Luis Gusmán: «Mi política es la política de la lengua»
En diálogo con Sonámbula, Luis Gusmán reflexiona acerca de la escritura como modo intersticial de intervención política: las revistas Literal, Sitio, Diatribas y Conjetural, los debates en torno a Malvinas y la Ley de Obediencia Debida, los usos lingüísticos y su posibilidad de modificar un campo, la historia de su propia literatura.
Entrevista: Mariel Martínez y Lali Destéfanis // Fotos: Elizabeth Taylor
-Queremos charlar con vos sobre la articulación entre cultura, literatura y política. Pensar esta relación no solo en los 60 y 70 sino a lo largo de tu carrera.
-Bueno, yo nunca hice práctica política como la hizo mi hermano. Él militó en lo que en ese momento era la Juventud Peronista. Yo siempre fui más lateral, nunca tuve una militancia porque no me gusta militar en ningún lado. Estuve, por ejemplo, un año en la escuela de psicoanálisis y me fui. Mi relación con la política siempre fue extraterritorial, nunca directa. Estuve en revistas como Literal, como Sitio, y en el 2001 hicimos una un poco más escandalosa con Grüner, con Jinkis, con Fernando Fagnani, que se llamaba Diatribas y era una cosa más contestataria aunque no olvidamos que la diatriba también la practicó Borges. O sea que siempre fue más intersticial, nunca directa.
Por otra parte, yo creo que, cuando es directa, la relación entre literatura y política es muy complicada. La aparición de El frasquito, por ejemplo, fue un fenómeno raro. No sé si hoy en día tienen lugar esos fenómenos. Hay que imaginarse una edición que yo comparo hoy -un poco en chiste- con la de Stoner, una edición independiente en la ciudad de Buenos Aires de una novela de John Williams. Se vendieron diez mil ejemplares. Y cuando sale El frasquito, Osvaldo Soriano escribe una reseña para La Opinión. Eso hizo que se agotara muy rápido la primera edición, y con esa plata empezamos a sacar con Germán García y Osvaldo Lamborghini Literal, en un contexto político adverso para nosotros porque era una revista de ruptura en relación a los discursos más estatuidos, que en esa época eran los discursos políticos: por un lado la estética del realismo socialista y por otro, el cortazarismo con la cuestión lúdica. Entonces nosotros emergimos ahí, y el psicoanálisis en ese momento no era lo que es ahora. Todo esto en el año 1973. Y después de esa revista sacamos otra, creo que en el 80, ya con Eduardo Grüner, con uno de los fundadores de Contorno, Ramón Alcalde, con Jinkis, con Luis Chitarroni. Esa fue la segunda revista que sacamos, un poco más sencilla porque había un agrupamiento o una reunión solamente por oposición, es decir, al estar el gobierno militar era muy fácil reunirse. Y el problema de reunirse es cuando están las diferencias.
-Es decir que hay una intervención política desde ahí.
-Esa es mi política. La política de la lengua. La posibilidad de intervenir en un campo para modificarlo. Nosotros tenemos una revista de psicoanálisis –Conjetural– con Jinkis, de la que ya sacamos 67 números. La hacemos desde 1983, es decir hace 34 años. Y es una revista que es de psicoanálisis, pero hemos dedicado todo un número a Joyce, por ejemplo. Publicamos varias versiones del mismo capítulo, desde la traducción al portugués de Haroldo de Campos, hasta la versión francesa de Beckett, y agregamos una versión en argentino que la hicieron entre Chitarroni y, C.E. Feiling, que hacían el traslado desde el inglés más duro y después Leónidas Lamborghini lo reescribía. Porque Leónidas encontró el tono y lo más difícil es encontrar el tono.
Yo creo que la intervención siempre es en diagonal, por lo menos para mí. Y creo que todo intelectual tiene que intervenir para pensar en modificar el campo en el que se sitúa. Por ejemplo, en la revista Sitio nosotros dedicamos un número a pensar contra la Ley de Obediencia Debida, e hicimos otro -que fue toda una discusión con David Viñas- con respecto a Malvinas. Pero no porque estábamos a favor de lo guerra o lo de la Plaza llena por el anuncio de la guerra, sino porque una vez declarada, los soldados eran argentinos. Para mí no había discusión. No es que no nos dábamos cuenta de lo que significaba esa maniobra. Yo no fui a la Plaza de Mayo. Pero hubo una discusión. La llamada de teléfono en que Viñas le pregunta a Ramón Alcalde: “¿Thatcher o Galtieri?” y Ramón dice “Galtieri”. No por Galtieri, claro. Todas las guerras son injustas y por supuesto que nadie estaba de acuerdo. Pero una vez que estaba eso armado… bueno, fue un disparate. Ahí también hay una discusión entre Néstor Perlongher y Ramón Alcalde sobre la guerra. Y otra con Horacio González. Pero siempre en el plano intelectual, podríamos decir.
Y después escribí Epitafios, que es el derecho a la muerte escrita, es decir que toda persona tiene derecho a que figure en algún lugar su identidad cuándo nació, cuándo murió y dónde. El último capítulo estaba dedicado a todos los recordatorios de Página/12, que es un género nuevo porque no es un documento y tampoco es una esquela mortuoria. Eso es muy raro, porque es algo que insiste, incluso con lo de Santiago Maldonado, insiste de una manera contundente, donde uno puede pensar una serie de cosas. Por ejemplo, las palabras “aparición con vida” qué quieren decir. Tienen una fuerza, es una obligación del Estado que se ve obligado a cumplir con eso. Yo lo voy a reeditar ese libro ahora y tenía ganas de pensar un poco qué significa esa expresión que finalmente es una consigna con una fuerza política muy interesante. Porque fijate vos que cuando en La Nación sale la crítica de Epitafios es muy buena porque toda la parte anterior está dedicada al género de los epitafios, desde ese libro extraordinario que es la Antología de Spoon River hasta el barroco y las inscripciones. La crítica de La Nación es excelente sobre el libro pero no comentan el último capítulo. No comentan el lugar donde yo critico que en el aviso fúnebre del “almirante” Lambruschini le hayan restituido el grado en el aviso fúnebre. Pero bueno, en la “Fuerza”, como ellos le dicen -la “Fuerza”, se siguen nombrando así-, se siguen diciendo “almirante tal”.
Entonces desde ese punto de vista mi participación siempre fue una intromisión tangencial pero no por eso menos contundente. Por ejemplo, en Conjetural hemos trabajado sobre los discursos de Martín Balza cuando era jefe del ejército. Y hemos escrito con María Moreno sobre el espacio ESMA y sobre la famosa frase de Adorno que dice que después de Auschwitch se terminó la representación. También sobre Derrida, cuando él plantea la idea de perdón, que es un poco complicada. Y publicamos en Conjetural algunos artículos sobre la concepción del perdón que es un poco religiosa, como hermenéutica. Es decir, hay mucho para hablar sobre lo que yo considero mi intervención pero siempre de esta manera tangencial, que no quiere decir esquivar.
-Son intervenciones sutiles pero con un peso específico enorme aunque no sean explícitas.
-No es mi estilo, quizás es más el estilo de Grüner, que ha hecho política directa. A mí no me interesa, me interesa leer el libro, sea suyo o de otro. Pero la idea de la política de la lengua, de privilegiar eso, la tuve desde siempre. Una de las virtudes de Conjetural es que gente grande sigue haciendo revistas. Porque si no la revista termina asociada a gente joven que cuando se consagra, abandona ese espacio.
-Es algo muy de la vanguardia…
-Salvo Sartre en Les Temps Modernes. La revista aparece como una práctica que se hace mientras uno es joven. A mí me parece que la revista literaria cumple una función importante porque todo el tiempo interroga y se incrusta en el campo para crear una diferencia. Me hace pensar en esa frase de Joyce, mientras está escribiendo Finnegans Wake, y dice que escribe ese libro porque la trama continuada y estereotipada de la literatura ya no transmite más. Hay algo ahí que se empasta, que se coagula.
Y yo siempre fui un lector a destiempo. Eso me impidió y también me protegió. Me permitió una distancia que siempre es necesaria. La plantea Joyce, cuando dice que tuvo que irse de Dublín para poder escribir sobre su ciudad. Y Borges cuando escribió «El escritor argentino y la tradición» dice sobre «La muerte y la brújula»: “Yo pensaba en Paseo Colón pero escribí Rue de Toulon”. Más allá de la metáfora, esta la cuestión de la territorialidad que te permite, al alejarte un poco, leer desde otro lugar.
En este sentido tampoco fue directa mi intervención. En mi vida personal estuve atravesado por las circunstancias políticas que atravesamos todos pero nunca fui explícito en mi intervención. Hemos tenido peleas, sí, por ejemplo Jinkis lo criticó a Horacio González diciéndole que ejercía un sartrismo de cuarta y cuando se encontraron, Horacio le dijo, riendo: «¡Por lo menos hubieras puesto de segunda!».
Hoy veía en la revista Ñ que reeditaron un libro de Vanasco. Él tenía una revista con Luis Martini Real en los años 70. Cuando sale El frasquito yo no encontraba editor y ellos la editan. Primero me preguntaron si conocía el psicoanálisis porque pensaban que estaba loco. Después lo quisieron publicar con un prólogo de un psiquiatra. Yo siempre hago el chiste de que el que me hacía el prólogo no era Foucault y yo no era Pierre Rivière, así que era mucha la desventaja.
-¡Qué diferente la forma en que fue leído en aquel momento a cómo te leímos nosotros en los 90!
-El libro estuvo tres años sin publicarse hasta que Alberto Alba, que era un muy buen escritor, le pide a Ricardo Piglia un prólogo. Y Ricardo lo escribe pero se le cae en una alcantarilla. Después lo recupera, el libro sale con ese prólogo de Ricardo y se agota: por la nota de Soriano, que conmigo fue muy generoso. Aunque después, en términos literarios, no nos entendíamos.
La prohibición de El frasquito sale el mismo día de mi cumpleaños. El mismo día que sale la revista Killing, que era una porno erótica en historieta en la que trabajaba de pistolero Raúl Santana, un poeta que dirigió el Museo de Bellas Artes, muy amigo de Santoro. El editor era el mismo que el de El frasquito y también hacía de pistolero en Killing. Así que a él lo prohíben dos veces el mismo día: por haber editado El frasquito y por salir de pistolero en la revista porno.
Siempre fui intelectual pero no un intelectual literario. Nunca apliqué a mi literatura esa cuestión, son ficciones. Yo discutí con Beatriz Sarlo cuando fue lo de la Obediencia Debida, ella y Viñas decían que era el grado cero de la literatura. Y yo les decía que era letra de ley y que no había ningún grado cero de nada. Que no se podía confundir una categoría literaria, ni siquiera usarlo como metáfora, porque fue una de las cosas más complicadas que hubo en este país. Entonces yo discuto en la revista Sitio, en el número 6 -esto es durante el año 1987-, que es una ley y no una categoría literaria.
No es que no haya discutido cuestiones políticas, pero nunca las trabajé dentro de la literatura.
-¿Y en Villa?
Villa fue escrita en 1995, y yo tuve que tomarme muchos años para tomar distancia. El único tipo que hizo eso de manera eficaz para mí fue Puig, que escribe El beso de la mujer araña y el texto es contemporáneo a los hechos. Lo mismo pasa en Pubis angelical. Pero yo creo que lo logra porque dispone de dos ventajas: primero, no estaba acá, y la segunda, está el género literario, que lo ampara y le da esa distancia.