Miguel Ángel Bustos: Viaje incesante al Himalaya
Por Jorge Hardmeier
Entre marzo y abril de este año, Ediciones Lamas Médula publicará una biografía del poeta Miguel Ángel Bustos, con la obsesiva intención de presentar dicha obra en la próxima Feria del Libro de Buenos Aires. Jorge Hardmeier presenta un acercamiento al escritor para Sonámbula.
Yo no soy de ningún siglo.
Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como soy mi sexo y mi delirio.
Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.
(Miguel Ángel Bustos, “Vientre profeta sin tiempo”, de Visión de los hijos del mal)
El domingo 31 de agosto de 2014 Miguel Ángel Bustos hubiera cumplido ochenta y dos años. La mañana de ese día, un grupo de gente -entre la que se podía reconocer a Alberto Szpunberg, el poeta Alejandro Ricagno, los tres hermanos menores de Miguel Ángel y el Tata Cedrón- rodeaban a Emiliano Bustos, único hijo del poeta. Portaba un cofre que contenía las cenizas de su padre. Hubo lecturas, aplausos y Emiliano arrojó el contenido del cofre a las aguas del Río de La Plata, en una zona cercana al Parque de la Memoria. Posteriormente, flores rojas cayeron sobre el río marrón.
Habiendo transcurrido casi cuarenta años de la desaparición de Miguel Ángel Bustos, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) había anunciado, en mayo del año 2014, el hallazgo de sus restos. Se encontraron en el Cementerio de Avellaneda. El EAAF determinó que el poeta había sido asesinado. En su momento el hecho fue noticia en los diarios Clarín y La Nación, que hablaban de un enfrentamiento en la Costa de Sarandí, Provincia de Buenos Aires. Lo de enfrentamiento es un eufemismo, ya que fue asesinado luego de casi veinte días de detención ilegal posteriormente a ser secuestrado de su domicilio particular ubicado en el barrio porteño de Parque Chacabuco, el 30 de mayo de 1976. Miguel Ángel compartía la vivienda con su compañera Iris Alba y el hijo de ambos, Emiliano, en ese entonces de cuatro años. Horas antes de la acción del grupo de tareas, padre e hijo habían compartido una caminata por el parque.
El informe judicial sobre la desaparición y posterior muerte de Bustos, investigación absolutamente necesaria, nada indica sobre la vida y obra del poeta.
Ciertos poetas de su generación han sido reivindicados solo por su condición de desaparecidos o asesinados durante la última dictadura cívico militar, poetas menores algunos, coloquialistas, varias veces panfletarios, comprometidos, en ciertos casos, con la militancia política pero no en el mismo grado con la poesía. El caso de Miguel Ángel Bustos es paradójico: pocos de sus versos remiten a la militancia o al compromiso revolucionario que, en los hechos, ejercía. Bustos era miembro del PRT y formó parte de la publicación Nuevo Hombre, quincenario que expresaba la línea de masas del PRT. La prosa y ciertas declaraciones, sí, denotan, en Bustos, su alto grado de deseo revolucionario.
Ciertas muertes, evidentemente, reivindican. Es algo anclado en nuestra tradición cristiana, que desde la crucifixión del Mesías celebra la muerte y su modo como un hecho esencial. Nuestro país tiene una larga historia de coqueteo con la muerte: comenzando por los muertos célebres de la época fundacional de la Nación y pasando por Patria o Muerte, la manipulación del cadáver de Eva Perón, etc.
Miguel Ángel Bustos, también dibujante, debe ser reivindicado por su obra: cinco libros publicados entre 1957 y 1970 (Cuatro murales, Corazón de piel afuera, Fragmentos fantásticos, Visión de los hijos del mal y El Himalaya o la moral de los pájaros) le bastaron para erigirse en uno de los mayores poetas argentinos del siglo XX. Ha sido tildado de maldito, surrealista, místico, loco, romántico. Todos esos elementos confluyen en su obra tornándola única e inclasificable, para incomodidad de ciertos críticos.
Bustos era un poeta reconocido en su tiempo: el segundo de sus libros lo prologó Juan Gelman, escribía en medios de la época como Panorama, El Cronista Comercial y La Opinión -dichos artículos fueron recopilados por Emiliano en el libro Prosa 1960-1976, editado por el Centro Cultural de la Cooperación en 2007-, sus dos últimos libros fueron publicados por Editorial Sudamericana, fue discípulo de Leopoldo Marechal, quien prologó -algo inusual en el autor de Adán Buenosayres– su libro Visión de los Hijos del Mal y era admirado por, entre otros, Alberto Girri, Aldo Pellegrini, Diana Bellesi y Alejandra Pizarnik.
Los rasgos de la poesía de Miguel Ángel Bustos giran en torno a lo maldito, la influencia surrealista, el universo precolombino, el estudio de la cultura oriental y una búsqueda poética trascendente, cercana a lo religioso, pero de modo sublevado, herético. A partir de estas características se puede señalar que, en el caso de su obra, la operación reparadora de la memoria avanzó tibiamente hacia su poesía al no encontrar en ella -en líneas generales- rastros explícitamente políticos o familiares a la época en la cual se desarrolló su escritura y por lo tanto dicha reparación -justa y necesaria- quedó anclada, en gran parte, en su condición de periodista desaparecido.
Bustos era, asimismo, un estudioso de los idiomas: manejaba el inglés, el portugués, el alemán, el francés y al momento de su desaparición aprendía rumano. A sus autores preferidos los leía en idioma original. La erudición del poeta, sus lecturas e influencias se hacen visible en sus notas periodísticas: Nerval, Holderlin, Nietzche, Lautreamont, los trovadores provenzales, la literatura oriental, el universo precolombino, Rimbaud, Dostoviesky. Durante una de sus internaciones en el neuropsiquiátrico Borda, en 1964, Bustos conoció al mítico poeta Jacobo Fijman, el Cristo Rojo. Vicente Zito Lema, que visitaba al viejo poeta en el psiquiátrico rememora: Era el nexo entre ellos. Y recuerdo que incluso, cuando logramos que Jacobo Fijman saliera del Hospital Borda, que venía los fines de semana a mi casa, el primer acto de poesía que hicimos con Jacobo Fijman lo hicimos en el teatro Payró. Miguel Ángel, Fijmann y yo, los tres leyendo poemas. Ese es el recuerdo más hermoso que tengo de Miguel Ángel. Fijman estaba feliz, era un hombre grande ya, de setenta años.
Miguel Ángel Bustos extremó su lenguaje poético, hasta llegar a niveles de un inusual grado de riesgo y exquisitez, cuya cumbre es su último libro, El Himalaya o la Moral de los Pájaros. Por otra parte, sin ser un militante orgánico al estilo de Rodolfo Wals, Paco Urondo o Gelman, asumió posiciones políticas que buscó conscientemente y desarrolló con convicción. Luego de su desaparición física, sobrevino la desaparición de su obra. Los libros de Bustos eran prácticamente inhallables hasta la primera reparación poética ocurrida con la publicación de la antología Despedida de los Ángeles (Libros de Tierra Firme, 1998) y continuada con la edición de Visión de los Hijos del mal – Poesía Completa (Editorial Argonauta, 2008) y con la recopilación ya referida de su prosa periodística.
En una entrevista pública que le realizó Marechal y ante la pregunta de un integrante del auditorio sobre si se nace o se hace poeta, Bustos respondió: «Yo francamente, opino que así como nos nacen nos hacen».
La obra de Miguel Ángel Bustos tiembla, vive.