Juan Carrá: “Me gusta contar dinámicas de poder y me interesa la empatía con el mal”

Por Estaban Galarza // Fotos de Eloy Rodriguez Tale

De mirada filosa y ameno para la charla, Juan Carrá se supo ganar un lugar en un género que crece año a año en Argentina: la novela negra. Este año Reservoir Books publicó su cuarta novela con el título «No permitas que mi sangre se derrame». Un texto construido bajo las reglas del género negro: ficciones que ponen el foco en problemas sociales o que muestran el límite entre la ley que da validez el Estado y las leyes que imperan en mundos donde el marco estatal no asoma,  ya sea por desidia o por corrupción.

Si bien muchas veces parte de una denuncia social sobre las ambigüedades de lo legal, este género es ante todo una forma artística, por lo que no busca reconstruir la realidad como podría hacerlo un documental o una investigación periodística. Vale hacer esta aclaración para no caer en juicios vanos sobre si la vida de la villa, en las rutas de los piratas del asfalto o en la cárcel, se ajusta a las representaciones de la ficción.

Y como forma artística el género se permite jugar con elementos del western, los comics, los mitos urbanos, la música, los personajes de la televisión o la iconografía popular. Carrá trabaja a conciencia con esos elementos y otros que le salen al paso, como El Paraíso Perdido de John Milton. Con esos materiales configura un mundo propio, sórdido y encantador, en sintonía con ficciones que hoy están en boga, como las series El Marginal o Peaky Blinders, o con hermanos de escritura como Leonardo Oyola y Nicolás Ferraro.

 

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– ¿Cuánto de realidad pusiste para componer los personajes de No permitas que mi sangre se derrame?

Empieza a distanciarse a medida que voy publicando. En las primeras novelas busco repicar un registro de la realidad en un formato ficcional. Acá construí un mundo. Tiene mucho vínculo en cuanto a contexto, pero es poco el vínculo en cuanto a la información. Osea, la cárcel que cuento en No permitas… está exacerbada al máximo. Las cárceles no son así. Si bien hay violencia y conflictos institucionales, la cárcel que describo es un infierno en sí mismo. Fijate que describo una máquina de tortura que no existe.

-Hay dos elementos muy fuertes que se repiten en toda la novela. Primero una cultura pop similar a la que trabaja Leo Oyola y por otro lado hay mucha influencia de géneros como el western.

-Si, la novela es un western. Y la influencia con Oyola es directa, tanto con Chamamé como con Santería y Sacrificio. Esta novela nace como un western, es decir, son dos bandas de pistoleros en disputa por un territorio y después esa disputa se traslada al interior de una cárcel. Y la composición de esos personajes los trabajé al igual que hizo Oyola en Kriptonita con el personaje de Superman. En mi caso mi trabajo fue por un lado con santos populares contra arcángeles. La intertextualidad está dada con textos religiosos, bíblicos; pero también con literatura religiosa, como por ejemplo el poema de John Milton El Paraíso Perdido. En ese poema Milton describe la caída y llegada de Lucifer al Infierno y su encuentro con otros demonios y dioses paganos. Al llegar hace una suerte de asamblea para decidir de qué manera van a seguir combatiendo a Dios. Entonces ahí ves dos posturas fuertes: por un lado, hay unos demonios que plantean una guerra abierta; y por otro Lucifer propone que hay que corromper a la creación más preciada de Dios que es el Hombre. Así que él se hace cargo y decide ir al Paraíso y hacerlo pecar. Esa escena la leí a consciencia porque estaba buscando esta traspolación para mi novela y vi que seguía la lógica de un motín. Está muy patente la idea de liderazgos en pugna que luchan por ver a quién siguen y de eso se trata la segunda parte de No permitas…, cuando llega Lucio al Penal 66 y al pabellón 6, de ahí la analogía con el número de la Bestia; se encuentra al Mosca, que remite a El señor de las Moscas que habita el inframundo, como líder de ese regimiento, se planta y mira de qué manera se puede convertir en el verdadero Señor de ese dominio.

Después la forma en que tienen de vivir o morir cada personaje está relacionado a su historia bíblica o popular. Es claro por ejemplo relacionar a el Gaucho con el Gauchito Gil; o al Hueso con San La Muerte; o a Jorge con San Jorge, un santo que cuando pasa a sectores populares es tomado como protector de pibes chorros. Esta dualidad me sirvió para construir la idea de un pistolero que usa el uniforme para encubrir sus delitos.

-Vos tenés un favoritismo con Jorge más que con Lucio, de algún modo lo redimís.

La intención de la novela es que no haya buenos ni malos, inclusive dentro de los personajes laterales, como Poly, la mamá de Jorge que tiene una historia fuerte de referente en la villa, pero que al mismo tiempo es una madre protectora. Con respecto a Jorge no podría decir que tengo un favoritismo, me gusta trabajar mucho los personajes malos. Lucio por ejemplo fue un personaje que me divirtió describir.

-Tenés una fijación con el mal…

-Bueno, es que es parte esencial del género. Me interesa mucho historizar al mal. Acá tenés por ejemplo a este personaje socialmente visto como el malo, me gusta ver cuál es el contexto para que aparezca esa supuesta maldad. No necesariamente es tan malo, o se puede discutir si Jorge es el bueno y Lucio es el malo. Creo que es importante tener en cuenta el juego de lealtades.

-En esta novela hacés especial ahínco en las traiciones. De hecho todos traicionan.

No todos traicionan. El Gaucho y el Hueso son absolutamente leales. El Marino también es leal y hasta el mismo Lucio es leal a su banda. Hay traiciones que son parte del negocio, pero ellos no traicionan nunca a los suyos.

-Está este personaje ambivalente que es Miguel, hermano de Lucio y compañero de patrulla de Jorge.

Es que Miguel es un híbrido. Es hermano de Lucio, pero decide patear para el lado de Jorge y eso sí es una deslealtad para el código que maneja Lucio. Pero no por eso deja de confiar en su hermano y hay que ver entonces qué pasa con eso. Acá entra en juego de nuevo lo bíblico: Miguel y Lucifer son los Arcángeles más potentes para Dios, y es Miguel el que expulsa a Lucifer del Paraíso y por el que decide no enfrentar más a Dios de forma directa. Es el policía del Cielo y por eso es el patrono de la bonaerense.

– ¿Notás una evolución en tu escritura desde Criminis Causa a esta novela?

-Son cosas completamente distintas. Con Lima y No permitas… construyo un narrador ficcional. En las otras (Criminis Causa y Lloran mientras mueren) construyo un narrador más periodístico.

– ¿Cómo trabajaste el lenguaje de tus personajes?

-Mi escritura se caracteriza por hacer una puesta del lenguaje narrativo que rompe lo correcto. Es una narrativa sucia, lo cual no significa que esas voces que rompen el argot clásico sea efectivamente el argot popular. Hay mixtura, entrevistas con gente que estuvo presa y del oído periodístico que se aguza cuando uno escucha el habla cotidiana. Pero de todos modos hay una construcción literaria, es decir que ese lenguaje también está trabajado para que tampoco la novela se vuelva muy críptica. Lo importante es no romper lo verosímil.

-En algunas notas te presentan como un autor realista crudo. ¿Cómo trabajás lo real y lo ficcional?

Cuando uno trabaja realismo pareciera ser que lo que uno cuenta es real. No me molesta que me pongan bajo ese rótulo, mientras quede clara cuál es la diferencia entre escribir realismo y escribir periodismo porque son cosas distintas. Todo lo que pasa en esta novela no existe, no es un tratado sociológico sobre la realidad delictiva argentina.

– ¿Cuál es el origen del título de la novela?

-Es un fragmento de una oración a Justo Juez que el sicariato colombiano usó mucho en los 90 y que inclusive es una oración que está citada en la novela Rosario Tijeras. Cuando estuve haciendo un trabajo periodístico en Colombia y fui a la iglesia de la Virgen de los Sicarios un chico me la recitó.

– ¿Qué te atrae del género negro?

Me gusta contar dinámicas de poder y me interesa mucho la empatía con el mal. Fijate sino en las series como con Los Soprano que uno empatiza con el jefe de la mafia, al igual que Breaking Bad, True Detective, Picky Blinders, etc. Si bien las historias no guardan relación con la realidad, sí lo hacen los temas que tratan: la corrupción, la ausencia del Estado. El Estado se retira para que haya una ley más conveniente: la del ojo por ojo y la ley del revolver.

– ¿Ves una genealogía del género negro en la literatura argentina en la que cuadre tu novela? Desde El Matadero, La Refalosa, el Juan Moreira o El Fiord.

-Sería pretencioso de mi parte cuadrar mi novela ahí pero sí creo que la novela criminal se nutre de la gauchesca, la primera parte del Martín Fierro, etc. Mempo Giardinelli dice que el western del siglo XIX sienta las bases para la construcción de la novela negra del siglo XX, la de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, es decir que se desplaza el sheriff hacia el detective urbano. Yo siento que esa novela negra norteamericana alimenta algo de lo que es la novela negra argentina, pero que la novela criminal tiene menos referencia con esa constelación de textos que con la gauchesca. Si uno lee el Juan Moreira o la primera parte del Martín Fierro y ve al gaucho malo, el excluido por el Estado o por cuestiones personales, comprueba que ante la ausencia del Estado queda solamente la vía del crimen como salida, como forma de rebeldía por un lado, pero también como forma de supervivencia por otro. Y acá hay algo interesante para trabajar que es el origen de El guacho Martín Fierro de Oscar Fariña, en el que reescribe el Martín Fierro en clave de pibe chorro.

Yo me acerco a la gauchesca en escenas de duelos de facas, que se asemejan a los duelos de cuchillos de los gauchos.

-Si bien hay un machismo flotando en tu novela, le das un rol muy fuerte a los personajes femeninos.

-Creo que es una propuesta distinta dentro del género para los personajes femeninos, sin que ello violente demasiado el verosímil. Acá las mujeres son las que dan origen al conflicto y en algún punto son la reserva moral de los personajes. Veo a Luján como un personaje muy luminoso y a Poly como una mujer muy potente y por eso el narrador le dedica un momento muy importante ya desde el principio.

– ¿Quién tiene el poder en la novela?

-El poder no está en las instituciones, sino que permanece diseminado entre todos los personajes.

– ¿Crees en la justicia?

-Creo que en un marco de sistema de desigualdades la justicia es imposible, contaminada por muchísimas cosas y entre ellas los conflictos de clase. Por eso me interesa contar esas cosas. A mí no me cierra una novela criminal que cierre con final feliz. En las novelas anteriores, los lectores me putearon porque maté personajes queribles. Pero volviendo a tu pregunta no creo que dentro del capitalismo sea posible la justicia en términos reales y es algo que vemos todos los días: cómo el aparato judicial opera de forma clasista dentro de la sociedad.