Ferdydurke, o la pesadilla de volver a los 16
Por Pedro Perucca
Pedro Perucca fue a ver una adaptación de la casi inadaptable novela Ferdydurke, del escritor polaco-argentino Witold Gombrowicz, y se sorprendió con una más que solvente traslación a las tablas porteñas de una obra vanguardista que transcurre en la Varsovia de los años 30. Un mérito del director y dramaturgo Alejandro Radawski y del impecable cuarteto de actrices que dan carnadura a ese texto que no ha perdido poder a lo largo de las décadas.
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Si la traducción del lenguaje literario al teatral siempre supone inmensos desafíos y traiciones, una puesta del Ferdydurke de Witold Gombrowicz aparece a priori casi como una odisea, una carrera de obstáculos para llevar a las tablas porteñas una obra vanguardista de los años 30, escrita originalmente en polaco, claramente experimental y estallada de neologismos, giros lingüísticos y expresiones intraducibles (por lo que suele comparársela con el Finnegans Wake de James Joyce). Pero el compromiso, el respeto creativo y el evidente amor por la obra del director y dramaturgo argentino-polaco Alejandro Genes Radawski y de su elenco logran salir más que airosos del desafío.
Ya sólo la traducción al castellano de la obra es una historia que amerita un capítulo aparte, con su autor varado en Argentina desde el inicio de la Segunda Guerra y durante 25 años, aislado de los círculos intelectuales locales, apedreando desde lejos a las jerarquías culturales de su país de origen y encabezando una enloquecida empresa de traducción colectiva guiada por un autor marginal que sabía poco castellano y algunos descendientes de polacos o meros entusiastas que habían perdido contacto con el idioma original del texto. Pero ahí está Ferdydurke, sobreponiéndose a todo, vigente y provocadora casi como cuando se escribió, poderosa y divertida en su traslación teatral.
Mucho se ha escrito sobre los factores que explican este milagro simpático que unifica por sobre tiempo y espacio a Varsovia y Buenos Aires. Qué son ciudades de países jóvenes, con elites culturales fosilizadas en un europeísmo wannabe, que fueron periféricos respecto de la revolución renacentista (la polémica hipótesis del prólogo de Ernesto Sábato a la primera edición de Ferdydurke), etc., etc. En cualquier caso, la brutal anti-bildungsroman de Gombrowicz funcionó perfectamente en Buenos Aires. Y lo sigue haciendo, tal como lo entendió Radawski, que ya lleva algunos años dirigiendo su adaptación en distintos teatros de la ciudad y cosechando críticas invariablemente elogiosas y hasta el apoyo oficial de la embajada polaca.
En esta aventura de decrecimiento, Pepe, un hombre de 30 años, es obligado a regresar a la escuela después de que el cruel maestro Pimko desprecie el manuscrito de un texto con el que el protagonista buscaba desesperadamente la autonomía, expresando su convicción de no ser “ni maduro ni inmaduro, sino así como soy”, manifestándose en su “forma propia y soberbiamente soberana, sin tomar en cuenta nada que no fuera mi propia realidad interna”.
En la excusa original del drama hay algo de ese sueño que todxs tenemos en un momento u otro cuando nos encontramos de vuelta en la escuela, dando algún examen que increíblemente nos quedó pendiente todos estos años y que ahora, impostergablemente, debemos rendir aunque no estemos preparados. Pero si ya terminé la primaria, la secundaria y hasta creo que alguna carrera, solemos preguntarnos en esa pesadilla. ¿Por qué, entonces, estoy aquí sentado sobre mi cuculito, ignorante e inerme, a merced de este evaluador inmisericorde? En el sueño no sabemos nada, salvo que la escena es verdadera, que alguien ha descubierto que todos estos años de arduo trabajo para tratar de hacernos de una posición en la vida, como se dice, han sido inútiles y que en un instante se puede desmoronar nuestra farsa tan preciada. Impostor, impostora, todo mentira, debías aquél examen y ahora todo el mundo va a descubrir que tu verdadero ser es apenas esa parálisis ante la hoja en blanco, ese temblor infantil frente el maestro.
Otra versión de la pesadilla es la de la desnudez pública, pero la del examen es peor, porque cuando hacemos un ridículo onírico sin pantalones en el colectivo todavía podemos culpar al atolondramiento (podríamos incluso ser genixs sorprendidxs en el momento posterior al Eureka, que simplemente olvidaron vestirse por desapego a las preocupaciones mundanales), pero no saber las respuestas para este examen desnuda de manera incuestionable nuestra precariedad cultural, nuestra pobre inteligencia. Desnudez ontológica. Impostorxs. Pero en Ferdydurke, además, se trataría de un examen para acceder al mundo despreciable de la madurez, es decir, el de las respuestas definitivas, de las formas petrificadas, finales, muertas. Porque la vida está en otra parte. En la adolescencia, el miedo y las preguntas. Donde todo aún está por hacerse, inacabado y abierto, pura posibilidad. Nada está definido, ni siquiera los objetos del deseo. Temor y temblor. Inmadurez y potencia.
Ferdydurke también implica la deconstrucción de esa fantasía infantil de que los adultos saben lo que hacen porque ya han logrado entender la vida, por lo que si volviéramos a la adolescencia con un bagaje de 30 o 40 años de experiencia todo sería distinto y no nos avergonzaríamos de nuestras torpezas juveniles. Pero no. En Ferdydurke, el protagonista subjetivamente adulto vuelve a encontrarse atrapado por las situaciones, sin saber cómo darse a conocer, arrastrado a conflictos que no desea e igualmente inepto ante la fuerza natural de “la perfecta colegiala en su aire colegial, perfectamente moderna en su modernismo”, ese ser doblemente joven (por edad y por modernismo), absoluto y poderoso en su total inconsciencia de sí misma.
Digamos de paso que tal vez una adaptación actual de la farsa de Gombrowicz debería considerar que tener 30 años en los años 30 del siglo pasado implicaba la adultez total, la ocupación plena de un rol como adulto, mientras que en nuestros días de adolescencia extendida no es raro que a esa edad aún se cohabite con los padres y recién se esté entrando en algo parecido a la adultez, aunque con muchos menos exigencias que entonces. Por eso es posible que la actualización de las peripecias de Pepe cuadrara mejor con un personaje de 40 o hasta 50 años.
Por otro lado, en tanto Gombrowicz reniega explícitamente de la intencionalidad política (porque una crítica revolucionaria implicaría hablar desde otra madurez, contrapuesta a la burguesa pero en última instancia respetable), se vale de una brutal sátira para criticar el ambiente escolar, el de la burguesía y el de la nobleza terrateniente (en la puesta estos dos últimos no están tan diferenciados como en la novela, tal vez porque hoy sus respectivos intereses de clase han ido confluyendo).
Más allá de la muy lograda traducción de la novela al lenguaje teatral, la puesta de Ferdydurke basa buena parte de su efectividad y dinamismo en el sólido cuarteto de actrices (un detalle que refuerza la ambigüedad sexual siempre presente en Gombrowicz) que la sustentan dándole vida a una decena de personajes, empezando por Natalia de Elía, que dota a su Pepe de una desesperada urgencia ante las situaciones que se le imponen sin que pueda reaccionar para quebrar esa dinámica de infantilización en la que quedó sumergido. Su personaje plantea una exigencia fuerte hacia el espectador, que lo mejor que puede hacer es dejarse llevar por el torbellino, una decisión escénica que transmite la dinámica febril del texto vanguardista original.
También es de destacar la contudencia de las irrupciones musicales bellamente interpretadas a capella por Lucrecia Aguirre (en su inmensa personificación de Sifón) y la eficacia minimalista de una escenografía en la que un mero un prisma negro en el centro del escenario puede transformarse en camarín para las transformaciones de las siempre versátiles actrices, en pupitre, mesa, cama o cualquier otro objeto necesario para el desarrollo de la acción.
Quedan unas pocas funciones que les recomendamos no desaprovechar.
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FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Autoría: Witold Gombrowicz
Dramaturgia: Alejandro Genes Radawski
Actúan: Lucrecia Aguirre, Lujan Bournot, Natalia De Elía, Milagros Plaza Díaz
Vestuario: Antonela Marcello
Escenografía: Marko Bregar
Iluminación: Ricardo Sica
Fotografía: Sara Vega
Diseño gráfico: Julio Gutiérrez
Asistencia de dirección: Cecilia Ramacciotti
Dirección: Alejandro Genes Radawski
Web: https://www.facebook.com/ferdydurketeatru
Duración: 68 minutos
EL CAMARÍN DE LAS MUSAS
Mario Bravo 960 – Capital Federal
Viernes – 22:00 hs – Hasta el 25/03/2022