La tierra que se reclama como propia es aquella que no podemos sacudirnos

Por Federico Sironi y Jorge Hardmeier

Federico Sironi y Jorge Hardmeier dialogaron con Yanina Audisio sobre Rancho aparte, primer colección de relatos de la poeta cordobesa, editada este año por Salta el pez ediciones, un texto que hace honor a su título, tanto por remitir a cierta posición de aislamiento que asumen los personajes como por el carácter popular y rural de sus ficciones. 

.

Que ese hizo “rancho aparte”, sentenciaban nuestros abuelos y abuelas refiriéndose a algún pariente o amigo que había decidido aislarse, enfrascarse en su soledad o romper ciertos vínculos sociales. Una frase rescatada de la oralidad popular como “chauchas y palitos”, “una ganga” y tantas otras. Y Rancho aparte es, por otra parte, el primer libro de narrativa de la poeta cordobesa afincada en Buenos Aires Yanina Audisio: una serie de relatos que, como su título lo indica, remiten a cierta posición de aislamiento que asumen los personajes y que refiere en modo directo al carácter popular y rural de estas ficciones. Hasta el momento Audisio, también psicóloga y traductora, había publicado una media docena de libros de poemas.

Rancho aparte no es una mera colección de relatos sueltos sino que existe un concepto y una estructura que los enhebra en su totalidad. La particularidad de los personajes, que podríamos calificar de socialmente corridos de la normalidad, puede ser emparentada con algunos de los creados por el escritor ecuatoriano Pablo Palacio. Audisio presenta una galería de freaks rurales: “Fue creciendo en esa forma tarambana” o “Y la baba, siempre la baba…”, leemos en “Cogote”. Yanina los define en una pincelada narrativa: “El deterioro de las criaturas es una temporada del paisaje”, escribe en “Achura”. Los distintos textos tienen un trasfondo de lenguaje oral y cuento popular pero en tanto relatos –y no cuentos, como indica la contratapa del libro– carecen de moraleja o final cerrado. Un cierto costumbrismo se da en los temas y en el lenguaje utilizado por Audisio, una suerte de antología de costumbres y creencias populares narradas –ya desde los títulos– con un lenguaje rural, de tierra adentro.  Hay giros de un decir popular de hace décadas, relacionado con lo campero. Ese cierto lenguaje “incorrecto” de las clases populares: “Pucha, digo”, “Que la tiró de las patas”, “Más malo que pegarle a la madre, decía el abuelo“ o ”pichulear”, son algunos de los numerosos ejemplos. Hay que tener en cuenta, también, que ciertos párrafos concluyentes que denotan un lenguaje poético y citadino –pues no deja de estar presente cierta escritura poética característica de esta autora– se diluyen en el costumbrismo y el lenguaje popular. Hay, sin embargo, cortes en estas narraciones de la tierra, pequeñas cuñas, como el del Hombre Araña y el personaje que es degustador de cocaína.

En diálogo con Sonámbula, la misma Yanina Audisio hace un análisis del lenguaje utilizado en su Rancho aparte: “Anclar en el estilo narrativo de base oral, no para construir un verosímil, sino para rescatar la particularidad de una voz que puede parecer estereotipada pero se subvierte, erigiéndose, lejos de toda legitimación, en portadora de una verdad mínima, situada. Los que relatan respaldan sus dichos en lo que han sufrido o han hecho sufrir. Como señala Walter Benjamin, una narración que se aloja en el consejo, hablando de forma ejemplar, sin incurrir en ser aleccionadora, tomando de la experiencia vivida el único sentido válido de contar algo: continuar la historia. Porque estos seres, evaden el fatalismo desde su propia condena, es como si dijeran igual hay que vivir”.

Si, en cuanto a lo idiomático, se presenta este rescate de cierto lenguaje oral, lo propio acontece con la presentación de ciertas situaciones relacionadas con el imaginario popular (aclarando que popular jamás es sinónimo de vulgar). La religión, sobre todo el catolicismo, está muy presente, particularmente en la figura de la Virgen: “una Virgen improbable y engañosa”. Luego: “Dios no puede tener madre, Madre tuvo el hijo de Dios” y “Pero la Virgen no les dijo que pidieran ningún deseo”.

Comenta la autora al respecto: “Crecí en una ciudad de provincia, rodeada de campos. Para mí, salir de ahí fue atravesar todos los campos, la inacabable chatura de la pampa, el aislamiento de ciertos bienes culturales. En mi infancia tenía la sensación de que el mundo resultaba escasísimo si era solo eso que podía ver, la prepotencia de la tierra y los que la explotaban. Algo del orden de la opresión se ubicó así en lo rural. Digamos que estas narraciones juegan con infiernitos rurales. Las creencias religiosas y populares son ineludibles porque la tierra es demasiado ancha y el cielo está demasiado lejos. Las voces que relatan, a menudo increpan, desconfían y tratan de pactar con cierta entidad pretendidamente superior que podría ampararlos. Pero ese pedido de cobijo o intercesión no es más que otra forma de la espera, como la que cabe ante la sequía o la inundación”.

Otra temática central del libro es la de las relaciones familiares, con la familia presentada como la primera de una sucesión de cárceles, como una fatal repetición: “Una familia se construye por repetición como la semilla repite a su árbol» o «Una familia se destruye por repetición”, leemos en “Achura”. Y en estas relaciones interfamiliares se hacen presentes, con fuerza, el erotismo y ciertas normas reguladoras de la sexualidad, como la ley del incesto o una diversidad de tabúes que los personajes suelen romper en Rancho aparte. La ley del incesto, según Levi Strauss, es la clave del pasaje de la naturaleza a la cultura, la restricción que organiza las cadenas del parentesco. Ese mandato entra en desequilibrio en estos relatos en los que es reiteradamente desconocido. Leemos en “Cebadura”, cuando el personaje se refiere a su hija: “No la voy a rondar más a la María, es una promesa. Me voy a buscar una nueva esposa”. Y luego, por ejemplo, en “Bicho canasto”: “Sobre uno de esos trapos, como los llama el viejo, se acostó Marta para que el hijo mayor de él la penetrara”. El erotismo enhebra todos los relatos y estos carecen de juzgamientos de orden moral. “Si los habré escuchado gozando a los gritos pelados”, dice por allí. Es el deseo generado en una cierta geografía y propiciado por proximidad de los cuerpos. Reflexiona Yanina: “La opresión que impone el aislamiento se encarna en la endogamia. No poder salir de ahí, no encontrar demasiada distancia con las bestias tras el alambrado. No conquistar para el deseo, el consuelo, el apego, una investidura que no esté viciada por la marca del origen, familiar y geográfico. Toda familia es una cárcel. Toda pertenencia porta el material de la asfixia. La tierra que se reclama como propia es aquella que no podemos sacudirnos”.

Yanina Audisio, como William Faulkner, Juan Carlos Onetti o Juan Rulfo, crea una cierta geografía, con su población, sus relaciones, sus costumbres y su lenguaje. Una zona de la mente. Leemos en Rancho Aparte: “Como el río, voy a reflejar las cosas lindas sin tocarlas”.

#UnaPelículaPorSemana: Un poema de Yanina Audisio