Por Emiliano Exposto
Presentamos y recomendamos el libro El terapeuta radical, una compilación de artículos, manifiestos y notas de un periódico estadounidense de los años setenta donde se articulaban diferentes experiencias alternativas de terapia y política. «Se trata de una defensa de la inadecuación y un rechazo de la sociedad capitalista. Uno de los gritos de El terapeuta radical nos dice que no somos gente “enferma”, somos personas oprimidas que necesitan liberación. Las lecturas actuales de Mark Fisher, parecieran encontrar un precursor sombrío en estas frases». Después de la presentación de Emiliano Exposto, la Introducción al volumen y el link para acceder al texto completo.
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“La terapia es cambio político…no arroz con leche”, dice el colectivo editor de El terapeuta radical. Este texto es la introducción a un libro que compila los artículos, manifiestos y notas de un periódico yankee de los setenta donde se articulaban diferentes experiencias alternativas de terapia y política. Uno de sus rasgos más significativos fue la denuncia del carácter elitista, racista, sexista, clasista y explotador de los dispositivos terapéuticos establecidos de la época, tanto de la psiquiatría hegemónica, la psicología dominante y el psicoanálisis convencional. “La terapia ha devenido un medio de control social”, es el diagnóstico crítico que recorre el libro armado por Jerome Agel. Estos grupos desarrollaron prácticas de terapia radical, enfocadas en la politización de la salud mental, el cuestionamiento de las jerarquías y la reivindicación de las disidencias. Se trata de una defensa de la inadecuación y un rechazo de la sociedad capitalista. Uno de los gritos de El terapeuta radical nos dice que no somos gente “enferma”, somos personas oprimidas que necesitan liberación. Las lecturas actuales de Mark Fisher, parecieran encontrar un precursor sombrío en estas frases.
Desde una perspectiva feminista, anticapitalista y popular, las casi 500 páginas de este volumen se instalan en una larga tradición de luchas antipsiquiátricas y antisistema. Junto a otras experiencias, compartieron el objetivo de democratizar prácticas alternativas, impugnando las desigualdades anímicas y las opresiones sociales, psíquicas, corporales y emocionales del capitalismo. Destituyendo la patologización de las diferencias y la represión de las rebeldías. Es una disputa propiamente antimanicomial que hoy cobra una renovada actualidad. El poder terapéutico del capital está nuevamente en discusión, en un contexto de psicologización, medicalización, segregación y estigmatización de los malestares. Debemos inventarnos múltiples desobediencias terapéuticas. Al interior de las luchas por la transformación social, El terapeuta radical es un archivo teórico-político significativo para los activismos y movimientos de las disidencias mentales, corporales, funcionales y sexuales. Una de las enseñanzas del libro es que no hay terapia radical sin revolución de la sociedad. Las vidas rotas también importan, sentencian estos textos que son una bomba contra el psistema. Si el capital nos entristece cada vez más, necesitamos repolitizar nuestras existencias. ¿Podremos sanar nuestras vidas dañadas a la vez que cambiamos el mundo?
El terapeuta radical
Introducción
La terapia radical apenas está empezando Se desarrolla en todo el país. No se la puede resumir en seis reglas fáciles o en cinco técnicas -eso es bueno-, porque la terapia radical es una forma de vida, no es otra «nueva especie» de terapia que puede tomar su puesto en el espectro psicoterapéutico. La terapia radical parte del conocimiento de que la terapia es un fenómeno político y social. Esto lleva a la convicción de que los sistemas terapéuticos -como muchas de las instituciones en esta nación- deben modificarse.
Los grupos de terapia radical se han originado en Berkeley, Cambridge, Chicago, Nueva York, New Haven y otras partes. Se identifican a sí mismos como «terapeutas radicales» y allí donde pueden están trabajando para el cambio. Algunos se encuentran laborando dentro del sistema –en centros de salud mental de la comunidad, clínicas vecinales, hospitales y programas de enseñanza–; otros practican alternativas fuera del sistema – centros de comunicación, colectividades terapéuticas, comunas y grupos psiquiátricos radicales-. Ahora muchas universidades dan, por lo menos, un curso de psicología radical.
Mucha gente ha determinado acabar con la perpetuidad y la legitimación de la opresión mediante la terapia. Estamos desarrollando una terapia que sirva al pueblo.
Por donde se observe, la terapia ha fracasado. Las únicas personas verdaderamente beneficiadas son los terapeutas, cuya vida es cómoda. Los hospitales del estado son depósitos y plantas procesadoras; el psicoanálisis funciona para un elegante grupo de élite, al que incluso es discutible que le sirva. En otras formas de terapia reina la improvisación, el terreno está lleno de gente que vende sus mercancías, pero las mercancías a menudo son falsas y el mercado se encuentra corrompido. La mayoría de los terapeutas son hombres; la mayoría de los pacientes, mujeres. Así, la terapia refuerza y ejemplifica las prácticas «sexistas» de esta sociedad y le dificulta a una mujer encontrar una ayuda real. La mayoría de los terapeutas son blancos y de clase media, esto obstaculiza que puedan lograr un consejo en forma no opresiva personas de clase baja, negros, morenos e indios. La terapia familiar o de grupo puede llevarse bien con la dinámica interpersonal, pero aborda menos cabalmente las condiciones sociales reales bajo las cuales vive la gente. La nueva terapia de encuentro, basada en el contacto y la sensación, ayuda a la gente a ser más libre en sí misma, pero ignora el cambio político o social. Un tercio de toda la terapia es por encargo de otros –el gobierno, las fuerzas armadas, las empresas, las facultades–, la principal lealtad de los terapeutas es para sus patrones. Al respecto Thomas Szasz ha escrito con la elocuencia durante años. Y todo esto en una sociedad que, como señala R. D. Laing, enloquece sistemáticamente a los hombres a partir de la niñez, una sociedad que contempla como normal una malla de mecánicos, deshumanizados y rígidos patrones de conducta destructiva. Nerón (el terapeuta) tañe, mientras Roma (América) arde.
El terapeuta se proclama como una especie de mago. Pero no cumple. En vez de unirse a la tradición de la curación del alma (brujas, curanderos, médicos clínicos, sacerdotes) se alía al statu quo y lo refuerza negocia su conocimiento como un vendedor de pollo frito. Usa su prestigio para desacreditar y menospreciar la protesta social, la juventud, la liberación de la mujer, la homosexualidad y toda forma diferente de conducta. La recompensa del terapeuta proviene de la ayuda que proporciona para que el sistema prosiga su crujiente marcha.
Pretendiendo ser despegados y clínicos los terapeutas no lo son nunca. No pueden serlo. Sus palabras y sus actos demuestran su parcialidad. El énfasis común de la terapia en el individuo apacigua a la gente y la reprime. La apacigua haciendo girar su atención de la sociedad que lo jode a sus propios traumas… La deprime por convertirla en gente “enferma” que necesita “tratamiento”, más que gente oprimida que necesita liberación.
La terapia es cambio, no adaptación. Esto significa cambio social, personal y político. Cuando la gente está jodida, debería ayudársele a luchar y a entendérselas con sus sentimientos. Una “lucha por la salud mental” es mierda, salvo que implique cambiar esta sociedad que nos convierte en máquinas, nos separa de los otros y de nuestro trabajo y nos entrega a prácticas racistas, sexistas e imperialistas.
Para hacer una buena labor, los terapeutas radicales tendrán que asumir riesgos, “organizar” a terapeutas, clientes y trabajadores hospitalarios, para atacar instituciones preciosas y opresivas: la familia tradicional, la semana laboral de 40 horas, honorarios por servicios prestados, los hospitales psiquiátricos en su estado actual, el trato de los niños como propiedad de los padres, el profesionismo, etc. Esto se hará.
Algunos dicen que los radicales están en contra de la cultura. Es una tontería. Sí, nosotros queremos erradicar los aspectos que nos oprimen de esta cultura. Pero queremos preservar el resto –arte, ciencia e historia– y hacerlo accesible a todos libremente. Hoy se trata a la terapia como un oscuro secreto –a los pacientes se los mantiene en la mistificación-, no se les dice lo que sabe el terapeuta. Nosotros queremos acabar con la mistificación que hace pasar a los terapeutas por dioses – palabras que confunden medicaciones que no se discuten, teorías que son mierda, silencios como respuestas a las preguntas-.
Si es posible ayudar a resolver problemas, digamos lo que son estos problemas y enseñémoselos a la gente. Hay una diferencia entre “conocimiento” y “rol”. Los conocimientos terapéuticos que se han desarrollado son útiles; así también la comprensión de la conducta humana que hemos elaborado. Estos conocimientos pueden volverse accesibles a todos. Por otro lado, los roles de los terapeutas que los convierten en seres privilegiados e irresponsables, pueden ser abandonados. Los roles nos oprimen, los conocimientos nos sirven. Abolir la mitificación y el profesionalismo es parte de nuestra tarea.
No todos los terapeutas son cerdos. Muchos son personas bien intencionadas que caen, como el resto de nosotros, en un sistema miserable, aunque en forma menos letal ya que se benefician materialmente con su opresión. Los que todavía quieran hacer un trabajo valioso pueden unirse a nosotros en la lucha por el cambio. Los otros nos combatirán con uñas y dientes, nos insultaran, nos expulsaran de sus organizaciones “profesionales”, etc. Esta política no es nada nuevo.
La terapia es hoy una relación de poder entre los seres humanos -uno arriba, otro abajo-, el que ayuda y el que es ayudado. En una sociedad construida sobre el individualismo y la competencia, ella sintetiza el problema y así difícilmente puede ofrecer una “solución” a gente que está jodida. La terapia ofrece soluciones solo a gente que está con el sistema y quiere mantener su lugar en él. Lo que es otra forma de decir que la terapia actual sirve al sistema. Por eso necesitamos desarrollar alternativas. Dos, tres, muchas alternativas. Terapeutas, clientes y pueblo unidos en un esfuerzo común. Esta antología es un comienzo. Presenta artículos de El terapeuta radical y esperamos que constituya un punto de partida.
El texto completo se puede conseguir aquí