Victor Malumián: “La edición tiene una mortalidad infantil muy alta”
Entrevista: Leandro Alba
Víctor Malumián es una de esas caras que siempre están dando vueltas en las ferias de libro independiente. De los que están delante de algún puesto, explicando, por ejemplo, cómo nació Ediciones Godot, a la que le dio vida en 2008 junto con Hernán López Winnie. Y también es de los que están detrás de esos eventos, corriendo para que todo salga bien, trabajando en cada detalle. Y, por sobre todo, pensando en cómo darle oxígeno a un sector donde parece difícil respirar en el poco espacio que dejan las grandes editoriales. Este último es uno de los temas centrales del libro que escribió con López Winnie, Independientes ¿de qué? Una pregunta que más que encontrar respuestas, busca herramientas.
-Cuando se hace referencia a los sectores independientes, generalmente se habla de una relación ante el mercado. ¿Es un puntapié para la discusión o ahí se agota el debate?
-A mí lo que más me interesaba del libro era armar un manual de errores para que las editoriales chicas no queden en gustos de la gente que tiene plata. O, pensándolo de otra manera, lo que buscábamos era generar herramientas para que también se pueda dedicar a esto la gente que no cuenta con otros ingresos. Entonces, si dejamos que la edición quede en manos de este sector, este rubro va a permanecer ligado a una clase económica.
La edición tiene una mortalidad infantil muy alta. Hoy por hoy, con las facilidades técnicas, con un programa se pueden armar libros. Con la proliferación de imprentas podes sacar tres títulos. Todo esto con un dinero menor al que necesitas para hacer un kiosko. Con trescientos títulos de cada uno, cubrís las cincuenta librerías que se interesan por las editoriales independientes. Este ejemplo es sin pensar en la calidad, aclaro. Vivir de esa mecánica es difícil, pero hay un camino ahí. Después hay que pegar el salto a la profesionalización, que es algo central en el libro. Todas esas preocupaciones hacen que la edición sea un campo difícil.
-En ese campo, que es el mundo de la edición ¿dónde se ubica lo independiente?
-Si decimos que la edición es un campo, la cuestión independiente es una zona con bordes bastante borrosos. Anagrama, por ejemplo, estaba en el centro de la edición independiente. Después se fue corriendo, hasta que se dio la compra de un gran grupo. Hoy es difícil pensarla en el lugar que estaba en un primer momento. Con esto quiero decir que hay varios elementos que hay que tener en cuenta para pensar esa identidad.
Otra cuestión está vinculada a la relación con el Estado. Si se corta el ingreso y uno está obligado a cerrar, ahí hay un problema grave. Y eso es expansible a los medios. Pero aceptar subsidios, no. No porque eso sucede en otras industrias. Lo mismo pasa con el aporte de capital, si se vende bien pero los accionistas te reclaman temas y títulos, es un problema; como pasa al interior de algunas editoriales con los departamentos de marketing.
En el libro usan algunos conceptos de Bourdieu para enriquecer este debate y dicen, en términos generales, que el libro tiene doble faz. Tiene un aspecto económico y simbólico. Es decir, es mercancía y significación. Si bien siempre se piensa a lo económico en el primer plano ¿Existe una significación independiente?
Ahí viene la pata de la intervención cultural. Esto se ve cuando alguien publica algo que ya sacó otro colega y a un precio menor. La pregunta es por qué sacarlo si ya está en circulación. Nosotros no sacamos un libro que ya haya publicado un colega. También hay un tema de poner textos en juego. Y que, a la vez, esos textos hagan juego con tu catálogo. La idea es que discutan y se complementen. De todas formas no pienso, bajo ningún punto de vista, publicar Mi Lucha de Hitler.
-Ahí se hace evidente el ojo del editor en la selección.
-Son editoriales muy personalistas porque dependen de los editores al cien por ciento. A ver, pienso en Blatt y Ríos. Si se va Blatt y queda Ríos, algo se rompe. Porque cada uno aporta su mirada. Son personalistas pero no en un mal sentido. Es así porque están compuestas por dos o tres personas. Entonces, la marca del editor es la que más se nota, porque son recorridos de lectura. Hace un tiempo saqué la cuenta de los libros que me quedan por leer al promedio de lectura que tengo. Y me aterró. Cada vez me preocupa más lo que voy a leer.
Hay, por un lado, editores que publican lo que el mercado quiere. Y, por otro, los que publican lo que les interesa y creen que pude despertar un interés y en base a esto salen a buscar a los lectores. Cada vez se nota más la diferencia entre los que publican un libro de mandalas y los que tienen una preocupación.
-En el libro eligieron una frase de Eco, que dice “por cada pequeña editorial que se convierte en una editorial media y pierde su libertad, nace otra pequeña”. ¿Crees que el crecimiento atenta contra la libertad?
-No. No creo que sea necesariamente así. Creo que lo más prudente sería responder sólo en el caso de que hubiésemos crecido y mantenido la misma forma. Sin haber crecido no puedo responder cabalmente. Pero siempre dijimos que jamás vamos a publicar un libro que alguno no haya leído. No queremos llegar a un volumen tal. Sí me gustaría vender 300 mil ejemplares. Pero nuestros libros no van a llegar a eso nunca. Si mejoramos la prensa, la difusión y otras cosas podemos llegar a los tres mil, o cuatro mil. Y vivir. Todo esto deriva en pensar el crecimiento de la editorial a la que aspiramos tener.
-En lo que respecta a las publicaciones, ¿cómo funciona? ¿Un título con buena respuesta cubre otro que, tal vez, no la tenga pero que existe un interés por hacerlo conocer?
-Nunca la pegamos con ningún libro todavía. A la vez, para nosotros ningún libro es un clavo. Se venden todos por goteo y a ritmo Godot, digamos. Tenemos a Barthes, Kohan. Pero algunos son de un micromundo. Mi mamá no conoce a Barthes, o sí pero no como otros. En nuestro catálogo no hay apuestas en ese sentido, porque sabíamos que los que sacamos iban a tener un público en particular. Nos ha pasado, en un primer momento, de estar confiados con lo que fue Esperando a Godot porque había librerías que no lo tenían hace mucho tiempo. Pero lo que sucedió es que los lectores ya lo tenían. Y los que lo compraron lo hicieron por la calidad de la edición. Eso fue todo un aprendizaje.
-Hace un tiempo se generó un debate a partir de un grupo de escritores que tuvieron inconvenientes con editoriales independientes por falta de cumplimiento de ciertos compromisos. Esto provocó una polémica en el ambiente literario. ¿Cómo lo recibiste vos?
-Fue complejo el momento, porque nosotros trabajos mucho para la Feria de Editoriales Independientes. Nosotros trabajamos un montón para eso, realmente. Hablamos con suplementos, docentes, medios, para generar una crítica. Yo me reuní con muchos escritores que estaban nucleados con esta problemática. Mi respuesta fue que hagan lo mismo que hace el club de traductores. Ellos saben cómo trabaja cada editorial. Debería haber una mejor comunicación entre editores y autores. Alguien me dijo que pagó 20 mil pesos por publicar. Ahí es distinto. Si ese autor pagó eso estamos hablando de otra cosa, es un socio; invirtió plata en algo. No es necesario ponerlo en esos términos empresariales, pero sucede eso. También hay un aprovechamiento de mucha gente que quiere publicar. Si todos los que están ansiosos por sacar su libro le compraran diez ejemplares a cada editorial que le mandan sus manuscritos explotan las ventas. A nosotros nos mandan poemarios, está todo bien pero nunca leyeron lo que hacemos. Por último, hay gente a la que no se le respeta el contrato. Ahí es sencillo, la estafaron. Es un tema legal. Y, los que no hicieron contrato es otro problema. Eso lo trabajamos en el libro. No existe el hecho de no hacer contrato porque es mi amigo. Al contrario, debería hacerse un contrato porque son amigos.