Hernán Casciari: “Yo tomé la decisión de construir puentes con la gente que no lee”

Por Leandro Alba

Leandro Alba entrevistó para Sonámbula al escritor y editor Hernán Casciari, fundador de la revista y editorial Orsai, en una charla sobre las posibilidades y desafíos de la autogestión, sus preocupaciones al momento de escribir y el vínculo particular que viene generando hace años con sus lectores y lectoras.

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El año pasado se cumplió una década desde que Hernán Casciari salió del mundo de las grandes editoriales y comenzó el camino de la autogestión. En esta entrevista reflexiona sobre aquel cambio radical, sus preocupaciones al momento de escribir y el vínculo que generó con sus lectores y lectoras. Una búsqueda que comenzó hace mucho tiempo y cuyo germen, de alguna manera, anida en una frase:  “El que leyó el Ulises ya tiene la panza llena de historias, pero hay un montón de gente que está desnutrida”.

Cuántas veces fantaseamos con mandar todo al carajo. A la mismísima mierda y volver a empezar. Y elegir “lo que nos gusta”. Que nos guíe la vocación. Pero, a veces, ese mandar todo al carajo no implica sacarse responsabilidades de encima sino todo lo contrario. Muchas veces se trata de asumir otros compromisos, de quitar intermediarios. Como dice Casciari, se trata de ser o no ser empleado del kiosco de otro. “Si vos sos el dueño del kiosco. vos decidís si querés vender cigarrillos o no”. Casciari, hace diez años, decidió dar ese salto. El salto del mostrador en las librerías, dejar de estar al margen de la circulación y pensarla, entenderla y trabajarla, pero sin descuidar la sensibilidad que le permite esa llegada profunda que caracteriza a sus textos.

El 23 de septiembre de 2010, cuando publicó el siguiente texto, empezó a mandar todo al carajo:

Dodecálogo para la construcción de una revista imposible:

  • No tendrá publicidad, ni subsidios estatales o privados.
  • Tendrá la mejor calidad gráfica del mercado.
  • Prescindirá de todos los intermediarios posibles.
  • Tendrá una versión en papel y otra, dinámica, para tablets.
  • Escribirán y dibujarán solo personas que admiremos mucho.
  • Llegará en menos de siete días a cualquier parte del mundo.
  • Será trimestral y tendrá más de doscientas páginas.
  • En cada país costará lo que un libro (gastos de envío incluídos).
  • Contará con un capital inicial de cien mil euros.
  • La plata la ponemos nosotros, porque el sueño es nuestro.
  • Si salvamos la inversión, somos felices.
  • Si no salvamos la inversión, me chupa un huevo.

Y de esa manera, con esos mandamientos innegociables, nació la revista y editorial Orsai.

Una década después, Casciari escribió en Facebook:

“La revista Orsai es la única publicación de literatura en idioma español sostenible y rentable, sin publicidad ni subsidios”.

Que Casciari mandó todo al carajo es un decir. Digamos que más bien mandó cierta estructura al carajo y eligió otra. Muy distinta. Una más cercana a los y las lectoras, mucho más completa, divertida (como dice él) y rentable (como también dice él). El 5 de octubre del año pasado, publicó en sus redes:

“Un día como hoy, pero de hace diez años, renuncié desde mi blog a publicar mis libros en las editoriales que me robaban. Grijalbo en México, Sudamericana en Argentina, Plaza & Janés en España, Mondadori en Italia, Calman-Levy en Francia, Ámbar en Portugal…

Lo hice porque descubrí que la industria le miente sistemáticamente a los autores, imprime más de lo que les dice y solamente distribuye donde es rentable. Hace diez años renuncié a toda esa mierda siglo veinte y empecé a autogestionar mi obra. Inmediatamente confirmé que vendía muchísimo más de lo que ellos me decían y también pude hacer libros con una estética coleccionable y sentí el alivio de comunicarme con mis lectores sin nadie en el medio. Claro que también había desventajas. Una, y bastante grande: cuando no estás en una editorial gigantesca, que te publiquen en otro idioma se complica un montón. Por eso hoy, que cumplo 10 años fuera de la industria, quiero festejar con mi décimo libro. Es negro, se llama RENUNCIO, es una antología de los mejores cuentos que escribí en estos años y lo publico, al mismo tiempo, en castellano, en francés, en catalán, en portugués y en inglés. De esta manera elimino la última desventaja de la autogestión. Desde hoy, mi obra es libre y lo puedo decir en el idioma que se me antoje”.

-Desde Sonámbula nos interesa mucho la cuestión de la circulación, un tema en el que vos hiciste un cambio radical. ¿Por qué la autogestión?

-Hace diez años escribí un post explicando cada una de las razones. Esa es la respuesta. No tengo otra nueva más que la de siempre.

-¿Qué te exigió el cambio?

-Tuve la facilidad de tener una comunidad atrás que muy rápidamente apoyó el cambio. Se lo avisé a las editoriales y a los lectores. Les propuse (a los lectores), exactamente una semana después, si no querían participar de un proyecto de una revista autogestiva para la que yo iba a necesitar un millón de dólares. Y 10.080 lectores la compraron a 20 dólares cada uno sin preguntar nada. Y así empezamos, fue bastante rápido. No hubo ningún sacrificio que hacer. Posiblemente el sacrificio haya sido anterior, porque yo, antes de eso, durante más o menos seis o siete años, escribí un cuento por semana gratis por internet. Y, de esa manera, se generó esa comunidad. Sin eso, seguramente, no hubiera pasado nada.

Arrancaste con un blog pero después llega un momento en el que se da un salto. ¿Creés que, de tu parte, hubo una especie de regreso a las raíces de cómo empezó todo?

-Supongo que fue lo que yo venía haciendo. Después las editoriales me empezaron a llamar por teléfono. Y publiqué, creo, dos novelas y un libro de cuentos. Y fue el tiempo que tardé en darme cuenta de que lo mejor era volver a hablar con el lector. Me pareció lo más adecuado y lo más divertido. Y, muchos años después, entiendo que, además, es muchísimo más rentable. Me sale la palabra jugada, pero no es.  Fue una excelente decisión la que tomé, pero en ese momento no sabía que iba a ser una excelente decisión. En ese momento me resultó imperioso hacerlo de un modo más impulsivo. Ahora entiendo que, además de ese impulso, tenía una necesidad de trabajar mucho mejor.

 –En las redes hay una respuesta inmediata en relación a tus textos, obras o programas. ¿La generación de una comunidad y ese vínculo era un objetivo que tenías desde un primer momento?

-No. Por eso digo que cuando busqué la palabra jugada me sonó a estratégico. Yo no tenía ni esa ambición, ni tampoco sabía que generar comunidad iba a ser tan importante. A mí me parece divertido que me lea mucha gente, no sabía que eso iba a ser una estrategia interesantísima donde las cosas ocurren de una forma más genuina, más natural. No sabía. Ahora lo sé. Ahora puedo explicar un montón de cosas. Yo no puedo andar diciendo que yo me las sabía. No. Fue todo de orto.

-Uno a veces está tentado a buscar lo biográfico en las narraciones, así en «Consejos de mi abuelo facho» yo pude leer un Casciari sin horarios, sin disciplina. Y, para esta entrevista, me llegó un correo con una agenda compartida. Se pautaron tiempos. La organización es muy otra a la que me había imaginado. ¿En lo personal tuviste que cambiar algunas cosas?

-No por esto. No por ser autogestivo. Fui cambiando algunas cosas por la edad. No me siento muy parecido a cómo hacía las cosas hace quince años. Me siento muchísimo diferente. Me siento muchísimo más concentrado. Tengo mucha mejor puntería, pero no es por haber sido autogestivo. Es porque me hice más viejo y tengo más experiencia. Me da la impresión que eso le pasa a cualquiera en cualquier ámbito. Tal vez no en lo deportivo. Pero sí en cualquier ámbito donde tengas que usar la cabeza. Me parece que a los treinta tenés mucha energía, a los cuarenta tenés energía con experiencia y a los cincuenta tenés mucha experiencia. Y ya sos Bochini, medio que no corrés la cancha pero pensás muy bien el pase. Entonces, encuentro que tiene más que ver con la edad que con la autogestión esto de ser más disciplinado.

-Haciendo un repaso de tu obra de los últimos diez años, que no tiene que ver únicamente con la literatura sino que abarca muchos ámbitos, y en función de lo que hablábamos de los beneficios de la autogestión, ¿de algún modo fue una “década ganada”?

-No tengo mucha idea de cómo hubiera sido de otro modo. Lo veo como una celebración no por haberle ganado a nadie, si no por haber hecho las cosas de un modo que, mirando para atrás, me resultó muy divertido. Me gusta lo que veo cuando veo lo que hice, aquel producto, digo. Las revistas, las tapas. Me gusta tener un recuerdo puntual: haber discutido con los diseñadores los interlineados, sobre el color del papel, cosas que, posiblemente, no hubiera pasado desde el costado de la industria porque no se accede a esas conversaciones. No accedés a conversaciones sobre cómo tenés que hacer el marketing, sobre la amabilidad que tenés que tener con el escritor, porque no es tu empresa. Sos empleado del kiosco de otro. Y, de esta manera, vos sos el dueño del kiosco. Y vos decidís si querés vender cigarrillos o no. Me parece que es mucho más interesante como experiencia, además de ser más divertido y más rentable. No le encuentro nada contraproducente. Me pasa eso. No le encuentro nada donde diga: “Bueno, sin embargo…” Me parece que todo lo demás era todo una garcha y esto está todo muy bien.

-Casciari es una marca, una forma de hacer las cosas: por un lado autogestión y, por el otro, el estilo en la escritura. ¿Creés que esa comunidad se generó porque vos supiste sacarte la pilcha en los textos? ¿Eso te permitió consolidar un puente más directo con los lectores y las lectoras?

-Te genera un puente directo con alguna gente y rompe los puentes con otra. Me parece que pasa eso con todo. Si vos te ponés a escribir un cuento y tratás de seducir al sibarita y al que busca cómo se eligió con exquisitez un adjetivo vas a romper todos los puentes con la gente normal. Y vas a trazar un puente muy fino con estudiantes de Letras de Puán, con otros escritores, con gente que entiende muchísimo y que ha leído muchísimo, entonces puede aportar complejidad. Qué puentes querés construir y qué puentes querés destruir es una decisión. Siempre es una decisión. Yo tomé la decisión de construir puentes con la gente que no lee, con la gente que, de hecho, ni siquiera sabe leer correctamente. No estoy hablando de analfabetismo, sino de aquella gente que no sabe la diferencia entre la coma y un punto. Que hay muchísima, es cerca del 95 por ciento. Yo trato de tenderles puentes a esas personas que son, me parece, las personas más necesitadas de que le cuenten historias. El que leyó el Ulises ya tiene la panza llena de historias. Pero hay un montón de gente que está desnutrida de historias, que no sabe bien qué onda. Tender puentes es elegir, también, con qué país vecino querés tener relaciones y con cuál no.

-¿Fue consciente esa decisión de hablar con cierto sector?

-No. No fue inmediatamente. Yo creo que, entre los veinte y los treinta años, tuve una literatura mucho más compleja, con estructuras que ahora me avergüenzan pero, en aquel momento, era todo un aprendizaje barroco. Me parece que cuando empezó internet me dejé de pelotuduear. Cuando empezó internet yo me fui a vivir a España y, entonces, me pareció que ya podía relajarme un poco con esa idea medio absurda de ser un escritor inteligente. Y me puse a escribir boludeces. Me puse a escribir boludeces, algo que me sale mucho mejor que escribir inteligentemente. Escribir boludeces me sale bien. Yo sé que me sale bien. Y entonces me puse a escribir lo que hoy es Más respeto que soy tu madre sin saber, ni siquiera, que era una novela por internet. Y, mucho menos, que era la primera novela on line. Era tan ligero que no sabía que no se había hecho antes, porque pensé que ya todo el mundo lo estaba haciendo. Y no. Entonces ahí encontré mi propia voz. Que es una voz muchísimo menos inteligente que la que yo tenía prevista o la que yo hubiera deseado a los veinte años.

Con el tiempo, me parece que me empecé a encontrar de una forma más reflexiva y que inclusive mejoré. Pero nunca fue mi intención, desde el momento en que empezó Internet, seducir a quien lee muchos libros. Siempre intenté llegar a personas como mi papá, pero sin que se me aburriera mi mejor amigo, sin subestimar ni sobreestimar a nadie: escribir una historia en la que se entretenga mi viejo y el Chimi también y no dejar afuera a ninguno de los dos. Me parece que, en ese pequeño caminito, es donde trato de ir todo el tiempo: que no se me duerma ninguna de las dos audiencias, ni por aburrimiento ni por no entender. Ni por demasiado fácil, ni por demasiado complejo. En ese carril trato de moverme. Posiblemente, cada vez con más eficacia, porque se aprende.