Lectura magnetizada

Por Leandro Alba

Leandro Alba vuelve sobre la más reciente novela de Carlos Busqued, Magnetizado, un libro inclasificable sobre el caso real de un asesino serial de taxistas que durante una semana aterrorizó a la ciudad de Buenos Aires. Busqued mezcla con maestría entrevista, policial, crónica y denuncia para fracturar la novela tradicional y abrir las puertas a un universo caótico.

 

Magnetizado, se lee en la tapa. Arriba, el nombre del autor: Carlos Busqued. Al otro lado dice: “A lo largo de una fantasmal semana de septiembre de 1982, se sucedieron en Buenos Aires cuatro asesinatos nocturnos, sobrios en el despliegue y curiosamente idénticos, a tal punto que se podría pensar en un mismo asesinato repetido cuatro veces”. En la ilustración puede verse un taxi. La imagen es un poco borrosa y da una idea de movimiento, de velocidad. ¿Huye? Y, de ser así, ¿de qué se escapa el vehículo?

Entonces, el juego de siempre: con ese material el lector empieza las primeras asociaciones.

La contratapa agrega, sobre el protagonista: “Personalidad anómala. Trastorno esquizotípico de la personalidad. Síndrome esquizofrénico sobre personalidad psicopática. Trastorno de personalidad antisocial con núcleos esquizoides. Cuadro delirante crónico, compatible con parafrenia o paranoia. Psicópata esquizo perverso histérico. Autista. Estabilizado. Preso”.

Primero que hay que decir que la incógnita tradicional está resuelta de entrada. El asesino es Ricardo Melogno. Con 19 años y un revólver calibre 22 mató a cuatro taxistas en el último año de la dictadura. Busqued lo entrevistó en varias ocasiones, entre noviembre de 2014 y diciembre de 2015. De esta manera, convierte esa voz de un Melogno que pasó más años detenido que en libertad en material. Y desplaza la tensión detectivesca hasta llevarla a un plano psicológico. La pregunta no será por qué mató. No al menos si se busca una respuesta económica, política o social. Es el mismo Melogno el que hecha por tierra todas esas presunciones: “Después de la primera muerte, las otras vinieron por inercia. A partir de la primera muerte nunca desapareció el impulso. Vivirlo como un sufrimiento o parecerme mal algo no, no existía eso. Era algo natural, algo que estaba ahí. No había ansiedad en todo esto, para nada. Era estar parado viendo pasar el tiempo, en mi mambo y de repente sentir esa cosa en el cuerpo: ´Es el que viene’”.

En este punto es claro, no hay rodeos: no tenía ningún tipo vínculo con las víctimas. Después de gatillar, encendía un cigarrillo y permanecía unos minutos para acompañarlo. ¿Lo acompañaba en su agonía? ¿O sólo quería confirmar la muerte? Después se iba a comer. Eso también es claro: Melogno es un tipo rutinario. Mata en un radio conocido, cena en el mismo lugar (¿celebra?) y, luego, se va a dormir a la plaza. De la misma forma que caminaba durante horas, sin destino. Sin destino. Hacer por hacer. Como si una fuerza los atrajera y tuviera que apurar un pie y el otro y así, durante horas, sin razón, todo el día, o la noche. Como si fuese un imán el que lo hace mover. Igual que los crímenes. Sin razón. Sin destino. Imantado. Magnetizado.

Descartadas las variables sociales, económicas o políticas, la pregunta por qué mató se mueve en otra dirección: Qué pasó por la cabeza de Melogno al momento de gatillar.

Y, en ese camino, se abren otras incógnitas: Qué tan distinto es este asesino a cualquier hijo de vecino. “(…) está estabilizado, no es una persona violenta ni tuvo un comportamiento predador en más de treinta años…, no creo que vuelva a hacer lo que hizo, en el sentido de las mismas condiciones. Claro que puede matar, pero a esta altura en el mismo porcentaje de probabilidades que tenemos vos y yo. ¿Vos fantaseaste seriamente con matar a alguien?”. Es último es un fragmento de la conversación entre Busqued y una médica psiquiatrita que trató con Melogno durante  siete años en la Unidad 20 del Hospital Borda.

Inclasificable

¿Un policial?

Dijo Ricardo Piglia que en general todos los policiales son interesantes en las primeras páginas puesto que se presenta un universo. En esos términos, el género juega con material informativo. Este punto adquiere sentido cuando se analiza la relación entre Melogno y la santería. “La santería no es el evangelismo que vas y decís ´yo acepto a Cristo´ y al toque te bautizan hundiéndote en el agua y listo. Acá fueron varios días en una habitación negra, aplastado contra el piso, a oscuras, para purificarme. En la iniciación a la santería no es que te acepta el grupo de gente. Te aceptan los espíritus: vos sos presentado ante ellos y, así como te pueden aceptar, te puede rechazar, y revolearte contra las paredes. Fui bautizado con sangre. Me dieron los santos de cabeza que me iban a guiar, para que me den fuerza”, dice Melogno que cuenta, que explica, que sabe de lo que habla.

Encasillar al libro en el género, como sucede cuando se busca este texto en las librerías, sería cortarle los hilos que lo atan a otras funciones y a otras hipótesis de lectura.

Por otro lado, la forma le permite a Busqued cambiar de tema y moverse siempre en torno al personaje: párrafos cortos, que tienen o no una continuidad narrativa, y que parecen pequeñas pinceladas de distintos colores de un mismo perfil.  Cambia de tema, pero no se trata de correr hacia adelante: dispone con cuidado los elementos que son atraídos por la figura de Melogno: magnetismo.

Esta disposición de elementos, que fractura la novela tradicional (a la que Barthes le declaró la muerte hace décadas) muestra un universo caótico. Caótico como  la personalidad de Melogno (al menos para el sistema, que no puede, que no quiere, que no le preocupa conocerlo, pero sí clasificarlo o ficharlo). Es decir, de la misma forma en que se agrupan distintos diagnósticos, que se confirman y se desdicen entre sí, los recortes de diarios nos acercan, desde lo documental, a un escenario complejo. “Yo tengo una historia. Esa historia tiene muchos vacíos, que fueron llenados por forenses, psiquiatras, médicos. Yo acepté ese relleno de los demás y esas cosas llegaron a hacerse carne de realidad. Reconstruyo mis hechos a través de la palabra de los otros, reconstruyo el tiempo a través de la cronología de los otros, porque si vos me preguntas a mí, no tenía conciencia del tiempo en ese momento. La historia a armé juntando lo que me acuerdo con lo que me cuentan”, cuenta Melogno.

Si se piensa a este libro como artefacto, ¿cuántas funciones podemos asignarle?

En primer lugar se puede afirmar, por la forma y herramientas, que se adapta sin inconvenientes a un texto periodístico que hace un uso de la crónica, cuanto menos, interesante. Léase como interesante que se escapa, que huye, de los lugares comunes del género.

Otra afirmación es que se está frente a una denuncia. Una denuncia de las instituciones carcelarias y psiquiátricas. De cómo se el Estado transforma humanos en paquetes. De la medicación por la medicación. De la metamorfosis (“Yo fui cucaracha. Después monstruo”). Dice Melogno: “En Capital soy inimputable, no comprendo mis actos. En Provincia comprendo y, en consecuencia, soy responsable de mis actos. Premio Nobel de psiquiatría para la justicia de la Provincia que, que tiene el remedio para la locura: la avenida General Paz”.

Por último, aunque queda tanto por decir de la obra de Busqued, es necesario remarcar que entre los mayores méritos se encuentra el de la selección del concepto. Un concepto que funciona como un polo que todo lo atrae, lo hace coherente y, además, lo transforma en procedimiento. Melogno no puede dejar de caminar. Melogno no puede dejar de Matar. Melogno hace por hacer.

¿Cuál es ese concepto?

El magnetismo.

Busqued agota el concepto. Le entra por un lado y por otro. Lo hace desde la voz de entrevistados, en la exhaustiva selección de testimonios de más de noventa horas, desde los diagnósticos. Lo hace minando las páginas con las esquirlas del campo semántico de las palabras que Melogno dispara.

Final.

Se cierra el libro.

Se termina el juego.

Hay quien vuelve a leer la contratapa: “A  lo largo de un fantasmal semana de septiembre de 1982, se sucedieron en Buenos Aires cuatro asesinatos nocturnos, sobrios en el despliegue y curiosamente idénticos, a tal punto que se podría pensar en un mismo asesinato repetido cuatro veces”.

Del otro lado, Magnetizado se lee en la tapa.

Ahora, después de leer las casi 150 página ya no causa extrañeza.

Se ha disipado la incógnita del principio. Se ha explotado el concepto hasta el final.

¿Qué sucedió en el medio?

La literatura.