Lo personal es económico

Por Lean Falcón

Aún en medio de la insensibilización que nos provoca el constante bombardeo de imágenes y noticias de los medios y las redes, a veces alguna foto logra romper el hielo y conmovernos. Lean Falcón escribió esto a partir de una de ellas, la de un repartidor en bicicleta, hundido bajo el peso de «moderno» capitalismo con tracción a sangre que representan empresas como Glovo y Rappi.

 

Vivimos tan estimulados que cada vez nos es más difícil conmovernos. Es tal el bombardeo de noticias, imágenes y videos que recibimos en el día a día, que empezamos a desarrollar una especie de tolerancia hacia la violencia que termina naturalizando buena parte de los males del mundo.

La Internet nos comunica mucha información sobre la supuesta realidad en la que vivimos. Mucha más información de la que nunca recibieron las personas antes, con el no muy simpático aditivo de que, como representa un gran negocio, buena parte de esa información es falsa. Si tuviéramos que sufrir sinceramente por cada cosa chocante que vemos en las redes sociales, nuestra vida sería insoportable. Así que es natural que nos estemos volviendo un poco locos y un poco insensibles.

Sin embargo, cada tanto aparece alguna foto que (por suerte) todavía nos conmueve y a la que, al querer buscarle significado, llenamos de ideología. Una de esas fotos es la de un muchacho ciclista que carga dos mochilas de las nuevas empresas que hacen delivery con una app. Las dos cajas apiladas torpemente sobre su espalda casi se le están cayendo encima, con todo el peso del capitalismo del siglo XXI.

Las empresas patronales de este muchacho han sido, desde que aparecieron, objetivo de una fuerte controversia por las condiciones paupérrimas de trabajo que ofrecen. Básicamente, estos emprendimientos inventaron un método de empleo que se pasa por el culo todas las leyes laborales habidas y por haber. Por ejemplo:

• Los contratados no tienen seguro ningún tipo contra accidente, precaución particularmente necesaria por andar en bicicleta.

• Son obligados a entregar los pedidos con un límite de tiempo y son penalizados si no llegan, lo que los obliga a viajar más rápido, con más probabilidades de accidentes (para el cual no tienen seguro).

• No se les paga por hora sino por comisión por demanda, como para garantizar que la empresa perciba ganancias aún en momento de crisis y que el trabajador asuma el riesgo de pérdida.

• No tienen contrato laboral de ningún tipo. Muchos ni siquiera son monotributistas, como para que con esas facturas los trabajadores no puedan demandar a sus empleadores por estar siendo contratados en negro.

• Los trabajadores son también socios capitalistas forzados del proyecto. Tienen que pagar de su bolsillo la cajita, el uniforme y (esta es buenísima) también los pedidos. Es decir que además de pagarle al empleador por sus útiles de trabajo también deben comprar de su bolsillo los bienes pedidos para luego quedarse sólo con la comisión que determina el sistema.

Estos son algunos de los puntos que hacen legalmente insostenible el planteo laboral. Una persona con muy poca conciencia de clase resolvería el problema con una conclusión del tipo: “Si es tan mal negocio, entonces que los ciclistas no vayan a trabajar en esas empresas”. Pero no, por más cómodo que resulte, el problema de la explotación no se arregla echándole la culpa a los explotados.

 

El modelo de negocio de estas empresas es vender el placer de ser burgués. El delivery es básicamente la comodidad de no tener que mover el culo para ir a buscar las cosas. Dejemos de lado a las personas con un impedimiento físico y concentrémosnos en la gente dispuesta a pagar por este un micro-lujo.

Es buena parte de esta sección de la sociedad la que se puede conmover por la aparición de esta foto, y lo bien que hacen, porque los burgueses (o los aspirantes a burgueses) son también seres humanos con sentimientos. Mucho más miedo dan los que no se conmueven, por lo que también vamos a dejarlos de lado.

En muchos casos la cruel verdad es que no nos molesta que las empresas de envío exploten a sus trabajadores de manera tan burda sino que lo que nos molesta es verlo. Todos somos conscientes de que nuestros celulares son ensamblados por niños esclavos en Asia, que nuestra ropa es cosida por inmigrantes encerrados en talleres clandestinos (que cada tanto se incendian) y que nuestra comida es cosechada por productores que reciben menos del 1% de la ganancia total que generan sus productos.

Todo esto lo sabemos, pero no lo vemos (o elegimos no verlo) porque es muy chocante soportar lo hipócritas que pueden llegar a ser nuestras ideologías político-morales. Tenemos una conciencia del bien y nos proponemos verbalizarlo constantemente, de vuelta, en redes sociales, pero el problema exige otra dinámica.

 

A estos trabajadores explotados los está explotando un sistema económico, no un sistema político. El sistema político, es cierto, debería hacerse cargo de que las empresas como estas no tuvieran la posibilidad de hacer este tipo de cosas; mucho menos en Argentina, donde décadas de lucha obrera lograron una serie de leyes muy favorables para el bienestar de los trabajadores, que inclusive estos ciclistas podrían utilizar para hacer una demanda colectiva imperdible contra sus explotadores.

Pero, como se habrán dado cuenta, el poder político ha sido cooptado por los representantes del poder económico. Algunos dicen que legítimamente (aunque yo creo que no), pero obviemos este detalle para señalar que la economía capitalista no tiene dimensión moral, por lo que exigir una solución mediante un discurso moralista, no tiene mucho sentido.

Una solución razonable sería accionar sobre el poder político para que tomara las medidas que tendría que tomar para limitar la avaricia de estos dueños y defender el derecho de los trabajadores, que está garantizado por ley. Personalmente, creo que para accionar de manera efectiva desde la política hay que pertenecer a un grupo de poder determinado que accione desde la político y yo, que no pertenezco a uno ni tengo ganas de hacerlo, doy por perdida esta posibilidad. Aunque no por eso niego la validez de quienes sí lo hacen.

 

La solución que planteo en este humilde aporte, es la de entender que el lugar de cada uno en capitalismo es el de nuestra relación con el capital, no solo el nuestro personal en forma de posesiones sino también en forma de hábitos de consumo colectivo.

Le hablo a quienes consumen bienes burgueses en general. Si usted no quiere que haya explotación en el sistema de envío de comidas, entonces no pida delivery, vaya a buscarla o cocine en casa. Represente usted mismo, mediante la mano de obra que utiliza para cocinar su propia comida, una competencia en el mercado que es imposible de vencer, dado que usted es su propio ente regulador dictatorial de cosas que se lleva a la boca.

Si no sabe cocinar, aproveche que está viviendo en lo que los sociólogos e historiadores denominan “la era de la información” y busque recetas o pregúntele a sus contactos en redes sociales. El conocimiento no tiene derecho de propiedad, por más que los dueños de las patentes nos quieran convencer de que sí, porque cuando algo se transmite, se duplica -no se traslada- por lo que no pierde valor para el que lo comparte.

Y si quiere realizar un cambio inclusive mayor sobre esta realidad tan cruda, puede usted notar que el capitalismo acciona en base al consumo y el consumo existe a través de la imposición del deseo. Si usted logra de alguna manera desarticular ese deseo, incluido el que tienen las personas no de explotar gente (porque nadie en su sano juicio desea eso) sino de consumir aquello que es hecho a base de explotación, entonces puede idear una estrategia que haga desaparecer la causa de todo ese mal.

La acción creativa causa efectos mucho más a largo plazo que la acción destructiva. Esa, por cierto es la principal estrategia de todos estos “nuevos emprendimientos web” que nos sacuden el piso basándose en la operación exitosa de un nuevo modelo creado por ellos. Modelo que coacciona en favor de las fuerzas oscuras del universo, pero que no por eso deja de ser un modelo creativo.

Invente usted un modelo más creativo, que pueda reemplazar el placer burgués de sentir que los esclavos del sistema le lleven la comida a la boca. Cuenta usted con la ventaja de que no quiere dominar a nadie.