Entrevista a Lauri Fernández, una historietista que navega los ríos de la memoria

Entrevista de Mariana Rodrigo

En el Día del Dibujante, compartimos una profunda charla con Lauri Fernández, que es dibujante, guionista y escritora, además de investigadora y docente. Los cambios en el mundo de la historieta en los últimos 20 años, las diferencias con otros lenguajes, la lucha contra el machismo del rubro y muchos otros temas en esta entrevista con Sonámbula.

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Lauri se va por las ramas sin advertir que que es sumamente interesante lo que cuenta, tanto su recorrido como su modo de narrarlo. Pero a ella le preocupa. Quizás no sea consciente de la fascinación que generan sus historias: las que cuenta, las que escribe, las que dibuja.

Lauri es de San Rafael, Mendoza, pero yo la conocí apenas aterrizaba de Inglaterra, sin saber que era dibujante -¡y qué dibujante!- sino hasta un tiempo después. Lo que podría parecer una confusión no fue sino un privilegio: mi primer acercamiento a su pluma fue como escritora de ficción, ese don del que no se jacta pero que me maravilló martes a martes, allá en lo de Leo Oyola -otro lujo-, donde nos llevaba a pasear con historias que nos mantenían en vilo desde la primera palabra, que nos hacían asomarnos al horror, la violencia, el peligro y la risa, esa risa de la que tanto nos costaba volver, aunque nos la provocara en medio de un velorio, entre diálogos geniales, meta culeao y culeao. Mansa escritora, la Lauri.

Cuando le pregunto por su recorrido como dibujante, ella, que sabe que el suyo “ha sido muy raro”, repregunta: “¿Hablamos de la vocación o de la formación?” “Porque la vocación de dibujante siempre la tuve”, agrega. E inmediatamente nos lleva de viaje al mundo de su madre, ese contradictorio mundo en el que temía que la nena estudie artes pero no mandarla a laburar al medio del campo. “Absurdo”, dice. Y cuenta que en San Rafael había una movida artística muy fuerte cuando su madre era joven y que ella creció entre libros de arte.

“Mis hermanos y yo siempre tuvimos acceso a la literatura, mi vieja siempre se preocupó porque tuviéramos una formación complementaria, nos llevaba a música, nos llevaba a teatro, invertía lo que ganaba en eso. Todos dibujábamos en mi casa, pero yo recuerdo que de muy chica, tendría 5 años, dibujé a mi papá mirando el partido como inclinado sobre la silla, mirándolo, como una especie de modelo vivo, y cuando mi vieja vio el dibujo dijo: ¿Cómo hiciste eso sí nadie dijo que lo dibujaras?”. (El dibujo parece perdido, lamentablemente para nosotrxs.)

“Me acuerdo de la sorpresa familiar, que era como el orgullo, pero el dibujo nunca fue tomado como una profesión. Las profesiones podían ser de ingeniero, como mi hermano, o de médica como quería ser mi hermana, aunque después fue a comunicación, o de abogado. Cosas serias. Y yo cuando terminaba la secundaria estaba haciendo olimpiadas de biología, pensando en hacer el preuniversitario para medicina. Pero empecé a ir a un taller de pintura. Siempre estuve en contacto con grabadores y pintores que me decían que tenía facilidad, pero nunca se me cruzó que me podía dedicar a esto. A los 17, cuando tuve rupturas con muchas cosas, empecé a ir a pintar con una grabadora y vi que esta mina no hacía pinturas de paisajitos pedorros o de naturalezas muertas sino cosas que estaban buenas, que eran copadas y tenían más que ver con lo que me interesaba. Y ella me preguntó por qué no estudiaba arte. Y yo dije: ¡¿Arte?! ¿Eso se estudia? Y en quinto año, mientras mis compañeros se preparaban para medicina y yo para las olimpiadas de biología, dije que no iba a estudiar medicina. Todos me decían que vaya a estudiar arquitectura, pero me puse a estudiar arte.”

Perdón, medicina, pero ¡qué alegría tener a Lauri de este lado del arte!

“La verdad es que nunca lo pensé como una profesión, jamás”, cuenta. “Fue como una decisión a último momento, en la que dije ‘me cago en el destino ‘. Me gustaba estudiar medicina, ojo, quise ver qué onda esto y entré a la facultad de Arte. Y fue un alivio, porque implicó irme del pueblo, empezar otra vida y conocer gente que pensaba como yo. Toda la adolescencia había estado con gente que iba a la iglesia y, aunque había grupos de scouts que eran piolas, no tenían nada que ver con mis intereses. Yo veía mucho cine y en mi pueblo nadie era cinéfilo, a nadie le interesaba el blues o el jazz. Estaba como un poco sola y el irme a Mendoza me hizo encontrar gente más parecida a mí.”

Y así fue como Lauri cursó la licenciatura y el profesorado en Artes visuales en la UNCuyo y se inscribió en una Maestría de Arte Latinoaméricano que le hizo conocer otro mundo:

“Descubrí que la parte teórica estaba re buena, tenía profes que venían de Buenos Aires o de Córdoba, me encontré con un montón de teoría que no nos daban en la facultad, donde tenían un enfoque más academia del siglo XIX, de las bellas artes, la anti teoría… Los profesores de talleres decían que estudiar teoría era una estupidez, que lo importante era la técnica… Ese tipo de cosas re del año del culo que seguían rigiendo en la facultad”.

Y haciendo la maestría un profe le contó que el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) también era una opción para el arte y las ciencias sociales y la pinchó para que se presentara a una beca que, spoiler alert, ganó.

“Tenía una ignorancia absoluta sobre el mundo académico hasta que entre a la maestría a los 25 años. Me presenté en 2008 para investigar sobre los años de militancia de Oesterheld y las historietas más ligadas a un discurso militante. En ese momento no había mucha investigación sobre este tema que después, con el Nestornauta o el Eternestor, se volvió muy popular. Y me pareció muy interesante porque justamente en Mendoza no había forma de conseguir el material y fue todo un trabajo de rastreo, de ir al CEDINCI y a un montón de centros de investigación para recuperar esas historietas y reconstruir su relación con las vanguardias de los setentas. Era todo nuevo. Y ahí me presenté y entré.” “Re loco”, agrega Lauri, que no está ni cerca de entender lo grosa que es.

Mientras descubría el mundo de la investigación, empezó a hacer una columna sobre historieta en una radio. El revés de su lesión en las articulaciones le impidió seguir haciendo grabado, pero la acercó más al mundo de la historieta. El grupo en el que había participado al principio se había desarticulado, pero ella seguía haciendo historietas por su cuenta, sin mostrarlas (en eso es categórica: “La historieta se tiene que leer, sino no existe”). A través del mundo académico se puso en contacto con un grupo de investigación de Córdoba del que salió el contacto con un guionista con el que trabajó en Any, la primera historieta que publicó.

“Yo tenía 30 años. Fue muy raro. A mi entrar a CONICET, descubrir el mundo académico, me cambió la cabeza porque me hizo conocer muchas cosas que no sabía y me gustaron, pero también descubrí un montón del circuito de la historieta que, si me hubiera quedado en Mendoza no hubiera conocido. Está bueno no tener miedo de tomar decisiones cuando implican moverse de un lugar al otro, cambiar tu laburo, dedicarle plata y tiempo a algo que no sabés si va a funcionar… Quizás fue un buen momento también, ya que en 2011 había otra escena, otra plata y otra movida cultural, un impulso constante y actividades todo el tiempo, una gran movilidad cultural, y con unos pocos mangos te podías pagar un pasaje para conocer ferias y gente. Hoy con poca guita no se puede viajar. Yo tuve la suerte de entrar, aún grande, en ese momento.”

La escuché a Lauri decir muchas veces que llegó grande. Yo, que vengo de otros mundos, no entiendo por qué sería grande una mujer que publica su primer libro a los 30 y se lo pregunto: “¡Sí, era grande ya! Lo único peculiar era que prácticamente era la única mina. Éramos muy muy muy pocas. Y casi todas de mi edad. Habían empezado a hacer historieta o viniendo de la ilustración o eran flacas que venían haciendo fanzines desde los 90, pero obviamente no tenían la misma visibilidad de los varones. Los chabones de mi edad hacía 10 años o más que publicaban.”

Cuando le pregunto por qué la respuesta no sorprende tanto: “Hay una discriminación no explícita. Al ser mina te tenés que fumar muchas boludeces que hacen que te vayas. Me pasaba en Mendoza. Yo era muy piba cuando empecé con este grupo de historietistas, tenía 20 y había situaciones de maltrato y chicaneo que me jodían. Y me iba, tomaba distancia, no quería fumarme esas boludeces. Si a los 30 un chabón venía a chicanearme, yo ya sabía cómo responder, pararle el carro o redoblarle la apuesta. Te plantabas y quedaba como un boludo. Pero cuando sos pendeja es distinto. Tengo grandes amigos de esa época que tienen una imagen de mi mucho más fuerte de lo que soy en realidad, porque estaba todo el tiempo a la defensiva. ¡Es que tenías que estar defendiéndote todo el tiempo!”

No, definitivamente no sorprende. ¿Y cómo es ahora? “Ahora hay muchas pibas, pero también tiene que ver con que hay muchos grupos de mujeres y ya no tenés que estar a la defensiva cuando entrás a un grupo porque hay varias compañeras, no te van a venir chicanear por minita, que era lo que pasaba siempre. Por ahí eso explica algo de la poca participación de mujeres hasta 2014 o 2015 y también que empezáramos grandes a publicar. La misma situación te expulsaba, el sentirte objeto, menospreciada o subestimada, algo que incluso te pasa hoy como mina. Hay situaciones que a mis 40 años me rompen muchísimo los ovarios. Que me inviten a un evento en donde vea implícito que lo hacen porque soy mina, para completar el cupo en la actividad… ¡Loco, invitame porque hago bien mi laburo! Esto me jode un montón. O que te traten distinto y te pregunten: ‘¿Qué onda las mujeres en la historieta?’ Ese tipo de cosas todavía me joden. Imaginate cuando tenía 20. ¡Obvio que te expulsan! Creo que los chabones también cambiaron y aprendieron algunas cosas… Algunos, porque otros siguen siendo unos neandertales…

Siguiendo con el tema, le pregunto si se esperaba que, como mujer, como historietista mujer, tratara algunos temas específicos.

“No es nada menor que esa primera historieta que hice la hiciera junto a Roberto (von Sprecher), que era un tipo grande, de 60 años, muy piola, profe. Él tiene una muy buena relación con las mujeres y muchas amigas porque su personalidad empatiza con ese tipo de historias, era un tipo al que le jodía que hubiera tantos varones publicando. No es un machirulo, no es que dijo: ‘Voy a llamar a una mina porque quiero contar historias de minas’. No, él creó una historia que le resultó interesante y le gustaba mi estilo y quería darle lugar a otras voces, a autoras nuevas. Pero sí me pasó con el segundo guionista con el que trabajé, que un poco sí nos eligió a Nacha (Vollenweider) y a mí para hacer una historieta porque éramos mujeres. Era sobre el aborto, un poco antes de que se despenalizara en Uruguay, y sus mismos compañeros le decían ‘el guionista de las chicas’ o ‘el guionista sensible’, ¿me entendes?”

Claro que la entiendo.

“Y sí me ha pasado varias veces que me hablaran de la sensibilidad femenina, lo que me molesta muchísimo, que me dijeran ‘tenés un dibujo sensible, se nota que sos mujer’, o ‘ay, pensás como un hombre’. Dale, ¿en serio? Yo pienso como yo. ¡Y te lo dicen como un halago!”

En cuanto a la historieta en particular tengo mucho que preguntarle. Siendo parte de ese público al que hay que formar como lector de historieta creo que es un buen camino empezar por su particularidad.

“La historieta siempre está empezando de cero, siempre está renaciendo. Siempre viene una crisis que arrasa con todo y hay que empezar de nuevo con producción, circuitos, construir circuitos, espacios para la difusión, para la formación de dibujantes, para la formación de lectores…los talleres sirven mucho para eso, formación y crítica. Pero todo es en espacios no institucionales, todo a pulmón.”, me desasna Lauri.

“Hay una concepción equivocada de que la historieta es un género literario y hay que explicar que es otro lenguaje. Hay gente que no viene de la práctica de hacer historietas sino de la pedagogía, de los estudios literarios, y dicen que la historieta es literatura. Hay conceptos nuevos alentados desde algunos autores norteamericanos como, por ejemplo, lo que se entiende como nueva alfabetización multimodal, que está bien para capacitar a la gente, a los pibes y los docentes principalmente, para entender desde diferentes lenguajes, introducir diferentes lenguajes en la educación. Entonces, te dicen que se puede entender como literatura porque genera narrativa porque genera cierta respuesta por parte del lector y cuenta una historia. Pero, con ese criterio, el cine es también sería literatura (bueno, ellos consideran que un video en Tik Tok es literatura). Una cosa es decir que es una narrativa, que lo es, y otra que es literatura, que no lo es. Los géneros literarios pueden adquirir diferentes formatos, sobre todo gracias a las dinámicas de las redes. Podes hacer un cuento en tuits por ejemplo. Pero la historieta es otra cosa, principalmente porque es una narrativa visual, en imágenes, en secuencia, pensada en una tira o diseñada en una página, pero es una narrativa en secuencia visual. Las palabras pueden o no estar articuladas con la imagen. Tiene más relación con el cine que con la literatura, si vamos al caso. Tiene una especificidad del lenguaje y códigos particulares. Eso tenés que explicarlo. Igual que los que piensan que la historieta, por tener dibujos, solo puede ser leída por niños. Y no”.

Volviendo a su experiencia personal, dejamos a Lauri en Conicet, defendiendo su beca doctoral y laburando de dibujante, justo cuando Macri ganaba las elecciones. Y ahí nomás, como no está de más recordar, Macri cerró todos los proyectos de capacitación, se cayeron un montón de proyectos editoriales gracias a los impuestazos de 2016 que destrozaron las editoriales. Y, como ya no necesitaban dibujantes, no había trabajo.

“En febrero de 2016 ya no tenía laburo y no lo tuve durante todo ese año”, cuenta. Y así, con toda su experiencia y su doctorado bajo el brazo, Lauri se puso a maquetar libros para editoriales amigas que publicaban material del exterior.

“Yo no tengo un prejuicio con eso, está todo bien con ensuciarse las patitas, pero es fuerte porque estuviste capacitándote 10 años de tu vida, tenés un título de doctora en Ciencias Sociales y decís ‘fa!, con esto la rompo’, pero no tenés laburo y tenés que maquetar un libro como un pibe de 20 años que está empezando a aprender diseño”.

Tiempo después se volvió a presentar a Conicet, ahora para la posdoc, y sí, también la ganó. Y sabe que era poco probable y que el contexto era tan negro que no da quejarse, pero hay algo importante que destaca: “Me parece excelente que haya un sistema de becas, pero la beca no es trabajo. Es espectacular para un momento de la vida pero no es trabajo, no hacés aportes, no tenés jubilación, se te acaba la beca cada dos años y estás en pelotas otra vez y cada vez te volvés más viejo y tenés menos posibilidad de acceder a esa beca y te exigen más, hay menos cupo. Entonces te capacitás 10 o 15 años de tu vida para algo en lo que después no tenés laburo.”

Lauri se enteró de que era una de las 150 personas con beca aprobada cuando estaba en Inglaterra. Y queremos saber de qué se trataba ese viaje al que fue sin un mango y con la rodilla rota.

“Me había salido un programa de la Comunidad Europea, un proyecto de la Fundación Marie Curie, que financia proyectos de intercambio entre investigadores de Europa y de Latinoamérica, proyectos específicos que trataban sobre narrativas de crisis y trabajos combinados de equipos de investigación. Y justo yo estaba en el grupo de Córdoba que trabajaba historieta y crisis. Y salió.” Y hay un dato de color: “El tema es que yo no tenía plata y tenía la rodilla rota. Caí en Inglaterra en el pre Brexit, en una zona re careta, donde me preguntaban si me había roto la rodilla haciendo esquí… No, me la rompí en Lanús. Fue ciencia ficción porque yo y una compañera éramos las sudacas muertas de hambre que no teníamos plata para comer. Bajamos de paracaidistas porque nos habían pagado el pasaje y nos daban un techo, pero no teníamos un mango. Y ahí me enteré que me había salido la posdoc.”

¿Y de qué iba la posdoc?: “Era sobre los relatos de traumas colectivos recientes en la historieta, que es un poco lo que sigo trabajando ahora. En ese momento comencé a trabajar sobre los relatos en la dictadura y los relatos sobre la crisis del 2001 y a partir de eso y del viaje a Inglaterra dentro de los relatos sobre dictadura separé Malvinas y de pronto eso fue lo que más me ocupó. Fue analizar historietas en los últimos 15 años a partir de ciertas condiciones particulares del campo de la historieta, cómo se empiezan a visibilizar, porque hay ciertas condiciones que se dan para que haya relatos sobre la memoria reciente que tienen que ver con las políticas sobre la memoria pero también con algunas condiciones particulares del campo. Y también sobre cómo se empieza a releer la crisis del 2001 a partir de las crisis actuales (la del macrismo, en ese momento). Yo analizaba las historias que se hacían, la forma en que contaban el pasado”.

De regreso a Mendoza, con la beca, se abrió un concurso en la facultad y lo ganó. (“Y es otro gran tema ese porque cuesta mucho acceder a un cargo universitario y la paga es una mierda, como la docencia en general”.) Y cuando se terminaba la posdoc, ganó otro cargo en la universidad, con lo que parecía definirse un lugar. Pero…

“Pasé casi todo el 2019 viviendo en Mendoza y con dos laburos académicos en un solo lugar no estás mal, tenés círculos de amistades, es un lugar que conocés… Mendoza no es feo para nada, pero pasó ese año y yo fui absolutamente infeliz. Infeliz como no había sido hacía mucho tiempo. No porque no me gustara dar clases porque me encantaba hablar con las pibas y los pibes, ver lo que dibujaban, lo que les interesaba, pero llegaba tan cansada a mi casa que no tenía ganas de hacer nada. Debo haber dibujado cuatro páginas en el año, cuando normalmente las hago en una semana. Estaba triste y pensaba si mi vida iba a ser ir a laburar dando clases… Jorge Hidalgo que es un profe que se tuvo que ir en la dictadura, un tipo brillante pero de otra generación donde no publicaban cosas. El tipo tenía su cátedra en la facultad y vos llegabas al cubículo de Teoría de la Comunicación donde el tipo siempre estaba leyendo algo nuevo y todo el tiempo te consultaba. Creo que lo que más aprendí como becaria tuvo que ver con las charlas con él. Pero se jubiló, se deprimió y en menos de tres años terminó en un hogar sin reconocer a la gente. Y murió. Y era un genio. Y nadie se acuerda de él, nadie sabe quién era, a pesar de que fue uno de los mejores profesores de esa facultad. La vida académica es muy ingrata para la mayoría de los docentes. Y yo decía: ‘Hay gente que tiene vocación de sacrificio y la re admiro, pero ¿en serio quiero dedicar mi vida a esto?’ Así que justo antes de la pandemia renuncié a uno los cargos, me quedé con el de teoría y formación y dejé de dar dibujo. Vino la pandemia y mi vida se configuró de nuevo y estoy zafando igual, como siempre. La seguridad es complicada. A veces pienso que si tuviera mi laburo en Buenos Aires mi cabeza sería diferente, a lo mejor estaría más asentada, más tranca. En Mendoza la seguridad no me hace feliz.”

Hay algo sumamente inspirador en la búsqueda de Lauri, se le han presentado muchas sillas “peligrosas que la invitan a parar”, una cierta comodidad, prestigio y seguridades, pero no se ha quedado cómoda en ningún lugar, sin tampoco hacerse la artista renegada antisistema. Lauri logró un lugar particular de convivencia de un gran recorrido académico, sin abandonar la práctica artística y la producción.

 “Pasa que yo veo a los que hacen carrera de investigación y no sé cómo se puede vivir dedicándose solo a una cosa. Es rarísimo. A veces siento que en un punto te vas convirtiendo en un pequeño burócrata, más en un espacio como Conicet, donde lo que importa es la cantidad de papers, becas o guita que conseguiste. Lo que importa no es la calidad sino la cantidad. Los procesos de investigación son diferentes para cada uno, pero investigar implica un montón de horas de lectura y procesamiento de lo leído, no sólo de escritura, y ahí parece que sólo importa lo que se escribe y no toda la investigación previa. Así muchas veces se termina premiando a los que más publican y no a los que más investigan o saben. Tengo una relación amor-odio con Conicet.

Lauri es autora integral, como se dice ahora. Es dibujante y a veces guionista. Si la obligáramos a definir su campo de especialización (¿por qué lo haríamos?), diríamos que navega por los imaginarios sobre la memoria, su evolución y las formas en que se construye a historia. “Eso es lo que me interesa y creo que también tiene que ver con lo que hago como historietista”, cuenta.

No quiero ser intensa ni caer en el asunto de la mujer en la historieta, pero me intriga saber cómo surgen los grupos de mujeres en ese mundo que siempre ha sido tan masculino. Y se lo pregunto.

“En feria de fanzines y editoriales independientes, en general. Creo que con la crisis del 2016 más el Ni una menos, articulados con otras demandas culturales, empezaron a hacer historieta un montón de autoras que venían de la ilustración o del diseño. Empezaron a trabajar sobre género y disidencias, fanzines chiquititos y grandes, empezaron a armar grupos y todo fue creciendo. Son mayormente gente joven, y eso está buenísimo, cambió un montón. Es un circuito muy machista. Hay muy pocas autoras de historieta hasta los años 80, entre los años 40 y los 80 eran 3 o 4, nada más, y casi todas eran o la hija de uno o la esposa o la amante de otro. Y las presentaban así, ligándonos siempre a quienes nos cogemos, al señor que te legitima, Siempre había un hermano, padre o chongo que te legitimaba. Recién a fines de los 80 algunas autoras que empezaron a publicar en la Fierro. Con Maitena, que es referencial y espectacular y empezó a publicar siendo madre soltera, se da un punto de inflexión. Cuando yo entre en 2010/11, seguía siendo así. Las pibas que estaban eran pibas que habían empezado a publicar fanzines en los 90 o que eran las novias de fulano, que eran ilustradoras y empezaban a hacer historietas. Aunque después demostraran ser excelentes historietistas siempre las vinculaba al chongo que tenían. Eso hasta hace unos 10 años atrás. En ese sentido está buenísimo lo que ha pasado, ¡basta de pensar en la mujer como la propiedad de alguien!»

Le pregunto qué desafíos tienen hoy las pibas y Lauri no duda: “¡Tener una industria! En parte por la pandemia, pero también por el sacudón a la industria que fue el macrismo, más que nada por los costos de producción que se fueron a la mierda. Había editoriales que podían sacar varios números por año y ahora sacan como mucho dos. La historieta es cara para producir. Un libro de literatura con que se lea bien ya está, en cambio la historieta es cara: la calidad del papel y de impresión, ni hablar si es a color… Y como los dispositivos de impresión mejoraron un montón en los últimos 20 años ya nadie compra una historieta mal impresa. Tiene que estar bien y eso cuesta mucha guita. Es costoso sacarla y es costosa venderla, no podés venderla al precio que deberías porque no hay un público lector fuerte. El público que consume es muy exigente pero no es masivo. Como editorial de historietas ganás menos que una de literatura, invertís más y ganás menos. Hace falta generar público lector. Para mí el camino es la alfabetización, enseñar a leer, a criticar y a apreciar lo que es la historieta. Extender las capacitaciones, como pasa en Francia, que es una de las más grandes tradiciones y los pibes leen historieta como cualquier otro libro. Hay una industria que se autosustenta. Es un laburo que hay que hacer: crear un público lector y productor de historieta.”

Lauri ha publicado Ani, Regulación, Vientre, Una última carta, Tuya, la adaptación de la novela de Claudia Piñeiro, Tupamaros: La fuga / 1971, tiene historietas más cortas en antologías y algunas historietas eróticas para Uruguay. “Unos 8 libros y unas 12, 13, 14 colaboraciones”, detalla. Me surge la inquietud y le pregunto por El pozo: ¿Cómo fue que armaste tu libro con guion propio?

El pozo fue el primero. Fui al taller de Leo (Oyola) al mes siguiente de entregar la tesis doctoral, agosto de 2015 porque tenía la necesidad de encontrarme con la escritura por fuera de lo académico. Tenía ganas de escribir, pero guiada y con gente que supiera escribir. El pozo sale de un proyecto que teníamos con unas amigas, una página de Facebook en 2013/2014 con la idea de hacer historietas de 12 páginas. Yo hice lo que es el primer capítulo de El pozo pero esa página después no siguió porque cada una colgó. Entonces, cuando empiezo con ese taller de Leo pensé en continuar esa historia. Ya había intentado seguirla en un blog, pero me costaba hacer un guion, nunca lo había hecho. Entonces mientras hacía la historieta iba escribiendo las partes que seguían en guion y después lo dibujé y cuando terminé todo Leo me preguntó por qué no hacía una novela con eso. Entonces tuve que escribir lo que ya había dibujado como historieta, lo que fue una cosa rarísima, y salió el escrito de El pozo y después la historieta.”

Podríamos hablar horas, pero Lauri sigue pidiendo perdón por “irse por las ramas” así que llegamos a la actualidad y cerramos: ¿En qué andas? ¿Qué viene?

“Estoy haciendo algo para afuera, sobre las presas republicanas durante el franquismo y el robo de bebés, y la otra es el laburo que estoy haciendo sobre Malvinas que va a salir para el año que viene para el aniversario.”

La recomendación de la casa, mientras matamos la ansiedad hasta que llegue Malvinas, es entrarle a El pozo, en donde, como dice Hernán Martignone, Lauri “sale airosa del eterno desafío de imaginar, construir y sostener un verosímil realista sin escapar por ello a los fantasmas de lo fantástico”. Advertencia: leer El Pozo, como dice en el prólogo Leo Oyola, “es una experiencia tajeante”.