen nada que ver con el sesenta de los jóvenes, nada que ver. Por ejemplo, Alejandra Pizarnik. De nosotros, nadie se acordaba que Alejandra era del sesenta. Es del sesenta geográficamente, pero lo que se puede llamar el sesenta, como pensamiento, actitudes, opciones poéticas, digamos, todo lo que marca el sesenta, ella no tiene nada que ver con eso. Absolutamente nada. Bueno, después está Leónidas Lamborghini. Él tampoco era la pauta. Si vos me decís el sesenta, yo espontáneamente digo Gelman, Santoro, Salas. Y no por una cuestión de calidad, sino por una cuestión de imagen del sesenta.

-De autoimagen, más bien…

-Pero esa es la imagen del sesenta, sacando a la gente joven que rescata otras cosas.

Los que atacan al sesenta lo ataca n porque lo asocian con esos poetas menores, con la visión de Horacio Salas, de Roberto Santoro, de El pan duro, con muchas cosas de Juan Gelman. Porque ahora a Gelman lo atacan, merecidamente, por todos lados…

-Es como si hubiera dos versiones de los sesenta, ¿no?

-Claro. Yo creo que del sesenta existen estas dos versiones.

Cuando yo volví de Europa, después de dieciséis años, y me hablaban de los Beatles, yo decía ¿pero cómo? ¿El sesenta son los Beatles? A mí no se me ocurrió jamás. Claro, era otro sesenta.

Este sesenta del que habla la juventud, objetivo, visto en conjunto. Para uno, en cambio, el sesenta era una opción política, era una opción que estaba muy parcelada. Por eso a mi me gusta la poesía joven, y yo no la puedo asociar con lo que para mí es la imagen del sesenta, a la que no adhiero, finalmente.

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“Me gusta ver el choripán en el poema” (Recuadro)

A Juana Bignozzi le interesa leer la poesía que están escribiendo los jóvenes en la Argentina. “Porque si no, no estás en el país ni en la historia ni en el mundo. Te pasa esto que ha pasado tanto en el 60, que es repetir el discurso. No copio a los jóvenes de los 90, pero me ayudan. Por ejemplo, esa cosa inconexa y tan coloquial que tienen. Veo en estos poetas un gusto por lo popular -lo popular como lo que es más común en la sociedad, no lo popular como se entendía en los 60, como una estética. Como ese coreano del supermercado, a mi me ha cambiado la vida ese poema del coreano”. Bignozzi se refiere al extenso poema “Zelarayán”, de Santiago Vega. “Es terrible ese poema, yo lo releo constantemente. Hace ese rescate de las cosas (aún en el lenguaje) más bajas, más populares: te pone el choripán en un poema”.