Iván Chausovsky: «Dejé las drogas pero caí en el Instagram»

Por María Teresa Canelones

Entrevista a Iván Chausovsky, psicólogo, músico, conductor radial y, sobre todo, personaje de redes sociales gracias a sus «Aforrismos». Una charla descontracturada sobre psicología, consumos culturales y nuevas formas de relación atravesadas por las redes sociales. Y pequeños «haikus porteños».

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Está aquí, allá, parece despistado, pero la verdad es que…¡está en todo! Son las 13.30 de un sábado y por radio Nacional Rock 93.7 FM ya comenzó Punchak. Uno de los conductores del programa, junto a Christian Basso, Sandy Rutenberg y Julián Cortez, es Iván Chausovsky, psicólogo argentino reconocido en las redes sociales por sus “aforrismos”.

Iván aparece circunspecto frente a una mesa circular que da hacia la entrada del estudio, mientras cada tanto fisgonea en espera del invitado que llega con demora. La verdad es que no se parece a sus fotos de Instagram, imágenes irreverentes y desenfadadas que se intercalan entre las más de 500 frases compartidas y retuiteadas por sus más de diez mil seguidores en Facebook, Instagram y Twitter. Manifiestos de una filosofía de vida en donde el humor muerde con frescura terapéutica.

Mientras los “tuits” desfilan por su teléfono celular, Iván le propone planes culturales para el fin de semana a sus oyentes porteños. Un minuto después mira el digital rojo de la pared, respira y se complace con un trago de café. Julián suma nuevas invitaciones a conciertos y teatros. Ya son las 14:10 e Iván lanza una mirada cómplice a Sandy. Un segundo después Christian confiesa: “Nuestro invitado aún no llegó”. “Me está escribiendo que viene en moto y trae la guitarra sin forro -interrumpe Iván con picardía y las risas resuenan en el estudio-, así que quédense con nosotros por la 93.7 FM ”.

El músico, educador y chef argentino, Máximo Cabrera, conversa sobre la ecología de los alimentos a partir de su libro Clorofila, un manual de licuados y jugos verdes, y defiende la importancia de una dieta saludable “porque eres lo que comes, porque piensas con lo que comes”. Mientras, un sube y baja de franela, color azul y toques rápidos en la espalda como de quien se rasca por costumbre, definen la corporalidad de Iván. Estatura 1.66, viste un jean negro -por debajo de la cintura- anteojos color marrón y botas deportivas. A su izquierda yace una mochila y en su rostro se dibuja una sonrisa infantil que vibra con sus ojitos chiquiticos. Hay un niño en la radio. Iván logística, Iván el agua, Iván genio, dijo el invitado. Después de cerrar el programa con una canción y de afirmar que “como el sexo, la música también lo es todo ”, Iván ya es el de las redes sociales.

Fue un lunes 30 de noviembre de 1981, a las 8:15 de la mañana cuando llegó Iván. Iván significa Juan en eslavo, y él siempre juega y piensa que aunque el nombre es lo menos propio (“porque a mí me llamaron, no me llamo”), se siente Iván. Mientras responde, se disculpa, ordena, se vuelve a disculpar y continúa recogiendo papeles y pasando una rápida escoba al pequeño apartamento del barrio porteño de Villa Ortuzar, habitado por libros y música.

En 2016 se recibió de Licenciado en Psicología en la Universidad de Buenos Aires (UBA), luego realizó un postgrado de Formación Integral de Psicoanálisis en el Centro de Asistencia Psicológica “La Tercera” y actualmente cursa la Concurrencia Clínica en el servicio de hospital de día del Instituto Ameghino de Salud Mental. Ha trabajado en radio, como gestor cultural, productor de eventos, como actor, músico, manager y docente de guitarra y bajo. En 2001 condujo el programa infantil Mundo Digimón, que se emitió por Canal 7, y desde entonces ha realizado cortos y publicidades.

A sus 37 años dice que, como buen sagitariano -con ascendente en capricornio- es madrugador y que, aunque nació en verano, su estación predilecta es el otoño. Que es un fanático de las milanesas, que vivan los signos de fuego y el color rojo. Que España sería el próximo lugar donde se radicaría. Que siempre los Beatles, Charly, Fito, Spinetta, Cerati y todo el rock nacional, además de Pink Floyd y el jazz. Que aunque es “medio pata dura”, baila cumbia. Que le gusta la bohemia, pero insiste en que funciona muy bien en la mañana. -Creo que mi “cuerpo” es diurno y mi “alma” es nocturna- dice orgulloso, como si terminara de descubrirlo.

Pero su mayor presunción es la “mente”, ese laberinto indescifrable bautizado por Santa Teresa de Jesús como la “loca de la casa”. La imaginación atolondrada, saboteadora, dispersa y poco útil que juega en contra de las emociones y que interrumpe el ciclo natural del “aquí y el ahora”.

-Para mí, la mente es el alma del ano- sostiene y explica que es un error creer que la mente está por un lado y el cuerpo por el otro, así como suponer que la mente está en el cerebro. Le gusta pensar que quizás la mente esté en una uña o en un dedo. También suele asociarla a la caca, porque lo escatológico le parece divertido. Le gusta “ser un tipo que patea el tablero y que plantea que algo tan bello y tan puro como el alma, está en el agujero más sucio y más recóndito de la carne”.

Esas definiciones sobre temas que pudieran sonar altamente académicos o con ciertos tonos de moralidad, son los que enganchan a sus seguidores en las redes sociales de Argentina, Uruguay y España, de los cuales el 75% son mujeres entre 25 y 35 años. Con el juego de psicología y lenguaje, manejado entre el humor y la ironía, logra comunicar con sencillez frases irreverentes, humorísticas, reflexivas y amorosas. Alegría y sufrimiento en seis palabras.

A los 18, Iván inició la carrera de psicología, y la abandonó meses después para estudiar música. La rebeldía y Rocío -su novia de esa época- fueron quizás las razones que lo condujeron a una lógica de partituras y acordes en la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Será en 2011 cuando comience formalmente la carrera, para recibirse en 2017.

Iván es paciente desde los 14 años. Asegura que la psicología lo salvó, como Dios al creyente, aunque él sea su propio dios o, al menos, un cocreador de su destino. -Hay un diálogo que tenemos todos con nosotros mismos. Todos estamos un poco locos. Para mí la psicología es hacerse amigo de la locura- insiste.

Lévi Strauss compara al psicólogo con un chamán, argumentando que la psicología no es una ciencia exacta. Iván se siente como alguien que tiene la empatía necesaria para operar como acompañante de esa especie de viaje personal, por lo que comparte esa idea de chamán, del que prepara la ayahuasca mientras te cuida. -La psicología no es un furor curandis. El psicólogo sólo se ubica en el lugar de la falta, sin saber- determina con gesto ceremonial.

Una cortina naranja ondea en la imaginación de Iván. Se encuentra en su casa de Córdoba y Larrea. Tiene cinco años y le encanta ver como se refleja la luz en la delgada tela. Por momentos juega con Nicolás, su hermano mayor, la persona que más quiere en el mundo, por ser opuestos complementarios. Más tarde con unos amiguitos dan vuelta un par de colchones, mientras los reta imitando a su papá Mario. No se cansa de ver la foto en la que aparece con su hermano. Está recién nacido, en brazos de Graciela, su mamá.

Desde los seis años nació un vínculo ineludible la tecnología a través del Family Game, al que siguieron el Nintendo y el Game Boy, así como los videocassettes y esas Commodores 64 y 128 con disquete que lo iniciaron en este universo internáutico que no para de impresionarlo. Se convirtió en un usuario enamorado y en un lector voraz de redes sociales, al punto de analizar y escribir artículos sobre el tema. No casualmente, uno de sus aforrismos es: “Dejé las drogas pero caí en Instagram ”. De vez en cuando -en una lucha por no olvidar el libro en papel- lee alguna novela, cuento o ensayo en un soporte no digital.

Un ejemplo “bárbaro” de cómo lo atraviesa la tecnología se encuentra en sus consultas por video llamada a personas que viven en Madrid, Nueva York y México DF. Como “millennial”, esa generación nacida “en la consolidación de la revolución digital”, considera que las redes sociales “son canales donde se constituyen en gran medida los lazos sociales”. -En ellas, los sujetos son objeto de consumo desde la cuantificación de “likes” y comentarios. Funcionan como marketing de deseo y seducción. Una revista de los no famosos donde ves cumpleaños fantásticos, vacaciones esplendidas y parejas felices- agrega.

En su artículo “Las redes sociales son una perdición para los celosos”, Iván se refiere al via crucis al que se someten diariamente las parejas en su afán enfermizo de saber con quién se relaciona cada cual, para así estar alerta ante posibles infidelidades.

Recuerda que antes el levante era en la calle, en el boliche o en el bar, mientras que ahora es en el Instagram, Facebook o Tinder. -Como decía el profesor Carlos Neri, “las relaciones se dan a velocidad de microondas”. En una hora de haberte conocido puedes estar cogiendo. Cuando el sexo se ha convertido en algo más fácil de acceder, el amor se ha vuelto más difícil de encontrar. Ya no es quemar una carta de amor, sino directamente eliminar un chat- detalla.

¡Aparecen! ¡Suceden! son una estela musical que lo sorprende gratamente. Va por la calle y “zas”, juega en la computadora, y regresan, se ducha, está en la cama, y vuelven a rondarlo. Algunos se les escapan. No tienen color, pero siempre los escucha. Su forma es el humor. A veces ácidos, satíricos y negros. A veces tiernos, reflexivos y amorosos. Una nube evanescente de frases que viajan en la candencia del lenguaje y las ideas. Él dice que no son “aforismos”, sino “aforrismos”, para jugar con la fonética de “forrada”, no por “malo” sino por “sencillo y fácil”. A Iván no le interesa dar lecciones ni consejos. Sacude la cabeza, sin creerse un filósofo, asegurando que la profundidad no tiene nada que ver con lo aburrido.

-Un aforismo es una forma filosófica de cómo explicar las cosas. Poder decir mucho con poco. Es la síntesis de una época. Me encanta la idea de algo comprimido, incluso alguna vez con mucha osadía he definido a mis “aforrismos” como“ haikus porteños”.

Comenzó a publicar originalmente sus “aforrismos” en Facebook y luego en Instagram. Cuenta que son ideas catárticas que tienen mucho que ver con cierta charla, diálogo e incluso con los chat que le permiten jugar con el lenguaje. -Una vez entré en una librería y el chabón me miró raro y me puse medio nervioso y le dije “¡Hola! ¿Cómo te vas? ”. Le agregué una s sin querer y me cagué de risa al instante porque la cosa era medio esquizofrénica, como si fuera dos personas a la vez. La gente que me inspira me lleva a escribir aforrismos-.

-El psicoanálisis y la poesía, desde Freud, Lacan y Oliverio Girondo, habla de distintas formas de trabajar el lenguaje, la metáfora, el comprimir, el reemplazar, esa metonimia de cambiar una palabra por otra. En el psicoanálisis el superyó funciona como un censor, que es como un tipo que está diciéndote siempre lo que tenés que hacer. Pues yo intento desinflar al superyó. Muchos de mis posteos van en esa línea: relajáte, no te maltrates.

Se define como “un buen pibe”, es decir, como alguien que no esconde mucho. Cuando postea, habla de él, de sus problemas y angustias. Vacía sin reparo sus penas e inconformidades en el espacio cibernético, así como saca a pasear sus emociones en solitario luego de una jornada de consultas clínicas donde su capacidad de aguante se pone a prueba ante el llanto, las caras largas, el aburrimiento, el cansancio y hasta la estupidez. Aún no se ha topado con “perversos”, cree, aunque sí con algunos “alucinados” y “delirantes” y no piensa que haya que estigmatizar a los relatos psicóticos.

Los días de Iván son variados y siempre que puede agradece por su vida. No está casado, no tiene hijos, es soltero, súper romántico y se siente cada día más amado. Un espíritu libre, conmovido por la naturaleza, el comportamiento humano y la mente, así como también seducido por lo dionisíaco, la noche, el vino y las drogas. Siempre a la pesca de frases, aunque a veces son ellas quienes acechan a su temperamento reflexivo, juguetón y chispeante. Siempre comunicándose entre “aforismos” y “aforrismos”.

-El poeta persa Omar Khayyam decía que “si los amantes del vino y del amor van al infierno, vacío debe estar el paraíso”. Y nuestro poeta Aldo Pellegrini sentenciaba que, “la poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes”- afirma. Para Iván un imbécil “es alguien que no puede dar un abrazo y que se le va todo detrás del dinero». Por eso trata de entender las cosas de forma más sencilla. -“Sonríe al destino que te hiere, y no hieras a nadie”, también de Khayyam, esa es mi frase preferida- concluye.