Gilles Deleuze: una filosofía para un marxismo libertario
Por Emiliano Exposto
Emiliano Exposto comparte con Sonámbula una lectura sobre los aportes y la relevancia contemporánea del pensador francés, ubicándolo en el campo del marxismo, en el que habría elegido situarse «a contramano del giro estético, socialdemócrata, reformista o meramente ético de una parte relevante de los intelectuales franceses una vez morigerados los ánimos revolucionarios de la primavera del 68».
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Gilles Deleuze se suicidó el 4 de Noviembre de 1995. Si Jean-Paul Sartre fue el filósofo de la generación Contorno, Louis Althusser el de la generación intelectual de los sesenta y Mark Fisher la figura trágica en la cual se condensan los deseos ambiguos y malestares de nuestra generación, como señala Santiago Roggerone en su libro Venir después: notas y conjeturas generacionales, Deleuze es un fantasma en disputa para las sensibilidades de las izquierdas contemporáneas.
Influyente en los círculos académicos progresistas y en los autonomismos de mediados de los noventas y principios de los dosmil, la potencia de su filosofía tiende a ser cada vez más neutralizada al oscilar entre la abstracción universitaria de una jerga recuperada por las industrias editoriales y el folk de ciertos activismos que parecerían renunciar a restituir la razón estratégica anticapitalista y reimaginar alternativas globales de futuros postcapitalistas. Nos interesa, en cambio, intentar actualizar su filosofía en función de operativizar una lectura situada desde el punto de vista de las militancias de izquierda organizadas. Una lectura marxista de Deleuze. A partir de tres problemas políticos concretos que permite discutir: a) su análisis crítico del fascismo en relación a las crisis capitalistas, asociando el devenir autoritario y represivo del poder estatal y capitalista a las violencias sexuales, cuerdistas, raciales, especistas, precarizantes y clasistas; b) la actualidad de su filosofía en general y de su lectura de Marx en particular en los debates de las teorías críticas contemporáneas; c) la importancia que le otorga a las luchas de las diferencias y de las disidencias, a las luchas divergentes contra la patologización o normativización de la existencia, a las luchas orientadas a transformar los imaginarios, fantasías, lenguajes y formas de vida entendiendo que la transformación radical de las subjetividades, el cambio de los afectos y de las relaciones con el ambiente conforman una premisa de la transformación social, cultural y política. Nos importa Deleuze entonces porque nos sirve para elaborar una filosofía política anticapitalista. Dirigida a amplificar el campo de autonomía de los cuerpos contra los automatismos del capital, complejizando el problema de la construcción de hegemonías políticas feministas y ecosocialistas.
La filosofía deleuziana configura una caja de herramientas insoslayable para comprender y combatir las nuevas formas del fascismo contemporáneo. El fascismo representado por Trump o Bolsonaro, pero también los microfascismo y micromachismos que se reproducen por abajo, en los deseos de orden, represión y normalidad que desgarran el cuerpo colectivo. Como sucede con otros pensadores como Walter Benjamín o Enzo Traverso, Deleuze siempre se encargó de examinar críticamente la pertenencia de las violencias fascistas a las estructuras autoritarias del mercado capitalista. Relacionando los fascismos a los momentos de crisis agudas del capitalismo. Vinculando los devenires reaccionarios, arcaístas y conversadores a las tendencias catastróficas y destructivas inherentes a la dinámica de la acumulación capitalista. Al modo en que el capitalismo busca gobernar las crisis disciplinando nuestros afectos, ajustando sueños y aterrorizando malestares en virtud de subordinar la reproducción de las vidas a la reproducción del capital. El pensamiento deleuziano se perfila como un pensamiento de la tierra, de los movimientos desterritorializados, enfrentando el inconsciente extractivista y propietario de las clases dominantes. En este sentido, los fascismos expresan una respuesta desesperada del poder amenazado por las crisis y luchas. Una fuerza reactiva para salvaguardar el orden de la obediencia capitalista. La violencia fascista es la violencia del capital en crisis en defensa de la propiedad: la ofensiva del mando capitalista contra los imaginarios antagónicos y los deseos inadecuados.
El pensamiento deleuziano comparte algunos problemas teóricos (y político-estratégicos) con el resto de pensadores de la imprescindible escena francesa de la segunda mitad del XX. Los cuales a grandes rasgos podrían ubicarse en la confianza excesiva en las virtudes de la inmanencia, la “ontologización” de la contingencia o incluso la disolución de la especificidad de la lucha política en otras esferas de lo social. Y aunque siempre mantuvo una relación tensa con el marxismo tradicional y con los partidos de izquierda, realizó una lectura antidogmática y heterodoxa de Marx. El de Deleuze es un marxismo libertario. Se sabe que el autor más citado en El Anti Edipo no es otro que Marx. Y el mito cuenta asimismo que antes de morir estaba escribiendo un último libro, titulado “La grandeza de Marx”. A contramano del giro estético, socialdemócrata, reformista o meramente ético de una parte relevante de los intelectuales franceses una vez morigerados los ánimos revolucionarios de la primavera del 68. El problema es que algunos lectores de Deleuze descartan al marxismo como un totalitarismo pasado de moda y algunos marxistas caricaturizan a Deleuze al tacharlo de “posmoderno”. Prejuicio academicista y prejuicio anti-intelectualista.
Pero fue el francés quien desarrolló una crítica de la economía político-libidinal en el capitalismo, articulando de manera consistente la crítica marxiana de la producción social junto a la analítica freudiana de la producción deseante. Conectando la crítica de las relaciones sociales capitalistas y estatales con la filosofía spinoziana de las pasiones y la comprensión nietzscheana de las fuerzas activas y reactivas de los afectos. Los prejuicios anteriormente mencionados, sin embargo, están siendo contestados en los debates de las nuevas teorías críticas. En la presencia deleuziana en las discusiones del aceleracionismo, en la obra de Fisher, en las nuevas izquierdas, en los feminismos radicales, en las estéticas materialistas, en las disidencias mentales, corporales y sexuales, en los activismos queer, en los llamados nuevos realismos y filosofías posthumanistas, incluso en ciertas vertientes “monistas” del ecologismo antisistema. Ligado con la creatividad filosofica del postestructuralismo y con las rebeldías colectivas del Mayo Francés, el pensamiento de Deleuze se caracteriza en consecuencia por plantear una relectura de autores que siguen siendo importantes para la imaginación emancipatoria como Spinoza, Nietzsche, Kafka, Artaud, Marx o Freud.
La filosofía deleuziana podría ser definida como un materialismo gótico y aceleracionista. Un materialismo preocupado por las dimensiones irracionales, monstruosas, alucinadas, embrujadas y mágicas del proceso social. Una filosofía de las paradojas asombrosas y temibles despertadas por el capital. Una teoría crítica que apunta a llevar los flujos ambivalentes que el capitalismo desata pero no puede contener más allá de los límites de una economía orientada hacia el plusvalor y la ganancia, garantizando la sustentabilidad del planeta y cuidando la sostenibilidad de las vidas. Al calor de las luchas sociales de los sesenta y setenta, en el momento de mutación neoliberal del capitalismo, en los instantes de peligro de las dictaduras en nuestra región, Deleuze construyó una filosofía anticapitalista cuyo objetivo es alentar líneas de fuga desobedientes y autónomas. Desafiar el modo en que el capitalismo explota nuestras sensibilidades, deseos, fantasías y sueños, entristeciendo las pasiones al separar a los cuerpos del campo colectivo de los futuros en disputa.
Es ridículo realizar una lectura populista o estatalizante de Deleuze. La filosofía deleuziana podría ser comprendida como una teoría crítica de la sociedad. Una crítica radical contra los dispositivos de control y seguridad, explorando las posibilidades emancipatorias de liberación que se construyen en las experimentaciones y luchas en curso. Las cartografías (post)obreristas de las transformaciones en las relaciones de clase, explotación, subjetivación y rechazo del trabajo, elaboradas por autores como Negri o Franco Berardi, abrevan en la filosofía deleuziana buscando elementos de inteligencia práctica para interferir el mando del capital. Pues Deleuze fue un pensador anticapitalista. Un filósofo comunista, en el sentido en que Marx y Engels definen el comunismo en la Ideología Alemana. Esta es la tesis de Nicolás Thoburn en Deleuze, Marx y la política publicado por Editorial Marat. El comunismo como un compromiso activo con el despliegue de los flujos, potencias y fuerzas que dentro y contra el gobierno capitalista apuntan hacia la transformación, supresión y superación emancipatoria de las relaciones de poder, explotación y opresión. Este “esquizocomunismo” no debe ser entendido como un ideal normativo de sociedad futura, ni como una organización política específica o como un partido de estado, sino como el movimiento real que aquí y ahora tiende a abrir futuros más allá del comando capitalista.
Los imaginarios, fantasías y deseos pueden oficiar como armas sensibles de la clase trabajadora contra el capital. Deleuze nos permite entender que la sensibilidad es un campo de batallas. El esquizoanálisis desarrollado junto a Félix Guattari constituye ante todo una analítica del inconsciente político. Una política del cuerpo. Una investigación militante en las crisis que hace del deseo una arena de la lucha de clases. Una práctica destinada a desacatar el familiarismo burgués cisheterocentrado, el psicoanálisis patriarcal y la colonización de los sueños de una clase trabajadora sexualizada, precaria y racializada. El interrogante deleuziano por el ¿qué hacer? se conjuga con la pregunta organizativa por el ¿cómo hacer? En este marco podríamos conjeturar que la construcción de una contrahegemonía anticapitalista excede lo discursivo y simbólico. Desborda la comprensión clásica de los actores sociales como sujetos de interés, conciencia y racionalidad. La composición de una alternativa al realismo capitalista debe plasmarse en el diseño material de los espacios, de las cosas, de nuevas imágenes de futuros deseables. Pues nuestros artefactos, psiquismo, placeres o malestares componen un terreno estratégico de la lucha de clases, ya que los enemigos también habitan en nosotros mismos. Contra la privatización de las emociones, las pasiones tristes del progresismo y la violencia fascista, la micropolítica del deseo puede funcionar como el resorte de una insumisión desde abajo y a la izquierda. Deleuze es un aporte para imaginar tecnologías situadas para descolonizar el inconsciente proletario. Ahora bien, desde su pensamiento no se puede desconectar los conflictos locales de la micropolítica de las tareas más generales, las hipótesis estratégicas y los antagonismos sociales de la macropolítica.
Procurando eludir el espontaneismo impotente y la organización burocratizada, el esquizoanálisis deleuziano-guattariano es una contribución que consiste en afirmar que no hay transformación social sin una transformación de las subjetividades de masas y prácticas militantes. Pensar contra el terror y el posibilismo del realismo capitalista, también supone abrir un espacio subjetivo en el cual los futuros alternativos a la debacle capitalista se sientan como deseables. No existe revolución inmanente de los factores subjetivos sin revolución permanente de las condiciones objetivas de existencia. Pues toda lucha social, política y cultural implica un momento de lucha colectiva por las formas de vida. Un tránsito perceptivo orientado hacia la invención de nuevas instituciones, imágenes de cambio y formas de organización acordes a las experiencias de lucha del presente. El problema del deleuzianismo de principios del XXI es que desligó las batallas de la “revolución molecular” de las hipótesis y tareas de la revolución política y militar en sentido clásico. Y si bien Deleuze presenta algunos problemas estratégicos para los marxismos organizados como otros pensadores de la talla de Foucault (cuestiones bien señaladas por Daniel Bensaid en torno al disputa por el poder, el partido y el estado), no obstante explana razones de porque luchar es también luchar contra nosotros mismos, experimentando nuevas relaciones sociales y modos de vida prefigurativos aquí y ahora. Las sensibilidades de izquierda tenemos en la obra de Deleuze un artefacto útil para seguir alimentando nuestro deseo de reimaginar las revoluciones.