Jugando se entiende la gente

Por Jorge Hardmeier

Entrevista a Andrés Pedro Alvarado sobre Rinocerontes, su último libro de poesía, de Editorial Kintsugi, un libro donde el misterio es una de las constantes, tanto como una serie de animales sin domesticar que se recortan sobre la línea del horizonte.

Por Jorge Hardmeier

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Cansado, al atardecer, abro la puerta de mi casa, pero una mano la sostiene y no logro cerrarla: me doy vuelta y miro: es Andrés Pedro Alvarado. Habíamos acordado el encuentro y, puntual, allí está. Caminamos el pasillo hasta llegar a mi morada donde nos aguarda un Cinzano como merienda.  Andrés es Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades por la UNQUI, riquelmeano, guionista y en 2012 se alinearon los planetas: Me pasó de todo. Fui papá, hice mis primeros trabajos grandes como guionista, empecé a dar clases y conocí a Nico Correa. La mención del amigo en común genera risas y una nueva ronda de Cinzano. Su primer libro es El día de la lluvia (Ruinas Circulares, Torre de Babel). Luego fue el turno de Corporal ciudad (2014, Qué diría Víctor Hugo) y del poemario que nos convoca, Rinocerontes, publicado en este 2019 por Kintsugi Editora. 

La orfandad

El prólogo a Rinocerontes está escrito por la poeta Romina Dziovenas, una muy buena poeta. Le recuerdo parte de ese prólogo al autor: Adentrarse en este libro de poemas escritos en prosa es encontrarse con la presencia de una voz que se autoproclama huérfana. Luego de un sorbo de Cinzano y de un bocadito de berenjenas al escabeche le comento a Andrés que no estoy de acuerdo con esa aseveración, que su voz no es huérfana, es parte de una cierta tradición. Las situaciones que refiere en el libro, sí, poetizan sobre cierta orfandad existencial. Alvarado estaba en Punta del Diablo, Uruguay, en un contexto de semana de lluvia, con su familia cuando Leandro Surce, de Kintsugi, le propuso a Romina como prologuista: Me propone que ella escriba el prólogo y yo le digo: “no la conozco”, y me pasa un par de links. Yo no tenía conexión, pero cuando pude conectarme miré un poco eso y le pregunté a Nico (Correa) y me dijo que le dé para adelante. Cuando me encontré con el texto fue una hermosa sorpresa. Volvemos a la orfandad que el prólogo enuncia: Es verdad que no sé si la voz es huérfana. Hay una tradición en el libro. Intento inscribirme en cierta tradición de escritores que a mí me gustan. Una genealogía. Hay un poema del libro que dice algo así: a un padre se lo cuestiona, a un maestro se lo abandona… Yo hice taller, abandoné el taller, la orfandad medio por ese lado. Lo hice con Javier Galarza. Mi padre murió cuando yo tenía quince años y durante los quince años siguientes fui buscando padres sustitutos. Andrés realizó taller con Galarza, un tipo muy capo, con el que me identifiqué mucho en ese momento, ahí hice un corte y empecé a buscar mi voz propia.  Publiqué mi primer libro siendo tallerista de él. Me cobijó. Escribía poesía y no leía poesía. Y ahí leí a Viel Temperley, a Miguel Ángel Bustos, a Trakl -que me rompió la cabeza-, a Holderlin, Rilke, Celan… Javier Galarza es un tipo muy leído, tiene una tradición poética muy zarpada. Y cuando dejé el taller fue un corte fuerte, no hubo una pelea pero sí un distanciamiento claro y muy prolongado. Creo que a él no le gustó mucho cuando yo decidí dejar el taller. O eso creí en ese momento. Pero es verdad que en este libro retomé las voces que, de alguna manera, yo sentí que me formaron. Bustos y Viel fueron autores que me acompañaron mucho en la escritura del libro. Volvía mucho, mientras escribía y corregía, a determinados poemas, sobre todo los “Fragmentos fantásticos” de Bustos. Y de Viel hay un poema que es un poco el que dio nacimiento al libro, “Buta Ranquil”, donde aparece el padre. De hecho ese poema está citado en el último poema del libro. El apego mayor de la genealogía de Alvarado es con Miguel Ángel Bustos: Lo había leído en el taller, pero lo descubrí estando en Mar del Plata, con mi hijo mayor, Bruno -que ahora tiene siete años pero en ese momento era un bebé- durmiendo al lado. Había fumado marihuana y estaba leyendo “Fragmentos fantásticos” y me acuerdo que me reía, pero no una risa como cuando estás viendo a Capusotto, sino una risa medio satánica, de sentir que ahí, en esos textos, hay un abismo insondable. Son tipos que vieron algo, algo mucho más fuerte y que está mucho más allá de lo que podemos ver el promedio de los mortales. Al menos a mí, encontrarme con ese tipo de cosas escritas me produce una suerte de satisfacción muy oscura. Te cito un verso de Bustos: «Anochece. ¿Notás en lo que escribo que anochece?» ¿Qué carajo hay ahí? ¿Qué está viendo? Me ha pasado también leyendo a Kafka.  

El club del misterio

Un tema recurrente en Rinocerontes es el misterio. Hacemos otra ronda de Cinzano y Alvarado habla: Eso que yo llamo misterio siento que forma parte de lo cotidiano y que está en todo. Es una pregunta constante que me hago. Yo ya no fumo desde hace siete años. Pero en esa conexión que hay entre el fumador y el pucho, hay un misterio hermoso e insondable. En una botella de whisky o de vino a medias hay misterio: ¿Cuántas historias se pueden contar de lo que ocurría mientras el vino se tomaba? No soy católico, ni religioso, pero sí tengo una creencia medio mística y creo que hay algo más allá de nuestro entendimiento. Es muy soberbio pensar que todo termina en nuestra racionalidad. Con mis hijos, que están muy presentes en el libro, me pasan cosas locas. A veces me los quedo mirando y ellos no saben que los estoy mirando y me digo: ¿en qué estarán pensando? Es un pensamiento lindo, porque me quedo mirando a mi hijo, pero también es perturbador porque es insondable. Porque quizás no piensan en nada. ¿Y qué pasa por la cabeza de un nene cuando no piensa en nada? Nuestra cotidianeidad está plagada de misterios. Un último ejemplo. Mi primer hijo nació cuando yo tenía 30 años, un 30 de mayo de 2012 a las 16:14. Yo, un 15 de mayo de 1982. Mayo es el mes 5. Mi viejo murió un 14 de junio cuando yo tenía 15. El 16 era el día del padre. Fíjate lo que pasa con el 15 y con el 30 en todos esos números. No lo voy a precisar ahora porque me voy al carajo, pero es tremendo. Algo más, mis viejos, los dos, nacieron en 1941 (1+9+4+1= 15). Algo hay en mi vida con ese número, es imposible que sea casual. Pero me aterra pasarme de la raya. Prefiero no investigarlo, no saberlo. Pensar en eso cada tanto, rumiarlo y dejarlo. Hacerlo poesía.

Zoología del misterio

En Rinocerontes hay peces, cuervos, una zoología muy variada. Y hay, claro, rinocerontes: De hecho el rinoceronte se me impuso. Yo tengo dos gatos, me encantan los gatos, de chico soñaba con tener perro y mis viejos eran anti animales domésticos. En fin. Los animales en el libro: tiene que ver con el misterio, definitivamente. Los animales conviven con el misterio. Ya desde el vamos, el hecho de no ser racionales o no tener nuestra racionalidad, por lo menos, hace que su convivencia sea mucho más cercana a cosas misteriosas que la nuestra. Están mucho más apegados que nosotros a la naturaleza, el gran misterio. Hace cinco o seis años hice el taller de Kartún, el dramaturgo, y él hablaba de las imágenes más que de las ideas. Decía que las ideas no existen, que al escritor lo que se le impone es una imagen. Y a mí se me imponía siempre un rinoceronte, y no sabía de dónde salía.  La verdad es que lo único que podía hacer era darle forma escribiendo. Yo al comienzo me puse como objetivo escribir reflexiones, un poco guiado también por Antonio Porchia. Y de repente se me apareció el rinoceronte: los rinocerontes están armados por piezas y sus partes, a pesar de encajar, contienen la marca del error. Creo que fue la primera imagen que se me apareció.

Una particularidad del último libro de Alvarado es que esos animales son los no domesticados: Eso fue algo más racional, fue algo que apareció en correcciones. Sí, en mi libro son todos no domesticados, porque aparece el lobo, los peces, el rinoceronte, el cuervo, el gato aparece pero el poema dice algo como: el gato frota su cara contra la mía, es algo que me pasó. Yo estaba escribiendo, tres de la mañana, un estado de enajenación total, y tenía a Baco, uno de mis gatos, que murió hace un año, y el tipo empezó a frotar su cara contra mi cara. Un gato blanco, absolutamente peludo. Pero sí, salvo ese fragmento son todos animales no domésticos. 

Vi la raya

Otra ronda de Cinzano y el atardecer que comienza a caer. En esta ciudad es complicado visualizarlo pero otro de los temas del libro es el horizonte. Bebemos. Siempre me obsesionó el horizonte. Mirar y no ver. Vos te parás en la ruta, en el campo, en las sierras. Incluso en la costa. ¿Qué ves al fondo? Una raya. Una raya al fondo. ¿Al fondo de qué? Si sabés que fondo no hay. Siempre me atrajo, de hecho está muy presente también en mis otros dos libros. En algún momento de mi vida hice algunas materias de Letras y, entre las pocas que hice, hice Literatura Argentina con Iglesia, y por supuesto ahí, en la literatura del siglo XIX y en autores como Sarmiento, Echeverría, Mansilla, está muy presente el horizonte, el más allá y ese supuesto vacío a poblar. Desde luego, ahí cobró un poco de forma esa obsesión que tenía con el tema. Pero estuvo siempre.

Ese lugar que se ve pero al que nunca se puede llegar… También pasa eso: ves y no llegas. En la escritura pasa, yo leo a los autores que me gustan y digo: nunca voy a llegar. Yo me paro frente a una biblioteca y digo: nunca voy a llegar. Me pongo a leer en las redes sociales a ciertos escritores y escritoras que sigo y me digo: nunca voy a llegar. Pero bueno, es un poco el horizonte que me pongo: generar al lector eso que ellos me generan a mí. Mi lector ideal es el lector que se emociona leyendo a tipos como todos los que nombré a lo largo de esta entrevista. Creo que, tal vez, hay algo relacionado ahí con un horizonte literario. 

Crónica de un niño solo

El niño que fui es una imagen poética constante en Rinocerontes: Te digo algo que yo descubrí con la paternidad y se lo comento a mis alumnos y se relaciona con dos cosas: la infancia y la orfandad. Mi viejo se murió repentinamente. Un tipo de mucha salud, no había tocado un pucho en su vida. Tomaba mucho, bueno… Observamos la botella de Cinzano y reímos.  Estaba muy mal de laburo, tuvo en pocos años una debacle laboral muy grande y en el ´97, en tres días, pum, ACV y fue. Cincuenta y seis años tenía. Siempre atribuí a eso el origen de mi escritura, de hecho mi primer libro está dedicado a él y a su muerte. Fue un poco fundacional. Cuando fui padre, a los treinta, que ya llevaba diez, doce años escribiendo asiduamente, empecé a jugar con mi hijo. Empecé a jugar de vuelta. ¿Sabés de qué me di cuenta? Me di cuenta de lo que yo había sufrido cuando había dejado de jugar. Me di cuenta de que, aparte de la muerte de mi padre, el trauma de mi adolescencia había sido la pérdida del juego. No sabía qué hacer con el tiempo, nos juntábamos con amigos, nos fumábamos un porro y nos cagábamos de risa pero la risa nos duraba media hora y después nos sentábamos a hacer nada. Y eso cuando estaba con amigos, porque cuando estaba sólo era mucho peor. Mucho más angustiante y triste. Y así, en determinado momento, empecé a escribir y a leer, en ese orden, de aburrido que estaba. Cuando nació mi hijo, muchos años después, empecé a jugar con él y dije: la puta, lo qué a mí me gustaba jugar y lo qué me dolió dejar de jugarYo empecé a escribir como una forma de recuperar el juego y un poco tiene que ver con eso la búsqueda del niño que fui. El libro es hacerse un poco cargo de eso, en realidad el niño que fui está acá, está constantemente conmigo. Me pierdo en el misterio, a veces, buscándolo.

Es noche completa. La botella ya solo contiene vacío. Andrés Pedro Alvarado debe ir a buscar a su hijo.  Lo despido. Busco el horizonte.