La ilusión de un aniversario: Malvinas, las fechas, las voces

Por Mercedes Alonso

Este 40 aniversario del inicio de la guerra de Malvinas parece no reproducir el boom literario que sí habilitó el de 2012. Así que Mercedes Alonso, más allá de repasar algunas interesantes producciones cinematográficas y académicas, retorna sobre textos como Trasfondo, de Patricia Ratto, una versión del conflicto contada por un submarinista, donde hay «una guerra que no se ve pero se escucha desde el encierro y la inmersión».

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En 2012, cuando se cumplieron 30 años del comienzo de la guerra de Malvinas, se publicaron muchas novelas sobre el episodio. “Boom editorial malvinense” lo llama la investigadora Lara Segade. Se sabe, los aniversarios nos convocan en nuestros diferentes roles y esta nota no está al margen de ese gesto quizás banal que siempre quiere decir algo. 

En 2022 no estoy viendo nada semejante al estallido de diez años atrás. Al tema parece habérsele apagado la estrella en literatura, al contrario de lo que pasa en el cine, que viene siguiendo un ritmo incesante de producción. El aniversario de este año sirve para la exhibición que es tan necesaria y tan escasa. En el ciclo “Las islas, cuatro miradas”, de la sala Lugones, se pueden ver Teatro de guerra (Lola Arias, 2018), en tándem con una nueva puesta de Campo minado, su par teatral; Falklinas (Santiago García Isler, 2021) y 1982 (Lucas Gallo, 2021). Mientras tanto, el ciclo que coordina Luciana Caresani en el marco de la Maestría en Literaturas de América Latina de la UNSAM propone conversaciones con lxs realizadorxs de Buenas noches Malvinas (Ana Fraile y Lucas Scavino, 2020), de la que también hay una proyección, Nosotras también estuvimos (Federico Strifezzo, 2020); La forma exacta de las islas (Julieta Vitullo, 2012), que se estrenó en aquel aniversario del “boom” y, nuevamente, Teatro de guerra.

Como no puedo hacer el mismo panorama de actualidad en literatura, aprovecho para volver a mi novela favorita del boom de 2012. Trasfondo, de Patricia Ratto, empieza así:

“Y entonces ese ruido me despierta con un sobresalto, es un rechinar áspero que raspa con rabia contra el casco del barco. Se ve que me he quedado dormido sobre unas lonas en la sala de máquinas y el ruido, que se origina afuera pero lo invade todo aquí adentro, me ha despertado. Se replica el ruido, y ahora también a estribor algo raspa, rasca, arrastra”.

No hay muchas novelas que empiecen con “Y”, tan impropio que no puede no estar ahí por algo. Y es así: el que despierta en el principio de esta historia está sumergido en el Atlántico Sur, adentro de un submarino, el ARA San Luis, que espera para entrar en acción en la guerra. Todo eso empezó mucho antes que el ruido que le llama la atención y de la “y” que llama la nuestra.

También está eso que en la novela “ruge y retuerce y rompe”. Las “r” del principio son parte de una escritura que se enfrenta a la materia de la lengua para contar, con el tono y el ritmo de la voz de Ortega, uno de los submarinistas, una guerra que no se ve pero se escucha desde el encierro y la inmersión. En Trasfondo, los embarcados esperan. Mientras, limpian, matan el tiempo y tratan de captar alguna noticia de lo que ocurre afuera, sobre todo en las islas, para reemplazar lo que nadie les comunica. 

La guerra es un ruido: el de las máquinas adentro, el de la vida cotidiana de los submarinistas, el de los torpedos que les pasan de largo. Como en el cine de terror, es peor el miedo que nos causa lo que no vemos, pero escuchamos o imaginamos.

“La explosión del torpedo contra el barco enemigo, el fuego, el humo, el estupor, los heridos, la sangre, las cosas que alguna vez vimos en las películas pero que ahora pueden ocurrir en serio, aunque cómo saberlo, no vamos a ver nada, sólo vamos a percibir el eco del estallido y a sentir quizás algún cimbronazo, pero no los gritos, los gritos del dolor y del miedo, el ruido de la muerte apagado por el agua”.

La materialidad de la lengua para contar la materialidad de las prácticas de navegación, del estar en guerra aunque la guerra nunca ocurra. El ARA San Luis se retira sin entrar en acción; la intervención, la guerra entera es un fracaso o una farsa. El submarino y los cuerpos de los embarcados se exponen al agua, al trabajo, al miedo; eso es la experiencia material que cuenta la novela. 

La novela de Ratto le hace un guiño a Los pichiciegos, de Fogwill, y a sus lectores. En el tiempo muerto de la espera, Ortega lee un libro en el que un bicho cava su madriguera. El submarinista reconoce su propia tarea en la versión animal de la historia de los “pichis”, que es un justo homenaje en el que Ratto proyecta su escritura. Los “pichis” se hunden, pero en la tierra: “una nueva piedra metida dentro de la piedra vieja del cerro”, escribe Fogwill –y retoma Marina Mazover en la obra Piedras dentro de la piedra, que se estrenó también en 2012. Desde esa profundidad, la guerra, igual que en Trasfondo, no se ve pero es una experiencia material –mucho más: la caca y la comida son preocupaciones constantes–. 

Lo inmaterial, en cambio, son las islas. La guerra es un ruido porque hay algo que no encaja; hace ruido, “retuerce y rompe”: la guerra no está; las islas no existen. “Es como si no existiera –dice Trasfondo sobre el submarino–, como si se hubiera vuelto de pronto agua, todo agua: el barco, nosotros, los objetos, el tiempo, solo agua en el agua”. 

“La ilusión de unas islas”, dice Ratto junto con Perlongher. El texto que lleva ese nombre se publicó en diciembre de 1983 en el n°3 de la revista Sitio, en clara respuesta al editorial del número anterior, que reivindicaba la guerra como empresa anticolonial. Uno de lxs pocxs que se opusieron a la guerra frente al fervor patriótico y/o antiimperialista que dividía y reunía a las diferentes posiciones políticas, el poeta es contundente –porque sabe de manipular la materia de la lengua–: “Se discute, se va a las manos, por la posesión de unos desiertos (de los que al parecer no puede desertarse)”. Ratto sabe, como sabía Perlongher, que lo que hay son cadáveres –ese estribillo repetido 53 veces en el poema “Cadáveres”, de 1981– y que lo que escuchamos viene de ahí.