Llavallol, o la importancia de romper los museos del pasado para rehabilitar el futuro

Por Pedro Perucca

Aprovechando su actual reedición, Pedro Perucca recomienda la premiada novela Llavallol, de Omar Neri y Carlos Senin, una distopía del conurbano que muestra un futuro cercano en el que, como estrategia para escapar a la desolación del presente, algunas comunidades eligen convertirse en «ciudades museo», replicando al detalle alguna década en particular. Este escape al pasado, con su historia congelada, pronto comienza a mostrar sus límites mientras la resistencia revolucionaria busca rehabilitar el futuro.

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Dice Wikipedia que Llavallol es “una localidad situada en el sudoeste del partido de Lomas de Zamora, en la zona sur del Gran Buenos Aires, en la República Argentina. Limita con las ciudades de Temperley, Turdera, Adrogué, Luis Guillón, Lomas de Zamora, y con Malvinas Argentinas. Posee numerosas industrias y una importante estación ferroviaria de pasajeros y cargas, con espacio para maniobras y talleres para los trenes eléctricos de la Línea General Roca”. Pues bien, Wikipedia dice algo de lo que es Llavallol, un poco de lo que fue (remontándose al asentamiento de tribus querandíes que la eligieron por ser “una región ideal por la existencia de todos los elementos naturales necesarios para la vida”) pero, previsiblemente, nada de lo que será. Para saberlo sólo se puede consultar a los autores de ciencia ficción. Aunque sea trate de un género no tan cultivado por estas tierras, hay dos nativos de la localidad del sur bonaerense que se ocuparon del asunto.

Llavallol, ganadora del Concurso 2012 de Novela Masmedular, editada al año siguiente por Lamás Médula y reeditada en estos días, es la primera novela de la dupla autoral conformada por Omar Neri y Carlos Senin (llavallolenses nacidos y criados y responsables de varias obras de teatro, videoclips, un documental y un libro de poemas). La propuesta nos lleva a un cercano futuro distópico en el que un triunfante gobierno ecologista ha decidido impulsar la construcción de ciudades-museo, pueblos adaptados que recrean minuciosamente una década en particular, a las que pueden mudarse los ciudadanos hartos de vivir en un presente convulsionado. La vida en una ciudad congelada en el tiempo no depara sorpresas pues se limita a repetir la historia ya transcurrida.

Mark Fisher sostiene (en el capítulo «La lenta cancelación del futuro», de Los fantasmas de mi vida) que la “crisis actual de la temporalidad” en la que vivimos inmersos “se sintió por primera vez a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, pero sólo en la primera década del siglo XXI se volvió endémica la discronía”. No casualmente, la primera edición de Llavallol es de 2013. Esta “mengua de historicidad” (como define al fenómeno el camarada crítico Fredric Jameson) sería, entonces, propia del capitalismo tardío que habitamos, un sistema caracterizado por una intensidad y una precariedad en la cultura del trabajo que “deja a las personas en un estado en el que están simultáneamente exhaustas y sobreestimuladas” (aquí Fisher recupera al italiano Biffo Berardi). En cualquier caso, insiste nuestro amigo Mark, “hay una creciente sensación de que la cultura ha perdido su capacidad de asir y articular el presente” y hasta podría ser que «ya no exista más un presente susceptible de ser asido o articulado”.

En la novela, la primera de las ciudades museo aparece como idea de un grupo de habitantes desesperados de una ciudad quebrada después de que dejara de pasar el tren (un fenómeno indudablemente asociado al neoliberalismo menemista de los 90), ante lo cual deciden “retroceder al momento en que estaban bien y arrancar otra vez desde ahí”, eligiendo para ello a la década del 30. Así cortan el teléfono y el gas, levantan el asfalto y queman electrodomésticos, para finalmente erigir una cerca que aísla al pueblo congelado en el pasado. A partir de allí el fenómeno regresivo, apoyado por el gobierno, se masifica y los fugitivos del presente devastado, obedeciendo a personales inclinaciones político-ideológicas, elegen mudarse a los cincuenta, sesenta, setenta, ochenta o noventa, optando por la década de su simpatía, para vivir como contemporáneos del Cordobazo o de la revolución productiva.

Llavallol reconstruye inteligentemente los dilemas de cada década y los dramas de ese futuro tan cercano como desesperanzador. Ese presente desencantado es el que lleva a HC, un periodista en busca de una segunda oportunidad vital, a mudarse con su familia a los sesenta, a pesar de que allí tendrá que buscar otra forma de ganarse la vida (no se puede hacer periodismo allí donde “las noticias ya han sucedido y los diarios se editan en correspondencia con los originales”). Así HC decide entrar en la convulsionada década del sesenta como obrero metalúrgico, la profesión de su padre.

En contrapunto, algunos viejos amigos de HC que decidieron quedarse en el Llavallol del presente, despliegan una tarea de detectives amateurs para intentar descubrir algunos de los intereses ocultos detrás de la proliferación de estas ciudades museo. Desde su punto de reunión en el bar El Topo, en Luzuriaga y Olleros, a pocas cuadras de la estación, un entrañable equipo de nostálgicos defensores del presente y el futuro, recuerda, conspira y tantea los límites militarizados de las ciudades valladas. Pero dentro de los muros también pasan cosas. Hay traficantes que van y vienen al presente para proveer medicamentos sólo utilizados en el “futuro”, hay reuniones clandestinas de militantes revolucionarios que luchan “por la vuelta de los que se fueron del Presente, los desaparecidos y excluidos de este siglo”, hay pulsiones vitales que no pueden ser contenidas por una historia inmóvil.

La lucha por descongelar el pasado y rehabilitar el futuro es, evidentemente, una lucha política. La política implica una perspectiva de futuro, un combate cotidiano para que cada día se constituya en cimiento de un proyecto, una disputa por la acumulación en un sentido o en otro. El presente perpetuo de las ciudades museo es el triunfo definitivo de la antipolítica, de la tecnocracia, de la mera gestión del presente sin mayor trascendencia que el cierre de cuentas equilibradas en el libro diario, de la idea de que la “seguridad” puede ser garantizada a costa de la abolición del porvenir. Es que la lenta cancelación del futuro viene acompañada por una clara «deflación de las expectativas”, afirma Fisher.

Más allá de la explícita veta crítica que atraviesa la novela, en la que se entrecruzan balances de la lucha revolucionaria de los sesenta/setenta con alusiones a unas tensiones políticas nacionales e internacionales que apenas con algo de imaginación proyectan un futuro nefasto, es emocionante la fidelidad con la que ambos autores rinden orgulloso tributo a su filiación barrial bonaerense.

Senin es guitarrista, compositor y escritor, y actualmente integra la banda Los hermanos butaca. Neri, además de profesor de literatura, es realizador y montajista documental, integrante del grupo Mascaró Cine Americano. Gaviotas Blindadas (2006-2008), Un arma cargada de futuro (2010) y Seré millones (2014) son algunos de sus trabajos más conocidos. Llavallol no sólo constituye un notable experimento político literario sino también una sorprendente distopía conurbanera, tan imbuída de las vivencias barriales de principios de los años setenta como de la nostalgia/apuesta por décadas de más explícitos compromisos revolucionarios.