Mi hijo sólo camina un poco más lento: Una celebración arrolladora del poder del teatro

Por Mariana Rodrigo

Volvió el teatro presencial y Mariana Rodrigo aprovechó para volver a ver Mi hijo sólo camina un poco más lento, una obra que ya lleva siete temporadas en cartel en Buenos Aires, y que en el medio ha girado y ganado premios por todos lados. El contundente texto del croata Ivor Martinic es una de las claves de su impacto, pero ¿qué más hay en esta obra que la hace tan especial? Algunas claves en esta nota de celebración teatral.

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Volvió a escena Mi hijo sólo camina un poco más lento y si observamos que es su séptima temporada en cartel, con viajes, premios, reconocimientos varios y un boca en boca alucinante, la idea de que se trata de un éxito arrollador un poco que se impone. Pero ¿a qué se debe? 

Para no generar falsas expectativas adelantamos que ni podemos ni nos interesa dar respuesta a esa pregunta. En cualquier caso, se trata de un motivo de alegría y una excusa para navegar en algunas de las múltiples aristas a la que nos invita la obra.

Es cierto que el texto, del croata Ivor Martinic, traducido por  Nikolina Zidek, es de una gran sensibilidad y puede que ahí haya una clave. ¿Suficiente? Seguro que no. El argumento, la anécdota, queda rengo a la hora de dar cuenta de qué es lo que pasa con esta puesta.

Hay una familia, hay una enfermedad y hay una silla de ruedas (pero no hay golpes bajos), también hay negaciones, diferencias, dificultades, culpa, bronca, rencores, miedos… Y puede que mucho de esto nos resuene a todxs, nos haga eco, nos funcione como reverberancia de propias experiencias. Pero tampoco alcanza. Ni aún los grandes temas en escena nos impactan si no es a través de cuerpos que se necesitan, de necesidades que no se satisfacen, de puesta, de poética, de trabajo mucho más allá de “los grandes temas” (al fin y al cabo hablamos de teatro y no de un ensayo filosófico)

 

El domingo 19 de septiembre volvió a escena, en su horario original, Mi hijo sólo camina un poco más lento y, como cabe esperar después de una pandemia que nos detuvo a todxs, que nos hizo virar, probar y aprender nuevos pasos, esta vuelta tuvo una emoción extra, del orden de lo vital. 

“No tenemos que estar solos, no podemos estar solos, lo intenté, no se puede”, asegura Sara, que lo viene diciendo desde hace años, pero que hoy recibe una escucha particular.

 

El domingo del reestreno tuvimos el gusto de presenciar una charla con el elenco en donde fueron y vinieron preguntas interesantes, sobre la historia, sobre el por qué de algunas decisiones de puesta, sobre la construcción de los personajes, sobre qué significa ser parte de esta obra… pero hubo algo que dijo sobre el elenco su director, Guillermo Cacace, que a varixs nos hizo click, algo que habíamos visto aun sin poder nombrarlo: ―Se gustan. Se disfrutan

Desde que entramos a la sala nos encontramos con el elenco, pero no “en personaje”, los encontramos como si estuvieran en camarines, calentando, charlando, bromeando, saludando a alguien, desayunando ―qué lindos tiempos aquellos en los que les actores convidaban un mate a la platea― , a gusto. Vemos el artificio ―que se va a profundizar con el personaje que lleva adelante las didascalias, muchas veces contradichas o discutidas por los personajes― los vemos prepararse para actuar, los vemos decidir cuándo comienzan, los vemos salir de escena sin abandonar el escenario, vemos a los actores y las actrices mirar, disfrutar, acompañar la escena de sus compañerxs, les vemos, como dijo Cacace, gustarse. 

Y quizás allí haya una clave de lectura: que el elenco no abandone nunca el escenario, que no oculte tras las patas la fascinación por sus compañerxs, no parece ser una decisión arbitraria, meramente estética. Hay algo en esa fascinación presente que teje red. Una red que podría ensimismarlxs, pero no, porque nos incluye. Nos miran, vienen hacia la platea, nos comparten, nos suman, nos participan, no nos esconden bajo la oscuridad, no se preservan bajo las luces de la escena y algo de todo esto se entiende aún más cuando alguien pregunta a lxs actores cómo compusieron su personaje y ningunx se desespera por responder, porque parece que no ha sucedido tal cosa como “componer un personaje” de manera individual, sino que, como cuenta Paula Fernández Mbarak: ―Desde la primera lectura pasó algo, algo colectivo. Quizás el trabajo fue más intentar que eso no se desarme.

Y eso, lo colectivo, se ve. Y es arrollador.

Esta puesta de Mi hijo sólo camina un poco más lento, con todo lo que genera en cada espectador, en cada espectadora, sólo puede surgir en el teatro independiente, en donde el encuentro, el trabajo, los hallazgos, las búsquedas, solo son posibles a partir del deseo, a partir de artistas unidos por una relación de deseo mutuo, compartido, colectivo… y en red.

Son solo 8 funciones, en el Picadero. No da perdérsela y, posta, vale la pena repetir.

 


Ficha técnico-artística

Dramaturgia: Ivor Martinić
Traducción: Nikolina Zidek
Actúan: Aldo Alessandrini, Antonio Bax, Luis Blanco, Elsa Bloise, Pochi Ducasse, Paula Fernandez Mbarak, Pilar Boyle, Clarisa Korovsky, Romina Padoan, Juan Andrés Romanazzi, Gonzalo San Millan, Juan Tupac Soler
Trailer: Mariano Asseff
Vestuario: Alberto Albelda
Escenografía: Alberto Albelda
Diseño de luces: David Seldes
Fotografía: Sebastián Arpesella, Nora Lezano
Comunicación: Gustavo Andrés Passerino
Asistencia de dirección: Catalina Napolitano
Arreglos musicales: Francisco Casares
Producción: Romina Chepe
Director asistente: Julieta Abriola
Dirección: Guillermo Cacace

Duración: 75 minutos
Teatro Picadero: Pasaje Discepolo 1857, CABA

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