Marxismo sensorial: ¿Cómo se siente el capitalismo?

Por Ann Cvetkovich

Emiliano Exposto recomienda e introduce para Sonámbula un fragmento del primer capítulo del libro Un archivo de sentimientos: trauma, sexualidad y culturas públicas lesbianas, de la teórica canadiense Ann Cvetkovich, que propone «una teoría crítica de los sentimientos en la sociedad capitalista contemporánea, la cual abreva en el marxismo, la teoría queer y el feminismo».

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“El trauma y la modernidad pueden entenderse como categorías mutuamente constitutivas”, escribe Ann Cvetkovich en su libro Un archivo de sentimientos: trauma, sexualidad y culturas públicas lesbianas (Bellaterra, 2018). Con el objetivo de cuestionar las estructuras dicotómicas y jerarquizadas que dividen las razones y los afectos, lo público y lo privado, lo masculino y lo femenino, lo político y lo domestico, lo activo y lo pasivo, Cvetkovich desarrolla en el libro una teoría crítica de los sentimientos en la sociedad capitalista contemporánea, la cual abreva en el marxismo, la teoría queer y el feminismo, entre otros. Las emociones, las sensaciones y el trauma en particular, son comprendidos por la autora canadiense como “una de las experiencias afectivas”, “o para usar la frase de Raymond Williams, estructuras de sentimiento, que caracterizan la experiencia vivida del capitalismo”. La pregunta de Cvetkovich es ¿cómo se siente el capitalismo? En este extracto del primer capítulo del libro, Cvetkovich nos habla de un “marxismo sensorial” capaz de investigar las experiencias sentidas de la violencia estructural en el capitalismo. El punto de partida es el siguiente: “el trauma puede ser entendido como un signo o síntoma de un problema sistémico más amplio, un momento en el cual los sistemas sociales abstractos pueden ser de hecho sentidos o percibidos”.

El marxismo podría encontrar en esta teoría crítica de los afectos un territorio para explorar el trauma y la depresión política como “sentimientos estructurales” o emociones públicas que constituyen la cara sentida del sistema capitalista. El estrés, la ansiedad, la desesperación o la apatía no configuran estados psicológicos individuales, problemas médicos o etiquetas psiquiátricas de la industria farmacéuticas. Estos sentimientos no son malos ni buenos, reaccionarios o revolucionarios. Cvetkovich entiende el trauma, la depresión o el frustración como “palabras claves” para interrogar y problematizar el modo en que las estructuras se encarnan en la piel. Se trata de categorías críticas y experiencias vividas, las cuales pueden convertirse tanto en “puntos de vista” encarnado de la investigación situada como también en fuentes ambivalentes para la agencia y la organización colectiva. Si las izquierdas no logramos “interpelar” estos sentimientos amargos, si no encontramos nuevas hipótesis para “politizar” las emociones, seguirán siendo las nuevas derechas aquellas que “capturan” la bronca, “canalizan” el resentimiento y ofrecen una escena para “representar” la decepción, el cansancio y el odio. A continuación compartimos un fragmento del primer capítulo del libro de Cvetkovich.

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El marxismo, al igual que el psicoanálisis, que suele ser usualmente entendido como el punto de origen primario para las teorías del trauma, es un recurso crucial para mi comprensión del trauma. En «On Some Motifs in Baudelaire», Walter Benjamin explora de qué manera las poéticas de Charles Baudelaire emergen a partir de la experiencia de la vida urbana moderna como forma de shock. A pesar de que él se basa en un modelo freudiano (de Más allá del principio del placer) del trauma como la ruptura o penetración de la capa protectora de la psique (comparable a la capa cortical de un organismo), Benjamín encuentra que el shock o una nueva forma de experiencia sensorial están integrados en actividades tales como enfrentarse a las multitudes masivas de la vida urbana, trabajar en la fábrica o incluso ver una película, cuyo proceso de edición imita el shock de la vida moderna.

El extraordinario estilo de materialismo espiritual de Benjamin busca la lógica del capital en el encuentro sensorial del crítico como fláneur, con su evidencia material en espacios arquitectónicos, mercancías y objetos culturales, El propósito es transformar el poder abstracto y generalizado del capitalismo en algo que pueda sentirse, y el shock o el trauma se convierten en la sensación paradigmática de la vida cotidiana bajo el capitalismo. Por ejemplo, el análisis histórico de Wolfgang Schivelbusch del viaje en ferrocarril, inspirado por un materialismo benjaminiano, rastrea los orígenes de la neurosis traumática en los diagnósticos médicos de los efectos de los accidentes de ferrocarril, que fueron uno de los productos de la industrialización. El shock traumático se convierte en un registro de los efectos de vivir dentro de una sociedad industrializada -una experiencia local del shock que registra la experiencia más difusa de la vida social.

Más allá de que la relación de Benjamin con el marxismo sea comprendida a menudo como particular, hay un fuerte vínculo entre la propia preocupación de Karl Marx por la relación entre la explotación sistémica y las experiencias vividas del dolor, más notablemente en el caso del trabajador o trabajadora en la fábrica, y esta tradición de indagación acerca de lo que se siente al vivir en el interior de la violencia sistémica del capitalismo.

En El capital, Marx lo presenta no solo para desarrollar una teoría de la plusvalía que pueda explicar de dónde viene la explotación, sino para documentar la naturaleza del trabajo. Él describe los efectos de un largo día laboral, reducidos e inhumanos lugares de trabajo y la monotonía de la mecánica producción masiva en términos gráficos. Como ya he planteado en otra parte, a pesar de que Marx insiste en la necesidad de un análisis teórico y conceptual de la producción de mercancías, está asimismo interesado en la representación sensorial y en el capitalismo como expenencIa sentida.

Existe una significativa tradición del marxismo «sensorial», que incluye a Benjamin y a Georg Simmel, y más recientemente, a teóricos culturales como Michael Taussig y Fredric Jameson, quienes destacan el shock y la sensación como marcadores de los cambiantes modos económicos de producción debido a la habilidad del capitalismo para modular la estructura misma de la experiencia cotidiana.

Dentro de un abordaje marxista de la historia de la sensación, el trauma puede entenderse como signo o síntoma de un problema sistémico más amplio, un momento en el cual los sistemas sociales abstractos pueden ser de hecho sentidos o percibidos. Pero la experiencia traumática y sus secuelas pueden caracterizarse no solamente por un exceso de sensaciones o hiperestimulación, sino también por la ausencia de sentimientos o insensibilidad.

Más aún, el sentimiento de la vida bajo el capitalismo puede manifestarse tanto dentro del triste drama de la vida cotidiana como en cataclismos o en acontecimientos puntuales. Cuando se utiliza como un punto de entrada para comprender la vida afectiva de los sistemas sociales, debe considerarse que el trauma habita tanto las sensaciones intensas corno la insensibilidad, tanto en circunstancias cotidianas como extremas.

Sin embargo, es importante prestar atención a aquellas experiencias sensoriales que se suponen son manifestaciones del zeigeist. El fláneur benjaminiano que experimenta el shock de la vida urbana, e incluso el trabajador de Marx en la fábrica, representan solo algunas de las muchas posiciones sociales que cargan con las marcas de la violencia sistémica. Y el archivo de este trauma puede ser un archivo elusivo, no siempre es una cuestión de autoevidencia de las sensaciones. Cuando uno considera el capitalismo como un marco para la violencia, en vez de acontecimientos más limitados como la guerra, o considera la esclavitud dentro del contexto de formas persistentes de racismo, la tarea de localizar esa violencia puede ser más difícil porque no siempre adopta la forma de eventos puntuales o visibles.

Un marxista interesado en el trauma y en las sensaciones es ciertamente coherente con la investigación materialista, pero también interviene contra las abstracciones de los análisis sistémicos, que puede ser una de las tendencias caracteristicas del marxismo. El trauma, como la concepción del espectro de Avery Gordon, es una forma de mediación «que ocurre en el terreno situado entre nuestra habilidad para describir con precisión la lógica del Capitalismo y el Terror del Estado, por ejemplo, y las experiencias variadas de esta lógica, experiencias que son más bien parciales, codificadas, sintomáticas, contradictorias, ambiguas».

En vez de ofrecer un análisis que utiliza generalizaciones sobre el capitalismo, el racismo o la globalización, Gordon invoca fantasmas que demandan no solo que algo se sepa sino que algo sea sentido y realizado. Representar fantasmas requiere un lenguaje de especificidad gráfica y afectiva, porque pese a que los fantasmas son tanto visibles como invisibles, la evidencia local que aportan no es solo empírica. Y lo que dice Kathleen Stewart acerca de las «historias monstruosas» podría utilizarse también para las historias del trauma: nos “fascinan debido a que dramatizan extraños momentos donde las posibilidades latentes se materializan sin aviso y donde los efectos que se ocultan de la mirada de un centro en negación de repente se vuelven táctiles”. Pero ella nos advierte el peligro de decodificar simplemente tales momentos a través de la crítica ideológica, “la cual asume que por definición las cosas no son lo que parecen y las formas expresivas son efectos de una estructura más profunda, más verdadera y a menudo diabólica (o al menos deprimente y restrictiva)”.

Debido a mi interés en buscar formas innovadoras de cartografiar las historias globales en términos de experiencias vividas y en capturar las discrepancias entre ambas, señalo la necesidad de las historias de las sensaciones como una forma de conocimiento alternativo frente a las abstracciones del análisis sistémico. Esta tradición de marxismo sensorial a menudo tiene una presencia implícita más que explícita en los capítulos de este libro, pero permanece como una inspiración crucial en mi compromiso con el reconocimiento de las conexiones entre la experiencia traumática y problemas sociales más amplios e indefinidos, que no siempre son experimentados como tales.

Como el trauma insidioso que rastrean las teóricas feministas, la naturaleza afectiva de las experiencias cotidianas de la violencia sistémica a veces solo puede manifestarse como trauma. Más aún, un evento traumático puede llegar a funcionar como un síntoma cuyo significado no está claro sin una contextualización. La relación mediada entre el trauma y los sistemas de violencia social requieren por tanto modos de análisis que no consideren el trauma al pie de la letra. Pero la atención a las manifestaciones sensoriales y traumáticas de los sistemas sociales también requiere desconfiar de abstracciones y generalizaciones que pueden llegar a eclipsar la especificidad vivida del trauma. De hecho, el trauma en sí mismo puede ser una generalización de este tipo, al reducir las urgencias sentidas de la experiencia a un diagnóstico medicalizado de síntomas.