Leti Martínez: «Vayan a su casa, hay estado de sitio»

Por Leti Martínez*

La escritora e investigadora Leti Martínez comparte con Sonámbula su recuerdo de las jornadas históricas del 19 y 20 de diciembre de 2001, comenzando con la publicación de algunos textos de memorias de esas jornadas de lucha y resistencia popular que cambiaron el rumbo del país hace 20 años.

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Vayan a sus casas, nos dijeron en la puerta del club, hay estado de sitio. Nos miramos extrañados. Habíamos escuchado eso en alguna clase de Cívica, mientras la profesora hablaba de los militares. Cuál casa, pensé. Mamá trabajaba todo el día limpiando otras casas y papá ya no tenía trabajo, las dos fábricas habían cerrado hacía unos años. Se la pasaba tirado en la cama, del departamento de un ambiente, viendo televisión. Yo no tenía un lugar llamado casa. En realidad, mi casa era el club, la puerta de ese club, y la calle. ¿A dónde íriamos?  Ahora entiendo que, esa tarde de diciembre, la sensación de orfandad no era sólo mía. No lo supe en ese momento.

Caminamos, sin entender, por avenida Corrientes y, de pronto, vimos a muchos más que caminaban junto a nosotros. Una especie de procesión pero maldita. O bendecida, noto ahora, por el hartazgo. Como si nadie tuviera una casa. Ese lugar de refugio, el espacio cálido al que finalmente se llega. Sin embargo, no había dónde llegar. Algo así es una procesión. Una esperanza que crece en el andar.

Pero, la calle es un sitio incierto y despojado de belleza cuando la vida es cruda. Como cuando pateábamos las latas de gaseosa para ver si podríamos usarlas con el venenito nuevo. O como cuando los pibes iban cayendo, de a uno, por ese nuevo veneno y por los venenos de siempre. La calle, ese lugar en el que nos movíamos día a día, en el que nos sentíamos solos, empezó a ser un mar de soledades. Salió Esther, de la galletiteria, también Chango, el carnicero. De pronto, todos caminaban por nuestro Villa Crespo con una furia imposible. Gritos, que eran como olas, venían y nos tapaban. Yo iba aturdida, pero no como antes, digo, no de sustancia, sino de una ferocidad distinta. Así, en esa marea, llegamos hasta Scalabrini Ortiz.

Hacía bastante que no teníamos nada. De algún modo, nos teníamos a nosotros, divagando y sobreviviendo en las veredas, con el deseo de un tiempo mejor. Esa tarde, una luz se encendió. El hartazgo se volvió cuerpos que rugían, cuerpos que luego fueron muerte. Eso tampoco lo supe entonces. Hasta esa tarde, nadie nos había enseñado que un estado de sitio era otra forma de la muerte. Eso también lo aprendí en diciembre de 2001, en la calle.

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*Leti Martínez es escritora, educadora e investigadora. Como escritora de ficción, publicó la novela De cara al sol (Gerania Editora, 2021) y sus cuentos en Los vicios de los muertos. Antología de cuentos de rock (Hormigas Negras, 2020). Como poeta, publicó Dos lobos solitarios (Qeja Ediciones, 2021) y La guardiana de la vista (Pánico el pánico, 2019). Trabaja como tallerista y coordina espacios de formación en lectura y escritura. Investiga en políticas de juventudes, educación y género. Nació en Bs As, pero vive actualmente en Unquillo, provincia de Córdoba.

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