La intriga de Osvaldo Lamborghini / Fuego amigo

Germán García, Osvaldo Lamborghini, Ricardo Zelarayán, Luis Gusmán

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Compartimos dos textos del escritor y psicoanalista Germán García sobre Osvaldo Lamborghini, con quien fundó la revista Literal y de quien fuera amigo durante varios años antes de una ruptura de relaciones en 1975.  El primer texto, de 1986, es publicado pocos meses después del fallecimiento del autor de El Fiord en Barcelona, y constituye un implacable obituario crítico. El segundo, casi 20 posterior, contextualiza el publicado en la revista Innombrable, retomando algunas de las viejas críticas pero reivindicando a la distancia la amistad que los unió.

 

 

La intriga de Osvaldo Lamborghini* (1986)

Lo conocí a finales de 1968, poco después de publicar Nanina. Yo era entonces notorio, Osvaldo Lamborghini inédito y llegaba de un oscuro pasado político -peronista, más bien de derecha- donde algunas veces el escenario había sido el Sindicato de Prensa y el compinche era Pedro Barraza (asesinado durante el gobierno de Isabel Perón).

Recuerdo que por entonces se leía el Genet de Sartre, recuerdo que Osvaldo Lamborghini supo explotar este encuentro. El Fiord fue publicado con un epílogo escrito por mí que doblaba la extensión del texto.

Las dos tentaciones de algunos de la nueva clase -me refiero a la perversión y el terror político- eran agitadas con maestría por Osvaldo Lamborghini.

Si Genet puso algo, lo otro lo hizo Artaud -de quien, ya por entonces, estaba harto- y su teatro de la crueldad.

Entre 1969 y1973 tenía dos referencias: la revista Los libros y los cursos de Oscar Masotta.

Osvaldo Lamborghini no soportaba ninguna de estas cosas y aunque intentó estudiar con Oscar Masotta no pudo seguir demasiado, ya que no tenía constancia para un trabajo serio y en serie. El prestigio era su sufrimiento -quizá por la rivalidad exasperada hacia su hermano Leónidas- que le impedía leer algo que no estuviera relacionado con él mismo. El prestigio y la negación del prestigio, de ninguna manera algo fuera de ese juego. Recuerdo que estaba desconcertado porque yo leía a José Bleger. ¿Para qué servía eso? No era un prestigio atacarlo, menos defenderlo. En cambio, le parecía un lujo hablar de El antiedipo, de Lezama Lima, de Góngora. Tambiérn era un lujo apelar a la negación de esto: la literatura gauchesca, los géneros degradados.

Como tantos otros, convirtió su miedo político por cierta izquierda en una discusión estética.

Contra el realismo, contra el populismo: era la búsqueda de una distancia con los imperativos mortíferos de algunas consignas políticas del momento -me refiero a lo que va de 1969 a 1976 cuando esa discusión fue abolida por los hechos.

Un texto publicado por Osvaldo Lamborghini (sin firma) en Literal 1 bajo el título de “La intriga” es explícito: “También es posible pensar un movimiento cuyos términos 0oscilarían entre intrigar, conspirar/no dar el golpe”. De alguna manera este párrafo define su posición, tanto en la política como en la literatura.

I

A fines de 1985 llega la noticia de su muerte en Barcelona: dos periódicos me piden algo, ninguno de los dos publica lo que envío. “No hay cosa como la muerte pa´mejorar a la gente” -dice en alguna milonga, que cito de memoria, Jorge Luis Borges. Pero en el caso de Osvaldo Lamborghini no me parece adecuado, ya que deseaba ser feroz y que siempre cultivó el desprecio por sus admiradores y la fascinación por quienes lo rechazaban.

Cuando lo conocí estaba en lo que por aquella época se llamaba un brote: lo soporté días en mi casa, le conseguí una analista que al poco tiempo lo pasó del diván a la cama. Fue a otro analista, pero no soportó. Después a otro. En algunos años, el psicoanálisis fue otro objeto a parodiar –u crep que la relación entre la parodia y el odio es algo más que un juego de palabras-.

Si El Fiord es parodiar la política, Sebregondi Retrocede es parodiar el psicoanálisis (marqués/niño proletario, los términos opuestos de una novela familiar exaltada/degradada).

¿Por qué cierto sector intelectual aceptó este odio? Por el mismo odio, puesto que no existe transmisión del odio sino encuentro. Algunos se encontraron parodiando lo mismo: la política que los aterraba y el psicoanálisis que les revelaba que al fin los neuróticos piden prestados sus fantasmas a los perversos.

II

“La intriga”. Sí, vuelvo a ese pequeño texto puesto que el anonimato le permitió decir algunas cosas que después no fueron repetidas: “Y a último momento apareció la política como posible máscara para reclamar los beneficios de la escena. La consciencia moral se reforzaba en un doble sacrificio: Por la ciencia. ¡Por los proletarios!” (Literal 1, pag. 121).

Contra la ciencia, entonces. Y contra los proletarios, contra el “niño proletario”.

“El niño proletario soy yo” -me dijo una vez, y estaba llorando, Osvaldo Lamborghini.

Era en Barcelona, donde había aterrizado de sorpresa y donde amenazaba quedarse. Era el año 82, quizá 83. Yo había decidido romper nuestra amistad en 1975, después de escuchar una confesión cínica que no transcribiré. Y desde aquella fecha no sabía nada más, excepto aquella aventura de una Escuela Freudiana de Mar del Plata donde Osvaldo Lamborghini era el único integrante. Desde Mar del Plata mandaba cartas a la Escuela Freudiana de Buenos Aires -creo recordar que dirigidas a Juan Carlos Cosentino, al menos recuerdo la meticulosa preocupación de éste- donde decía ser “M. Bonaparte, la mujer con pene” y firmaba “el agrimensor”. Era la histeria, era la lectura de Deleuze y Guattari donde había embarcado a unos desdichados que preferentemente se acostaban del lado de la neurosis obsesiva.

“La intriga”, de nuevo. “Un signo a santo del cual, por su misma condición polimorfa, el intercambio de señas y visages se desaceite; un signo que vuelva irreconocibles los domicilios conocidos. Desde cierta perspectiva sádica el proyecto es legítimo. Si la cultura es culpable de nuestra inocencia no tiene límites. Abolida la culpa, tomado el goce como horizonte, la voluntad de disparar una ideología contra el blanco de otras ideologías plantea la diferencia como primer problema. Por lo tanto, esta ideología se exhibirá fuertemente marcada. Su marca específica será la ficción, el relato, el engaño. Se fingirá el saber que no se tiene”.

Esto era en parte su lectura de El antiedipo, como lo muestra lo que sigue unos párrafos después: “Alguien, alguna vez, pensará en Nietzsche pero escribirá Sade: travesti, streap-tease, fetichista, la letra siempre es inmoral. (…) El régimen de la locura, su particular sistema económico, también proliferaba en esta plural proliferación. Había, en estilo patético, llegado el momento de aceptar que entre la fábrica occidental y los métodos, gráficos y organigramas de la esquizofrenia reina un estado de semejanza; y que esta institución monárquica se ríe sosegadamente de otros supuestos poderes”.

Como también se dice en el texto, se trata de “adoptar la posición del entontecido-cínico” para disolver la pertinencia de campos a parodiar -la política, el psicoanálisis, a ciencia en general-: “Montada como intriga literal, el juego donde el texto teórico podrá ser un portador de ficción, y la reflexión semiótica tejerá la trama del poema”.

III

¿Qué importa la elucubración del autor a la hora de hablar de sus textos? En Osvaldo Lamborghini el texto es esta misma elucubración, esta misma intriga. Y ella se constituye en la duplicación, en el parodiar como tensión que remite a su hermano Leónidas.

En efecto, creo que no se puede entender el texto de Osvaldo Lamborghini sin pensarlo a la vez como respuesta a lo producido por Leónidas. (Sobre este punto puede consultarse el libro de H. Bloom, La angustia de las influencias, Ed. Monte Avila).

En el parodiar se pone en juego tanto al angustia de la desaparición en lo parodiado como el júbilo de triunfar sobre el modelo: “La angustia mutis mutilante engendró alucinatoriamente el ideal de la restitución sincrónica: al código, ya se lo iba a tocar, faltaba un poco, un poco más y. En la crítica literaria esplendían los modelos. Sí: enceguecían”.

Olvido lo de la crítica literaria y subrayo: el silencio (mutis) como mutilación, el modelo y la ceguera.

En Literal 2/3 publiqué un texto sobre Osvaldo Lamborghini bajo el título “La palabra fuera de lugar”, sin duda porque el lugar de la palabra era el de otro, el lugar donde se fascinaba. La tensión entre el marqués y el niño proletario era una transformación de su novelería familiar, esa que lo hacía adicto a los extremos (peronista/aristócrata) y le creaba simpatías por autores como Lucio V. Mansilla, Echeverría, etcétera.

El aristócrata que se asusta del niño proletario, el aristócrata que sueña con el dominio asboluto sobre ese otro. La ideología de cierto “populismo oligárquico” (antiliberal, lo que también suele ser anti-intelectual) se reconoce en los modos que Osvaldo Lamborghini adpotaba parodiar. ¿Por qué un sector liberal, incluso de izquierda, aceptó y exaltó esto? Fue el momento donde diversas flagelaciones funcionaron como explicación de la culta de ser un pequeñoburgués.

¿Duele lo de pequeño, lo de burgués? No lo sé, pero la palabra era eficaz. No ser un pequeñoburgués, ser una persona popular y nacional. Osvaldo Lamborghini, con su ideología de aristócrata popular, era un buen sacerdote para esta conversión. Además, se presentaba disfrazado con los autores que esa pequeña burguesía amaba (Artaud de las pampas, Gente de Constitución, Nietzsche de la esquina, Sade de matrimonio con problemas).

IV

Entonces, aquella noche en Barcelona me dijo que no tenía más lugar en Buenos Aires, que la gente se había vuelto juiciosa y se dedicaba a ganarse la vida y portarse bien. La cosa había terminado: el orden se insinuaba. No era la confusión de 1973, tampoco el silencio aterrado de 1976. Ahora -entonces- se concertaba una salida, la de siempre. Así veía Osvaldo Lamborghini a su clientela: ya nadie quería ser Artaud, tampoco perverso. Ya nadie se burlaba de ninguna izquierda y la palabra democracia se había vuelto respetable. Ya no había lugar para “un signo medio depravado, escindido, ambiguo” ni para la certeza de que “la historia es un vaciadero que lo acepta todo”.

 

*Texto publicado en la revista Innombrable 2, de octubre de 1986

 


Fuego amigo. Cuando escribí sobre Osvaldo Lamborghini** (2003)

El 28 de agosto de 1968 Leónidas Lamborghini publicó en Crónica un comentario elogioso sobre Nanina, que se había convertido en el libro obligado (con diversos matices de aceptación y/o rechazo) desde el momento mismo de su aparición.

Rodolfo Walsh había saludado desde Primera Plana la aparición de una nueva generación (Frete, García, Piglia), y Manuel Puig, que había publicado La traición de Rita Hayworth en la misma editorial, se queja a Emir Rodríguez: «Primera Plana me ignora por completo mientras apoya Nanina de Germán García, un tonto productito típico de nuestro subdesarrollo» (Carta citada por Suzanne Jull-Levine). El «productito» (objeto petit a) se había convertido en causa de hostilidades privadas y elogios públicos (creo que hice un uso más generoso de mi notoriedad). Por supuesto, elogié La traición… en diversos reportajes del momento, mientras que Manuel Puig se limitó a palabras de circunstancias, dado que frecuentábamos el mismo circuito editorial.

Y apareció Osvaldo Lamborghini, con el manuscrito de El Fiord que intentamos publicar durante unos meses. Al igual que yo, no pertenecía al mundo de las contraseñas literarias (en aquel momento eran revistas, puntos de reunión, determinados bares). Me dijo que estaba separado de su mujer, que tenía una hija, y alguna «militancia política» ligada a Pedro Barraza, el Sindicato de Prensa y alguien de apellido Buzetta (desconozco como se escribe) que conocí años después en Granada (España). Este hombre era el «ideólogo», y había pertenecido a una de las tantas zonas equívocas del peronismo.

En aquella época se preguntaba poco por el pasado, se cruzaban proyectos, se programaban intrigas. La de Manuel Puig pasaba por la conquista de la prensa, al punto de conocer las fechas de los cumpleaños de los más ínfimos comentaristas de revistas y suplementos culturales.

La nuestra, que ahora incluía a Osvaldo Lamborghini y también a Luis Gusman, era ir contra la corriente principal. Conseguí que Carlos Marcucci, que tenía una editorial donde publicaba humoristas, hiciera la producción de El Fiord, con un sello inventado por Lamborghini.

Promoví la difusión de El frasquito, me relacioné con la gente de la revista Los libros, y empecé a estudiar lingüística mientras escribía Cancha Rayada, a contrapelo de la recepción de Nanina.

El encuentro con Oscar Masotta desplazó un poco mis intereses, ya que el psicoanálisis había ocupado un lugar en mi vida, y ahora sería mayor con el descubrimiento de Jacques Lacan.

Había aprendido en Witold Gombrowicz que cierta altivez frente al consenso era prudente, que la koiné como enunciación colectiva termina siempre en un atentado contra el deseo de cada uno. Había sido elogiado por Félix Luna, Horacio Salas, Silvia Rudni «quién entrevistó a Witold Gombrowicz, en Francia»; por Alberto Cousté, Miguel Briante, Miguel Grinberg, Leonardo Bettanin, Mercedes Rein (para citar nombres que tenía en cuenta). Ese «capital simbólico», más lo que sabía de Blanchot, Barthes y Sartre «entre algunos otros» lo puse al servicio del epílogo de El Fiord, de Osvaldo Lamborghini.

Cuando Los Libros, según me pareció, dejaba su política de mantener «la autonomía relativa del campo cultural», decidí hacer Literal. La reciente antología de la revista publicada por Héctor Libertella muestra de que se trataba. Llegó Eugenio Trías, publicó en la revista y, según reconoce en Meditaciones sobre el poder, fue marcado por nuestras reuniones de lectura de Jacques Lacan (en sus memorias vuelve sobre esa época, y describe su experiencia).

Literal fue una alegría para cada uno, incluso para Ricardo Zelarayan que no figuraba en la revista. Con Jorge Quiroga, que sí estaba, y algunos otros compartíamos lecturas comparadas de Ulises (recuerdo la risa de Zelarayan por la «censura» que ejercía nuestro traductor, mediante un procedimiento dulcificador de la violencia de Joyce).

Nuestra amistad, sin saberlo, estaba marcada por Leónidas Lamborghini (el hermano), por eso empecé recordando aquel comentario. Compartimos una aventura durante la primavera de Cámpora, en el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires (una ficción de verdad, no como nuestros balbuceos).

El psicoanálisis me alejó, la política hizo el resto. Hubo una polémica sobre psicoanálisis y política en Los Libros, en la que participé con Miriam Chorne, Gregorio Baremblit y Juan Carlos Torre. Anterior al terrorismo de Estado, pero en plena «ascensión a los extremos».

Hice publicar a Masotta en Los Libros, y algunas cosas más. La salida iba a ser una tercera publicación inventada por Oscar Masotta: Cuadernos Sigmund Freud.

Es otra historia.

Nos distanciamos con Osvaldo Lamborghini, el último volumen de Literal no tiene su nombre. Masotta se fue del país en la época de la Triple A.

Cuando Osvaldo Lamborghini apareció en mi casa de la calle Copérnico, en Barcelona, hablamos horas. Se proponía como un «peso muerto», tenía la misma desesperación que manifestó al poco tiempo de haberlo conocido (entonces lo contacté con Paula Wajsman, y la terapia terminó en «pareja»). Pero en Barcelona no tenía ganas de ocuparme de Osvaldo Lamborghini, de manera que la cosa terminó en pelea.

Cada tanto me llamaba, desvariaba un poco en el teléfono. O lo encontraba en Bocaccio, en la Av. Muntaner.

Antes de volver, en 1985, fui a despedirme. Tuve la certeza de que no viviría demasiado. En pijama, sentado en el piso frente a las líneas ciegas de un televisor mal sintonizado, me mostró unos dibujos con anotaciones manuscritas.

Me dio una copia de «La causa justa», lo leí en el avión. Osvaldo Lamborghini había asimilado lo mejor de Witold Gombrowicz, volví al entusiasmo que me había producido El Fiord.

Al llegar a Buenos Aires hice publicar «La causa justa» en la revista El innombrable. Murió Osvaldo Lamborghini y, en la misma revista, publiqué «La intriga» (después supe, porque Matilde Sánchez lo dijo en un reportaje, que mi despedida particular había sido excluida del coro plañidero que habló de su muerte). Mi despedida publicada redoblaba la apuesta. Respondí al que había conocido con el mismo «fuego amigo» que le había soportado más de una vez. Creo que era justo. Hice publicar su primer libro, y uno de sus últimos grandes relatos.

Lo que escribí sobre Osvaldo Lamborghini está ahora reunido. No hay de que arrepentirse, ni explicaciones que dar. Fuimos amigos.

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**El texto es la presentación del libro Fuego amigo. Cuando escribí sobre Osvaldo Lamborghini, publicado por editorial Grama en 2003. El libro incluye los textos: «Los nombres de la negación», «La palabra fuera de lugar», «La intriga en Osvaldo Lamborghini», «Con otra voz» y «La crueldad de lo real».