Killing Joke: Elogio del exceso y la brutalidad

Por Marcelo Simonetti  // Fotos de Iván Saler

Marcelo Simonetti fue al Roxy Live para presenciar el recital de Killing Joke. Alejado de la neutralidad apática del Indie local, la banda dio una muestra de música ecléctica y rabia política en la víspera del paro nacional. 

24 de septiembre, víspera del Paro General.

Hace una hora dejaron de andar los subtes. A las doce se detiene todo. Pero antes, nueve en punto, empieza una de esas experiencias que terminan hermanando en secreto a algunos conocidos y a muchos desconocidos para siempre.

Desde 1979 hasta hoy pasaron casi 40 años, y nunca Killing Joke había pisado nuestro suelo. El primer mito que rompe es estético. Los enormes Geordie Walker y Martin Glover (sí, Youth, que produjo y remezcló a gigantes como Depeche Mode, U2, The Verve, Siouxsie & The Banshees, Primal Scream, Guns’n’Roses, Take That, INXS entre otros) van vestidos como dos aficionados al reggae con onda, y contrastan con el clásico look teatral y fantasmagórico de Jaz Coleman, que parece ser a primera vista un Alice Cooper o un Ozzy, pero que luego demuestra aparte tener cerebro. Desde los teclados Reza Udhin parece el típico darkie, y Paul Ferguson en la batería hace gala de pura sobriedad. Eso, en los papeles, no sería una banda en condiciones. El segundo mito, el más importante, es el de la propia música. Arranca con una correcta y desprolija (que para la banda es lo mismo) versión de Love Like Blood, himno ganchero post punk bailable de los 80 que amagó con darle masividad a la banda. Desde ahí, un torrente similar a una montaña rusa que está siempre arriba, pero que vuela bestialmente desde el post punk más crudo, hasta el industrial más pesado y saturado, pasando por la electrónica de pistas de baile, el deathrock, el punk rock, y siempre en los estados más extremos.

La ductilidad de Walker en guitarra y la enciclopedia musical que supone el gran Youth en el bajo y muy bien acompañados por el resto, hacen que esos cambios de estado de ánimo los hagan ser siempre los más punkies de todos, los más post punks de todos, más industriales que Ministry, más amenos que los más livianitos de los ochenta, más heavys que Rammstein, más, más, más. El show parece que va a tener hitos, pero es imposible precisarlos, porque el público es el reflejo de la banda. Tribus de todos los colores y estilos, que reaccionan con voracidad y locura. Cuando un grupito de heavies mueve la cabecita unos darkies, al lado, estallan y bailotean. Cuando unos industriales ensayan su temblequeo eléctrico los punkies de más atrás mueven la cabecita como heavies repentinos a la espera de sus joyas. Siempre, ese eclecticismo lo aplican en exceso, y siempre en estilos que se mueven en los subgéneros más marginales que supo dar la música popular inglesa de los últimos 40 años, ejecutados por los músicos como si estuvieran en una sala de ensayo, aún cuando Walker esté sonando como cuatro guitarras procesadas de heavy metal al mismo tiempo.

Con el guitarrista sonriendo distendido, y con Youth demoledor pero saltando con saltitos cortos como si estuviera asistiendo feliz al show de su ídolo de la música jamaiquina, Big Youth, a quien honra con su sobrenombre. La misma versatilidad aparece en Jaz: La voz del irreverente cantante no es precisamente un prodigio de caudal y entonación, pero se mueve mutando siempre acorde a cada estilo al que abordan como si lo estuvieran despedazando para volverlo a inventar. El contraste con sus compañeros es, en primer lugar, la teatralidad. Interpretando cada tema como un mimo desquiciado, y arengando como un frontman de carácter único.

Pero hay que hacer un párrafo aparte en la actitud y la constante bajada de línea de Coleman, que en el escenario supo ser más radical e informado punk rocker que cualquiera de las acartonadas o lúmpenes figuras del género en nuestro país. Ni bien terminó el primer tema soltó: «hoy vinimos a todos a disfrutar de Killing Joke, pero mañana ¿A dónde vamos? ¡Vamos todos a la huelga! ¡A los piquetes!» Luego, entre tema y tema, fue soltando una catarata de arengas increíbles: «A la mierda el FMI, no al pago de la deuda externa», o «La democracia es una farsa, háganse el favor de dejar de elegir entre dos partidos que no hacen más que prestarse el mando para joderles y jodernos la vida», o «Estados Unidos viene en busca de vuestros recursos naturales, ¿qué van a hacer?, ¿quedarse sentados?» Esos son algunos botones de muestra de la enorme energía revulsiva y combativa de éste personaje singular de la historia de la contracultura británica y por ende mundial. Y quizás eso deja a la vista la diferencia abismal del rol y el reflejo que fueron los géneros independientes de la música inglesa en principios de los ochenta y el papel que cumplieron en Sudamérica, y en Argentina en particular. Mientras Coleman ensayaba su verborragia de combate, desde el público la más abierta indiferencia o ignorancia. Nadie tenía la menor idea de lo que Coleman estaba hablando, y a nadie le interesaba. Los géneros independientes desde el punk rock en adelante fueron expresiones contraculturales, sociales y políticas de resistencia popular al conservadurismo político y neoliberalismo económico de Margaret Thatcher en el Reino Unido, y por ejemplo, a la represión del régimen estalinista y de la opresión también del capital imperialista en Alemania. Sin embargo, en Argentina el indie llega como moda importada por los grandes sellos discográficos, y hacen ancla en las clases medias más apáticas de la década del 90, y aún hoy por lo visto, no tienen la más mínima reacción por las cosas que pasan al conjunto de la población.

Killing Joke, en algo más de hora y media, desgranaron temas de toda su discografía, yendo y viniendo anárquicamente por el catálogo. En ningún momento se sintió que cediera la tensión o la adrenalina, haciendo del decadentismo una virtud como quizás nunca se logró antes, consiguiendo así un mojón histórico en nuestro país.

Apenas se cierra uno de los puntos más altos en las visitas de bandas internacionales del año, salgo apurado y feliz, a ver si engancho una pizzería con los amigos, rápido, porque mañana hay paro y se madruga. Vamos a hacerlo activo llevando la enorme energía de esta noche, al piquete.