Por Marcelo Simonetti
Marcelo Simonetti fue a ver a Pulp, la banda completó su camino de gloria cuando renunció a las grandes ligas, la que hace treinta años supo hablarnos de este presente que hoy nos agobia, la que escribió desde el pasado las historias que hoy hablan de nuestra tristeza, la más grande banda pequeña de la historia, la única que puede ponernos a bailar frenéticamente entre las ruinas de lo que no fue.
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Pulp volvió en el momento justo. Está claro que esto no puede ser verdad ya que su último disco en estudios lo grabaron, y a duras penas, hace más de veinte años. Pero igual es el momento justo para las miles de personas que se convocaron en el Movistar Arena. Es el momento justo para escuchar a un tipo de sesenta años cantar letras que escribió hace treinta. Porque son historias que muchas veces funcionan como balance, que en su momento ya eran la invocación de un pasado roto donde las expectativas nunca se hacen realidad (y la mayoría de las veces en que lo hace es sólo para convertirse en pesadillas). Canciones que resultan mucho más creíbles cantadas por un tipo de la edad actual de Jarvis y no por un joven en la cresta de la ola o a punto de subirse a ella.
Pulp llega en el momento justo, además, porque todo eso de lo que habla Jarvis nos está pasando. O nos pasó. También como país. Íbamos a hacer historia. Íbamos a ser distintos. Íbamos a ser felices. Cuando fuésemos adultos íbamos a dejar de laburar ocho, nueve o diez horas diarias para comer. E íbamos a armar juntos un país distinto. Pero nada de eso sucedió. Y, peor aún, hace cuatro días ganó Milei. Y toda noción básica de solidaridad y humanidad se volvió chiste o mancha en una hoja amarillenta. Por eso Pulp llega en el momento justo. Porque de eso hablan sus canciones.
Entonces, esta pregunta de Pulp para los bises («Esto es lo que hacemos como bis», se llama la gira) respecto del fin de su historia es la misma que nos podemos hacer nosotros en relación con nuestra propia vida. Y lo que hizo anoche Pulp para los bises de su vida en este mundo fue pura emoción. Un homenaje a su propia historia.
Un show de Pulp siempre es una fiesta. Pero nunca una fiesta crápula. Nunca una fiesta tilinga. Una fiesta donde nos damos cuenta de lo mal que estamos. Donde nos hacemos cargo de que nuestros brillos son de utilería. Nuestras ropas de fiesta son de tiendas de segunda mano. Pero igual todos “bailamos, escabiamos y cogemos porque no hay nada más que podamos hacer”.
El Movistar no estuvo sold out pero casi. El escenario, gigante. Antes de que arranque “I Spy”, en la intro, ya había gente saltando. ¿Cómo se hace entonces para hablar de un show así sin involucrarse, sin ser demasiado subjetivo? Las canciones del setlist funcionan casi todas. Se pegan unas a otras como si hubieran sido grandes hits. Y, si tenemos que ser rigurosos, eso también es una ilusión. Porque Pulp apenas tuvo tres o cuatro hits en toda su carrera. Lo milagroso es que todas se coreen como si fueran “un clásico”. Pulp tuvo éxito al final, para luego desmarcarse de él. Recién ahí el público abrazó el repertorio anterior. Los “clásicos” de Pulp no son clásicos. Son canciones que la mayoría de sus fans conocieron mucho después de su salida, temas totalmente desconocidos para cualquiera que no conozca a la banda. Y sin embargo, cuando suenan, funcionan. Y nos hacen pensar que son “ese tema, un clásico”.
El segundo de la lista sí fue un gran hit. Cuando arranca “Disco 2000” el estadio se convierte en una discoteca cantando a grito pelado que el tiempo pasó, que tenemos los sueños rotos y que aún así podemos encontrarnos para intentarlo de nuevo. La banda suena ajustadísima, aunque el sonido, no sé si intencionalmente o no, pone muy al frente a la voz de Jarvis, los teclados y las pistas de fondo. Quizás era el lugar del campo donde estábamos, pero la guitarra, el bajo y la batería sonaron casi todo el show bastante más atrás. Para éste tipo de eventos, es un detalle. Lo importante está en otro lado. Jarvis se mueve casi como en los noventa. La misma sensualidad ambigua, freak y british de siempre. Las canciones tocan nervios que empequeñecen cualquier otro problema. Entre canción y canción, Cocker intenta dialogar. Charla. Nos cuenta cosas. Hace chistes.
En la lista sorprende con “Joyriders”, que hacía años no tocaban. Le dedica al bajista recientemente fallecido Steven Mackey el amoroso “Something Changed”, como durante toda la gira, y alcanza un nuevo clímax con “Pink Glove”. Claro, las chicas entre el público sacan sus guantes rosas porque la canción habla de ellas y de cómo sería bueno que se hagan sujetos de su propio placer y no herramientas del placer masculino.
«Weeds» hace bajar un cambio en la adrenalina. Es casi un intervalo. Luego van haciendo subir la temperatura hasta que el punto en que el placer se convierte en éxtasis. Una enorme lámpara de salón queda como único decorado, y Jarvis se sienta en un sofá con un espresso mientras comienzan a sonar los violines de fondo que nos avisan que llega “This Is Hardcore”, la monumental oda de renuncia a las grandes ligas (que además de dar nombre al disco que la contiene también inspiró el nombre de la gira actual, un verso de esa canción), una oscura y serpenteante pieza sensual, sexual y desesperante, con su juego previo y su momento de desenfreno que no sabemos si es placer o sometimiento. Y en vivo todo se vuelve mucho más dramático, aún más sexual. Más tórrido y perturbador. Jarvis se contorsiona como un poseso y hace delirar al estadio.
En seguida vuelve a sorprender con “Bad Cover Version” y después con “Do You Remember The First Time” y con la inocente “Babies”. El final del show, previo al encore, fue para “Sunrise”. Es el momento de la noche donde la guitarra se Webber se escucha más al frente, donde podemos degustar toda su personalidad. Nuestro dandy freak de clase trabajadora también se luce con quiebres de cintura endemoniados y manos que se mueven tanto de acá para allá que parecen tener vida propia.
El encore no es uno sino tres, incluyendo a la loureedeana “Like A Friend”, más guiños kitsch en lo musical a la canción francesa e italiana -como en casi toda su carrera- por medio de “Underwear” y, para cerrar, ese himno clasista que rompió todas las expectativas y cánones del rock y el pop de los noventa y más allá: “Common People”. Cocker sermonea, juega, corre, salta, maneja al público como un chamán o un Nick Cave festivo. Estando él en el escenario, uno le compra cualquier cosa. Las explosiones del tema, donde los instrumentos asoman por encima de la maraña de sintetizadores, son gloriosos. Extáticos. Luego se da el lujo de cantar un tema nuevo, que parece un tema pequeño, intimista, y nos da la esperanza de que quizás estén grabando, más vintage musical picaresco con “Razzmatazz”, y la extraordinaria “Glory Days”.
Como cierre, hubiera sido perfecto. Porque “Glory Days” sintetiza a Pulp. Melodía híper bailable y melancólica al mismo tiempo, de versos de tono amargo e introspectivo y estribillos que son explosiones de alegría. Y una letra irónica que es un balance que nos deja siempre debiendo pero que nos dice que así y todo, hay que seguir. El público da todo. Salta y baila como si afuera el mundo no se derrumbara o quizás precisamente por sí lo hace. La banda se despide victoriosa, y luego vuelve y nos regala una sorpresa que me hace cambiar de idea. “Miss Shapes”. Un himno a los weirds del mundo. Un llamado a aquellos que, en comparación con el resto, lucen débiles o diferentes o poco machos para que se organicen y tomen el mundo. Nada más Pulp. Otra vez la guitarra asoma un poco por encima del resto, mientras la gente responde entre feliz y sorprendida, ya que muchos empezaban a irse. Así se completan dos horas de show inolvidable.
Después, nos juntamos con amigxs en una pizzería a tomar birra y a preguntarnos cómo es que estando a dos días del show de The Cure, la banda fundamental de nuestra adolescencia y juventud, toda la expectativa y los morlacos que pudimos juntar los pusimos en Pulp. Teniendo en cuenta también que en Argentina, The Cure es una banda de masas, que en el 87 llenó dos Ferros. Y mientras que Pulp en 2012 llenaba un Luna, The Cure colmó un River.
Entonces, ¿por qué todas nuestras miradas se posaron sobre Pulp que ésta vez duplicó su convocatoria del 2012 sin nada nuevo que contar? Porque más allá del ritual de ver a una banda que se junta, se junta y se rejunta para girar, Pulp suena actual. Lo que Jarvis dice, es de hoy. Es lo que nos está pasando en nuestras vidas y en el mundo.
Pulp anticipó lo que nos pasa hoy, avisando que hubo una época donde distintas circunstancias extraordinarias hicieron nacer a algo llamado Estado de bienestar, que hizo que los sectores populares soñaran con una vida digna, con acceso a la cultura, a la educación y a las comodidades que deberían ser de todos. Pero también nos dice que ya fue y que lo que queda es esto, que se pone cada vez peor. Y que cuando estás en el barro lo único que te queda es sobrevivir y seguir.
La cultura no es solo un reflejo de lo que sucede. También es el fruto de determinadas circunstancias, puede anticiparnos aquello que va a pasar. Oasis fue una foto de los noventa. Y Pulp, el futuro. Pero también Pulp es hoy, porque no entra en ninguna cabeza que un tipo de treinta años haya escrito canciones que dicen lo que diría alguien de cincuenta, sesenta o más.
En Pulp también está siempre la política. No a un costado, pero tampoco en el centro. La política atraviesa a Pulp, como a todos los grandes artistas, los más completos. Cuando tu arte es un panfleto, es un panfleto. No hace falta que Jarvis Cocker lea una declaración en contra de la ocupación y el genocidio israelí sobre Palestina. Alcanza con ir y firmar como banda el manifiesto “Musicians For Palestine”. Así en todo lo demás. Es mucho más efectivo contar la historia de joven de clase trabajadora al que el Estado y sus patrones le robaron todas las expectativas, casi sin canales de expresión, que aspira a salir el fin de semana y poder enamorar a esa chica (o viceversa) que cantar que hay que matarlos a todos, ¿no les parece?
Pulp no suele salir en los diarios de las corrientes de izquierda. Para eso se necesitan declaraciones y esas cosas. Y sin embargo, la experiencia nos muestra cuál de los caminos es el más efectivo. Me resultó muy sorprendente que, a cuatro días de la elección que nos reveló el estado de descomposición en que se encuentra el pueblo argentino, haya aparecido un cantito casi unánime: “Y ya lo ve, el que no salta votó a Milei”. Ésta clase de eventos, caros y de bandas que ya no escuchan muchos adolescentes , suele aglutinar a buena porción de reaccionarios de distinta calaña. Si se pudo cantar tan masivamente contra el flamante presidente que aún no asumió, es porque algo de lo que Jarvis hace logra separar la paja del trigo.
No se trata de una convocatoria revolucionaria que podría aparecer como trasnochada. Él vendría a ser más bien un foucaultiano de izquierda. Todo eso que a los marxistas clásicos nos pareció siempre un horror y que hoy en día parece la opción viable más atractiva. La micropolítica de resistencia desde la cultura, o donde sea, no va a cambiar el mundo. Pero implica hacer algo mientras nos ponemos de acuerdo en cómo revertimos el presente y el (o la falta de) futuro. Por eso la estética de Pulp es de reivindicación de los accesorios y las costumbres de la clase trabajadora británica. Por eso se llaman Pulp. De defensa de los derechos de las mujeres, de los freaks y de todos aquellos invisibilizados por la sociedad y la cultura y los grandes medios. Por eso expresa narrativamente las contradicciones de clase en una canción o habla de su Sheffield natal como una “ciudad del sexo”, cuando al ser retratada siempre como una ciudad obrera lo que menos uno puede imaginarse es que sea una ciudad con mucho sexo. No es sexy ser obrero. ¿No cogen, entonces, los hombres y mujeres la clase trabajadora?
Pulp fue siempre una banda pequeña, porque estaba en otro lugar. Eran de una “Clase diferente”. Cuando se hicieron gigantes, se quebraron. Escaparon hacia el futuro, donde del mundo no quedaba nada. Y ahora que estamos ahí, vuelven a contarnos sus historias como si estuvieran escritas hoy y lloramos y las bailamos juntos entre las ruinas con nuestras plumas y sacos de terciopelo.