Las hijas de Lot y la arquitectura del silencio

Por Gerardo Lewin

Reseña de Las hijas de Lot, libro de poemas de Karina Lerman que aborda «con un enfoque misteriosamente tangencial» un episodio críptico y oscuro del Pentateuco hebreo, para acercarse al cual va rescatando palabras y nombres del olvido y construyendo una luminosa arquitectura del silencio.

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Las hijas de Lot es un libro críptico. Quizás deba corregirme; es un libro que aborda con un enfoque misteriosamente tangencial un episodio críptico de la biblia hebrea: un oscuro encuentro incestuoso entre un padre y sus dos hijas, tres seres que vienen de ser salvados -oh, paradoja- en virtud de sus virtudes. Me refiero, claro está, a la historia mítica referida en Génesis 19, donde se relata la destrucción de Sodoma y Gomorra. Misteriosamente tangencial: no lo que un racionalista esperaría sino sumando sombra a la sombra, oscuridad a la confusión, caos a lo desconocido.

En este punto quisiera contrabandear una breve digresión autobiográfica: me educaron en un colegio judío y crecí en base a historias las heroicas de los patriarcas bíblicos: Abraham, Moisés y otros. Mucho después leí en un artículo que ya no recuerdo una referencia a esta pecaminosa historia del Pentateuco. Confieso que mi primera reacción de de inocente incredulidad: “¿Qué no serán capaces de inventar estos antisemitas?”, pensé.

Por supuesto, resulta que este episodio sí figura en la biblia, lo cual quizás señale que la tradición judeo-cristiana reprime el recuerdo del pecado, en tanto que la greco-latina lo subraya. ¿Son acaso operaciones paralelas que impiden por distintas vías -el ocultamiento o la exhibición- que uno vaya y toque el cable pelado, el cable vivo que nos sacude con la enérgica inmediatez de lo innombrable?

El libro de Karina Lerman tiene la virtud -hay quien diría: el defecto- de transitar por esos sitios imposibles y rescatar palabras. Construye así un glosario de palabras no dichas, ocultas y probablemente interdictas y efectúa lo que en inglés se nombra como un “leap of faith”, que se maltraduce como “salto de fe” y que simplemente significa “salto a ciegas”. Pero sí podemos pensar en un salto que la fe misma hace pasando de un texto sagrado a otro. Volveremos luego a este salto.

Las primeras palabras de imposible rescate son los nombres mismos de las hijas de Lot. Recordemos: aquellas “vírgenes que no han conocido varón” que el viejo patriarca ofrece como víctimas a la multitud enfervorizada. «Todas querrán ser anónimas y hermanadas / Saquear la última luz del Pater» o «Una fe nos gravita siesta adentro / aquietamos los gestos/caen los nombres» o incluso ya en el título de otro poema, “La sin nombre”. Escribe Karina en el poema “En ritual”:

Ellas, las hijas
han subido al padre masticando el nombre.
¿Cuántas veces alzaron el ritual entre sus dientes?

Pujan en la órbita de los ojos
sus arpones carcomidos.
Acaso el estallido de sus carnes
las devuelva más ingratas.

La segunda palabra a rescatar es la palabra borrada, la palabra dicha por la madre, la famosa mujer de Lot, al volver su vista atrás: “Madre nos decía: no hay silencios / la calma es un minuto” .

Y luego, en el hermoso poema “Profecía ” :

La piel reseca las llagas al sol.

No hay descuidos ni se olvida el rezo peregrino.
Los ojos hinchados de parir lo que no vuelve

Ruega una madre.
Las hijas le alcanzan su nombre
un laurel para aliviarla.

Karina Lerman rescata también ese “ningún lugar” donde las hijas de Lot se creen solas en un mundo destruido. “Y los hombres no estaban próximos”, dice en un poema; “¿Dónde resistir lo perdido?”, escribe en otro. En esa cueva primigenia que aparece como un lugar sofocante, cerrado y al mismo tiempo generador:

Me dijiste:
debemos cerrar los pórticos y mirar al sol.
Dejar atrás las migajas de pan
en las cuevas del tiempo.

Afuera la luz es una hechura en la piel
un tiempo circular de frutos recién cortados.

Y nosotras no somos ficticias.

Son, así, muchas las palabras rescatadas para esta arquitectura del silencio. Todo este episodio está sembrados de hiatos en la memoria hasta llegar al evento principal: ambas deciden emborrachar al padre, acostarse con él aprovechando su inconsciencia y engendrar así una nueva raza humana para preservar el mandamiento divino de “creced y multiplicáos”.

Ellas, las hijas
han subido al padre masticando el nombre.

Estos pasajes generaron mares de literatura rabínica: nuestros sabios debieron explicar el que un justo como Lot se placiera con sus propias hijas. Sólo diré que Karina comprende cómo hacerse eco de esas discusiones. No con argumentos y casuísticas sino con la mejor poesía, con lo mejor que la poesía puede traernos: la revelación de sentidos ignorados e intuidos. La autora efectúa aquí ese “salto a ciegas” del que hablábamos, el salto al que nos desafía la poesía: aterrizar en un sitio desconocido, im-pre-decible.

Karina sabe cómo regresar al relato bíblico: los hijos que se engendran: moabitas y amonitas recuerdan en sus nombres sus orígenes espurios. Hay también allí, oculto, otro “salto de fe”:

Son los ecos de Sara, Naomi, Ruth
estirando la antigua arcilla.

Ruth, la moabita, nieta de estas uniones piadosas o pecaminosas, dará origen a su vez al futuro rey David y al futuro profeta y redentor Jesús.

¿Entonces? ¿De qué habla este libro? Como quien elige su propia aventura, me quedo en estas líneas:

el siglo se desprende
por los lados imperfectos del sueño.

No tenemos más herramientas que estos lados imperfectos del sueño para enfrentarnos con esta historia que nos acompaña desde su oscura imperfección de siglos. Karina, valiente y paradojal, la ilumina con más oscuridad.

Una última paráfrasis, un agradecimiento a Karina, a Ruth, a Naomi, a las hijas sin nombre de Lot:

Ellas sobreviven.

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Karina Lerman nació en Buenos Aires y es poeta, maestra de idioma hebreo, licenciada en Psicología y docente. También incursiona en las artes visuales y plásticas.
Las hijas de Lot fue publicado en 2018 por Griselda García Editora