La resistencia palestina tiene cara de mujer

Por Pedro Perucca

Un recorrido que busca entrelazar la efeméride del Día de la Mujer Palestina con la historia de un siglo de lucha femenina en Palestina contra el colonialismo primero inglés y luego israelí, la aparición de Ahed Tamimi como ícono de la resistencia contra el sionismo, la película del director israelí Nadav Lapid que hace pocos meses se alzó con el premio del jurado en Cannes y, finalmente, con otras mujeres que, aún no siendo palestinas, se han sumado a esta urgente lucha contra la opresión.

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En julio de 2019 el Consejo de Ministros palestino decidió que cada 26 de octubre se celebre el Día Nacional de la Mujer Palestina, conmemorando la fecha de realización de primer Congreso de Mujeres Árabes Palestinas, que se llevó a cabo en 1929 en Jerusalén. Ellas fueron un puntal clave de la resistencia contra la ocupación británica del territorio y lo siguen siendo en la lucha contra la criminal empresa sionista. En 2017, la joven Ahed Tamimi, encarcelada por abofetear a un soldado israelí, se transformó en un símbolo internacional de la lucha palestina dando cuenta precisamente de ese rol clave que tienen no sólo en la lucha para garantizar la vida cotidiana en situaciones dificilísimas derivadas de la ocupación sino también en la militancia y el activismo contra los ocupantes y, sobre todo, en la transmisión de la memoria y el orgullo resistente de un pueblo que no se doblega.

 

Un siglo de luchas

La lucha de las mujeres palestinas contra la ocupación tiene más de un siglo de historia. Las primeras manifestaciones que han quedado registradas se relacionan una carta firmada por activistas dirigida al jefe de la administración del Mandato británico donde afirmaban que “mujeres musulmanas y cristianas llevamos la voz de las demás mujeres palestinas y protestamos enérgicamente contra la Declaración Balfour”. Este repudio a la carta de intención británica de 1917 hacia líderes sionistas (donde se explicita que “el Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo”) fue realizado en 1920. Desde entonces hay registros de su participación activa en la lucha no sólo contra el mandato británico sino también contra la creciente colonización judía que se aceleraba con el auspicio real, particularmente en 1929 en la llamada ‘Revuelta de la Buraq’, un enfrentamiento entre árabes y judíos por el acceso a los lugares sagrados de Jerusalén que dejó cientos de víctimas fatales.

Pocos meses después, se llevó adelante el Congreso de Mujeres Árabes Palestinas en la misma Ciudad santa, con sede en la casa de la activista palestina Tarab Abd al-Hadi, la iniciativa convocó a cerca de 300 delegadas musulmanas y cristianas de distintos poblaciones, con la participación clave de Matiel Mogannam, autora del libro “La mujer árabe y el problema palestino” (1937). Durante el Congreso se rechazaron los ejes clave de la política del Mandato británico: se ratificó el rechazo a la Declaración Balfour, se planteó la perspectiva de un gobierno nacional democrático con protagonismo árabe y se defendió una estrategia de desarrollo de la industria nacional y de la economía. El evento no sólo derivó en la visita de una comisión de mujeres al Gran Comisionado del Mandato John Chancellor para plantearle la posición árabe sino también en diversas manifestaciones y en significativos avances en la consolidación de un movimiento de mujeres organizado, que luego buscó relacionarse con organizaciones de mujeres en Siria, Egipto, e Irak.

Con la Nakba, la «catástrofe» que implicó la fundación formal del Estado de Israel en 1948 que derivó en un brutal intento de limpieza étnica sobre territorio palestino que dejó a más de 700 mil expulsados de sus territorios históricos, condenados a sobrevivir como refugiados en campamentos precarios en países vecinos, el rol de las mujeres palestinas pasó a ser clave en la conservación de la memoria y la transmisión de la tradición de lucha por el retorno a la tierra ancestral. El símbolo de la resistencia palestina suele ser una llave, que muchas mujeres llevaron consigo al exilio, representando sus intenciones de en algún momento volver a sus hogares ocupados por el sionismo. Respecto de esta etapa, la activista palestina Reem Alnuweiri sintetiza: “La mujer palestina también se convirtió en refugiada y su misión crítica fue mantener intacta la identidad nacional de Palestina. Ella tuvo que curar los dolores, reunificar las familias, asegurar la comida en la mesa junto a su compañero y, sobre todo, conservar la memoria… Los palestinos criados por familias de refugiados, que nunca vieron Palestina, tienen un claro panorama de ello, sólo por las memorias de sus madres y abuelas, y la trascendencia continúa a través de las generaciones”.

Durante las guerras contra Israel de 1948, 1967 y 1973, el rol de las mujeres fue clave, lo mismo que en el período posterior de resistencia y en la histórica Primera intifada de 1987, liderando movilizaciones, creando comités de asistencia popular o impulsando campañas de boicot contra los productos judíos. Su papel también fue y es central en la asistencia y la lucha por la libertad de los miles de hombres, mujeres y adolescentes (y hasta niñxs) enjuiciados sin garantizar las más mínimas salvaguardas legales o detenidos en las peores condiciones en las cárceles israelíes.

La situación de las mujeres es particularmente difícil bajo la ocupación colonial sionista, no sólo por la destrucción israelí de la infraestructura de ciudades y pueblos (hospitales, escuelas, redes de agua y electricidad, etc.), los desalojos y las violencias constantes, sino también por formas específicas de brutalidad hacia las mujeres. Más de 20 mujeres y sus niñxs han muerto en trabajo de parto en los checkpoints israelíes, mientras se les impedía la llegada al hospital. En caso de detención, sus condiciones son en algunos casos peores que las de los hombres, plenas de abusos y maltratos (con numerosas denuncias de violación o de parturientas a las que no se les quitaron las esposas). También las médicas o enfermeras que asisten a lxs manifestantes heridxs se han transformado en un blanco favorito de los francotiradores sionistas (el caso icónico es el de Razan al-Najjar, enfermera de 21 años asesinada durante las masivas marchas del retorno).

 

Un rubio ícono de resistencia

Por eso muchas mujeres se han transformado en íconos de la lucha palestina. En los últimos años la figura de la jovencísima Ahed Tamimi fue una de las caras más visibles de esa lucha contra la opresión colonial que tiene más de un siglo de historia. Aunque participaba en las protestas contra los asentamientos ilegales de los ocupantes desde que tenía 9 años y una increíble secuencia fotográfica la inmortaliza con el puño levantado ante la cara de un soldado a sus 11, Ahed se convirtió en símbolo universal de la resistencia palestina después de que en 2017 se viralizara un video donde se la ve abofetear a un soldado en la puerta de su casa de Nabi Saleh, una aldea próxima a Ramala, después de que miembros de las fuerzas militares israelíes le hubieran disparado a su primo de 15 años con una bala de goma en la cabeza (hecho que le dejó secuelas permanentes). La joven fue condenada a 8 meses de prisión efectiva en un juicio plagado de irregularidades, como todos los que sufren los palestinos (juicios con régimen militar y en hebreo, con traducciones deficientes y a veces inexistentes para la población árabe, que así ve coartado su derecho a la defensa), y cumplió sus 17 años en la cárcel.

La detención de la carismática y locuaz Tamimi motivó diversas campañas internacionales por su libertad, logrando así también protegerla de las intenciones criminales de un sector del sionismo que la odió por haber puesto tan claramente en evidencia el régimen de ocupación. El ministro de educación israelí Naftalí Bennet no sólo no condenó la prisión efectiva para una adolescente de 16 años sino que sostuvo que Ahed y su familia “deberían terminar su vida en la cárcel”. El columnista Ben Caspit opinó que “deberíamos hacerle pagar en alguna otra oportunidad, a oscuras, sin testigos ni cámaras”, dando cuenta de una lógica de venganza y ejecuciones parapoliciales que poco tiene que ver con la autoimagen de “la única democracia de Medio Oriente” que Israel pretende defender en Occidente, y el parlamentario Belazel Smotrich pudo agregar, sin que eso sea un escándalo en el ultraderechizado sistema político israelí: “En mi opinión, ella debería haber recibido un tiro, como poco en la rodilla. Eso la habría puesto en arresto domiciliario para el resto de su vida”.

La prisión y las amenazas no quebraron a Tamimi, quien sigue llevando por todo el mundo su activismo por la independencia Palestina y las denuncias contra el criminal racismo sionista. En una de las últimas entrevistas, Ahed declaró, absolutamente consciente de los peligros a los que se expone: “Es una gran responsabilidad hablar en el nombre de un pueblo que está bajo ocupación, y también bastante temor porque eres un objetivo de Israel, te pueden volver a encarcelar, perseguir e incluso asesinar. Pero pese a ello no podemos volver atrás en el camino que estamos siguiendo”. Haciendo justicia con su lugar icónico, hace unos meses la editorial argentina Chirimbote le dedicó uno de sus hermosos libritos en la colección «Antiprincesas».

 

La rodilla de Ahed

Pero las bestiales declaraciones de Smotrich sirvieron como puntapié para una película que hace pocas semanas se alzó con un premio en el festival de Cannes. El film La rodilla de Ahed (Ahed´s knee), del director israelí Nadav Lapid se estrenó en el festival francés en julio de este año y se alzó con el premio del jurado, compartiendo galardón con Memoria, de Apichatpong Weerasethakul. Según su director, que venía de lograr reconocimiento internacional con Sinónimos (2019), esta fue una producción dominada por la “urgencia”, filmada en 18 días y editada en dos meses para terminar con 100 minutos a pura energía y agudeza crítica que vienen cosechando premios a nivel mundial. La historia es la de una tarde en la vida del director de cine isrelí Y (evidente alter ego de Lapid), que llega a un pueblo israelí para presentar uno de sus films recientemente premiado a nivel internacional y debe enfrentarse con la resistencia social e intentos de censura (se le pide que firme su conformidad al decreto de ley de “lealtad en la cultura” de 2018, que pueden recortar fondos estatales a artistas que puedan contravenir con sus obras los “principios” israelíes).

Pero para Lapid (que está planeando una videoinstalación sobre Tamimi), la autocensura es un problema aún más grave que las brutalidades estatales en este sentido. En un reciente reportaje explicó: “Creo que en Israel… mucha gente, incluida gente que se ve a sí misma como de izquierda, inconscientemente colabora con el estado, en todo tipo de formas. Muy, muy oscuro. Y en cierto modo creo que esto es lo difícil. Por un lado, hay un grupo de artistas que están decididos -no hablo de clichés de libertad política- a reflejar realmente en su arte la perversión y la locura que les rodea. Y en el otro extremo, hay un régimen terrible, un régimen obstinado con mano de hierro”.

Consecuentemente, Lapid no se pone por fuera de las críticas a la sociedad israelí: “Todo lo que digo sobre ellos, lo digo también sobre mí porque, por supuesto, soy israelí y tengo exactamente las mismas enfermedades, los mismos problemas”. Luego sostiene que poner en evidencia la censura y la opresión de esa sociedad constituye una forma de iluminar “el alma colectiva”. “Creo que el problema es que hay algo enfermo en el alma israelí. No somos los únicos en el mundo que estamos enfermos, por supuesto”, agrega.

Más allá de que sabe que su obra va a generar fuertes reacciones en Israel, reconoce que en tanto judío no afronta ni de cerca los peligros que marcan la vida cotidiana de la población palestina: “Los directores judíos israelíes no tienen ninguna razón para tener miedo hoy. Ya he visto alguna reacción, quiero decir, esta película va a ser tormentosa. Pero, quiero decir, ¡vamos! ¡No estoy caminando por las calles de Tel Aviv, mirando a mis espaldas, temiendo que alguien me detenga!”

 

Lucha como una mujer

Es claro que la valiente posición de Lapid es absolutamente minoritaria en un país donde la propaganda racista y violenta del sionismo permea todas las instituciones. Pero así como siempre que hay opresión hay resistencia, también hay personas que se atreven a “traicionar” las expectativas de su grupo social y rompen con la complicidad que se espera de ellas, prefiriendo una posición ética aunque los condene al repudio. Es el caso de los llamados “refuzniks”, ciudadanxs israelíes que se niegan a cumplir con el servicio militar obligatorio en territorio palestino, objetorxs de conciencia que saben del rol criminal que juegan las fuerzas de ocupación israelíes.

Por esas magias de la web, en las últimas horas se volvió a viralizar el caso de la joven objetora judía Hallel Rabin, que en noviembre de 2020, a sus 19 años, cumplió su cuarto arresto por negarse a prestar servicio en esas fuerzas militares asesinas. Para evitar los años de conscripción algunos jóvenes se inscriben en escuelas de Talmud (que es motivo de exención) o consiguen declaraciones de insanía. Pero la declaración de objeción de conciencia por “pacifismo” es duramente investigada. Hallel sufrió varias condenas (la más extensa de 56 días en una prisión militar) y debió atravesar varios interrogatorios hasta que los jueces reconocieron que su oposición respondía a un “pacifismo sincero” y no a una oposición global a la política israelí, lo que hubiera endurecido la pena.

“Estamos viviendo en un período de cambio y lucha. En todas partes del mundo, los jóvenes están luchando por la democracia real y están utilizando la desobediencia civil para combatir el racismo y la injusticia. Pero para los palestinos las injusticias del pasado siguen prevaleciendo. En los territorios ocupados por Israel, se niegan constantemente los derechos humanos y las libertades básicas, mientras que los palestinos están privados de la libertad de vivir libremente (…). Es hora de gritar: No hay tal cosa como una buena represión, no hay tal cosa como el racismo justificable y no hay más espacio para la ocupación israelí”, declaró la joven israelí, mientras sufre constantemente el ataque de sus conciudadanos y el repudio por su posición antiocupación.

Y, hablando de mujeres no palestinas comprometidas con la lucha contra el sionismo, no podemos terminar sin recordar a Rachel Corrie, la joven activista estadounidense del Movimiento Internacional de Solidaridad que fue asesinada por las Fuerzas de Defensa de Israel, que la aplastaron con una topadora del Ejército israelí en 2003 cuando intentaba evitar la enésima demolición de una casa palestina. Ya en aquél entonces, la condena de Amnesty por el asesinato de la activista daba cuenta de la demolición de “más de 3000 hogares palestinos en los territorios ocupados, así como extensas zonas de tierra agrícola, propiedades públicas y privadas e infraestructura de acueductos y electricidad en zonas urbanas y rurales”. “Las motoniveladoras usadas para las demoliciones han matado a civiles palestinos, pero hasta la fecha no se ha llevado a cabo ninguna investigación cuidadosa”, denunciaban.

La heroica resistencia palestina tiene cara de mujer.