La cancelación como triunfo neoliberal: el hiperindividualismo al ataque

Por Leticia Bianca – @tododoble

Leticia Bianca comparte un análisis sobre las causas profundas del fenómeno conocido como «cultura de la cancelación», algo que lejos de ser la prueba de una hegemonía cultural del marxismo o de la izquierda está más cercano a una nueva maniobra neliberal vinculada con el victimismo y la hiperindividualización, que en muchos casos bloquea las posibilidades de atacar las verdaderas bases de la desigualdad y de la discriminación. Una nueva herramienta de la reacción conservadora para ocultar que las contradicciones verdaderas están en otro lado. (como confesaba el milmillonario Warren Buffet en 2013: “La lucha de clases sigue existiendo y la mía va ganando”).

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Si consideramos que el capitalismo (Clase que posee medios de producción explota a clase que no los posee) el imperialismo (Países que poseen medios de dominación someten a países que no los tienen) y el heteropatriarcado (Grupo que posee privilegios simbólicos se impone sobre mayoría que no los posee) son la expresiones del mismo sistema, hay consenso en afirmar que luego de la caída del muro de Berlín la «izquierda identitaria» se ha ocupado de combatir el sistema en solo dos de sus «etapas» (a decir de Lenin): la del imperialismo (movimiento Black Lives Matter, ataque a monumentos de líderes esclavistas coloniales) y la del heteropatriarcado (educación sexual integral, prevención de violencia de género, leyes igualitarias, legalización del aborto, cupo laboral trans) generando una (aparente) nueva hegemonía que respeta los derechos humanos de algunos sectores históricamente oprimidos como somos las mujeres, las disidencias y los afrodescendientes.  Estos combates han dado lugar a críticas sobre un «nuevo puritanismo» por parte de estos activistas que han logrado, en los últimos treinta años, ampliaciones considerables de derechos (llamados de tercera generación) en muchos países de Occidente, pero que se erigen ahora como “La nueva inquisición del correctismo político”.

Expresiones de esta estéril batalla por cuáles deberían ser las verdaderas preocupaciones de la izquierda occidental son los libros: La Neo inquisición de Axel Kaiser, La trampa de la diversidad, de Daniel Bernabé, El regreso liberal. Más allá de la política de la identidad, de Mark Lilla o La traición progresista de Alejo Schapire, entre muchos otros, que se vienen publicando de ambos lados del Atlántico hace ya varios años.

En esta biblioteca “crítica” encontramos dos ideas:

1) Post 1989 la izquierda yanqui primero y global después se recluyó en universidades y medios, se acercó a Derridá, Foucault y Millet pero se alejó del proletariado e impuso una agenda identitaria que derivó en un “progresismo censor” en el que hay que ser “políticamente correcto” para no ofender nunca a nadie, que tiene el suficiente poder para “cancelar” la libertad de expresión.

2) Fue ese movimiento en la izquierda el que originó una reacción conservadora en amplias capas de la sociedad, por la que lo retrógrado pasó a ser “políticamente incorrecto” y así rebelde y atractivo para los jóvenes y las grandes mayorías, dando lugar al trumpismo global, los movimientos woke (antivacunas y terraplanistas incluidos) y el avance de la extrema derecha en todo el mundo (Abascal, Bolsonaro, Orbán y numerosos apologestas del sionismo).

Frente a este confuso mapa de representaciones y sobrerrepresentaciones de lo real no nos detendremos en la retórica religiosa porque cualquiera que haya leído a Max Weber sabe que la lógica puritana es intrínseca del devenir capitalista, por lo que es considerada sistémica. Pero sí proponemos una mirada dialéctica alternativa: aquella que ve tanto la acción progresiva de izquierdas en derechos de tercera generación como en la reacción a esa postura por parte de la derecha como expresiones claras del triunfo simbólico de la filosofía neoliberal sobre las mayorías (tanto de izquierda como de derecha).

 

1) La cancelación como expresión neoliberal: La víctima sólo eres tú

Tras el cambio de modelo de acumulación capitalista de los 80’s (y con más fuerza aún tras la crisis de 2008) el obrero se ha visto despojado de su lugar en el mercado del trabajo (y por ende de su sindicato) y arrojado a la precarizada economía global, donde debe ahora luchar en soledad para subsistir. Según Mark Fisher, este hiperindividualismo posfordista devino en un generalizado narcisismo patológico dentro de las clases medias y bajas que durante la pandemia multiplicó también la enfermedad capitalista por antonomasia que venimos sufriendo hace décadas: la depresión.

Así, carente de una materialidad (estructura) que le permita insertarse en la sociedad actual, al trabajador solo le quedan subjetividades (superestructura) de dónde agarrarse para su propia identificación. Al ya no poder percibirse como miembro de una clase con intereses particulares, el obrero pasa a ser hombre, blanco, heterosexual, cis, mujer, negra, trans, bisexual, etc. pero ya no se percibe como obrero o explotado. Queda claro así que las reivindicaciones identitarias y la hipersensibilidad narcisista de nuestra época son consecuencias directas de ese trastorno en la estructura de producción y no de una revisión de Foucault y Kate Millet por parte de las elites intelectuales norteamericanas.

Pero entonces ahora ¿Quién explota a quién? El filósofo coreano Byung Chul Han responde que los trabajadores uberizados contemporáneos sufren una distorsión galopante en el reconocimiento de las estructuras de poder real actual y de su propio lugar en el binomio explotado-explotador porque “La explotación es ahora de uno mismo hacia uno mismo”. De esta forma, sigue Han, “el mundo se presenta como proyecciones individuales y no se es capaz de reconocer al Otro y (…) al no reconocer a ese Otro todo se ve a través del prisma de la individualidad”. Entonces, ha muerto Dios y ha muerto Sartre: el infierno ya no son los otros sino la ausencia de los otros y la elefantiasis del individuo, un concepto tradicionalmente liberal pero exacerbado.

Esa “ausencia del Otro” producto del capitalismo neoliberal más atroz genera así dos problemas: el victimismo exacerbado (casi paranoide) y la reducción de los conflictos sistémicos a meros enfrentamientos de individuos. El sujeto “cancelado” representa así otro “Yo” aislado y no es una expresión o manifestación de un conjunto de creencias y costumbres que, va de suyo, no desaparecen del imaginario social cuando el “cancelado” se cancela, precisamente porque son hegemónicas y no individuales. La hiperindividualización neoliberal es así la clave para entender la cancelación: una exacerbación galopante del yo víctima y del yo victimario. En el interín, la estructura de clases dominantes y de explotación se mantiene intacta. Daniel Bernabé abona esta idea: “El victimismo se convierte en una mercancía cuantitativa en competición identitaria-capitalista-individualista-emocional”. La “cancelación” termina por ser un movimiento en la misma dirección: los nombres propios de los “cancelados” (Woody Allen, Kevin Spacey, J.K. Rowling) no dejan ver el entramado de sentido que reproducen, esto es, una hegemonía que en tanto heteropatriarcal es capitalista, sí, pero que no va a desmontarse en un ejercicio de individuación permanente, en tanto el sistema funciona más allá de sus integrantes. Para el caso, la cantidad de individuos dueños de los medios de producción siempre ha sido menor que la de los obreros, pero nunca han necesitado ser mayoría para dominarlos.

En este sentido casi paradójico del problema, Martín Kohan va aún más allá y une estas dos esferas (superestructura y estructura) al sostener que la dominación real no se termina cuando acaba la dominación simbólica sino que se agudiza. «El problema de decirle ´Afrodescendiente´ y no ´negro´ a un afro descendiente no solo deja el problema de fondo intacto sino que además nos impide pensar en ese problema de dominación real porque creemos que ya lo hemos resuelto a través de la palabra y no es así», plantea en una entrevista.

 

2) La reacción conservadora como expresión neoliberal: La víctima sigues siendo tú

Es esclarecedor para entender la existencia de la nueva alt-right norteamericana el ensayo Hombres (blancos) cabreados de Michael Kimmel, publicado mucho antes de la llegada de Trump al poder pero con una claridad prístina en términos sociológicos para retratar a quiénes son sus más fervientes defensores. El caldo de cultivo para la irrupción y crecimiento del trumpismo violento es explicado por Kimmel como resultado de la desintegración de las condiciones materiales del llamado “Sueño americano» fordista a partir del cambio en el modelo de acumulación en los 80’s y, por ende, de la implantación de la hegemonía neoliberal en las subjetividades de la clase trabajadora. En este caso, los hombres blancos yanquis adolecen del mismo victimismo individualista del que hablábamos antes para referirnos a las minorías porque son, a la postre, parte de la misma clase social (obreros/explotados) y ven afectadas sus posibilidades de reproducción de la misma forma que los afrodescendientes, las mujeres y las disidencias sexuales.

La paradoja reside aquí en que, despojados de la estabilidad de antaño, en lugar de apuntar su ira hacia la clase de milmillonarios que los ha llevado a esas condiciones de existencia, centran su frustración y rechazo en las minorías y las élites políticas (que perciben como de izquierda). Kimmel se pregunta: “¿Por qué un hombre, cuya tienda se ha ido al garete mientras no paraban de abrir grandes cadenas de supermercados, fija su mirada en las personas migrantes?”. Pero complejiza: “¿Son los inmigrantes la causa del cambio climático? ¿Alguien LGBTI externalizó sus trabajos? ¿Las mujeres feministas hicieron recortes en su empresa?

La reacción conservadora es entonces otra variable de ese hipertrofia del yo que impide ver más allá de otros yo y por ende impide ver a los otros, los verdaderos otros, los capitalistas. Nunca conviene olvidar a este respecto la frase del milmillonario Warren Buffet en 2013: “La lucha de clases sigue existiendo y la mía va ganando”.

 

3) El futuro como lo nuevo y no como lo viejo: Distopía vs. Utopía

Ya hemos explorado aquí los problemas que trae aparejado el boom de la distopía en las ficciones televisivas de los últimos años y cómo este fenómeno no deja de ser una expresión más de la misma hegemonía simbólica del capitalismo, que nos arrebató también nuestra capacidad de imaginar mundos posibles por fuera de su lógica siniestra, lo que en palabras de Naomi Klein se traduce en que «El gran triunfo del neoliberalismo ha sido convencernos de que no hay alternativa». Muchos de los teóricos de izquierda que atacan a los movimientos identitarios paradójicamente también coinciden con este enfoque distópico hegemónico en el establishment de Hollywood y las plataformas de streaming al hacer eje en el pasado para analizar el fenómeno de la corrección política, con una mirada sombría sobre el futuro. Al usar categorías como “quema de brujas”, “medievalismo”, “oscurantismo”, “inquisición”, siguen reproduciendo ese pesimismo “retrofuturista” que no solo no construye una alternativa superadora al mundo que critican sino que además genera desazón y desesperanza. Frente a este panorama urge en la izquierda un ejercicio creativo que imagine un futuro utópico para las grandes mayorías. Para eso debemos ser capaces de inventar lo inexistente, construir desde el presente y colectivamente: soñar un mundo mejor.